Samuel vive en una casa de madera picada y en mal estado del barrio Nelson Mandela de Cartagena, un sector creado a partir de desplazados por la violencia colombiana, en su mayoría afrodescendientes, que invadieron los terrenos. Sin alcantarillado, solo con un pequeño lugar lleno de barro en una esquina del diminuto patio, seguido de otro donde se asean, la vivienda tiene tres pequeños espacios divididos con algunos cartones, con pequeñas camas, y un televisor viejo en el que durante mi visita veían novelas (miraban una de Juan Soler el día que hablé con Samuel) su madre y sus dos hermanas mayores.
La madre cocinaba y dice cocinar una única comida al día, en este caso era un pollo, con arroz y algunas legumbres. En la cocina de carbón, cuando calientan los alimentos puedes probablemente sentir el calor en la pequeña cama donde hacen la siesta dos hermosas niñas de 2 y 3 años respectivamente. La madre cuenta que plancha y lava cuando le sale trabajo doméstico en zonas prósperas de la ciudad, pero que hay días que viven con 2000 pesos, un dólar para toda la familia. Samuel dice ganar en un buen día unos 7 dólares o 14,000 pesos (para una familia de 6). El padre no trabaja. Algunos vecinos aseguran que consume mucho alcohol. No lo vi.
A Samuel se le nota que es un niño emprendedor y responsable. No es el único niño de Nelson Mandela que trabaja, hay varios que tienen negocios vendiendo comida u otros víveres. Se van en transporte público a las afueras de los mercados populares ciudad adentro y venden los bollos, sus madres o abuelas les recuerdan antes de salir que deben vender toda la mercancía y regresan de noche cuando el barrio se encierra para evitar presenciar algún enfrentamiento con grupos de jóvenes que conforman pandillas violentas. En el barrio me decían algunos adultos que trabajar es una bendición para niños como Samuel, los aleja de las pandillas, la droga y las malas andanzas.
Samuel es la cara de muchos niños que trabajan en Latinoamérica y que no tienen los medios para estudiar ni el tiempo para jugar. Algunos juegan de noche cuando no quedan profundamente dormidos, agotados después de las arduas jornadas de trabajo. Otros solo juegan en sus sueños, mientras duermen. Porque cuando el sol sale, otra jornada laboral los espera.
Tuve la oportunidad de ser seleccionada para participar en el taller de periodismo audiovisual de la Fundación Gabriel Garcia Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, junto con otros trece periodistas de Latinoamérica. Pasar una semana compartiendo con los Mandelistas mientras grabábamos un documental fue un privilegio. En mi mente quedaron grabadas historias que representan lo que en parte es nuestra Latinoamérica, una mezcla de la alegría, de la esencia de mucha gente, con la mezcla de una cruda realidad de desigualdad.