Concluyeron los dos años de Argentina como Miembro No Permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con un balance pobre y que ha dejado en evidencia a una diplomacia ambivalente y poco profesional en el tratamiento de las principales cuestiones de política internacional. Las posiciones adoptadas en los temas más críticos que hacen a la paz y a la seguridad internacional fueron, cuanto menos, polémicos y han representado, entre otros, un abandono de ciertos valores esenciales de la política exterior. Ninguna de estas actitudes ha favorecido ni contribuido al fomento de la confianza y la credibilidad.
La defensa del principio de integridad territorial, clave en el reclamo de soberanía respecto de las Islas Malvinas, fue descartada en un caso específico al no haber cuestionado la anexión rusa de Crimea, en particular el referéndum de autodeterminación, o los intentos separatistas. Una decisión desilusionante. La defensa universal de los derechos humanos tampoco mantuvo constancia como quedó en claro en numerosas instancias en apoyo al régimen autoritario sirio. Recientemente con respecto a crímenes de lesa humanidad en Corea del Norte, expresó escepticismo sobre la conveniencia del recurso a la Corte Penal Internacional.
En la lucha contra el terrorismo fundamentalista islámico también la Argentina dejó dudas, al haber cuestionado, con ironía en una sesión formal, los riesgos que dichos grupos confesionales armados suponen para la paz y la preservación del derecho internacional humanitario, en particular en Irak y Siria. También al haber desechado en su momento la tradición de presidir el órgano subsidiario del Consejo de Seguridad sobre terrorismo, resolución 1267 (1999). Cuando le correspondió a la Argentina la Presidencia del Consejo de Seguridad, los temas propuestos fueron, en gran medida, insustanciales u obvios como fue el caso de la consideración de una mayor cooperación entre Naciones Unidas y los organismos regionales y subregionales. Un tema que, por otro lado, ya había sido materia de extenso tratamiento previo y que terminó, en definitiva, constituyendo un calco de lo hecho anteriormente por Chile o China ¿Acaso no había otros temas en agenda más urgentes, incluso para el interés latinoamericano?
Tampoco la Argentina aprovechó la ocasión de Miembro No Permanente para fortalecer los criterios que hacen a la necesidad de urgente reforma del Consejo de Seguridad como podría haber sido instalar la idea de representación regional o de mayor coordinación bilateral con algunos países como, en cambio, impulsó con imaginación estratégica Néstor Kirchner con Brasil en la anterior oportunidad que se integró dicho órgano. La coordinación con Chile, que se sumó en el 2014, brilló por su ausencia. Algunas posiciones fueron incluso dispares.
A la cuestionable tendencia de matizar posiciones históricas de política exterior, se podría agregar una reciente versión preocupante del Palacio San Martín que indicaría que la Argentina presentaría en las próximas semanas la candidatura al Consejo de Seguridad para dentro de 15 años en lugar, como lo venía haciendo desde la constitución de las Naciones Unidas, de intervalos regulares de cada seis o siete años. De confirmarse dicha intención, sería una decisión lamentable que dejaría por un período prolongado a los próximos gobiernos sin una herramienta clave de política internacional. También afectaría muchas de las posibles estrategias futuras de Argentina en Naciones Unidas y en otros organismos especializados del sistema internacional. Es de esperar que los desatinos del comportamiento diplomático multilateral no lleguen a tanto.