Durante la campaña por el ballotage en la ciudad, desde el PRO y Cambiemos se llevó a cabo una profusa operación para forzar a Martín Lousteau a bajarse de competir contra Rodríguez Larreta. La misma presión se viene ejerciendo sobre la candidatura presidencial de Margarita Stolbizer y Progresistas desde que la anunció en abril pasado.
Según esta visión, sus candidaturas, por el solo hecho de existir, serían funcionales al kirchnerismo. Es una posición bastante floja de argumentos y poco tolerante del juego democrático. Por más que ellos insistan, el país no está dividido en dos. Es cierto, hay dos extremos densos y bulliciosos de fanáticos e intolerantes, pero en el medio hay una porción anchísima de la ciudadanía (la famosa “ancha avenida del medio”) que no está dispuesta a resignarse a esa polarización ficticia. Mal haríamos los Progresistas, que hemos navegado en esas aguas los últimos 12 años, si nos diluyéramos en cualquiera de los extremos. Nuestro electorado no nos lo perdonaría nunca y, en el juego de la representación, nada hay más grave que la traición al propio electorado.
Irónicamente, el domingo 19 de julio, tras conocerse la victoria ajustadísima de Rodríguez Larreta sobre Lousteau (técnicamente, una diferencia del 1,5 % apenas), el que se bajó fue Mauricio Macri. Pero no se bajó de una candidatura como ya lo hizo otras veces. Se bajó de algo infinitamente más grave: se bajó de las ideas que vino sosteniendo desde que empezó en política e incluso antes, y sobre las cuales construyó su oposición al Gobierno nacional. No lo hizo precedido de ninguna reflexión autocrítica ni mea culpa. Lo hizo por susto, el susto que le dio el electorado de la ciudad que viene gobernando cómodamente desde hace 8 años. Continuar leyendo