Bajo el pretexto de que se había “excedido en sus funciones”, el fiscal José María Campagnoli, que estaba investigando al altamente sospechoso empresario Lázaro Báez, íntimo amigo de la familia Kirchner, fue sometido a juicio político a instancias de la jefa de los fiscales, Alejandra Gils Carbó. Decía María Elena Walsh en la conocida canción infantil que “en el reino del revés, un ladrón es vigilante y otro es juez”. ¡Pobre María Elena! Seguramente nunca pensó que su fantasía llegaría a estar tan cerca de hacerse realidad.
Conviene recapitular brevemente los hechos para que tomemos conciencia de la magnitud de lo que está sucediendo: el empresario Lázaro Báez es denunciado periodística y judicialmente por presuntos actos ilícitos; el fiscal José María Campagnoli comienza a avanzar en la investigación y a obtener pruebas de que las denuncias en perjuicio de Báez son verosímiles; y entonces la procuradora Gils Carbó denuncia a Campagnoli porque la investigación supuestamente no estaba encuadrada dentro de algún parámetro formal. Pero en realidad el propósito encubierto sería el de impedir que la causa sobre Báez llegue hasta sus últimas consecuencias (que, eventualmente, podrían rozar a la Presidenta de la Nación).
Si esto no es el reino del revés que cantaba María Elena Walsh, ¿cómo lo tenemos que llamar? ¿El que investiga al presunto -muy presunto- culpable es juzgado y el acusado sigue tranquilamente haciendo su vida normal?
Es importante destacar un hecho: nadie afirma que Báez sea culpable. Báez, como cualquier otro ciudadano, tiene todo el derecho a contar con las debidas garantías de defensa. Pero el fiscal Campagnoli, en este caso (pero podría haber sido cualquier otro) tiene la obligación de asumir una posición acusatoria y de presentar el caso ante el juez para que éste evalúe tanto las pruebas del fiscal como los descargos del imputado. Quienes lo conocen, rescatan su actitud comprometida a la hora de investigar a fondo para revelar conductas ocultas detrás de las causas resonantes que pasaron por su escritorio.
Sucede que vivimos en un país donde, a lo largo de muchas décadas, el papel de la justicia se ha desnaturalizado y entonces los corruptos se han acostumbrado a la impunidad. De eso se trata el problema, que la justicia está completamente distorsionada en esta sociedad anómica. De pronto, aparece un perfil como el de Campagnoli queriendo poner las cosas en su lugar y, lógicamente, patea el tablero. “¿Cómo me van a investigar a mí, que soy un ciudadano decente?”, dice el corrupto de turno. Pues, sí señor. Usted será investigado porque hay indicios en su contra y si es inocente no tendrá nada que temer.
El cumplimiento de las normas aparece como una demanda profunda del conjunto de la ciudadanía. Campagnoli es un símbolo de esa aspiración popular. Debería haber diez, cien, mil Campagnoli para que vuelva a tener vigencia el principio básico de la justicia, que consiste en atribuir a cada cual lo que le corresponde.
Entonces, cuando eso suceda, el “reino del revés” volverá a ser la República del Derecho.