Quizás no todos sepan que la República de China no solo se integra con lo que conocemos como China Popular, sino que comprende también lo que antiguamente se conocía como “Formosa” y hoy se reconoce como Taiwán. Difícil para los que vivimos de este lado del mundo comprender esta situación tan sui generis que reúne y vincula a estos dos “países” como si fueran uno solo.
En efecto, la República de China (Taiwan), país democrático, es parte de la República de China (Popular), país comunista. Seguramente muchos se estén preguntando cómo es esto posible; ¿acaso China Popular y Taiwán no son dos países diferentes? Ciertamente, cada país tiene su propia bandera, su propia Constitución, su propio ejército y sus propias autoridades. Pero pese a ello, al final del día, ambas dos, China Popular y China Taiwán se reconocen frente al mundo, sencillamente como República de China.
Tan compleja arquitectura política, que reúne un país comunista con uno democrático, -y que para el mundo occidental es tan difícil de asimilar-, obedece a una sola razón: ambas dos naciones han priorizado el mejor bienestar de cada uno de sus pueblos. Seguramente, para China Popular no haya sido fácil ceder a su deseo de recuperar por la fuerza el territorio que hoy ocupa Taiwán. De igual suerte, para Taiwán no debe haber sido tampoco fácil ceder a su deseo de independizarse definitivamente de la China Popular. Sucede que de insistir cada uno en su postura, la resultante inevitable sería una nueva guerra entre ambas naciones.
Con mucha inteligencia, y con un gran sentido de responsabilidad, sus líderes han sabido llegar a un punto de encuentro, donde cada país, sin perder su identidad, ha logrado un status quo que les permite convivir pacíficamente e ir integrándose cada día más. No es casualidad que China (Popular) sea la primer economía del mundo, y Taiwán la número trece a nivel mundial; y que cada día que pasa interactúen más en sus respectivas economías y sociedades.
Es cierto que todavía falta mucho para descartar toda hipótesis de conflicto en la zona. De hecho, China Popular tiene algo así como 1600 misiles apuntando a Taiwán. Pero está a la vista que tanto chinos continentales como taiwaneses han optado por la paz y la convivencia pacífica, y han encontrado en esta fórmula política que los integra una realidad que ambos dos países parecieran defender a conciencia.
Quizás sería de gran ayuda para fortalecer este esfuerzo que vienen haciendo estas dos naciones que el resto de los países del mundo no pusiera tantas trabas a reconocer, -respetando esta ingeniería política que entre ellas han elaborado-, a ambos dos países como dos realidades distintas bajo un denominador común. Mayor participación de Taiwán en foros y organizaciones internacionales seguramente redundaría en un fortalecimiento de este status quo.
Cuando uno ve estos ejemplos de convivencia e integración de modelos tan diferentes, nada menos que uno comunista y otro democrático, por cierto que con poderíos muy distintos y muy desproporcionados, se le hace cuesta arriba comprender cómo es posible que en nuestro país dirigentes que están en una línea de pensamiento muy parecida no puedan ponerse de acuerdo en función del mejor interés de la Nación.
Nuestra clase dirigente debiera nutrirse de estos ejemplos que nos brindan naciones como China y Taiwán, y priorizar alguna vez el mejor interés del pueblo por encima del suyo propio. Si la oposición en Argentina está convencida que lo peor que le puede suceder al país es la continuación del kirchnerismo en el poder, debiera comprender que es la hora del encuentro y del sacrificio en función de un interés superior; me refiero, al mejor bienestar de todos los argentinos. Relegar posiciones en función de un interés mayor no es muestra de debilidad ni implica ceder; por el contrario, es el mejor ejemplo de grandeza y amor a la Patria.