El escándalo de la votación en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) del día 3 de diciembre es una muestra más de que en el país hay pocas cosas que funcionen peor que los controles y la Justicia.
Sólo se debía verificar una votación de setena y cinco personas, mucho menos de las que tuvo, por ejemplo, cualquier mesa el día del ballotage, que está a cargo de un presidente de mesa con escasa o ninguna preparación. Pero en este caso, para controlar se convocó a veedores de la Inspección General de Justicia (IGJ). También se transmitió en directo, a fin de evitar cualquier irregularidad. Es decir, todos esperaban que algo irregular ocurriera, de lo contrario no se entiende que para tan pequeña votación se dispusieran tantos controles.
A pesar de ello, y para sorpresa (¿sorpresa?), igual irrumpió el escándalo. Un voto más de los que debía haber resultó ser “casualmente” el necesario para que todo quedara empatado y la AFA siguiera con el mismo presidente hasta tanto se volviera a votar. Algo que se podría haber hecho inmediatamente, de no ser porque dos de los electores tuvieron que retirarse: uno amenazado y otro porque estaba apurado por irse. ¿Cuánto tiempo pueden tardar en votar 75 personas? No mucho, ¿no?
Y así sigue la AFA, rodeada de escándalos, de sospechas de corrupción, sin saber bien cómo se manejan los fondos que reciben, ni a quién se los adjudican. Eso sin hablar de las sospechas de los partidos “arreglados”, árbitros “digitados” y demás.
Al revés de lo que decía el anillo de Julio Grondona: “Nada pasa”. Aunque parezca increíble, nadie —ningún fiscal, la misma IGJ— toma cartas en este tema. Y esto tampoco llama la atención, ya que es sabido que la Justicia penal en la Argentina deja mucho que desear cuando hay que investigar al poder. En realidad, es una mezcla de desidia con un “Mejor no me meto”, “Tengo mucho trabajo” o directamente un “No me importa”. Aquí sí que la Justicia es ciega.
Como contrapartida (y para dejarnos aún peor parados, por contraste) la fiscal general de los Estados Unidos, Loretta Lynch, confirmó los nombres de los 16 dirigentes involucrados en el escándalo de corrupción de la Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol (FIFA, por sus siglas en inglés), que ya tiene varios detenidos y arrepentidos. Entre ellos se encuentran dos dirigentes vernáculos: Eduardo Deluca y José Luis Meizner. El primero fue secretario general de Conmebol y muy cercano a Julio Grondona. El segundo, ex presidente de Quilmes y ex secretario general de Conmebol, cargo al que renunció hace unos días con motivo de esta investigación. Obviamente, también persona de confianza de Grondona.
Por estos pagos, ningún fiscal, nadie, parece darse por aludido. Tiene que venir una fiscal norteamericana a decirnos cómo hacer las cosas. La fiscal Lynch no pierde el tiempo y sigue deteniendo gente. Detuvo hace unos días en Zúrich a Alfredo Hawit, presidente de la Concacaf, y a Juan Ángel Napout, presidente de la Conmebol. Ambos comenzarán a tramitar sus extradiciones a los Estados Unidos. Los acusados y los coconspiradores estarían implicados en sobornos y comisiones ilegales por más de doscientos millones de dólares.
De parte de la Procuración, silencio de radio. La procuradora Alejandra Gils Carbó (que quizás no conozca de fútbol) debería interiorizarse.
Tal vez todo esto no se deba solamente a la poca profesionalidad y ganas de trabajar de algunos fiscales, sino también a algún otro ingrediente político, ya que mucho del dinero de la AFA proviene del Estado nacional con su aporte de Fútbol para Todos.
Por lo pronto, no me extrañaría que los dirigentes de la FIFA evaluaran cambiar la sede de reuniones de Zúrich por alguna ciudad de Argentina. Después de todo, acá nada pasa.