Daniel Scioli y Mauricio Macri no solo representan a dos espacios políticos que, al menos en teoría, están en las antípodas, y pujan por habitar la Casa Rosada a partir del 11 de diciembre próximo. También representan dos estilos de hacer política, dos estrategias de campaña claramente distintas.
En las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo domingo se sabrá si la campaña sciolista fue mas efectiva que la macrista, o viceversa.
Si esa disputa se ejemplificara como una pelea de boxeo por el Título Mundial, los analistas podrían recurrir a la siguiente descripción: el campeón –el gobierno, Scioli-, a sabiendas de sus cualidades, debe administrar el desarrollo de la pelea sin cometer errores, tratando de evitar que el rival conecte alguno de sus golpes. En tanto el retador –Macri- es quien debe demostrarle al jurado que ha hecho mérito suficiente para convencerlos de que el nuevo monarca debe ser él. Nada de eso parece ocurrir.
Scioli no necesitaría proponer nada, salvo que quisiera diferenciarse del gobierno kirchnerista de los últimos doce años. Pero si no se explaya sobre algún tema en especial, el electorado debería inferir que las cosas marcharán igual, y serán resuelta con las mismas herramientas que en la última década.
En cambio Macri, que ha hecho del “cambio” su slogan, aún no ha explicado en qué consiste y, por el contrario, se ha comprometido a conservar varias de las políticas del kirchnerismo como la estatización de YPF, de Aerolíneas Argentinas o la Asignación Universal por Hijo (AUH), al margen de marcar diferencias en la administración de esas empresas y recursos. Los votantes poco saben aún, qué es lo que cambiaría en la Argentina si el frente Cambiemos llega al poder.
La estrategia del PRO, diseñada por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba, tiene que ver, precisamente, con no explicar nada, ni ensayar propuestas, ni dar detalles de eventuales medidas de gobierno. El objetivo es trabajar con las “expectativas” de la gente y alentar un “cambio”, un país “mejor” para los argentinos, con “mejor” salud, educación, seguridad, sin pobreza ni inflación.
Del otro lado, Scioli apela a una campaña tradicional, basada en el aparato peronista, esto es, gobernadores, intendentes, dirigentes y el “movimiento obrero” como columna vertebral. Un esquema demasiado tradicional para albergar los cambios que ha sufrido el electorado en el último cuarto de siglo, con generaciones que poco saben de Perón, Evita y del rol sindical.
No obstante, Scioli también apela a las “expectativas” cuando repite una y otra vez la frase de cabecera de Carlos Menem que acuñó por siempre, “lo mejor está por venir”, atada a términos dinámicos en los orígenes del peronismo como “trabajo”, “producción”, “desarrollo”.
Los spots de campaña son claros para marcar diferencias entre Scioli y Macri. El gobernador bonaerense juega con la palabra “victoria” y la utiliza como premio para hombres y mujeres que se esfuerzan en sus trabajos, en sus tareas cotidianas. La cultura del trabajo, del esfuerzo, “para una Argentina mejor”.
El jefe de Gobierno porteño, en tanto, se muestra cerca de la gente a quien llama por su nombre, reflejando cercanía con ellos. Están los que como Macri, quieren un “cambio”, los que “descubren” una faceta llana poco conocida del candidato o quienes simplemente lo abrazan, en la puerta de sus casas o en el interior de sus propias casas, como el salvador de la Argentina que viene.
Ambas formas de hacer campaña no hablan demasiado bien de la ciudadanía. De los unos que adhieren a un discurso demasiado transitado por las campañas peronistas, con lugares comunes y dirigida a quienes quieren construir su camino en la vida trabajando, como si ningún político lo haya prometido antes, y ninguno tampoco haya incumplido. Además, muchos han crecido precisamente desconociendo al trabajo como una herramienta leal.
Los otros, no preguntan cómo el candidato opositor cumplirá sus compromisos para que todo esté mágicamente mejor, de un día para el otro. Y parecen conformarse con que alguien los abrace, les sonría y toque el timbre de sus casas para darle su apoyo, sin recibir nada a cambio, salvo esperanzas.
¿Los motivos de una campaña de estas características? Muchos. La sociedad argentina primero creía en las plataformas políticas, esas decenas de hojas donde un partido explicaba qué iba a ser su candidato presidencial y cómo lo haría, si ganaba las elecciones. Pero los políticos no respetaron la plataforma. Luego creyeron en los discursos con promesas acerca de las medidas que tomarían si llegaban a la Casa Rosada. Pero los políticos no cumplieron sus dichos y alguno incluso llegó a confesar que si hubiera dicho lo que haría, nadie lo hubiera votado.
Finalmente, los argentinos hoy solo creen en una mirada, un gesto, una palabra, una actitud, un traspié, un tuit o una foto. Suponen que es un buen o mal candidato. Y votan casi intuitivamente, sin certezas. En todo caso, se preguntan, ¿alguien está convencido de lo que está votando?