Estados Unidos es el escenario de una campaña muy singular en la que se debaten dos propuestas populistas antagónicas en origen y objetivos, abanderadas por sendos candidatos con caracteres y proyecciones que no pueden ser más diferentes.
Otro aspecto de interés es que, aunque los discursos y sus respectivas propuestas son radicalmente opuestos, ambos parecen contar con suficiente respaldo para que cada uno de sus líderes aparenten tener posibilidades de éxito, lo que demuestra que al menos un importante sector del electorado estadounidense está a favor de cambios radicales con orientaciones disparejas.
En los países latinoamericanos, predios favoritos de caudillos cargados de promesas con poca capacidad y menos disposición para cumplirlas, muy pocas veces, si es que ha ocurrido, se ha presentado más de un hacedor de sueños en una misma elección como acontece este año en el país más poderoso del mundo.
El populismo no es precisamente la expresión de una doctrina determinada. En ocasiones es una mezcla de ideas y propuestas difíciles de encasillar. Por ejemplo, Benito Mussolini trasmutó de líder socialista a dictador fascista y Fidel Castro, con un discurso nacionalista y de justicia social, impuso una autocracia sostenida sobre normas marxistas. Continuar leyendo