El peronismo ya no existe. Al menos como ideología. Lo que alguna vez fue un programa de gobierno signado por las luchas y conquistas del campo nacional y popular han quedado superadas y son historia. Se agotó en la coyuntura y dejó de ser una ideología para pasar a ser una herencia cultural, una estética del poder, un discurso vaciado de contenido propio. ¿Cómo se puede ser gorila si ya no existe aquello contra lo cual uno dice enfrentarse?
Cuando el fundador del movimiento justicialista, Juan Domingo Perón, dijo que “peronistas son todos” dejó entrever en su respuesta la indeterminación que llevó a que el espacio sea capaz de albergar a la Triple A, a Montoneros, a Menem, a Kirchner y a otros personajes incompatibles entre sí. La razón por la que estas incompatibilidades fueron superadas es porque el peronismo abandonó su condición de dogma para pasar a ser una plataforma de lanzamiento hacia el poder.
Si bien las ideologías evolucionan, tal como lo han hecho el socialismo y el liberalismo, el peronismo sufrió mutaciones de otra índole por haber abandonado los principios y la visión dogmática para volverse un discurso dinámico de poder en donde la simbología sustituye a las cuestiones de fondo. Cualquier discurso puede disfrazarse de peronista remitiendo a tal o cual ícono o frase. Hay un peronismo para cada época.
Los grandes políticos que ha dado el peronismo han sido aquellos capaces de articular un programa con el discurso, sin importar demasiado el contenido. Así se ha sintetizado cualquier ideología con el peronismo. Pero en su praxis remite a una lógica en la que el método de construcción de poder se realiza a costa de la libertad del ciudadano o del trabajador. Consiste en centralizar la toma de decisiones en el Estado y estructuras complementarias, aumentar la posibilidad de “cambiarle la suerte” al ciudadano e insertar a los beneficiarios de forma directa o indirecta dentro del propio esquema de poder. Así el Estado pasa a ser un instrumento de construcción partidaria y se lo desnaturaliza. Como agravante, se confunde a la gente haciéndole creer que los conductores son los únicos capaces de garantizar la continuidad de “las conquistas”. Dependencia y empobrecimiento cultural.
Muerto el peronismo dogmático nos queda todavía su método: desinformación, falta de transparencia, concentración de poder y discrecionalidad apoyándose en una visión oscurantista del poder a la que la legislación internacional y los avances tecnológicos van limitando día a día. Una parte del peronismo ha muerto y anticipo que la otra morirá más pronto que tarde. Si todavía nos bancamos el circo es porque no aparece una alternativa que demuestre la solidez necesaria para ser merecedora de la confianza popular.
Se viene un cambio en la política, un conflicto entre aquellos que quieren terminar con las viejas estructuras de poder y los que se aferran a ellas. No es un tema ideológico, no es un tema generacional, tiene que ver con la forma en que concebimos al resto de las personas y pensamos al rol del Estado.
Celebro que en pocos años el debate pase a ser exclusivamente de propuestas, de ideas, de buscar de qué forma se puede mejorar la vida de todos los argentinos y abandone de una vez por todas la sarasa, el chamullo, el humo y las frases vacías de contenido.
Hasta entonces, Viva Perón.