Un 2015 en el mundo para olvidar

No es fácil resumir lo más candente de la política internacional del año que terminó en pocas palabras. Pero sí afirmar que 2015 fue para el olvido. Los conflictos han recrudecido, como lo prueba el mapa de Siria. A nivel global, el año pasado las solicitudes de asilo aumentaron un 78% respecto a 2014 y, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en 2015, de cada 122 personas en el mundo hay una que se vio obligada a huir del hogar. También la agencia informó que, a mediados del año pasado, los refugiados pasaron el umbral de 20 millones, algo que no ocurría desde 1992. La cara más visible de este drama fue, sin dudas, el Mediterráneo.

La que empezó cargada de noticias importantes en política internacional es la semana en curso. En Medio Oriente, Arabia Saudita ha cortado relaciones diplomáticas con Irán, a causa de un ataque en su embajada en la capital iraní, en represalia por la decapitación de un renombrado clérigo chií en el país saudí, junto con 46 personas más, todas condenadas por terrorismo y vínculos con la red Al Qaeda.

El mundo civilizado sufre y se impresiona por las decapitaciones del Estado Islámico, pero no tiene tanto que decir frente a las del aliado estratégico más importante de los Estados Unidos en la región (junto con Israel), quien hace tiempo disputa la hegemonía regional frente a su contraparte iraní (en efecto, tanto Irán como Arabia Saudita apoyan a bandos contrarios en dos conflictos centrales de la zona, Siria y Yemen). Continuar leyendo

Mirando más allá del Mediterráneo

La afluencia masiva de refugiados e inmigrantes a Europa llegó para quedarse. Consecuencia mayoritaria de una guerra civil olvidada en Medio Oriente pero cuyos efectos la perjudican hasta el hartazgo y las lágrimas, ahora. Si el conflicto en Siria se detuviese seguramente a lo que ocurre no se le llamaría crisis, pese a que el flujo de migrantes procedentes desde otros puntos del Medio Oriente, Afganistán y África no se detenga ni lo hará, si bien no es tan fuerte como el sirio. Desde 2011 en Siria unos 9 millones de personas han sido expulsadas de sus hogares, sobre un total de alrededor de 17 millones de habitantes.

En total, han cruzado el Mediterráneo en 2015 más de 350.000 refugiados e inmigrantes, de los cuales solo 107.000 lo hicieron en julio. La gravedad actual que reviste este problema actual recuerda al iniciado al término de la Segunda Guerra Mundial. Siete décadas separan un episodio de otro. Antes fueron europeos, hoy son no europeos, sirios, afganos, palestinos, subsaharianos y muchos más que buscan una oportunidad para rehacer sus vidas.

Se agolpan en las fronteras de la Unión Europea, pero las vallas ya no sirven para contener la presión del desplazamiento. Ocurrió esta semana en Hungría, donde los refugiados colapsaron las estaciones de trenes esperando poder partir con rumbo a Alemania. En agosto sucedió el mismo acumulamiento en Grecia. La valla húngara, de 175 kilómetros de extensión, comenzó a ser erigida a mediados de julio para separarse de la no comunitaria Serbia pero, como se sabe, miles de personas la han sorteado y el gobierno de Budapest endureció la legislación aplicable a todo aquel que sorprenda traspasándola sin permiso.

El alambre dentado que acompaña a la valla fue provisto por España, siguiendo el ejemplo en las ciudades hispano-africanas de Ceuta y Tánger, otro fuerte foco de inmigración hacia Europa, aunque ahora va a la baja respecto de 2014. La misma empresa de Málaga las hizo tanto para Hungría como para las dos ciudades citadas. Entonces, la construcción del muro no fue una inventiva original húngara, sino que ya se encuentra en otros espacios de la Unión Europea, como la citada España, pero también se las encuentra en Grecia y Bulgaria.

Visibilidades

Desde que la muerte del niño sirio Aylan Kurdi, en una playa de Turquía, terminó de colocar este tema en la prioridad de la agenda comunicativa internacional, los países centrales de la UE se hicieron eco de la gravedad del tema y ahora prevén la asignación de cuotas, mientras particulares también se sensibilizaron y muchos ofrecen abrir las puertas de sus hogares. Sin embargo, la guerra civil en Siria está allí, con holgadamente más de 300.000 muertos hasta hoy.

Aunque las cámaras ahora cubran el gran drama humanitario que se vive, ante todo, en la Europa Oriental hay otras crisis, pero mucho más silenciosas y en rincones del mundo que no importan ya que la concepción del televidente occidental necesita alimentarse a base de imágenes de lugares familiares, como Europa, u otras asimismo cercanas, como un niño sirio, que bien pudiera parecer un europeo de alguna nación mediterránea. En cambio, las miles de imágenes circulando de hambrunas en África o Asia no han conmovido tanto como la foto que se viralizó desde el pasado miércoles y, transitando desde un primer grito de indignación mórbida, ha devenido en un llamado de paz (o una súplica para que el flujo se detenga) y una incitación a reflexionar sobre los límites de nuestra especie. Como sea, un joven refugiado sirio en Budapest lo resumió magistralmente: si detienen la guerra en Siria no habrá más desesperados en Europa.

No importa conocer los motivos de ese conflicto (que, asimismo, pudieran ser útiles al efecto de solucionarlo), lo único que interesa es que Europa quede tranquila, sin flujo abrupto de presuntos invasores, como muchos los llaman. Tampoco atrae conocer qué ocurre en otros países expulsores de población hacia Europa, por solo citar unos casos, como Afganistán, u otros subsaharianos tales como la olvidada Nigeria (en buena parte jaqueada por la violencia del yihadismo de Boko Haram), la fallida Somalía, o la pequeña Eritrea, bajo una implacable dictadura que promete durar. Tampoco vale mucho la pena el distingo entre refugiado e inmigrante, aunque ACNUR haya reparado en el tema, total ambos son vistos como potenciales amenazas.

Entonces, en los medios hay un espacio menor o casi insignificante para otras crisis de similares características. Tres ejemplos, fuera de Europa, y de latitudes muy disímiles: uno en Asia Meridional, otro en África subsahariana y el último en América del Norte.

Los rohinyá componen una minoría étnica musulmana en Birmania que el gobierno persigue implacablemente estando muchos de ellos obligados a refugiarse en la vecina Bangladesh. Diversos cálculos estiman la población en el orden de los 200.000 a 500.000 en el suelo de ese último país, uno de los cinco más pobres del planeta. Pero apenas un poco más de 30.000 tienen concedido el estatuto de refugiados. Si bien ya no se hablan de barcazas a la deriva en el Golfo de Bengala, como en mayo, y de cifras que no llegan ni a los talones a las del Mediterráneo, esa población necesita atención urgente, humanitaria y mediática.

Con la poca importancia que tiene África, y paradójicamente siendo una parte de su población un aporte no desdeñable a la presión demográfica que sufre Europa, en Malawi hace escasos días, acompañando la tendencia del fenómeno de las migraciones al interior del continente -no todo el flujo se dirige a Europa-, su gobierno detuvo a “ilegales” en el camino a Sudáfrica, un gigantesco polo de atracción continental. Por ejemplo, 200 etíopes fueron recluidos con delincuentes comunes, muchos de ellos sumamente peligrosos. En esas cárceles las condiciones son más que deficientes, la comida es escasa y en promedio hay una canilla para algo menos de 1.000 personas y un inodoro por cada 120 reclusos.

La frontera entre los Estados Unidos y México es el tercer espacio de los tres casos mencionados en estas líneas. En ese desierto en 2010 se halló el número récord de no identificados que quedaron a mitad de camino, con 223, cuando la media desde hace unos 15 años es de 170. Desde 2000, se han contabilizado 3.000 muertos en esta frontera. Los movimientos poblacionales, junto a las causas que los originan, no solo hacen estragos en Europa. Los ilegales, indocumentados, son una cifra anónima que solo de a ratos estremece.

Detener la expansión del Estado Islámico

Cabezas que ruedan, conmoción internacional. Así ocurrió con dos periodistas norteamericanos ejecutados frente a las cámaras. Todo eso representa el Estado Islámico (EI) que ocupa Irak y Siria (y no está conforme), mientras preocupa que su ejemplo pueda extenderse. Los Estados Unidos lo han armado y llevado al poder. Ahora Washington se alarma. Historia repetida.

Hace poco observé una foto -de 2013- de una reunión entre el senador norteamericano John McCain y Abu Bakr Al-Baghdadi, el líder del ahora conocido como “Estado Islámico” (tras proclamárselo el pasado 29 de junio), portando la bandera de los rebeldes sirios. El senador solicitó a Obama que bombardee Siria, para contrarrestar el poder del grupo islamista, ya la segunda potencia militar en Oriente Medio tras el Estado de Israel. Asimismo, el mandatario de la Casa Blanca hace días tuvo la idea de solicitar el apoyo de los rebeldes sirios para enfrentarse a los elementos del EI. Además de las ejecuciones de los periodistas Foley y Sotloff, hace dos semanas tomó prisioneros a 200 soldados sirios que intentaban huir hacia las posiciones controladas por el dictador Al-Assad (culpable de la guerra civil más cruenta que vive Medio Oriente). Se los obligó a marchar casi desnudos y fueron ejecutados en medio del desierto. Todo bajo la cámara. Volvemos a los tiempos de antaño, cuando las ejecuciones eran cosa habitual.

Dos datos más. Primero, mientras Naciones Unidas acusa al Estado Islámico de perpetrar una limpieza étnica y religiosa, por su parte, teólogos del Islam aseguran que este Estado no respeta la sharia, la ley islámica que este califato quiere imponer a rajatabla sin contemplar nada. La violencia como imposición atenta contra el Islam pero estos islamistas no lo perciben así. Segundo, alarman las tropelías del grupo terrorista más rico del mundo (más de u$s 2.000 millones). En los últimos 30 días al menos 1.000 personas han muerto en Irak. Junio pasado fue el mes más mortífero desde 2007, con 1.922 personas ejecutadas por el EI en las zonas ocupadas.

En estos momentos el EI es el rostro más evidente del extremismo islámico. Pero no debe perderse de vista que la preocupación estriba en que sea una inspiración para otros grupos de igual modus operandi, activos en otros rincones del planeta. Es el caso del ahora olvidado grupo nigeriano Boko Haram, que saltó a la fama (o infamia) por haber secuestrado a mediados de abril a más de 200 niñas de una escuela para convertirlas en esclavas sexuales. Este grupo, proclamó el domingo 24 de agosto el Califato Islámico en la ciudad de Gwoza, al noreste del país más poblado de África. Es como volver al siglo VII. El líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, anunció el apoyo a Al-Baghdadi cuando sentó la instauración del EI el 29 de junio. No resultaría raro pensar que la captura de este pueblo del asolado norte nigeriano y lo que siguió después se haya efectuado tomando como modelo lo acontecido en Irak y Siria. El propio Shekau, que gusta bastante de la cámara para filmar sus declaraciones, no lo ha aclarado recientemente, por lo que la posibilidad queda abierta, mientras el grupo desde 2009 ha provocado más de 3.000 muertes frente a la casi total indiferencia de la comunidad internacional que siempre se comporta de igual modo cuando se trata de África.

Pero el grupo nigeriano, cuyo nombre en una lengua local (hausa) quiere decir “La educación occidental es pecado”, no es el único caso que podría inspirarse en los islamistas del EI. Otros grupos islamistas en África podrían estar inspirándose en los triunfos yihadistas de este nuevo monstruo en Medio Oriente. El caso de Somalia (en el Cuerno del continente africano) también debe poner la voz de alarma. El grupo Al-Shabaab, que lucha por la imposición de un califato en uno de los países más anárquicos y pobres del planeta, puede sentir identificación con las tropelías cometidas por los islamistas. En efecto, a fines de julio una mujer fue asesinada por miembros de esta célula somalí, integrada a Al-Qaeda, por negarse a usar el velo islámico y, además, han asesinado cinco parlamentarios en lo que va de 2014. Si bien el grupo se encuentra en retroceso por una ofensiva conjunta del gobierno local (que busca rehacerse desde principios de los 90) y tropas de la Unión Africana, no obstante es el principal reto a vencer para recomponer la unidad nacional. El último golpe también se lo ha dado Estados Unidos, al bombardear el presunto sitio donde altos mandos de la célula tuvieron una reunión, dando muerte a su líder, Ahmed Godane, por lo que los islamistas quedaron acéfalos. ¿Será el inicio de un nuevo ciclo más auspicioso para la paz en el cuerno africano?

Los ejemplos pueden seguir en Túnez (un país bastante estable pero con células yihadistas operando) y la caótica Libia, donde más que una inspiración, el EI puede establecer, valiéndose del desorden, una base de operaciones permanente. El viernes 5 de septiembre los islamistas, que se hicieron con el control del aeropuerto principal del país hace varios días, secuestraron 12 aviones comerciales. Lo que se presume es que podrían ser utilizados como armas en una nueva reedición del fatídico 11-S aprovechando el próximo aniversario a los 13 años del mega atentado.

Como sea, muchas han sido las voces de indignación por los bombardeos norteamericanos en Iraq, repitiendo una vez más lo de principios de los 90 y 2003. Pero esta versión radical que detenta el EI no es Islam y, sea quien sea quien lo derrote, merece ser detenido porque representa una amenaza, por lo menos, a nivel regional. El triunfo de estos fanáticos pudiera ser un hito tan importante como el 11-S. Medio Oriente es más que nunca un hervidero (¿dejó de serlo acaso en algún momento?). Lo sentenció el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, hace décadas: “Tocar Siria es hacer estallar Medio Oriente”. Una frase muy vigente hoy.