Una vez más, el mundo mira con atención la suerte de la restructuración de la deuda argentina. Ella sentará precedente para próximas restructuraciones, donde ya podemos advertir su necesidad en Europa, con solo ver cómo se busca torpemente martirizar al pueblo griego con ajustes degradantes e ineficaces.
No es la primera vez que Argentina ocupa tal lugar de visibilidad en los ciclos financieros de la economía mundial. En el siglo XIX, la antigua casa Baring Brothers, que venía esquilmando al país desde 1822, terminó quebrando en noviembre de 1890 por jugar con fuego con la deuda soberana argentina. En 1891 el producto cortó en menos 11% (peor que en el Chinchón), guarismo que por ironías de la historia se repetiría en 2002, tras sendas crisis de convertibilidad, especulación financiera y default.
El ciclo actual, que lleva más de 5 años crujiendo en Europa, comenzó a mediados de los setentas en América Latina, región que lideró las reformas financieras, incluso antes que en los países centrales. Desde entonces, Argentina tuvo una actuación destacada en esto de endeudarse por sobre sus posibilidades y sus conveniencias, factor que en los ochenta costó a la región la llamada “década perdida”, y a Alfonsín la administración de la vuelta a la democracia.
La estatización de la deuda privada a fines de la dictadura militar fue complementada en la década siguiente con la atomización de los acreedores, a través de reestructuraciones improcedentes como las del Plan Brady, que reciclaron la antigua “deuda odiosa” desparramándola en bonos por toda la orbe. Allí EEUU (a través de Brady, su secretario del Tesoro) puso el huevo de los fondos buitres, que las políticas neoliberales de los noventa se encargarían de empollar.
Hoy, volvemos a ser protagonistas en el cierre de ese ciclo histórico de los capitales financieros que ha fracasado en el mundo. Estos fondos buitre se comportan como agentes residuales en el sistema financiero. No son los acreedores que con buena fe invirtieron en bonos argentinos, y a los que se busca garantizar el cobro con esta nueva apertura del canje, sino que son corporaciones con gran poder de lobby que compraron los bonos recién en 2008, es decir cuando Argentina ya se mostraba rehabilitada y pagadora en medio del epicentro de la crisis mundial.
El accionar de esos fondos va siempre al revés que el gran volumen del mercado. Son la inversa del efecto manada. Ello no los convierte en una válvula autoreguladora del sistema, como podría pensar algún economista creyente. Premios Nobel como Stiglitz advierten lo contrario, señalándolos como agentes desestabilizadores de futuras reestruturaciones.
En todo caso, el sistema financiero construido a lo largo de sucesivas reformas permitió la emergencia de estos fondos, para que alguien pudiera ejercer todas las acciones políticamente incorrectas que los organismos formales del multilateralismo de posguerra no pueden asumir (lo cual ya es mucho) asemejándose a esas agencias patoteras de deudores incobrables pero a nivel de deudas soberanas (ver la pagina del “Grupo de tareas para Argentina”). Las negociaciones políticas del Fondo Monetario con los Estados fue reemplazada por litigios judiciales entre los fondos buitres con los Estados, relación comprimida al plano del derecho privado donde el martillito de un juez de habla inglesa y con peluca sería suficiente artificio para definir la expoliación de una Nación.