Agota ver en las redes sociales la comparación fácil y sumamente racista entre África y Argentina en cuanto los indicadores locales no favorecen a la última o ciertos hábitos denotan brutalidad. Así, lo negro está vigente al pie del cañón según un pretendido parecido biológico y el clásico primitivismo endilgado. La actual epidemia de dengue es el ejemplo a cuento más rápido de la comparación que se acostumbra, cuando se sabe que las enfermedades tropicales, como la malaria, son endémicas en zonas tropicales y subtropicales de África, Asia y América. Si bien el primer continente la sufre más, puesto que, conforme datos de la Organización Mundial de la Salud, el 89% de los casos de malaria en 2015 se registró en el continente africano, de todos modos, en el mundo 3.200 millones de personas están expuestas a la enfermedad, una cantidad mucho mayor a la población africana.
Para salir del cliché es necesaria una lectura diferente que permita pensar que África no es un país, sino una idea occidental que no excede el cariz geográfico, a lo sumo. Se trata de una realidad que presenta gran variedad: 55 países, con diversos grados de desarrollo. Si bien es cierto que los diez más pobres del mundo se encuentran en el continente, hay grandes emergentes, como Nigeria y Sudáfrica, en ese orden, la primera y la segunda economía continental, ambas componentes de grupos importantes de países emergentes, como el BRICS. También otros países del continente crecen a tasas muy altas y se ubicaron entre las economías de mayor desarrollo del mundo el año pasado: Etiopía, República Democrática del Congo, Costa de Marfil, Mozambique, Tanzania y Ruanda, junto a los gigantes que gozan de mayor difusión, como China e India. Continuar leyendo