“Helmut llevaba el sentido común al nivel de la genialidad”
(François Mitterrand)
A 25 años de la caída del Muro de Berlín, ¡cómo no recordar a Helmut Kohl!, el jefe político que aspiró a una mundialización controlada y civilizada al servicio de todos, respetuosa de la diversidad cultural y protectora del medio ambiente. Fue este líder católico un implacable opositor al sistema que imperaba detrás de la Cortina de Hierro, y un estadista capaz de unir a Alemania sin desunir a Europa y sin enemistarse con Estados Unidos.
Su taller de creatividad política internacional estaba conformado por líderes de la dimensión de Gorbachov, Bush padre, Mitterrand, Thatcher, los cancilleres Chevardnadze, Baker, Scowcroft, Blackwill, Védrine, Guigou, Bianco, Teltschick, Bitterlich y Hartmann. Sin embargo lo que más le costaba era la unidad interna. En 1989, tras la caída del Muro y el derrumbe de los regímenes soviéticos, pocos creían posible la reunificación alemana así como el acuerdo de Maastricht, que fijaba las metas económicas para la unidad monetaria europea.
Merece indiscutiblemente el calificativo de estadista porque privilegió los intereses permanentes de su Patria por encima de sus intereses personales inmediatos. Por eso promovió la inmediata reunificación de su país contra la opinión de sus pares europeos y de muchos de sus compatriotas, sabiendo que pagaría un costo electoral por ello: Pero no tomó sus decisiones pensando en las encuestas. Recuerdo que en una charla con él en 1998, con motivo de la organización de la conducción de la IDC (Internacional de Partidos de Centro), el ex Canciller me dijo: “La unidad interna lleva más tiempo de lo pensado por la reticencia de una generación de dirigentes que no han vivido la guerra ni la posguerra y que tienen por lo tanto dificultades para encarnar verdaderamente el imperativo de la unidad y en algunos casos buscan adolescentemente excusas para entrar en colisión con Estados Unidos”.
Kohl proponía –y lo realizó concretamente- modificar la hegemonía monetaria del dólar pero sin crear rispidez política alguna con Estados Unidos. Otros, en cambio, tenían más entusiasmo por las rispideces que por el significado estratégico de la creación del euro. Cabe notar que, a la vanguardia de los procesos de paz y reconciliación en y entre las naciones se encuentran generalmente los principales protagonistas del período doloroso que se quiere cerrar. A la inversa, frecuentemente se oponen quienes sienten la necesidad de compensar una falta o aquietar sus conciencias. Como hemos visto que sucedió en esta década en nuestro país.
Recuerdo que Kohl también me dijo en aquella ocasión: “Es decisivo que intentemos llegar al otro lado de la montaña antes del fin de siglo. En los últimos quince años hemos conseguido poner el tren de Europa en las vías y la locomotora está en esa dirección. Independientemente de los cambios que pudiera haber, y de las dificultades que surjan, la locomotora ya no podrá retroceder. En tres años habrá una sola moneda, y muchos europeos no terminan de entender lo que significa, sobre todo su componente social y cultural, ya que el mundo adquirirá un carácter multipolar al tener más de una moneda de reserva y nuestros amigos norteamericanos tendrán que aceptar que ya no están ‘solitos’ para hacer lo que quieran. Y lo van a aceptar porque siempre he tenido buenas relaciones con ellos”.
“Por esto –agregó- para los alemanes y para los europeos es importante tener buenas relaciones con USA, pero también con Asia y América Latina, para institucionalizar la pluripolaridad”.
Recuerdo también que reconoció “el valor del presidente Carlos Menem, cuando le dijo a Clinton, respecto del ALCA, que la Argentina solo negociaría como bloque” por la importancia que eso tenía para sostener el Mercosur. Pero parece ser que nadie es profeta en su tierra. En Alemania, Helmut Kohl debió padecer la ingratitud de una generación de nuevos políticos –incluso algunos de los que él mismo había formado- que, “apresurados y desagradecidos”, quisieron olvidar lo que le debían.
Pero el nombre de este estadista de talla ya estaba en la Historia. En marzo de 2007, al cumplirse el 50º aniversario de los Tratados de Roma, el dirigente portugués José Manuel Durao Barroso, entonces Presidente de la Comisión Europea, propuso a Helmut Kohl para el premio Nobel de la Paz: “Creo que lo merece por todo lo que ha aportado a la reunificación de Alemania y de Europa. Es una forma, no sólo de rendir tributo a un gran europeo, sino también de recordar a todo el mundo lo que significa para Europa vivir en paz hoy”.
La propuesta suscitó reacciones de entusiasmo en muchos sectores de la dirigencia política mundial. Paradójicamente, una sola persona se mantuvo fría. Fue Angela Merkel, la misma que, en una “mezquindad sin precedentes” según la mayoría de la dirigencia de la CDU (Unión Cristiana Demócrata, el partido de Helmut Kohl), fue también quien le dio el golpe de gracia cuando un ignoto sujeto desde Canadá lo acusó de haber usado fondos negros para financiar la campaña de dirigentes europeos afines.
Angela Merkel, una política de la Alemania ex comunista, cuya carrera en la CDU fue apadrinada superlativamente por Helmut Kohl, pertenece a esa generación que no había vivido la guerra (a la que la caída del Muro de Berlín sorprendió tomando un baño sauna en un club, según ella misma relató) y que no entendía o no le interesaba la trascendencia de lo que su padre político había aportado a la paz y a la unidad de Europa. Por algo aceptó luego (Merkel) junto a otros dirigentes sacar la mención a las raíces cristianas de Europa en el proyecto de Constitución de la UE, aun en contra de la opinión de Juan Pablo II. Un hecho que debilitó la unidad cultural, política y económica de Europa, como salta a la vista hoy.
Pero el euro está ahí, gracias a la obra de este último gran estadista del siglo XX, que como oportunamente destacó Gorbachov “con su aporte evitó una tercera guerra mundial”.
Por todo ello, como dijo una vez Felipe González: “Gracias, Helmut”.