Es temeraria esta afirmación. Lo sé. Sin embargo, este año ha sido atípico para una América Latina que se suponía que caminaba con cierta firmeza hacia un socialismo caribeño, improvisado pero con un peso específico en el continente, producto de una chequera que dio para todo y para muchos durante más de cinco lustros.
En efecto, el declive no obedece a los últimos meses, sin duda tiene su origen en múltiples factores que con el paso del tiempo, en algunos casos más largo que en otros, terminaron desgastando la paciencia de las sociedades latinoamericanas sedientas de justicia, de inclusión y de futuro.
Lo que se suponía que sería un bloque monolítico latinoamericano, ese sujeto de poder que haría cierto contrapeso en el mundo, se fue desmoronando producto de las propias incapacidades de sus gobernantes y de una de las mayores desgracias que han acompañado a nuestros pueblos por generaciones: la corrupción.
Salvo contadas excepciones, como la de José Mujica en Uruguay, los Gobiernos de izquierda contemporáneos han ido quedando atrás, estigmatizados por sus propias miserias, las cuales empobrecieron profundamente al pueblo, pese a haber aumentado el gasto público en términos de inversión social. Paradójica e incomprensible realidad, dado que con los recursos que se manejaron y sobre todo con la buena voluntad de los pueblos, se hubiera podido lograr cosas inimaginables. Pero claro, el nepotismo, el abuso gubernamental, la falta de separación de poderes, la politización de las fuerzas militares y la corrupción hicieron un contrapeso tan fuerte que lograron reventar la piñata, coloquialmente hablando. Continuar leyendo