“Poblar la Patagonia” era un tópico frecuente en los años 60 y 70, cuando la macrocefalia argentina todavía era una preocupación de la dirigencia nacional.
Hoy nadie reflexiona ni propone nada sobre el tema a pesar de que nuestro desequilibrio geopolítico interno se mantiene y profundiza. Para colmo, el unitarismo económico fue reforzado con un mayor unitarismo político cuando la reforma constitucional de 1994 eliminó el Colegio Electoral -institución federal por excelencia- con lo cual el peso de Buenos Aires en la elección presidencial es desde entonces casi excluyente.
China, el país más poblado del planeta, puso fin recientemente a su rígida política de natalidad y autorizó a cada familia a tener dos hijos (hasta ahora era sólo uno). No hace falta una calculadora para imaginar el impacto demográfico, político y económico que tendrá esta decisión.
Casi en simultáneo, Vladimir Putin exhortó a los rusos a tener tres hijos por familia “para conservar la identidad nacional y no perderse como Nación”.
En la Argentina, la última vez que alguien diseñó una política poblacional fue en 1973 cuando Perón asumió la presidencia.
Desde entonces, no hay debate alguno sobre esta problemática. Sin embargo, ¿de qué sirve la política si no está al servicio de estos propósitos? Imaginar la Argentina a 30, 40, 50 años vista debería ser su primera finalidad.
Londres acaba de “decidir” que un sector de la Antártida Argentina llevará el nombre de “Tierra de la Reina Isabel”. La iniciativa debería mover a risa de no ser por la diferencia de determinación, conciencia y pericia de cada parte.
En Argentina, un medio afín al oficialismo acusa a otro por el despropósito de haberle dedicado “sólo 72 palabras al Premio Internacional de la Diversidad Sexual“, entregado a Cristina en Estocolmo con beneplácito de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex. O sea, mientras países centrales aumentan su potencialidad poblacional, el gobierno argentino promociona la supremacía del elemento masculino en la mujer y del femenino en el hombre como garantía cultural para el control metafísicamente estratégico de la natalidad.
Desde las usinas del pensamiento mundial se promueve continuamente la idea –presentada como axioma- de que la solución a la pobreza es que los pobres no tengan hijos. Curiosamente, esa política encuentra su mayor eco en los grupos progresistas supuestamente defensores de la “periferia” frente al “centro” del mundo, que han llegado al colmo de elevar el aborto a la categoría de “derecho humano”.
¿Es viable un país con más de 3 millones de km2 y apenas 40 millones de habitantes, con potencias desarrollando sus apetencias territoriales en nuestras narices y precisamente frente a la parte menos poblada de nuestro territorio?
Sorprende que un gobierno colmado de sureños no comparta estas preocupaciones.
Sorprende mucho más la ambigüedad de un gobierno que extiende la Asignación Universal por Hijos a las mujeres embarazadas y al mismo tiempo permite que desde medios amigos se fogonee la idea de matar a los argentinos antes de nacer promoviendo la legalización del aborto.
En 1973, Perón se había fijado como objetivo una Argentina de 50 millones de habitantes para el año 2000. En el capítulo V de su Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional (1974-77), había advertencias sobre la peligrosa tendencia demográfica declinante que exhibía el país. En función de ello se proponía una política de protección a las familias, que les permitiera ampliar el número de hijos. También se buscaba reducir la mortalidad, fomentar y orientar la inmigración, frenar la emigración y corregir el desequilibrio regional, revirtiendo la dirección de las migraciones internas.
En una reunión con dirigentes provinciales, el entonces Presidente se explayó sobre las consecuencias que la caída de la natalidad y el envejecimiento de la población podrían tener en el desarrollo del país y en la defensa de su soberanía: “Todo esto abre una sola perspectiva: desaparecer como pueblo frente a quien ya le interesa, en este momento, nuestro territorio como reserva de materias primas”.
Perón no se limitó a las advertencias. El 28 de febrero de 1974, firmó un decreto limitando las políticas anti-natalidad. En los considerandos decía: “La persistencia de los bajos índices de crecimiento constituye una amenaza que compromete seriamente aspectos fundamentales de la República. La alarmante situación demográfica obedece a causas múltiples y complejas, de orden social, económico y cultural, que se relacionan estrechamente con un problema nacional que requiere de la especial preocupación de las autoridades, de la atención y colaboración de la ciudadanía.”
Me pregunto entonces: ¿a quién le conviene una Argentina sin argentinos?