Nunca en los últimos siglos la problemática religiosa ha estado más íntimamente asociada a los conflictos de la época. Desde el anverso corporizado por la amenaza del ISIS, que tiene aristas de una guerra civil islámica, hasta el reverso expresado en el ascendente liderazgo mundial del papa Francisco, fortalecido por el notable eco internacional que tuvo su reciente encíclica sobre el cambio climático que aborda el principal desafío que enfrenta la humanidad en este siglo XXI, el escenario global está signado por la reaparición de la religiosidad como fenómeno político.
Religión y política aparecen entremezcladas en un mundo en el que, contra los pronósticos más extendidos, salvo en Europa Occidental -y algunos aventuran que esa es la causa fundamental de su decadencia-, la religiosidad de los pueblos, lejos de disminuir, tiende a resurgir. El famoso “Dios ha muerto” de Federico Nietzsche parece quedar atrás. Parafraseando al filósofo alemán, puede decirse que asistimos a la “resurrección de Dios”. El pensador francés Gilles Kepel se adelantó y fue más allá, cuando en 1991 tituló, premonitoriamente, La revancha de Dios a su ensayo sobre el papel político de las religiones. Continuar leyendo