Geopolítica en torno a una muerte sospechosa

“La redistribución de los recursos humanos, espirituales y materiales de un país, cuando se pasa de un período de normalidad a otro extraordinario o viceversa, requiere planes coordinados que no pueden dejarse a merced de la corazonada que inspire la exaltación de un sentimiento o la audacia de una improvisación”, decía Juan Domingo Perón el 6 de septiembre de 1944, al dejar constituido el Consejo Nacional de Posguerra, un organismo que creó para hacer transitar a la Argentina por los intersticios del nuevo orden geopolítico que sobrevendría ante el inminente fin de la Segunda Guerra Mundial.

Con el objetivo de determinar el rol a cumplir por nuestro país en el mundo en la nueva etapa y qué instrumentos eran los adecuados para desempeñarlo con el mayor grado posible de autonomía política, económica y social, Perón no sólo convocó a técnicos sino también a los actores empresariales del momento: nombres de la industria como Di Tella (padre), Dodero o Kraft, y del agro, como Menéndez Behety, Delfino y otros.

Perón crea este Consejo como instituto de estudios -think tank se diría hoy-, para obtener el mayor rendimiento posible de los activos de la Argentina en el mundo de posguerra, llegando incluso a hacer una formulación política -la Tercera Posición-, tan equidistante de las dos potencias que en ese momento se disputaban la hegemonía del ejercicio del poder, que lo encumbró como un líder de concepto mundial.

A la inversa, en la actualidad vemos como las categorías de observación de la realidad que en ese período de nuestra historia instalaron prestigiosamente a la Argentina en el mundo son remplazadas por una compulsión –“exaltación” e “improvisación”, diría Perón- que lleva a confundir tiempos, circunstancias y estrategias. Y que nos hace sufrir activamente las consecuencias de la imposición de la agenda de potencias, de las cuales, con un poco de inteligencia y previsión, podríamos haber sido partícipes con beneficio para el país.

Es que la geopolítica está afuera de la imaginación y expectativas de una dirigencia de cabotaje. La Argentina padece las consecuencias de la renuncia de los integrantes de su clase política al esfuerzo intelectual de actuar como dirigentes con vocación de estadistas, para tomar en cambio el atajo electoral que lleva a un cortoplacismo inconducente.

Pero la crisis abierta por el gravísimo episodio de la muerte dudosa de un fiscal de la Nación no es momento para llevar agua al molino electoral partidario, sino para una profunda reflexión –amplia, plural- y para la convocatoria al aporte de todos en el trazado de líneas de acción en un contexto internacional que, como el de mediados de la década del 40, está en plena mutación.

 

La onda expansiva del nuevo tablero internacional

Ingresamos a un siglo XXI en el que los reacomodamientos mundiales exigen una perentoria velocidad de adaptación de la que hoy la Argentina carece.

China, Estados Unidos y Rusia configuran actualmente el triángulo del poder mundial. Desde Europa, Alemania actúa como amortiguar de las tensiones entre EEUU y Rusia. Moscú hace esfuerzos para sacarla de la OTAN y Washington para contar con su apoyo incondicional, como vemos en la crisis de Ucrania. Pero Alemania, fiel a su genética, tratará de mantener la unidad de Europa, evitar una crisis mayor entre Rusia y EEUU y, en la medida de lo posible integrar más a la primera, convenciéndola de que puede alcanzar una mayor unidad política con el Viejo Continente sin necesidad de usar extorsivamente sus recursos energéticos.

Israel, pueblo fundante de nuestra civilización occidental, que ha sobrevivido aun en los momentos más difíciles de su historia por su ejemplar capacidad de aprender incluso de sus perseguidores, ve hoy en China un liderazgo mundial que supone puede en el futuro corresponderse más con los objetos de su agenda política.

Estados Unidos sufre en algunos conflictos del planeta la colusión entre los otros dos vértices que componen el triángulo de poder mundial. Trata en consecuencia de debilitar al menos poderoso y fuerza a la baja el precio del barril del petróleo hasta niveles que complican a la economía rusa y lesionan su influencia en las regiones del mundo donde ellos también tienen objetivos propios.

China, silenciosa, casi subrepticiamente, se convierte en la primera potencia mundial, sin alardes, para no hacerse cargo de las cargas que tal liderazgo presupone.

En Medio Oriente, el acercamiento de Israel con China, aceleró, de momento, el de Estados Unidos con Irán. Relación que afecta sustantivamente a Israel que, al sentirse desprotegido por la principal potencia de Occidente, estrecha aun más los vínculos con el nuevo poder que surge de Oriente.

Las ondas expansivas de estos reacomodamientos llegan hasta el último rincón del planeta. Y la Argentina es uno de los países menos preparado para absorberlas, y hasta para entenderlas. 

Se aproxima Beatriz Sarlo cuando habla del “amateurismo de la conducción diplomática local y el giro de la Argentina dentro de las zonas de influencia planetarias” (24/01/2015). Lo hace Carlos Pagni, cuando escribe que “jueces y fiscales son piezas de un ajedrez que se juega en otra parte” (23/01/2015).

 

Cómo salir del decadente eje bolivariano y de la improvisación

Pero la dirigencia argentina, más producto de la imagen que de la idea, abandonó casi por completo el entusiasmo por estudiar el mundo; una tendencia que se acentuó en estos últimos años en los que la compulsión y el capricho sustituyeron el esfuerzo de imaginación que todo líder debe hacer para anticiparse a los acontecimientos que determinan la evolución de la geopolítica mundial y poder cabalgarlos con el mayor provecho para su país. Y “el que no tiene capacidad para prever deberá tener buen lomo para aguantar…”

Desde los comienzos de la gestión kirchnerista, más allá de las cortinas de humo del relato, la Argentina desarrolló una política que fue concurrente con los intereses de Estados Unidos. En un artículo de octubre de 2007, en el que recordaba que Luis D’Elía fue eyectado del gobierno por criticar el dictamen judicial de Alberto Nisman contra Irán, el politólogo Carlos Escudé, destacaba que, “desde muy temprano en la gestión, (los diplomáticos estadounidenses) afirmaron que la Argentina cooperaba de manera muy aceptable con los principales puntos de la agenda exterior norteamericana: la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y el lavado de dinero”. El título de su artículo era: “Occidentales con disimulo”. Tres años después, en mayo de 2010, Escudé escribió: “En (el determinante ámbito geoestratégico) es notoria la posición argentina frente a Irán. Durante tres años consecutivos, 2007, 2008 y 2009, nuestros mandatarios denunciaron a ese Estado terrorista en la mayor vidriera del mundo: la apertura de las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. (…) En octubre de 2007, (sostuve) que el gobierno argentino era disimuladamente pro-occidental. Hoy debo decir que (…) ya ni siquiera hay disimulo”.

El problema es que la Argentina fue inconsecuente con esa política, por metodología inconsulta en la habilitación de una base china de observación espacial en nuestro territorio. Una decisión que debió haber sido fruto de una resolución común con Brasil, Uruguay y Paraguay. Nuestros primos hermanos mayores del Norte pueden no estar a la altura de las circunstancias, pero nos guste o no, somos americanos, y no podemos renunciar a hacer el máximo esfuerzo imaginativo posible para participar de una agenda común, de modo de evitar que, por renuncia a ese esfuerzo, tomemos el atajo de aliarnos in totum a otra potencia extracontinental.

Regionalmente, el nuevo gobierno que se instale a fines de este año puede salir del decadente eje bolivariano empujando al Mercosur – o lo que quede de él- y en obvio diálogo con Brasil, a aproximarse a México, país que, al abrirse después de muchísimos años a la participación extranjera en las licitaciones para una explotación mixta de sus reservas petroleras, puede proveernos de los recursos energéticos que necesitemos hasta volver al autoabastecimiento y a su vez facilitarnos una vía de participación en la Asociación Asia Pacífico, la integración económica más importante del futuro.

En la medida de lo posible, se debe impulsar negociaciones en conjunto –regionales, subregionales- con China, para un mayor equilibrio. Y para colocar a la Argentina en la situación geopolítica más armónica posible entre China, Estados Unidos, Rusia y Europa. Y sin desmedro de los vínculos con otras potencias emergentes como India o Sudáfrica.

Esto en el plano del poder. En el plano de la autoridad, recurrir a Francisco, un argentino que es Papa, líder de 1.200 millones de católicos y referente moral de la mayor parte de la humanidad, no para colgarse de la sotana sino para aprender y seguir sus enseñanzas.

 

La “mugre” de afuera

Es tan adolescentemente inútil y fatal hacer seguidismo de una potencia mundial, como suponer que se puede salir indemne de hacerle un desplante. Las consecuencias están a la vista. Algo de esto parece intuir la Presidente cuando pide que no se traslade al país la “mugre internacional”. Pero a este atisbo de conciencia, le falta la autocrítica de una conducción impulsiva que fue el principal acelerador de la importación de esa “mugre”.

Poco antes de que Néstor Kirchner tomara la palabra en la ONU, en septiembre de 2007, para acusar a Irán pública y formalmente por primera vez, el propio Horacio Verbitsky le advertía a la gestión kirchnerista que “si el envío de un chinchorro (sic) menemista a la expedición estadounidense al desierto de Irak en 1990 fue una de las causas de los atentados de 1992 y 1994 contra la embajada de Israel y la AMIA, la situación es más peligrosa ahora: (George W. Bush) tiene el plan de atacar Irán, acaso con armas nucleares, por obvias razones económicas y geopolíticas, y sólo necesita el casus belli que le permita presentarlo ante el mundo como un acto altruista” (Página 12, 23 de septiembre de 2007).

A la autocrítica, además, debería seguirle la rectificación del rumbo porque, del mismo modo que la sobreactuación contra Irán –en una hipótesis que hasta la CIA desmiente hoy- fue más gravosa para la Argentina que el haber enviado naves al Golfo, también lo es la iniciativa de habilitar una base de observación espacial china en nuestro territorio; no por el proyecto en sí, ni por China, ni por EEUU, sino por lo inconsulto y unilateral de la decisión.

Por una metodología individualista y casi autocrática en el ejercicio del poder, que ha instalado un clima anti-institucional en el cual todas las “mugres” –externas e internas- parecen posibles. En geopolítica, los caprichos se pagan. 

Helmut Kohl, el estadista que unió a Alemania sin desunir a Europa

“Helmut llevaba el sentido común al nivel de la genialidad”
(François Mitterrand)

A 25 años de la caída del Muro de Berlín, ¡cómo no recordar a Helmut Kohl!, el jefe político que aspiró a una mundialización controlada y civilizada al servicio de todos, respetuosa de la diversidad cultural y protectora del medio ambiente. Fue este líder católico un implacable opositor al sistema que imperaba detrás de la Cortina de Hierro, y un estadista capaz de unir a Alemania sin desunir a Europa y sin enemistarse con Estados Unidos.

Su taller de creatividad política internacional estaba conformado por líderes de la dimensión de Gorbachov, Bush padre, Mitterrand, Thatcher, los cancilleres Chevardnadze, Baker, Scowcroft, Blackwill, Védrine, Guigou, Bianco, Teltschick, Bitterlich y Hartmann. Sin embargo lo que más le costaba era la unidad interna. En 1989, tras la caída del Muro y el derrumbe de los regímenes soviéticos, pocos creían posible la reunificación alemana así como el acuerdo de Maastricht, que fijaba las metas económicas para la unidad monetaria europea.

Merece indiscutiblemente el calificativo de estadista porque privilegió los intereses permanentes de su Patria por encima de sus intereses personales inmediatos. Por eso promovió la inmediata reunificación de su país contra la opinión de sus pares europeos y de muchos de sus compatriotas, sabiendo que pagaría un costo electoral por ello: Pero no tomó sus decisiones pensando en las encuestas. Recuerdo que en una charla con él en 1998, con motivo de la organización de la conducción de la IDC (Internacional de Partidos de Centro), el ex Canciller me dijo: “La unidad interna lleva más tiempo de lo pensado por la reticencia de una generación de dirigentes que no han vivido la guerra ni la posguerra y que tienen por lo tanto dificultades para encarnar verdaderamente el imperativo de la unidad y en algunos casos buscan adolescentemente excusas para entrar en colisión con Estados Unidos”.

Kohl proponía –y lo realizó concretamente- modificar la hegemonía monetaria del dólar pero sin crear rispidez política alguna con Estados Unidos. Otros, en cambio, tenían más entusiasmo por las rispideces que por el significado estratégico de la creación del euro. Cabe notar que, a la vanguardia de los procesos de paz y reconciliación en y entre las naciones se encuentran generalmente los principales protagonistas del período doloroso que se quiere cerrar. A la inversa, frecuentemente se oponen quienes sienten la necesidad de compensar una falta o aquietar sus conciencias. Como hemos visto que sucedió en esta década en nuestro país.

Recuerdo que Kohl también me dijo en aquella ocasión: “Es decisivo que intentemos llegar al otro lado de la montaña antes del fin de siglo. En los últimos quince años hemos conseguido poner el tren de Europa en las vías y la locomotora está en esa dirección. Independientemente de los cambios que pudiera haber, y de las dificultades que surjan, la locomotora ya no podrá retroceder. En tres años habrá una sola moneda, y muchos europeos no terminan de entender lo que significa, sobre todo su componente social y cultural, ya que el mundo adquirirá un carácter multipolar al tener más de una moneda de reserva y nuestros amigos norteamericanos tendrán que aceptar que ya no están ‘solitos’ para hacer lo que quieran. Y lo van a aceptar porque siempre he tenido buenas relaciones con ellos”.

“Por esto –agregó- para los alemanes y para los europeos es importante tener buenas relaciones con USA, pero también con Asia y América Latina, para institucionalizar la pluripolaridad”.

Recuerdo también que reconoció “el valor del presidente Carlos Menem, cuando le dijo a Clinton, respecto del ALCA, que la Argentina solo negociaría como bloque” por la importancia que eso tenía para sostener el Mercosur. Pero parece ser que nadie es profeta en su tierra. En Alemania, Helmut Kohl debió padecer la ingratitud de una generación de nuevos políticos –incluso algunos de los que él mismo había formado- que, “apresurados y desagradecidos”, quisieron olvidar lo que le debían.

Pero el nombre de este estadista de talla ya estaba en la Historia. En marzo de 2007, al cumplirse el 50º aniversario de los Tratados de Roma, el dirigente portugués José Manuel Durao Barroso, entonces Presidente de la Comisión Europea, propuso a Helmut Kohl para el premio Nobel de la Paz: “Creo que lo merece por todo lo que ha aportado a la reunificación de Alemania y de Europa. Es una forma, no sólo de rendir tributo a un gran europeo, sino también de recordar a todo el mundo lo que significa para Europa vivir en paz hoy”.

La propuesta suscitó reacciones de entusiasmo en muchos sectores de la dirigencia política mundial. Paradójicamente, una sola persona se mantuvo fría. Fue Angela Merkel, la misma que, en una “mezquindad sin precedentes” según la mayoría de la dirigencia de la CDU (Unión Cristiana Demócrata, el partido de Helmut Kohl), fue también quien le dio el golpe de gracia cuando un ignoto sujeto desde Canadá lo acusó de haber usado fondos negros para financiar la campaña de dirigentes europeos afines.

Angela Merkel, una política de la Alemania ex comunista, cuya carrera en la CDU fue apadrinada superlativamente por Helmut Kohl, pertenece a esa generación que no había vivido la guerra (a la que la caída del Muro de Berlín sorprendió tomando un baño sauna en un club, según ella misma relató) y que no entendía o no le interesaba la trascendencia de lo que su padre político había aportado a la paz y a la unidad de Europa. Por algo aceptó luego (Merkel) junto a otros dirigentes sacar la mención a las raíces cristianas de Europa en el proyecto de Constitución de la UE, aun en contra de la opinión de Juan Pablo II. Un hecho que debilitó la unidad cultural, política y económica de Europa, como salta a la vista hoy.

Pero el euro está ahí, gracias a la obra de este último gran estadista del  siglo XX, que como oportunamente destacó Gorbachov “con su aporte evitó una tercera guerra mundial”.

Por todo ello, como dijo una vez Felipe González: “Gracias, Helmut”.

Foto Romano- Kohl