El deshielo entre Estados Unidos y Cuba avanza a tambor batiente. La decisión de Barack Obama de retirar al país caribeño de la lista de países patrocinadores del terrorismo, nómina en la que fue incluido por Ronald Reagan en 1982, acelera el ritmo de la normalización de las relaciones bilaterales. A pesar de los escollos que todavía tiene que sortear, el proceso de distensión adquiere características irreversibles.
Una encuesta realizada en Cuba por una firma privada estadounidense arrojó que el 97% de la población considera beneficiosa la normalización de relaciones. Se trata de uno de los niveles de consenso más elevados que puede alcanzar un acontecimiento político en el mundo de hoy. Pero la muestra reveló otros resultados sorprendentes. Después de 56 años de “¡Cuba sí , yanquis no!”, Obama tiene una imagen positiva del 80% contra el 47% (y 48% negativa) de Raúl Castro y el 44% (y 50% negativa) de su hermano Fidel. Extraña paradoja: Obama tiene más popularidad en Cuba que en Estados Unidos.
El sólo hecho de que un presidente norteamericano sea más popular en Cuba que Fidel Castro es un acontecimiento sin precedentes. Pero importa también señalar que lo mismo sucede con el Papa Francisco, a quien ambos gobiernos asignaron un rol fundamental en el éxito de las negociaciones preliminares, que también tiene una imagen positiva del 80%.
Más allá del devenir diplomático, la distensión se advierte en las calles de La Habana. Banderas estadounidenses empiezan a aparecer en remeras, pañuelos y bicicletas. Es cierto que los cubanos siempre acogieron con deferencia a los turistas norteamericanos, con quienes departen sobre su común afición al béisbol, al básquetbol y a las películas y series televisivas de moda, a las que acceden a través del mercado negro. Pero que la tan vituperada insignia de las barras y estrellas se haya convertido en un icono de consumo, especialmente entre los jóvenes, es un cambio cultural del que ya no se vuelve.
¡Es la economía, estúpido!
Las corporaciones multinacionales estadounidenses, que en materia de política interna suelen estar más cerca de los republicanos que de los demócratas, en este caso apoyan a Obama. La posibilidad de negocios es atrayente. Gully Hubbauer y Barbara Kotschwar, del Instituto Petersen para la Economía Internacional, estiman que las exportaciones de productos norteamericanos a Cuba podrían alcanzar a 4.380 millones de dólares anuales, contra unos 500 millones del año pasado, y que las exportaciones cubanas, que actualmente son nulas, podrían trepar a 5.800 millones de dólares.
En materia de exportaciones, los empresarios estadounidenses tienen expectativas diversificadas. Dwight Roberts, titular de la Asociación de Productores de Arroz de Estados Unidos, afirma que los cubanos podrían volver a importar las 400.000 toneladas que compraban anualmente antes del bloqueo comercial. Las compañías automotrices de Detroit sueñan con la oportunidad de reemplazar a los vehículos viejos y destartalados que aún circulan por las calles y rutas de Cuba.
Pero no se trata únicamente de comercio. Cuba puede transformarse en un atractivo destino para las inversiones en distintos rubros. El principal es el turismo. Las grandes cadenas hoteleras y las empresas de aviación visualizan la reapertura de un promisorio mercado para el turismo estadounidense. La inventiva empresaria norteamericana corre más rápido que la política. Ya se estudia la posibilidad de otorgar franquicias a socios cubanos para negocios en diversos rubros, desde locales de comida hasta gimnasios.
El gobierno cubano está atento a estas oportunidades. Palmares SA, una compañía controlada por el Ministerio de Turismo, estableció una empresa conjunta con la firma británica London and Regional Properties Ltd. para edificar una villa turística a dos horas de auto de La Habana, en un proyecto que implica comercializar un millar de casas y departamentos para extranjeros y residentes locales, junto con un hotel de lujo, una cancha de golf y una academia de tenis.
Cuba del Norte
La distensión cubano-estadounidense encuentra una inmensa fuente potencial de capitales en Miami, esa próspera Cuba del Norte cuya prosperidad contrasta con el atraso económico de la Cuba del Sur, una distancia que evoca a la que separaba a las dos Alemanias antes de la caída del muro de Berlín. Más allá de la discusión suscitada entre las organizaciones del exilio acerca de la conveniencia política de la apertura impulsada por la Casa Blanca, la comunidad cubana se prepara para aprovechar el nuevo escenario y multiplicar sus inversiones en su tierra de origen, situada apenas a 145 millas.
Los cubanos de Miami son propietarios de alrededor de 140.000 empresas, que en su conjunto facturan aproximadamente unos 50.000 millones de dólares anuales (casi la mitad del producto bruto interno de Cuba). Las remesas de dinero a sus familiares en la isla, cuyo límite máximo ha sido aumentado significativamente por Obama, constituyen una de las principales fuentes de ingresos para una economía exhausta.
La novedad reside en que esas remesas, que antes ayudaban a solventar los menguados ingresos de centenares de miles de familias, ahora pueden emplearse como primeros aportes de capital para los nuevos emprendimientos empresarios privados autorizados por el régimen, cuyo desarrollo tropezaba con la ausencia de fuentes de financiación.
La liberalización de la compraventa de inmuebles inauguró otro interesante rubro para las inversiones. Miles de cubanos de Miami quieren comprar casas en La Habana. Un periódico llamado “El Papelito”, que se vende en las calles de la capital cubana al precio de un dólar, incluye avisos inmobiliarios que van desde estrechos departamentos hasta mansiones señoriales, con la consiguiente valorización de la propiedad inmueble.
Por esas curiosas ironías de la historia, esa burguesía cubana, exportada compulsivamente por Fidel Castro en la década del 60, para poder edificar el socialismo, es reimportada ahora por su hermano Raúl para construir en Cuba un capitalismo del siglo XXI, en abierto contraste con el “socialismo del siglo XXI” que padece la Venezuela de Nicolás Maduro.