Así como la violencia de arriba engendra la violencia de abajo, la indiferencia, el egoísmo y el sectarismo de la dirigencia configuran una sociedad tribal.
El fútbol, al igual que la sociedad en la que transcurre, ha pervertido su esencia colectiva cambiándola por una idolatría auto referencial. Hoy los hinchas son hinchas de su hinchada. Son hinchas de su propia agresividad.
Los dirigentes políticos, cristalizando su abandono del pensamiento, usan al Estado para hacer negocios con esa violencia. Instauran y alimentan la pauta cultural “tumbera” para cobrar tributo del “aguante”.
La política, renegando de su esencia, usa la disgregación social como herramienta de poder y usa al fútbol como arma de disgregación. Es la desaparición de la idea de Nación para medrar sobre un territorio arrasado.
¿Qué hace si no el Estado Nacional subvencionando al fútbol profesional con dineros públicos vía pauta publicitaria en Fútbol Para Todos, financiando a clubes que están cooptados y extorsionados por “barras”. que a su vez mantienen estrecha y pública relación con dirigentes políticos de primera línea nacional?
En octubre del 2012 una facción de la barra de Quilmes, denominada “Los Álamos”, interrumpió a los tiros un partido de la reserva entre el local y Unión, para “velar” en la tribuna al hijo del jefe de la barra, muerto en un accidente de tránsito al chocar con su moto mientras era perseguido por la policía luego de haber asaltado a una pareja. El árbitro suspendió el partido hasta finalizar el velatorio y una vez retirada la barra con el ataúd, siguieron jugando.
El actual Jefe de Gabinete del gobierno nacional era el presidente de Quilmes en ese momento y lo sigue siendo.
Hoy, desde el mismo Estado, aparecen las vestiduras rasgadas por los incidentes en la Bombonera antes del segundo tiempo del Boca-River.
La relación entre delitos comunes, violencia en el fútbol e intereses económicos por prebendas estatales es evidente. Está a la vista de todos. En nóminas de comisiones directivas. En fotos de actos partidarios. En tomas de predios públicos. En aprietes. La pregunta es: ¿la trama entre el poder político, los dirigentes de los clubes y los “barras” es una relación de impotencia e intimidación o de complicidad?
Hasta ahora, las respuestas de los dirigentes políticos sólo nos dejan ver hipocresía.
El fútbol es el deporte más popular y profesionalizado del mundo. Nuestro país vive y late a su ritmo. Los mejores jugadores del mundo y los mejores entrenadores de los mejores clubes suelen ser argentinos. El mundo entero goza de nuestro fútbol. Sin embargo, la realidad puertas adentro es de subsidio, violencia, amargura, delito, corrupción, complicidad e impunidad.
¿Qué ha hecho el gobierno con esta situación? Lo de costumbre: se metió en la parte del negocio y dejó configurada una situación de precariedad, marginalidad y violencia.. para no estigmatizar a los hinchas. La respuesta de los dirigentes, tanto deportivos como políticos, fue cercar el fútbol, poner un cepo y prohibir el público visitante. El resultado evidente de esta amargura es que las barras consolidaron su poder y ampliaron su rango de acción, sin competencia.
La historia de la violencia en las canchas argentinas no es reciente pero durante la administración kirchnerista esa violencia se ha cristalizado. Más allá de la elocuente y encendida apología de los “barras” que hizo la Presidente, alabando su pasión. Más allá de la organización oficialista “Hinchadas Unidas”. Más allá de las presidencias de clubes a manos de jefes de gabinetes.
El vínculo entre el poder político de primera línea nacional y los zócalos de la violencia del fútbol está regulado por contrato triangulando el dinero del Fútbol Para Todos.
Después viene la violencia. Solo después de la complicidad entre el poder político y la criminalidad aparece al violencia impune. En aras de una corrección política irreal al fútbol del han robado su “agresividad” y la reemplazaron con violencia. La “puteada” le cedió lugar a la criminalidad.
Montada sobre esa violencia, la “vergüenza frente al mundo” se pasea dueña del campo de juego, de los medios, de los discursos, de las charlas. La cultura de la vergüenza por ser argentinos está venciendo y lo hace apañada desde la complicidad. Nos encierra en un discurso bochornoso, tímido, culposo. Nos desangra el orgullo y nos prohíbe alentar. Más vergüenza, más desesperación, más “tribu”. Menos Nación.
Poco a poco, nuestra realidad se fracciona y de convierte en un menudeo social. Una sociedad sola. Una sociedad aterrada. Una sociedad que es materia prima. Una sociedad sin público visitante.