Paren las rotativas: Julio César fue asesinado

Esta primavera me encontré con una historia publicada en varios periódicos europeos: que en los suburbios de París, un profesor había llevado a un grupo de estudiantes a creer que el mundo es controlado por una secta oculta, conocida como los Illuminati. Después de examinar la noticia con mayor detenimiento, creo que había surgido de una sola fuente: un periodista, presuntamente corto de material, que se había cruzado con una clase que devoraba informes en línea de una supuesta conspiración mundial por parte de los Illuminati.

Los Illuminati también han aparecido recientemente en las noticias, incluyendo un artículo sobre las teorías de la conspiración que se están extendiendo como reguero de pólvora en las escuelas; y los resultados de una encuesta muestran que 1 de cada 5 personas en Francia cree en la existencia del grupo. En última instancia, todos estos artículos parecen volver a dos puntos fundamentales: primero, que hay una gran cantidad de material en Internet dedicado a los Illuminati; y segundo, que un gran número de personas leen este tipo de material. ¿Es éste un material de periodismo contundente?

Es cierto que, mientras que en el pasado los teóricos de la conspiración tenían que consultar libros, además de otras anticuadas formas de medios de comunicación para investigar acerca de los presuntos centros de poder oculto, hoy sólo tienen que navegar por la Web. Allí, van a encontrar una gran cantidad de sitios dedicados a potenciales conspiraciones globales, de los Illuminati a los Sabios de Sión, e incluso, entre ellos, el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza.

Gran parte de la vasta literatura sobre el tema es vieja y repetitiva, a pesar de que sin duda ayudó a Dan Brown a escribir el best-seller “Ángeles y Demonios”. (Ofrecí mi propia grotesca interpretación de las teorías de conspiración en “El péndulo de Foucault”, aunque la información no salió de fuentes de Internet, sino de material obtenido en librerías especializadas en ciencias ocultas.) Sin embargo, en Internet, todo lo viejo es nuevo otra vez.

Y en una época en que el populismo está disfrutando de un renacimiento en tantas formas, tal vez sea natural para los teóricos de la conspiración tratar de incitar a las masas mediante la invocación de los miembros (anónimos) de los Illuminati, quienes supuestamente son culpables de todos los males del mundo. Pero esto no explica por qué los medios serios de noticias se molestan en tratar este tema.

Tal vez siempre habrá algunos periodistas que prefieren acceder a una historia monótona e irrelevante que admitir que no tienen nada realmente sensacional que reportar. Lo que es notable es que los lectores no sólo aceptan esas notas de la no-noticia, sino también las consumen con agrado. (Probé esta teoría, mostrando uno de los artículos de los Illuminati a algunos conocidos Su respuesta en general fue algo así como: “¡Mire nada más eso! Quién lo hubiera pensado”).

Y esto nos lleva a una conclusión bastante triste: en el vasto océano en línea, todos y cada uno de los bits de información (no verificada) pueden ser compartidos, desde la biografía de la tía de Hammurabi hasta el color de los uniformes de los soldados en la Guerra de los Siete Años; del tipo de sangre de Napoleón a cuántos dientes perdió Goliat ante la honda de David. Además, Internet se presta a este tipo de “hechos” con un cierto aire de atemporalidad, como si estuvieran recién reportados.

Y así, un periodista especialmente perezoso puede visitar un sitio web al azar, elegir una teoría bien establecida y utilizarla como base para un artículo en profundidad con un titular que comience así: “Sensacional Descubrimiento Histórico.” El periodista podría vender esa historia con la serena convicción de que la información es tan obsoleta que puede ser desempolvada sin temor a que alguno de los lectores proteste. Imagínense un titular a ocho columnas “Estudiosos descubren que César fue asesinado en los Idus de marzo”, y el editor alabando al periodista: ”Ahora bien, ¡esto es lo que yo llamo adelantarse con la noticia!”

Por todos los beneficios que tiene, Internet puede ser un paraíso para los periodistas perezosos que recurren a la presentación de informes sobre las teorías de conspiración o haciendo resurgir hechos establecidos como impactantes primicias. Corresponde a los lectores rechazar este tipo de periodismo, para exigir más que el status quo. Después de todo, ¿no es eso lo que harían los Illuminati?

El ámbito del Papa

El papa Francisco es un jesuita que asumió un nombre franciscano y prefiere pernoctar en hoteles sencillos en lugar de alojamientos lujosos. Lo único que le falta es calzarse un par de sandalias y ponerse el hábito de monje, expulsar del templo a los cardenales que llegan en sus Mercedes y regresar a la isla siciliana de Lampedusa para defender los derechos de los inmigrantes africanos detenidos ahí.

A veces parece que Francisco es la única persona que todavía dice y hace “cosas de izquierda”. Sin embargo, también ha sido criticado por no ser suficientemente izquierdista: por no haberse pronunciado en público contra la junta militar de Argentina en los años 70, no haber apoyado a la teología de la liberación, dedicada a ayudar a los pobres y a los oprimidos, y no haber hecho pronunciamientos definitivos sobre el aborto y la investigación con células madre. Entonces, ¿dónde está colocado exactamente el papa Francisco?

En primer lugar, pienso que es un error considerarlo un jesuita argentino; quizá deberíamos verlo más bien como un jesuita paraguayo. Después de todo, es muy probable que su educación religiosa haya estado influida por el “Santo Experimento” de los jesuitas en Paraguay. Hoy en día, lo poco que se sabe de esos eventos es gracias a The Mission, película de 1986 con Robert De Niro y Jeremy Irons que, tomándose considerables licencias literarias, condensa 150 años de historia en tan sólo dos horas.

Resumamos: de México a Perú, los conquistadores españoles llevaron a cabo matanzas indescriptibles, con el apoyo de teólogos que consideraban salvajes a los indígenas y creían tener la justificación divina para dominarlos. A principios del siglo XVI, el valiente misionero y cronista español Bartolomé de las Casas cambió de bando, renunciando a sus siervos indígenas y regresando a España para abogar por una forma de colonización más pacífica. Se opuso decididamente a la crueldad de conquistadores como Hernán Cortés y Francisco Pizarro, presentando a los nativos bajo una luz totalmente distinta.

A principios del siglo XVII, los misioneros jesuitas decidieron reconocer los derechos de los indígenas (especialmente los guaraníes, que vivían sobre todo en Paraguay en condiciones prácticamente prehistóricas) y los organizaron en las llamadas “reducciones”, que eran comunidades autosustentables. Los jesuitas los enseñaron a organizarse por sí mismos, en total comunión con las mercancías que producían, si bien con el objetivo de “civilizarlos”, es decir, de convertirlos.

A algunos de los nativos también les enseñaron arquitectura, agricultura, el alfabeto, música y artes; de ahí salieron algunos escritores y artistas de talento.

La estructura socialista de esas aldeas nos hace pensar en la “Utopía” de Tomás Moro o en la “Ciudad del Sol” de Tommaso Campanella, pero los jesuitas realmente se inspiraron en las comunidades cristianas primitivas. Aunque establecieron consejos de indígenas, designados por elección, a fin de cuentas los sacerdotes controlaban la administración de justicia. “Civilizar” a los guaraníes también significó prohibirles la promiscuidad, la pereza, la embriaguez ritual y el canibalismo ocasional. En pocas palabras, los jesuitas establecieron un estricto régimen paternalista. Y así, como en todas las llamadas utopías, podríamos admirar la perfección organizativa desde afuera, pero ciertamente no querríamos vivir ahí.

Con el tiempo, el conflicto por la esclavitud y la amenaza de los “bandeirantes”, los cazadores de esclavos venidos de Brasil, dieron pie a la creación de una milicia popular, respaldada por los jesuitas, que combatió valerosamente contra esclavistas y colonialistas. Poco a poco, los países católicos de Europa empezaron a ver a los jesuitas como agitadores peligrosos hasta que en el siglo XVIII, a raíz de una directiva del papa Clemente XIV, España, Portugal, Francia y otros países proscribieron a los jesuitas. Así llegó a su fin el “Santo Experimento”.

Muchos pensadores de la era de la Ilustración imprecaron al gobierno teocrático de los jesuitas, llamándolo el régimen más monstruoso y tiránico que hubiera visto el mundo, pero otros vieron las cosas de otro modo. Lodovico Antonio Muratori, por ejemplo, habló de un comunismo voluntario inspirado en la religión; Montesquieu, a su vez, aseguró que los jesuitas habían empezado a sanar la llaga de la esclavitud.

Ahora, si decidimos juzgar las acciones de Francisco desde este punto de vista, debemos de considerar el hecho de que han transcurrido cuatro siglos desde ese “Santo Experimento”; que ahora se reconoce ampliamente la noción de libertad democrática, incluso entre los integristas católicos; que el papa actual ciertamente no tiene la intención de realizar ningún experimento de ese tipo en la isla de Lampedusa; y que sería lo mejor que lograra eliminar gradualmente al Instituto para las Obras de Religión, el llamado banco del Vaticano. Empero, de vez en cuando no es tan malo captar un destello de la historia en los eventos que suceden en la actualidad.