“Cristina va a redoblar la apuesta siempre, es una cuestión ideológica del kirchnerismo”, admitió, rendido, un dirigente peronista, cerrando la puerta a cualquier gesto componedor de la Presidenta en relación al caso Nisman y a la “Marcha del silencio” que se realizará el próximo miércoles.
El gobierno K se ha caracterizado, eso sí de manera coherente, en ir siempre adelante, al choque, lo que ha generado como muy pocas veces en la historia argentina la división de los argentinos. Pero no se trata de una simple diferenciación. Hay sectores kirchneristas y antikirchneristas que, literalmente, infunden el odio hacia el otro.
¿Quiénes no adscriben al fundamentalismo pro o anti, serán la mayoría? Sería saludable para el futuro inmediato.
Con su errática estrategia comunicacional y política, el Gobierno nacional ha logrado dos cosas claves para que la muerte del fiscal Alberto Nisman se haya convertido en el golpe mas duro que haya recibido la Casa Rosada desde el 2003 a la actualidad, solo equiparable al atentado de la AMIA o el crimen de José Luis Cabezas del menemismo o a la muerte de Kostecky y Santillán del duhaldismo: a) que la sociedad en su conjunto no crea en la teoría del suicidio, y b) que un amplio segmento de la ciudadanía tenga pensado marchar el 18F en distintos puntos del país.
Si Cristina Fernández y su gabinete se hubieran puesto a la cabeza del esclarecimiento de la muerte de Nisman, yendo “hasta las últimas consecuencias”, no hubiera tenido lugar el escándalo.
Cuando el 1 de abril Juan Carlos Blumberg –padre del joven secuestrado y luego asesinado, Axel- reunió a unas 150 mil personas en el Congreso, clamando por seguridad, rápido de reflejos, el entonces presidente Néstor Kirchner encargo a su ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Béliz, un Plan contra el delito. Los diputados y senadores del Frente para la Victoria recibieron las propuestas de Blumberg en el Congreso con los brazos abiertos y el Gobierno hasta ayudó a financiar la fundación del padre de Axel.
Pronto todo quedó en la nada. Con la ayuda del oficialismo, los reclamos de Blumberg se fueron desdibujando y el ministro Beliz fue echado, por confrontar con un tal Antonio Stiusso, de la SIDE.
Sin embargo, la administración de Cristina Fernández optó por seguir otro camino. Especuló con el suicidio y el asesinato después, buscando chivos expiatorios en Diego Lagormarsino o en el propio agente Stiuso, y pronto quedó al descubierto su estrategia de poco vuelo.
Sumado a las discusiones y desmentidas con la fiscal a cargo de la investigación, así como las dilatadas y poco efectivas pericias que pusieron a la luz el precario nivel de los equipos de investigación con los que cuenta la Argentina, provocaron el descreimiento generalizado.
En ese traspié permanente de “redoblar la apuesta”, buscando un “enemigo”, el Gobierno empezó con el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, rompiendo un diario Clarín en plena conferencia de prensa, y terminó acusando a través del secretario General de la Presidencia, Aníbal Fernández, de “narcos” a algunos organizadores de la marcha del silencio. ¿Se pueden cometer tantos errores? ¿O en realidad la Presidente, que fogonea todas esas reacciones, está interesada que la movilización del miércoles sea masiva?
De lo contrario, es poco entendible que hable como lo hizo el miércoles pasado, de “nosotros” y “ellos”, alimentando la denominada “grieta”. “Nosotros”, el amor a la patria; “ellos”, el odio. Inconcebible para alguien que se hace anunciar como “la Presidenta de los 40 millones de argentinos”.
El peronismo, que provocó una revolución en la Argentina con la irrupción de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, mas allá de la aprobación o reprobación de sus políticas dirigidas al sector mas vulnerable de la sociedad, fue víctima precisamente de esa discriminación por parte de las clases conservadoras dominantes.
“La chusma”, los “cabecitas negras” era “ellos” en 1945. Hoy, en 2015, “ellos” son los que odian, no están conformes y marchan.
Paradójicamente, un gobierno que se tilda como “el más peronista” y que incluso llegó a establecer una inverosímil competencia de la figura de Néstor Kirchner con la de Perón, utiliza hoy los mismos recursos discriminatorios que la oligarquía argentina de los 40, que luego fue etiquetada como “gorilas”.
La pésima estrategia gubernamental ha empezado a inquietar al Peronismo –no al kirchnerismo- de cara a la inminente campaña electoral. El discurso confrontativo de la Presidente aleja a los candidatos peronistas del electorado. Por eso no fue casual que días atrás, un gobernador tan oficialista como el tucumano Jorge Alperovich saliera a reconocer el derecho de la gente de movilizarse por el esclarecimiento del caso Nisman.
“Este fue el último gesto de amor”, lanzó un gobernador peronista el 22 de enero pasado, cuando el PJ Nacional se reunió ara denunciar un complot contra la Presidente con la muerte de Nisman. No sería extraño que, tal como ocurrió en la historia reciente del peronismo, algunos dirigentes comiencen a tomar distancia de un Gobierno con tiempo de descuento y cuyo poder comienza a escurrirse como un puñado de arena en las manos.