“Yo maté a mi propio hijo por ser indiferente a lo que estaba pasando”. Esta dura admisión de Eduardo Tonello, padre de Pablo, el joven de 27 años, asesinado hace dos semanas en Palermo por un delincuente que quiso robarle la bicicleta, expone en carne viva el triste fenómeno de una sociedad que deja que maten a sus hijos en la mayor indiferencia.
Además del dolor infinito de cada deudo, si un día midiéramos esta tragedia, si hiciéramos la cuenta de los muertos, quizá se tomaría conciencia de la pérdida irreparable en materia de vida, juventud, talento, formación, sueños, energías, que representa para un país el flagelo creciente de una criminalidad desbordada por la falta de una política de Estado para enfrentarla.
Pero no sacar esta cuenta es parte de la negación. Contar los muertos obligaría a asumirlos. Y acá se trata de negarlos.