Lo que está ocurriendo en Guatemala es ejemplarizante, sobre todo para los países con linaje en el mundo de la corrupción. Su presidente, Otto Pérez Molina, está siendo investigado a fondo por el caso “La Línea”, nombre adoptado para el modus operandi que tenía su seno en el propio Ejecutivo nacional.
Se habla de millones de dólares en comisión que fueron a parar a las arcas del gabinete de Pérez Molina, incluyéndolo en un caso de corrupción aduanera sin precedentes en este país. Pero más allá del tema concreto de la defraudación, lo que me llama la atención luego de tantas muestras de poca o nula separación de poderes en nuestra América, con Venezuela, México y Argentina a la cabeza, es ver cómo los órganos del Estado guatemalteco, las organizaciones no gubernamentales, los investigadores y los docentes universitarios y hasta la Iglesia Católica suenan a una sola voz: Piden la renuncia del primer mandatario para facilitar la investigación.
Pérez Molina ha dicho que no va a renunciar y que no tiene nada que ver con este tema, al mejor estilo Blatter en la FIFA: “La FIFA no es corrupta, no hay corrupción en el fútbol, es con la gente, la gente es corrupta. No se trata de la institución…”, había afirmado previamente.
Pero el Presidente no tuvo en cuenta que entre los que piden la renuncia se encuentra nada más y nada menos que la propia Contraloría General de Guatemala, quien además instó al mandatario a que “presente de manera inmediata su renuncia al cargo para evitar mayores incidentes con consecuencias insospechables”, secundando a la Procuraduría General de la Nación, que solicitaba lo propio “para evitar la ingobernabilidad del país centroamericano”, según informa el diario La Nación. Continuar leyendo