Nombramientos e inundaciones

Cuando el país ardía, María Delfina Rossi se fue de la Argentina junto con su madre para vivir una vida europea. Se crío y estudió en España, donde se recibió de licenciada en economía en Barcelona, se unió al movimiento izquierdista de los indignados y obtuvo un máster en la universidad de Florencia en Italia.

María Delfina Rossi es hija del ministro de Defensa, Agustín Rossi. Ahora, con 26 años, regresó al país y fue designada directora del Banco Nación con un sueldo de $ 70.000 mensuales.

Rossi no tiene ninguna experiencia en el sector privado, no se le conoce trabajo alguno en una empresa, estudio o unidad productiva (cualquiera sea) privada. Llegó a su puesto sin haber ganado ningún concurso público de antecedentes ni de haber participado en ninguna competencia o compulsa de aptitud.

Ella dice que no tiene portación de apellido, sino portación de currículum, aunque muchos otros argentinos con currículums similares o mejores que el de ella no han podido acceder a la función pública o a la judicatura, sí por una cuestión de apellido o porque su familia tuvo alguna vinculación con épocas negras de la Argentina. Continuar leyendo

El default judicial

Desde estas columnas hemos trasmitido incesantementew la idea -y la convicción- de que somos nosotros la principal causa de lo que nos pasa y de que somos nosotros los últimos responsables de lo que finalmente termina ocurriendo en la Argentina.

Eso está claro y surge hasta de la lógica democrática que, teóricamente, permite elegir. Pero también es cierto que algunos estamentos institucionales de la Argentina han fallado completamente a la hora de ejercer su función y no han sabido poner en funcionamiento los mecanismos que la Constitución prevé para que ciertos descalabros que hemos vivido en estos años se evitaran.

Nos referimos concretamente al deslucido papel que han jugado muchos jueces, empezando por la Corte Suprema de Justicia.

El último escalón de esa “sacada del (cuerpo) a la jeringa” ha sido la lavada de manos que se pegó el más alto tribunal cuando un fiscal lo convocó para que se expidiera sobre el caso de Luis María Cabral.

La Corte se sacó el balurdo de encima mediante una formalidad, que es como estar acomodando los cuadros del living en el medio de un incendio.

Resulta francamente triste ver tanta pusilanimidad y especulación política cuando los derechos y las libertades públicas están en juego. Uno no tiene demasiada noción acerca de qué más debería pasar en el país para que, quienes corresponda, se den por enterados de que lo aquí existe es un intento serio y profundo de instaurar un régimen de mano única en donde la división republicana de los poderes desaparezca. Se trata de un verdadero golpe constitucional con el aparente “respeto” por la Constitución.

En efecto, con la incomprensible anuencia de algunos jueces, lo que se intenta es saltear la Constitución, estableciendo un sistema paraconstitucional, que derogue lo dispuesto en 1853 y que lo reemplace por un nuevo orden diseñado por la hegemonía del Gobierno.

Se trata del más sofisticado intento de borrar el orden liberal, democrático y republicano de la Constitución sin pasar por los escabrosos procedimientos de reforma, para los que, los protagonistas de este anhelo, saben que no tienen los votos: “como no tenemos los votos lo vamos a hacer igual, haciendo como que lo hacemos dentro de la ley…”

El choque entre ese intento y la Constitución debería ser marcado por los jueces y es este el paso que está fallando. Es cierto que ya gran parte de la Justicia ha sido colonizada y que muchos casos que recaen en jueces partidistas son desechados precisamente por eso. Pero otros, que incluso han llegado al más alto tribunal, no han recibido el trato serio y preocupado que deberían haber tenido, sino que fueron respaldados, dándole el gusto a un Gobierno que no siente por las valoraciones republicanas el más mínimo respeto.

Se trata de una verdadera claudicación. El país no ha honrado su organización de reaseguro. Todas las precauciones habían sido tomadas por los constituyentes para que la Argentina no volviera a caer en el autoritatismo. Las mejores instituciones del mundo habían sido adaptadas en el texto de 1853 para que estuviéramos protegidos contra ese flagelo.

Pero quienes han tenido la responsabilidad de hacer funcionar ese sistema no has estado, evidentemente, a la altura de la circunstancias.

Es cierto que la sociedad tiene su parte gruesa de responsabilidad porque no se ha manifestado con su voto en contra de estos regímenes mesiánicos. Al contrario, ha votado a figuras carismáticas que han ido perfilando un gobierno de culto. Pero aquellas personas que se suponen formadas y que han llegado a ocupar los escaños reservados a la defensa última de la libertad, han defaulteado su deber. No se sabe si el miedo, si el amor a los sillones o si el matonismo han sido más fuertes que el amor por la dignidad y por la vigencia de los derechos civiles. Pero lo cierto es que el resultado práctico final es un páramo desierto cuando el ciudadano que aún le importa vivir en libertad levanta la mirada y busca casi desperadamente un auxilio.

Lo que el 25 de Mayo dejó

Los festejos del 25 de mayo actuaron como una confirmación de que el kirchnerismo y, particularmente, la Presidente, creen que el país les pertenece.

La parafernalia de propaganda y show, meticulosamente preparados por expertos en transmisión de mensajes a las masas, fueron el capítulo central de la utilización de una fecha que es de todos para un burdo fin partidista y personal.

Como ocurre con todos los demás resortes del Estado, la mandataria usufructúa una estructura fondeada por los apretados bolsillos de todos los argentinos para beneficiarse personalmente y para sacar una tajada electoral parcial e injusta sobre los demás sectores.

De la misma manera abusa de la cadena nacional, de la impresión de dinero sin respaldo, de las agencias estatales -a las que utiliza con fines partidarios o directamente personales- y de los recursos públicos a los que gasta como si fueran la caja chica del Frente para la Victoria.

Por supuesto que la jefa del  Estado no perdió oportunidad para agregar más metros a la división de los argentinos. Lo hizo durante los cuatro días en los que dispuso conmemorar la llegada al poder de su familia, y lo coronó el lunes al trasladarse a Luján para hacer su propio Tedeum en lugar de participar del clásico que toda la vida se celebra en la catedral de Buenos Aires.

No lo hizo porque allí estaba Macri, de la misma manera que jamás asistió al Colón y por las que mandó a construir el suyo propio a razón de 3000 millones de pesos en el e edificio de la Secretaría de Telecomunicaciones.

Bautizó la impresionante obra como Centro Cultural Kirchner y lo inauguró descubriendo su emblema: una enorme letra K en celeste y blanco. Como dijera Alejandro Borenstein: “ni Idi Amin Dada se animó a tanto”. El detalle recuerda a esas películas futuristas sobre totalitarismos en donde alguna letra o emblema identifican al régimen.

¡Qué bueno sería que ese nombre hubiera sido elegido por otro gobierno! Que la misma obra y el mismo nombre hubieran sido decididos por el presidente “Gómez” o por el presidente “Zárate”. No hay nada de malo en que una obra para la posteridad lleve el nombre de un presidente. Lo malo es que la obra y el nombre sean decididos por el presidente cuyo apellido coincide con el nombre de la obra.

Eso está mal. No hay discusión posible. Hay cosas que el sentido de la decencia prohíbe. Esta es una de ellas.

Hacia el final del gobierno de Menem, el Congreso estuvo a punto de aprobar la ley para construir la red nacional de autopistas, libres de peajes. Era una obra necesaria. El proyecto había sido ideado por el equipo del Dr Guillermo Laura y era parte de las obras del programa “Metas del Siglo XXI”. Se trataba de 10000 km de autopistas gratis que unirían como una telaraña todo el territorio argentino.

Al presidente se le ocurrió entonces llamar a ese proyecto “Red Federal de Autopistas Presidente Menem”. El Congreso lo rechazó. No solo rechazó el nombre, mando para atrás e hizo perder estado parlamentarios al proyecto de ley completo. La posibilidad de llevar adelante la obra no se trató nunca más.

Menem estaba en sus días de decadencia y su egolatría y, muy probablemente la misma inclinación a creer que la Argentina le pertenecía, lo llevaron a querer poner su nombre inmortal al sistema. Un perfecto resumen de lo que es hacer todo mal: el presidente creyéndose un dueño de estancia y un Congreso vengativo sin saber distinguir entre la egolatría y el bien del país.

En los EEUU (de donde el sistema fue copiado) lleva, efectivamente, el nombre del presidente que impulsó la idea, Dwight Eisenhower, pero no fue él quien le puso el nombre a la red. El Congreso aprobó la ley bajo el nombre “Federal-Aid Highway” y solo bastantes años después otro Congreso y otro presidente bautizó el sistema de transporte y defensa con el nombre del presidente que le había dado impulso.

¡Qué bueno que ocurriera eso en la Argentina! Hoy todo se llama “Kirchner” o “Nestor Kirchner”. En varias ciudades del interior hay calles que se cruzan con el mismo nombre. La inmobiliaria de Máximo Kirchner en Rio Gallegos se encuentra sobre la Avenida Néstor Kirchner. ¿Y bajo el gobierno de quién se pusieron todos esos nombres? Bajo el gobierno de la familia Kirchner.

En esa misma línea, el 25 de mayo festejado no fue la conmemoración de la jornada de 1810. Fue el recuerdo del 2003, cuando Néstor Kirchner ganó la presidencia por una “serie de penales” que el contrario se negó a patear.

Este copamiento del país ha tenido como cómplice a media Argentina. Una parte electoralmente decisiva de la sociedad  compró el paquete de las “nimiedades seguras” antes que el de los “sueños posibles”. Se entregó a un horizonte barato porque no se creyó a la altura de imaginaciones grandes. Los Kirchner se mostraron como el vehículo que entregaría esas “seguridades mínimas”, ofreciendo un pacto por el cual serían ellos los que se quedarían con los “sueños altos”.

No hay dudas de que las dos partes de ese contrato han logrado lo que querían: los Kirchner se convirtieron poco menos que en una familia real, propietaria de la República, y aquella parte de la sociedad que concedió el pacto, consiguió su “puestito”, su “salchicha y su mortadela”, su nimiedad segura. ¡Salud Argentina, por un 25 de mayo bien diferente de aquel que soñaron los que lo forjaron en 1810!

El éxito en el fracaso del ministro Kicillof

Como si se tratara de un enorme choque contra la realidad, prácticamente el mismo día en que la Presidente inauguraba el Centro Cultural Kirchner (ya no es “Nestor Kirchner” sino simplemente “Kirchner” en un obvio cambio para que la mandataria esté incluida también) el Foro Económico Mundial ubicaba a la Argentina en el lugar 140 entre 141 países verificados -el último es Venezuela- en el listado conocido como “clima de negocios”.

En efecto, el país ocupa el anteúltimo lugar en lo que se refiere a cómo ven los inversores a los países cuando se trata de considerar su ambiente para llevar negocios adelante.

Se trata de un objetivo cumplido: el ministro de economía Axel Kicilloff al poco tiempo de asumir su cargo dijo en el Congreso que había dos conceptos que odiaba: el de la seguridad jurídica y el de “clima de negocios”.

Muy bien, dos años después el mundo le dice que ha tenido éxito en su cometido; ha generado las condiciones para que la Argentina no sea tenida en cuenta para invertir porque se la considera impredecible y en manos de la discrecionalidad caprichosa del poder.

Resulta curiosa esta situación a la luz de lo que decía el jueves la Sra. de Kirchner en su decimonovena cadena nacional al inaugurar parte de su Escorial: “Estas inversiones solo las puede hacer el Estado, no el sector privado”.

En su aldeana guerra contra el individuo, Pa presidente ignora que solo en EE.UU. (por no mencionar otros países en donde ocurriría lo mismo) debe de haber no menos de 10 empresas privadas que valen mucho más que toda la Argentina. No hay ningún avance de la tecnología, de la industria, del confort y hasta de la ciencia que deba su origen al Estado. No hay invención humana conocida que provenga del Estado, desde el microchip a la bombacha todo lo que el hombre toca y consume ha sido fruto de la inventiva, de la creatividad y de la inversión privada.

Solo la compañía Apple dispone de activos líquidos de más de 200 mil millones de dólares, la mitad del PBI argentino. Repito: de activos líquidos, allí no se cuentan los materiales, los stocks, la marca. Nada. Solo billetes disponibles contantes y sonantes.

Según el documento del Foro Económico Mundial, este aspecto (el “clima de negocios”) analiza el entorno que tiene un país para que las empresas hagan allí negocios. “Estudios han encontrado relación significativa entre el crecimiento económico y aspectos como, cuán bien los derechos de propiedad son protegidos, y la eficiencia del marco legal”, reza el informe.

Resulta obvio que los derechos de propiedad no están bien cuidados en la Argentina y que la Justicia no se ha demostrado todo lo eficiente que debería en mostrarse como la reserva última de defensa de los derechos civiles y las garantías constitucionales.

Claramente, el exceso de regulaciones y un esquema de tipos de cambios múltiples, junto a limitaciones al giro de dividendos por parte de las empresas de capital extranjero, y manejo discrecional de la autorizaciones de pago de importaciones, además de un déficit fiscal que exige creciente financiamiento a través del aumento de la carga impositiva y de la inflación, han conspirado para configurar un severo deterioro del clima de negocios y pérdida de competitividad del país.

Son obvias las complejidades a las que el cepo cambiario ha sometido a toda la actividad económica. A ello sumábamos las consecuencias de pretender reprimir la inflación manteniendo el tipo de cambio oficial sobrevaluado lo que ha llevado a una contracción generalizada y a una clausura al comercio con el mundo que ha llevado al país a una situación de insignificancia extrema en cuanto a su peso específico y a su interrelación con los demás.

Las exportaciones han caído a niveles históricos, las importaciones están pisadas para entregar una falsa situación de reservas y la deuda está nuevamente en default. Estos han sido los logros duros de una gestión económica que se presenta como exitosa. Con una Presidente que cree (o hace que se cree) que los salarios aumentan a razón de 30% por año en términos reales en la Argentina y que se enoja porque no se lo reconocen cuando otros países apenas entregan mejoras del 1,5% (como fue su recordada acotación sobre España, un país que acaba de salir de un proceso deflacionario)

Lo único que cuenta a la hora de ver la realidad es cuánta inversión libre y voluntaria convoca la Argentina. La Presidente hizo esa referencia al Estado inversor, como si fuese la única fuente de la que se pueden esperar las soluciones. El Estado no genera un solo puesto de trabajo que no pague la sociedad con sus impuestos. Ninguno de esos empleos multiplica la riqueza. El único motor de la multiplicación de la riqueza (producir más con menos) es el sector privado.

En parte, la Presidente tiene razón cuando habla de la “inversión” estatal porque en el país todo depende del Estado. Pero esa no es la realidad del mundo. Es una verdadera pena que el suelo argentino no haya sido la tierra en donde geminarán “Apples”, “Toyotas”, “Samsungs”, “Disneys”, “Fiats”, “Siemenes”. Es una verdadera pena que el país que tenía todo para convertirse en un refugio de millonarios sea hoy una tierra llena de pobres.

Comisiones especiales

El  artículo 18 de la Constitución establece claramente que “ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales”.

Las “comisiones especiales” eran una norma en la dictadura rosista durante la cual era común someter a los opositores al régimen a “juicios populares” llevados a cabo por una variante de la mazorca con el nombre de “comisión especial de juzgamiento”

Se trata también de un expediente común en los totalitarismos que pretenden teñir de “avanzada popular” lo que no es otra cosa que una de las tantas manifestaciones de un régimen opresivo.

La característica principal de las comisiones especiales es la discrecionalidad y lo arbitrario de su composición y ensañamiento: nadie está seguro bajo un régimen de comisiones especiales, ni siquiera aquellos que son partidarios de ellas, porque como hoy están sentados en las bancas de los acusadores, mañana podrán estar en el banquillo de los acusados.

La ley general y ecuánime es el remedio constitucional contra esta arbitrariedad. No obstante, los constituyentes creyeron conveniente ser aun más rotundos y decir con todas las letras que ningún ciudadano puede ser sometido a los caprichos de una “comisión especial”

El sometimiento artero y de baja estofa contra el juez Fayt no es otra cosa que esto: la constitución de una “comisión especial” para juzgar a una persona por haber cometido el delito de cumplir años.

La declaración del jefe de Gabinete Aníbal Fernández en el sentido de que “si el juez no se somete a la requisitoria, la cuestión podría ser peor” constituye una amenaza contra las instituciones de la República que, sin más trámite, debería provocar su renuncia, por una abierta y confesada pugna con los principios establecidos en la Constitución, en donde se protegen los derechos y las garantías de la personas.

Quienes participan o endosan esta locura ni siquiera advierten que mañana podrían quedar atrapados por ella. Disfrutan alegremente de su posición de fuerza como si esta fuera a extenderse por siempre. Pero se les escapa que aquí no hubo un “ejercito” vencedor que hace gala de sus botas y de sus armas frente a ciudadanos vencidos e indefensos. Aquí gobierna la ley. Y la ley impide el atropello y las “comisiones especiales” para revisar personas. Aquí la ley impide botas pateando puertas y fuerzas de choque empujando ciudadanos.

Cuando se quiere impulsar un modelo estadocéntrico de la magnitud y profundidad que el que el kirchnerismo ha querido instaurar en la Argentina, muy particularmente a partir del año 2011, uno llega a la conclusión de que eso no se puede hacer manteniendo al mismo tiempo un sistema de libertades individuales y garantías constitucionales. Tarde o temprano ese modelo estadocéntrico lleva naturalmente  al autoritarismo.

Nos estamos acercando peligrosamente a esa etapa. Por lejana que parezca la situación por la que atraviesa el juez Fayt del tipo de modelo económico y de perfil social que el kirchnerismo ha querido instaurar, nos daremos cuenta, a poco que indaguemos, que ambas pretensiones están íntimamente vinculadas y responden a las mismas necesidades. No se puede hacer una cosa sin caer necesariamente en la otra.

El guerrillerismo ideológico, el marxismo económico y el fascismo político terminan siempre en “comisiones especiales”. Ha sido esa la regla del mundo y, por más original que se crea el kirchenrismo, no ha logrado escapar de esa regla de oro.

Lecciones de los comicios británicos para la sociedad argentina

Los resultados de las elecciones británicas han sorprendido a medio mundo, empezando por gran parte de la propia opinión pública del país. En efecto, David Cameron el “incumbent” Primer Ministro que se presentaba a la reelección ganó la contienda con un aplastante y sorpresivo triunfo que le permitirá gobernar Gran Bretaña por cinco años más.

Ninguna encuesta arrojaba este resultado. Al contrario, todos coincidían en que se trataría de una competición pareja de final abierto. Pero finalmente el Partido Conservador, luego del escrutinio que continuó hasta la madrugada, arrojó como resultado 329 bancas en la Cámara de los Comunes, o, 3% por encima de la mitad. El escenario previo no auguraba ese resultado. La política inglesa estaba expuesta a un proceso de fragilidad y fragmentación que hacía pensar a muchos que el próximo gobierno sería muy débil. Toda esa incertidumbre comenzó a quedar atrás la misma noche del jueves cuando la BBC, Sky News e ITV dieron a conocer una muestra gigantesca de boca de urna que anticipaba el resultado. Luego la realidad superó incluso esa noticia -a esa hora sorpresiva- arrojando una diferencia mayor que las obtenidas a la salida de los lugares de votación.

El laborismo obtuvo 234 bancas, un resultado muy alejado de la performance mínima esperada por su líder, Ed Miliband, que prometía a sus seguidores recuperar el poder. En porcentajes, los conservadores obtenían un total del 36,6% de los votos contra 30,7% de los laboristas, 12,6 de los populistas antieuropeístas de UKIP, 7,7% de los Liberales-Demócratas, 4,9 del SNP y 3,8% de los Verdes.

Más allá de las cuestiones internas que deberá enfrentar el nuevo periodo de gobierno conservador, entre ellas una nueva amenaza separatista ya que el SNP de los escocés volvió a producir una performance notable que podría volverlo a poner en carrera de un reclamo de separación, lo interesante son las conclusiones que pueden sacarse del fenómeno en especial en comparativa con el caso argentino.

En primer lugar, Cameron ganó ampliamente las elecciones después de venir aplicando un programa económico de austeridad (aquí lo llamaríamos un “ajuste”) que comenzó a producir resultados en la economía británica y que evidentemente los ingleses, dicho esto de manera genérica, agradecen. Luego de que la performance de los números económicos alarmara al gobierno y a parte del electorado, Cameron comenzó a aplicar principios de racionalidad económica que despertaron las energías productivas y creativas de la nación, iniciando un periodo de recuperación.

Ese plan que implicó recorte y sacrificios ha sido evidentemente comprendido por una mayoría social decisiva que es la que acaba de darle el triunfo al gobierno. Esta primera comprobación demuestra que no siempre el populismo económico gana elecciones. Hay muchos pueblos en el mundo que comprenden los palotes del funcionamiento básico de una economía y terminan respaldando a aquellos que tratan de aplicar normas racionales y criterios amparados por el sentido común.

En segundo lugar, como ya había sucedido en Escocia cuando el SNP perdió el referendum independentista, los referentes derrotados renunciaron a  sus puestos como una manera de reconocer su responsabilidad en el manejo de los hechos que llevaron al pobre resultado obtenido.

Cuando uno traza una línea de comparación entre estos comportamientos y los de la dirigencia argentina, que para que abandone un sillón debe ocurrir un terremoto como el de Nepal, no puede menos que sacar conclusiones en el sentido de que finalmente los pueblos se diferencias por las conductas que sus individuos -dirigentes y dirigidos- tienen frente a la cotidianidad. En el Reino Unido acabamos de ver que una parte importante de la sociedad comprende los lineamientos básicos de la racionalidad económica, entiende que la magia populista solo trae complicaciones de largo plazo para todos y desarrolla un comportamiento electoral que premia al que sigue líneas de sentido común económico y castiga a quien promete hacerse el Rey Mago con el dinero de los demás.

Por otro lado, una dirigencia humilde acepta su responsabilidad frente a un resultado y se va, deja su puesto a otro que pueda leer mejor los códigos que la sociedad parece privilegiar.

Se trata de un contraste mayúsculo con nuestra realidad. Aquí la Pesidente habla contra los “personalismos”, en una declaración poco menos que bizarra viniendo precisamente de ella. En la Argentina encumbrados funcionarios del Gobierno con severísimas acusaciones judiciales siguen aferrados a sus puestos como una manera de que, justamente, esas posiciones los pongan a salvo de sus problemas.

En nuestro país, lamentablemente, mucha parte de la sociedad, sigue respaldando electoralmente propuestas económicas mágicas, como si realmente creyera que las cosas pueden conseguirse gratis y que el Estado es algo que no les compete porque su financiamiento en todo caso debe depender de otros, ajenos a ellos. Esa es la causa última de la inflación: un conjunto decisivo de electores que creen que lo que el Estado “les da” se lo saca a otros y no a ellos mismos vía el envilecimiento inmoral del dinero.

Sería interesante reflexionar sobre estas realidades ajenas que a veces resultan útiles para entender porque nos pasa lo que nos pasa y por qué estamos cómo estamos.

Dos definiciones preocupantes de la Presidente

La Presidente hizo el día martes dos referencias, en su aparición en cadena nacional, que permiten entrever la concepción que ella tiene del mundo, de la Argentina y la percepción filosófica que algún modo la anima.

En un momento, aludiendo a la inversión de una empresa alimenticia, dijo que esos $ 60 millones de pesos destinados a la producción de salchichas y jamón eran la prueba incontrastable de que los argentinos estaban comiendo más salchichas y más jamón y que eso demostraba el éxito económico de su gestión.

La declaración fue impactante. Las salchichas y el fiambre deben ser dos de los elementos de menor contenido alimenticio en toda la cadena alimentaria. Su consumo incluso está contraindicado en las dietas bien balanceadas y en las que recomiendan los médicos que se especializan en nutrición.

Concluir que después de doce años de “modelo” los argentinos comen más salchichas y jamón, y que eso debe ser tomado como un índice positivo, es preocupante. Casi podría decirse, incluso, que por poco la conclusión debería ser la opuesta, esto es, que un sistema económico que solo ha podido hacer aumentar el promedio de consumo de salchichas y fiambre ha fracasado, no que ha tenido éxito.

Es más, no sería descabellado pensar que el consumo de salchichas y fiambre aumentó, justamente, porque bajó el de otros alimentos de mayor valor nutritivo. No debería sorprendernos, en esa misma línea, que también haya aumentado el consumo de harinas (pastas y otros carbohidratos) que también se caracterizan por ser alimentos de bajo contenido nutritivo y que no contribuyen ni al desarrollo cerebral ni a la capacidad de elaborar pensamiento abstracto.

La Presidente hizo su mención con un tono de reproche, como si la sociedad, encima, tuviera que agradecerle que ahora come más salchichas y más fiambre. ¿Qué debería pensar alguien que antes podía comer carne, o pollo, o pescado? El consumo per cápita de carne vacuna bajó, de hecho, en la Argentina de los últimos años, siendo la carne un gran portador de proteínas.

Pero decíamos más arriba que esa mención de la Presiente denotaba una definición implícita acerca de cómo la Sra. de Kirchner ve a la Argentina, al mundo y la concepción que ella tiene sobre el funcionamiento de la acción humana. La Presidente, en efecto, tiene una visión del mundo (y de la Argentina, dentro de él) muy poco ambiciosa, muy quedada y, en el fondo, muy pobre de las aspiraciones humanas. Escuchándola conforme con que los argentinos comieran más salchichas y más jamón, uno no podía dejar de percibir un enorme sentimiento de pena y lástima. ¡Que nada más y nada menos que la Argentina se conforme con comer salchichas! Un país que se presentó casi altaneramente ante el mundo una vez que puso en funcionamiento su Constitución; un país que estaba para llevarse todo por delante, un país donde el progreso era el desvelo de aquellos que venían a poblarlo desde los cuatro costados del globo, un país con un horizonte sin fin ha venido a caer, 162 años después, en un conformismo de salchichas y fiambres.

La segunda “perlita” presidencial llegó cuando pidió a todos que pensaran cómo estaban en 2003, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia. Lo hizo con una advertencia. Dijo: “No me vengan con el tema del esfuerzo da cada uno porque yo me pregunto si en 2003 la gente no se esforzaba, si la gente no quería trabajar, si la gente no quería irse de vacaciones… Hoy es posible gracias a lo que hicimos nosotros.”

Esta es otra manera indirecta de confirmar cuál es la aproximación filosófica de la Presidente a la vida, a la generación de riquezas y a la relación entre el individuo y el Estado. La Sra. de Kirchner está convencida de que lo que puede conseguir una persona, bajo cualquier circunstancia, es gracias a la acción del Estado; que si sólo existiera esfuerzo y dedicación personal no sería posible el progreso.

Está claro que, al contrario de lo parece ser su pensamiento respecto de lo que ocurrió en 2003, en ese momento el trabajo se perdía (aunque aquí habría que aclarar que los tiempos de la presidente también están errados porque la situación de empleo respecto de 2001 ya había comenzado a consolidarse hacia 2003) porque el Estado había quebrado; había estafado a toda la sociedad, le había robado sus ahorros y nadie estaba dispuesto a poner un peso en el país.

Hoy en día, doce años después, la situación en el sector privado (el único verdaderamente productivo) no ha variado mucho: las economías regionales están expulsando gente porque el modelo económico del gobierno las mató, la industria -terminado el auge producido por la devaluación y la pesificación asimétrica- no absorben mano de obra y el único que aumentó dramáticamente su dotación de personal es el Estado. En 2002 el presupuesto de salarios del sector público consolidado del país era de 25000 millones de pesos. Hoy es de 560 mil millones.

Esto significa que la Presidente adhiere a la teoría de que es el Estado el dueño del destino y el que marca el techo y el piso de los sueños individuales (si es que en un esquema así pudiera existir el concepto de “sueños individuales”) No es el esfuerzo ni la dedicación individual sino la acción del Estado lo que le permite a las personas acceder a lo que deseen. Una concepción diametralmente opuesta a la letra y al espíritu de la Constitución, que llamó a todos los hombres de buena voluntad que quisieran habita el suelo argentino a venir a trabajar aquí, en donde un orden jurídico justo le prometía no quedarse con el fruto de su trabajo.

Está claro, a estas alturas, que ninguna de estas cosas son novedades. Que la Presidente tiene en mente un perfil conformista para la sociedad (“agarren esto y agradézcanlo porque con otros van a estar peor aún”) y que está convencida de que lo que las personas logran no lo logran por ellas sino por la acción del Estado, es un clásico al que ya nos tiene acostumbrados.

Pero verlo y escucharlo repetido una y otra vez no deja de extrañar y de causar cierta pena por el potencial riqueza que estas ideas han evaporado de la Argentina.

El triunfo del sentido común

El resultado de las PASO del domingo en la Capital tiene varias proyecciones. En primer lugar, no caben dudas de que Mauricio Macri ha salido fortalecido. El PRO como espacio unido está muy cerca de alcanzar el 50% de los votos que se precisarían para ganar la elección general en primera vuelta. En segundo lugar, la jugada (arriesgada en términos argentinos) de endosar a Larreta a riesgo de que ganara Michetti le salió bien al jefe de Gobierno y con ello ha aventado los runrunes que se habrían originado si el resultado hubiera sido el inverso: allí habría aparecido la cuadratura militar del cerebro promedio argentino preguntándose “¿Cómo va a hacer para gobernar el país un tipo al que no le obedecen ni en su propio partido?”. Eso quedó atrás con el resultado de ayer, aun cuando la Argentina no precise, justamente, de cuadraturas militares.

En tercer lugar aparece el espectáculo del FpV festejando el fracaso. Antes que nadie, los militantes de remera azul saltaban y gritaban cuando el resultado electoral colocaba a su candidato más votado (de los siete que presentaron) en un cómodo cuarto lugar con apenas el 12 % de los votos y a la agrupación completa en tercer lugar con 18% de los votos (detrás de ECO), menos aún de lo que sacaba Filmus, el eterno perdedor del distrito.

¿Creerán que el relato también tiene un capítulo “festejos” y que a fuerza de machacar con lo que es una clara actuación se puede llevar al inconsciente colectivo una imagen de lo que no es? De lo contrario, no se entiende esa demostración callejera que contrastaba claramente con las caras de los peronistas históricos que sabían perfectamente que la elección del sector no había sido buena.

¿Cuánto de lo mismo habrá a nivel nacional? Quiero decir, no de lo que vaya a ocurrir con las PASO presidenciales, sino cuánto de lo mismo estará ocurriendo ahora, en el trajinar diario del gobierno, enviando imágenes irreales, números mentirosos, discursos cargados de datos que no son verdaderos.

“Machacar” parece ser la voz de mando: machacar con los festejos como si ganáramos; machacar con los números como si fueran ciertos; machacar con los mensajes publicitarios, como si la ornamentación artística fuera un buen reemplazo para las cosas concretas… Hubo mucho de simbólico en el “festejo” del FpV. Esos cánticos, esas banderas y el encendido (y enojado) discurso de Recalde llevaban ínsita una metáfora de lo que ocurre más allá de una noche post-elección.

En cuarto lugar surge una cuestión aspiracional para la Argentina. En efecto, si uno pudiera trazar una línea aritmética entre las PASO y las generales (que obviamente no es así) y el 5 de julio no hubiera un ganador en primera vuelta, el ballotage sería entre Rodriguez Larreta y Lousteau de PRO y ECO respectivamente.

Se trata de dos fuerzas racionales, de sentido común, centradas, simplemente normales. Ninguna de las dos es épica, ni está en guerra contra nadie. Tienen matices de visión diferentes, pero ambas aceptan las racionalidades económicas, una interpretación del mundo y una lógica política horizontal y de consenso.

Imaginemos si la sociedad entera del país pudiera tener la tranquilidad de estar en manos de fuerzas como esas a nivel nacional. Tener la certeza de que, gane quien gane, no habrá místicos aquí, ni “Generales” que den órdenes, ni supuestos soldados al mando de un “conductor”.¡Imaginen lo que sería eso! ¡No más iluminados!, ¡No más tocados por la mano del Señor! Simplemente administradores normales de la cosa pública que den cuenta de las “cuentas” y que traten de estar al ritmo de la modernidad mundial, tanto económica como políticamente.

No más relatadores de conspiraciones, no más víctimas de complots mundiales tejidos en las sombras, no más buscadores de excusas. Simplemente funcionarios públicos que estarán un tiempo a cargo de los dineros de la administración y del diseño y rumbo del país. No es demasiado lo que pedimos. Y, a lo mejor, por eso no ha funcionado esa cara “profesional” de la política en la Argentina. Precisamente porque no es épica, porque no tiene el ornato del grito, ni el adorno de la espada, ni la furia hacia el enemigo.

Ese era el programa de la Constitución: un país en paz. En paz consigo mismo y en paz con los demás. Un país concentrado en el progreso, cuyos únicos enemigos fueran el atraso, la pobreza, el quedo, la mentalidad parroquial y la visión corta. Un país con una base amplia de acuerdo que se inclina, de tanto en tanto, en un leve y calculado sesgo hacia un lado o hacia otro. Un país ruidoso, pero sin gritos; un país bravo, pero sin bravuconadas; un país ambicioso, pero no altanero; un país cálido, pero no estúpido; un país de principios pero cuya rebeldía se manifestara contra la deshonestidad y contra la aplicación privilegiada de la ley y no contra fuerzas del “mal” que nadie identifica y cuyo origen es siempre confuso y arrevesado.

Cuando uno escribe estas aspiraciones -que, en el fondo, no dejan de ser personales- se da cuenta de lo lejos que estamos de eso. Parecería que las páginas de gloria que auguraban y pedían nuestros antepasados no las hemos interpretado en el sentido de la construcción de un país moderno y de progreso, sino que nos hemos comido el “muñeco” militar de la historia y seguimos aspirando a esa gloria sobre la base de imponer a la fuerza lo que para nosotros sería “el criterio argentino”, a todo el mundo.

Como es lógico, como el mundo no está preparado para esa extravagancia, algunos se han conformado con imponer lo que para ellos es el “criterio argentino”, primero y antes que nada, a los propios argentinos, sin advertir que hay muchos de nosotros que no lo compartimos y que, desde ese punto de vista, nunca será un “criterio argentino” sino, simplemente, uno más de los tantos dogmas sectarios que la humanidad ha conocido cíclicamente.

La claudicacion de la Justicia

Resulta muy difícil mantener las expectativas institucionales en un nivel de esperanza alto cuando uno ve las cosas que ocurren en la Argentina, delante de las narices de todos.

Es cuestión de ver lo que sucede con causas que en otros países serían un escándalo de tal magnitud que hubieran puesto en apuros al más fuerte de los gobiernos. Nos referimos, claramente a la causa AMIA, a la del doble encubrimiento de los posibles autores del atentado, de la muerte violenta del fiscal especial de su investigación y a la firma del tratado que intentó llevar a la Argentina a negociar con los presuntos asesinos.

La primera de todas, la causa madre, hace 21 años que está bloqueada, sin avances, con acusados pero sin juicio, con enormes dudas sobre posibles conexiones locales y sin ningún horizonte de solución y de justicia para las víctimas.

Esa causa tiene, a su vez, dos sub-causas por encubrimiento. Una en donde Carlos Menem y Hugo Anzorreguy están imputados por encubrimiento y otra en donde la presidente Cristina Fernández y el canciller Héctor Timerman fueron acusados por el fiscal especial de la causa de montar una operación para salvar de la justicia a los acusados iraníes.

A su vez, para llevar adelante este último objetivo, esa fiscalía especial a cargo de Alberto Nisman supuso que se firmó un pacto inconstitucional con el gobierno de Ahmadinejah para saltear los tribunales argentinos y someter a los acusados a un “fallo” convenido con el presunto autor ideológico del crimen.

Cuatro días después de hacer pública semejante hipótesis y de plasmarla en una denuncia, Nisman apareció muerto con un tiro en la cabeza en el balo de su casa.

Esa causa fue un barrial desde el inicio y probablemente se haya echado tanta tierra y tanta agua en ese lodazal inicial que ya no se posible avanzar en ninguna luz aclaratoria. ¿Cómo es posible confiar o tener esperanzas en el funcionamiento institucional de la Argentina si las gravedades involucradas en estas causas pueden ser susceptibles de ser sometidas a una manipulación de tal porte como para que todo sea reducido a la nada?

Lo ocurrido con la apelación de la denuncia de Nisman en la Cámara Federal (Sala 1) es francamente inaudito. Tan inaudito como groseramente obvia la maniobra.

La apelación debía llegar al primer piso de Comodoro Py desde el segundo piso de ese edificio el miércoles antes de las 13:30 para que el impulso de la denuncia recayera en el fiscal Ricardo Weschler, un funcionario judicial de larga trayectoria, imparcial y no adicto a ninguna agrupación política.

Extrañamente, el escrito -que debía recorrer no más de 100 escalones- no llegó antes de las 13:30. A esa hora vencía el turno de Weschler  y comenzaba el de Javier De Luca, un fiscal de Justicia Legitima, cuya jefe política es la imputada en la denuncia.  A su vez la sala de Casación que debería tratar la causa -si es que De Luca recomienda abrirla (lo que en las presente circunstancias sería un milagro)- es la misma que decidirá la suerte de otro juez quien tiene en la mira a la presidente y a su familia por las actividades de Hotesur, el juez Claudio Bonadío.

También esa sala deberá decidir sobre la declaración de inconstitucionalidad del Memorandum con Irán, que antes había dictado la Sala 1 de la cámara Federal.

En medio de todas estas extravagancias, se tomó conocimiento oficioso sobre la existencia de canales de comunicación entre la presidencia y algunos jueces para sellar una especie de pacto de no agresión, por el cual se garantizara la no investigación del poder, como mínimo hasta las elecciones.

Resulta francamente increíble que quienes tienen supuestamente a su cargo la defensa última de los individuos frente al poder claudiquen ese alto cometido  en aras de arreglos cuyos beneficios solo ellos conocen.

Si alguien a esta altura tiene dudas de por qué la Argentina ha descendido a los infiernos del subdesarrollo luego de haber conocido las bondades de la civilización, de la abundancia y la afluencia del desarrollo, debería buscar la respuesta en estos meandros nauseabundos que han hundido la vigencia y el funcionamiento de las instituciones.

Si la justicia de los contratos, la seguridad jurídica de las inversiones y la previsibilidad de las normas se rigieran -como se rigen- por los mismos principios que en el país se han utilizado para manejar las causas que aquí comentamos, no es para nada extraño que aquí no venga nadie a poner un peso, como de hecho no vienen.

No hay casualidades en el mundo sino causalidades. Lo que le ocurre a la Argentina en materia económica -un notable languidecimiento de su performance y un diferencial inexplicable entre su realidad y su potencia- es consecuencia de la debilidad de las instituciones de limitación del poder del Estado, empezando, claro está, por la debilidad, la falta de jerarquía y la pusilanimidad de su Justicia.

Aunque parezcan cuestiones desconectadas, el que quiera explicar su pobreza y su falta de recursos, no debería mirar tanto a su billetera como a los sillones de sus jueces.

Las confesiones brutales de la Presidente

No hay caso: la espontaneidad es tremenda. Puede provocar confesiones brutales, sincericidios gruesos. Y en días exultantes puede ser más peligrosa aún. Fue lo que ocurrió el jueves con la Sra. de Kirchner y su “Aló Presidente” del día en que la Sala 1 de la Cámara Federal había desestimado la denuncia de Nisman-Pollicita-Moldes.

Era notorio que la Presidente estaba eufórica. No había más que notar su tono de voz y sus expresiones.

Ya horas antes se habían comenzado a expresar funcionarios y operadores cercanos al Gobierno en el sentido de que “hay que respetar los fallos de la Justicia…” y “no se puede decir que un fallo no me gusta porque no salió como quería…”

¿Perdón? ¿Hay que respetar los fallos de la Justicia? ¿No se puede decir que un fallo no me gusta cuando no sale como queremos? ¡Pero si eso es precisamente lo que el Gobierno hace cuando algún juez osa con contradecirlo, investigarlo o poner bajo juzgamiento las conductas de sus funcionarios!

¿O no fue la mismísima Presidente, acaso, la que acuñó la frase del “partido judicial”, insinuando que los jueces hacen política para producir un golpe? Entonces, va de nuevo, ¿qué es eso de que “hay que respetar los fallos de la Justicia”? ¿O la Presidente y sus funcionarios sugieren que solo hay que respetar los fallos que los favorecen a ellos y lanzar consignas golpistas o de “partido judicial”  cuando le son adversos?

Porque si fuera así entonces estaríamos ante la confesión lisa y llana de que solo se aceptaría una Justicia que condene a enemigos y absuelva a a us amigos o al propio Gobierno y a sus funcionarios. ¿Y entonces para qué tenerla? ¡Si ya conoceríamos sus fallos de antemano: si el oficialismo, sus funcionarios o sus amigos son una parte del caso, la sentencia los favorecerá! ¡Siempre!

Otra salida estomacal de la Presidente fue la referida a las cadenas nacionales. Como sabe que aburren, la Sra. de Kirchner intentó justificarse. ¿Y qué dijo? Bueno, dijo que “una (cadena nacional) de tanto en tanto… Después de todo ‘nosotros’ nos tenemos que bancar las cadenas nacionales de ‘ellos’ todos los días, con mentiras, refritos, todo el día diciendo lo mismo, repitiendo la misma noticia 50 veces… Nos tenemos que bancar (‘nosotros’) que nos metan miedo (‘ellos’)… No voy a decir cuál pero la abuela de un ministro toma Rivotril por las cosas que mira y escucha por la televisión…”

Se trata de un párrafo para la historia. Yo no sé si la presidente piensa lo que dice o -de vuelta- si una espontaneidad incontenible en un día, para colmo, exultante, la traiciona sin querer. Pero las confesiones tácitas que aparecen en ese sólo pasaje, alarman.

¿Cuál es el escenario ideal que impera en la cabeza presidencial respecto del periodismo, la libertad de expresión y los medios? ¿Cree la presidente, sinceramente, que ella debe hacer un esfuerzo de “compensación” para “equilibrar” lo que dicen los medios libres y por lo tanto debería estar al aire todo el tiempo con “su” versión de las cosas? ¿Tendrá como escenario ideal el de un caudal de cadenas nacionales igual al que los medios independientes disponen utilizando su propio aire? Según su escenario ideal, ¿el Estado debería expropiar del aire de los medios privados tanto tiempo como el que disponen ellos para poder trasmitir las “verdades” del Gobierno? ¿O quizás, mejor aún, el escenario ideal sería el de que los medios privados deberían callarse y solo debiera escucharse la voz oficial?

Y si todas estas posibilidades de escenarios ideales se verificaran en los hechos, ¿sería eso una democracia? Porque en la democracia, la posibilidad de expresar disidencias existe y no por eso los presidentes o los primeros ministros atosigan a su gente con largas peroratas en cadenas nacionales. Salvo, claro está, en países como Venezuela, que ha materializado en gran parte lo que seguramente coincide con el ideal presidencial: que solo se escuche la voz de Maduro.

La Presidente también olvida que lo que ella llama “cadenas nacionales de “ellos”, están sujetas a los vaivenes de zapping, algo que su obligatoria presencia en la pantalla impide. Si le molesta que un determinado medio reúna una porción importante de la audiencia total, debería preguntarse por el estrepitoso fracaso de su táctica de copamiento de los medios que, pese al dinero que se despilfarra en pagar estructuras y comunicadores a sueldo, no logra que nadie los mire.

Y por supuesto, en la misma parrafada sincericida, aparece de nuevo el “nosotros” y el “ellos” como si solo ella representara la argentinidad y los que dicen cosas que no le gustan fueran extranjeros y no argentinos; como si el país estuviera dividido en dos y solo uno fuera “la Argentina” y el otro quién sabe qué.

La confesión tácita y brutal de la Sra. de Kirchner vuelve a reafirmar que ella actúa como la Presidente de sólo un conjunto de argentinos; de su conjunto. Que hace rato que no le interesa ser la presidente de todos y que no encuentra en el escenario social de que los ciudadanos puedan convivir armónicamente pese a sus disidencias, ninguna ventaja respecto del sistema que a ella debe gustarle: el de la barraca militar en donde todo debe estar pintado de un solo color, una sola es la voz de mando, una sola es la noticia, una sola es la versión que sirve, donde no hay “partidos” sino “conducción” y “obediencia” y donde solo una es la verdad.