Lo más trascendente que parece haber dejado el debate es la poca voluntad para escucharse que exhibieron los candidatos. Cada uno con una estrategia bien estudiada, salieron al ruedo a expresar lo suyo, sin reparar en nada más. No pareció importarles el debate en sí, ni que la sociedad se quedara sin poder conocer sus propuestas. Ninguno contestó las preguntas de su oponente. Daba la sensación de que ni las escuchaban y, si lo hacían, se esforzaban por sobreactuar que no las iban a contestar. Tal lo sucedido verbigracia sobre el final, cuando Mauricio Macri le preguntó a Daniel Scioli qué actitud iba a tomar respecto del memorándum con Irán, o con lo que está aconteciendo con la dictadura de Nicolás Maduro, y este le respondió con otra pregunta sobre los derechos humanos. Diálogo de sordos.
Ciertamente, llegaban uno y otro en situaciones y con necesidades bien diferenciadas. Scioli esperando el milagro que lo volviera a posicionar, Macri con la intención de tan sólo transcurrir el compromiso. En ese escenario, el ganador por lejos resultó Mauricio Macri. El lenguaje corporal de los candidatos durante el debate, y sobre todo al inicio y al final, fue más que elocuente al respecto. Un Scioli tenso y nervioso al inicio, un Macri exultante y merecedor del beso y abrazo de su mujer sobre el final. El campeón había retenido la corona. El retador hizo lo que pudo, pero, como sucede en el mundo del boxeo, sólo con un knock out hubiese salido victorioso. Demasiado pretensioso para un candidato que hasta en el debate mismo llegó a negar a sus colaboradores de “esquina”. Continuar leyendo