Fue memorable. Luego de 88 años de historia cubana, el Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana recibió al Air Force One, mítico avión presidencial que llevó en esta oportunidad a Barack Obama y a su familia en un viaje más que esperado.
No fue recibido por Raúl Castro. En todo caso, el canciller cubano Bruno Rodríguez cumplió el rol diplomático de darle la bienvenida al país, con quien ha mantenido históricamente relaciones de enemistad por casi seis décadas. Pero era de esperarse, dentro de Cuba se discute la pertinencia o no de su visita, se habla de un cambio, de nuevos tiempos y de la necesidad de mejorar la calidad de vida nacional. También se reconoce el esfuerzo en materia de salud y educación por parte del régimen de La Habana, pero sin duda esta nueva página en la historia ha destapado una especie de caja de pandora llena de sorpresas, sobre todo por el recibimiento de la gente, por su empatía con el mandatario estadounidense, por sus ganas de dialogar, de integrarse.
Atrás quedaron las banderas revolucionarias latinoamericanas, incluyendo la de Venezuela, para dar paso a una integración que, aunque parece más comercial que política, definitivamente redundará en un cambio de modelo que no sólo impactará en la comunidad cubana en la isla y en el exilio, sino que afectará moralmente a esos reductos socialistas latinoamericanos que además de la profunda crisis económica y social, ahora viven el peor momento en términos ideológicos al caer ese bastión que significó Cuba y los emblemáticos Castro. Continuar leyendo