El gobierno ya no tiene posibilidad alguna de conseguir un nuevo mandato para su líder por imposibilidad de la Constitución Nacional que no le permite una tercera presidencia. Pero el verdadero problema es que en el oficialismo no confían en el mejor candidato presidencial para la sucesión, quien fuera vicepresidente en el inicio de la actual gestión. Es más, lo consideran un rival mas que un dirigente propio. La oposición, en tanto, armó un frente electoral competitivo y sube en las encuestas de opinión a través e promesas y denuncias de corrupción. El modelo parece desvanecerse junto con su líder y, al parecer, esa corriente peronista va a ser un “ismo” mas en la historia contemporánea del PJ.
El relato corresponde a fines de 1999. El presidente Carlos Menem, pese a reiterados intentos, no había logrado forzar un tercer mandato, vía reforma constitucional. El por entonces mejor candidato del peronismo era Eduardo Duhalde, que no tenía el apoyo de Menem y, mas aún, se había convertido en enemigo del Presidente. De la vereda de enfrente, el radicalismo de Raúl Alfonsin y Fernando de la Rúa se unía en un frente electora con el Frepaso de Carlos “Chacho” Alvarez para dar nacimiento a la Alianza. ¿Puede traspolarse aquél escenario al actual?
Muchos podrán decir que hay paralelismos. Cristina Fernández es quien no tiene tercer mandato, el mejor candidato del oficialismo y ex vicepresidente de Néstor Kirchner, es Daniel Scioli, en quien el kirchnerismo y la Presidenta no confía. Así lo ha dejado en claro recientemente el diputado Carlos Kunkel, un hombre del círculo íntimo presidencial, quien ubicó a Scioli entre los peronistas con algunos “matices de liberalismo moderado”. En tanto en la oposición, se lanzó el flamante frente electoral compuesto por el radicalismo y Mauricio Macri (PRO).
Sin poner el acento en la diferencia de coyunturas y el peso específico de aquellos y estos protagonistas políticos, las similitudes son inevitables.
Pero hay mas. El menemismo al igual que el kirchnerismo, fueron procesos políticos de mas de una década que tomaron el país inmerso en profundas crisis económicas y que debieron afrontar, sobre el final, duras sospechas por parte de la sociedad tras un crimen con connotaciones políticas y mafiosas. En enero de 1997, Menem fue apuntado por el dedo acusador de la opinión pública por el crimen del reportero gráfico José Luis Cabezas; en enero pero de 2015, Cristina Fernández padeció el mismo dedo acusador con la muerte del fiscal Alberto Nisman.
Los índices también golpearon el final de ciclo de ambas gestiones. En el último tramo del menemismo, en las encuestas que evaluaban al gobierno de Menem, el 44 por ciento calificaba al gobierno de malo y muy malo; pero el 31 por ciento consideraba que era regular y algo mas del 12 por ciento que era bueno o muy bueno.
Los números, en un hipotético ensayo comparativo benefician un poco más al kirchnerismo. La última encuesta de Poliarquía arroja que el 35 por ciento considera mala la gestión de Cristina Fernández y el 21 mala con algunos logros; pero el 30 cree que es buena con errores y el 13 muy buena.
Quizás, en lo que respecta a la situación económica de los dos gobiernos peronistas –o al menos en nombre del Peronismo- que administraron la Argentina desde el retorno de la democracia, el kirchnerismo aventaje al menemismo: el mismo sondeo da cuenta que el 42 por ciento de los encuestados manifiesta que su situación económica es positiva, el mismo porcentaje que es regular y el 15 por ciento que es mala.
Mas allá de los aspectos largamente negativos que pueda desarrollarse acerca de la década de los 90, esa aceptación que aún tenía la administración menemista en 1998 se reflejó años después cuando, pese a todo, Menem ganó las elecciones presidenciales del 2003 por 24,45 por ciento frente al 22,24 de Kirchner. Aunque al riojano no le alcanzó para volver a la Casa Rosada, habida cuenta de que en el balotaje iba a ser arrasado por el santacruceño.
¿Podría pasar lo mismo con Cristina Fernández si el próximo presidente realiza una pésima gestión, volver en el 2019? Es muy aventurero. Lo único cierto es que, según Poliarquía, el 45 por ciento de los argentinos pretende que el próximo gobierno cambie algunas cosas y continúe otras; el 24 quiere que se prosiga con todas las políticas. Ambos sectores, podrían encerrar un 69 por ciento. Sólo el 30 manifiesta la necesidad de un cambio radical de las políticas.
De ser así, ¿El votante está pidiendo cambios de fondo o solamente está reclamando un cambio de estilo, menos confrontativo y verticalista y con una mayor búsqueda de consenso?