Los seres humanos no disponemos de las enzimas necesarias para transformar los ácidos en omega3 por lo cual son “esenciales” y los debemos incorporar en la dieta. Aunque tiene una estructura similar, las funciones y la capacidad de protección para la salud difieren entre los omega3 de origen animal (pescados) y los vegetales. Básicamente son tres: uno de origen vegetal, el ácido alfalinolénico (AAL) y dos de origen marino, el ácido eicosapentanoico (AEP) y ácido docosahexanoico (ADH).
Las fuentes principales de AAL son semillas de chía, las nueces y los aceites de canola, lino y soja. De los ácidos grasos AEP y ADH son los aceites y pescados de mar como la caballa, el atún, las sardinas, el arenque y el gatuzo, entre otros. En este punto es muy importante remarcar que del total del ácido alfalinolénico solo el 5% se convierte en eicosapentanoico y el 0.5% en docosahexanoico. Surge de ahí la necesidad de incorporar el consumo de pescado dos o tres veces por semana en la dieta. En caso de necesitar un aporte mayor debe ser administrado como un suplemento.
A principios del siglo XX, investigaciones realizadas en Groenlandia demostraron que los esquimales tenían menos enfermedades cardiovasculares como infarto de miocardio, cáncer, enfermedades respiratorias como asma y psoriasis que otras poblaciones. Estos hallazgos estimularon al estudio de las propiedades de los ácidos grasos omega3 de origen marino, dado que la dieta de los esquimales estaba basada en el consumo de pescados y carne de foca. Posteriormente se compararon las características de las arterias de los nativos en Alaska versus aquellos sujetos que no habían nacido en dicha región.