La caricatura argentina

La Presidente echó mano de una excusa barata para no asistir al acto en conmemoración de un nuevo aniversario del atentado a la embajada de Israel. Dijo que el día era el 17 y no hoy. Como todo el mundo sabe ese día se celebraron elecciones en Israel y por ese motivo el recuerdo –al que vino especialmente el Ministro de Agricultura israelí- se pasó para hoy. El día 17, la señora de Kirchner recibió a familiares de las víctimas, pero los que fueron tienen la común característica de ser partidarios del gobierno dentro de las distintas organizaciones judías de la Argentina. Ese dato confirma que, aun en circunstancias penosas como ésta, la Presidente sigue gobernando para una facción (y es la Presidente de una facción) y no para todos los argentinos.

Ese dato sigue profundizándose en un aquelarre plagado de “nosotros” y “ellos”, “patria” y “no patria”, “los de arriba” y “los de abajo”. Una enorme proporción del país está harto de esa lógica; ya no soporta esa asfixia. En el fondo todos los modelos totalitarios son, en definitiva, encarnados por minorías que, por medio de la utilización variada de la fuerza, logran imponerse sobre las mayorías liberales. Continuar leyendo

El país frente a una dualidad

La Argentina está hoy ante una realidad dual. Por un lado existe, en muchas franjas de la sociedad, un marcado optimismo por el futuro. La percepción de que la traumática experiencia kirchnerista está llegando a su fin, alimenta la esperanza de un porvenir más amable, de un ambiente menos áspero en el que -al menos- disminuyan las altisonancias, el atropello, la prepotencia y, en muchos casos, la corrupción, los negocios inexplicables, las fortunas repentinas, el clasismo antiguo e hipócrita, la chabacanería, la falta de clase, la completa ausencia de jerarquía y señorío.

Esa cara de la moneda tiene incluso su impacto en los números. El precio de los activos financieros del país ha mejorado notoriamente y las tasas que pagan son efectivamente más bajas. Ha disminuido el riesgo país a la mitad de hace casi un año, aun cuando muchos títulos de deuda están es default. Si bien el mercado inmobiliario sigue desplomado, se han multiplicado las consultas para adquirir propiedades premium porque se entiende que están en un valor que pronto se multiplicará. Continuar leyendo

Fue Néstor

La muerte del fiscal Nisman no se resolverá. No nos engañemos. Como la causa que él investigaba o como la de la Embajada de Israel o como el crimen de Nora Dalmasso o el del Candela, nunca se sabrá que ocurrió en el piso 13 de las Torres Le Parc de Puerto Madero aquel 19 de enero. La Argentina no puede entregar certezas de ninguna especie a sus ciudadanos, en ningún caso. Aquí nunca se sabe que ocurrió.

El barro termina cubriendo todas las causas. Un lodazal fabricado y multiplicado por mil variantes, impide discernir dónde está la verdad y dónde la mentira.

Esa incertidumbre siempre es funcional al poder: en ese mar de dudas y de acusaciones cruzadas, quien monopoliza los resortes de las decisiones se ve favorecido porque las máscaras terminan de caer. Continuar leyendo

Las paradojas del final de un ciclo

Si las paradojas pudieran jugar esas malas pasadas que uno siempre quisiera evitar,  no hay dudas de que el final de 2014 ha traído un embalaje completo de ellas a la Sra. de Kirchner. Terminar su mandato con la sospecha de ser la cabeza de un gobierno policíaco, que vigila a los ciudadanos, que ejerce la censura y que deposita en un general, cuyo pasado se hunde en las oscuridades de la dictadura, la confianza del aparato de inteligencia interior, es francamente estremecedor.

El contraste de esa realidad con las palabras huecas que pretendían presentar al gobierno como la antítesis de los generales de los 70, casi como la verdadera restauración democrática -en un ensayo no por ridículo menos intentado, de hacer como que entre el General Bignone y Néstor Kirchner no había ocurrido nada en la Argentina- resulta sinceramente patético.

Un gobierno acallando a periodistas, contraviniendo las leyes que él mismo hizo dictar contra viento y marea -como la de medios- para consolidar el más grande aparato de propaganda que la Argentina haya conocido jamás; un gobierno desconociendo las leyes de seguridad interior y de inteligencia, que manda a realizar tareas de vigilancia sobre los opositores y los jueces; un gobierno desbocado en cuanta referencia se haga al respeto por la institucionalidad… Es una enorme paradoja, una gran cabriola del destino que vuelve a probar que no es conquistable ni por palabras ni por relatos.

El gobierno de los Kirchner ha reivindicado más de una vez a los grupos revolucionarios de los 70. Lo ha hecho de palabra y lo ha hecho con dinero. Ha empleado a muchos de sus integrantes, ha utilizado fondos públicos para indemnizar a sus familias, aunque no ha indemnizado a las familias de los caídos en el otro bando. Aquellos grupos perseguían la utopía socialista; buscaban la instauración de una dictadura del proletariado: si de una dictadura. Que conste que ese término no lo usamos ni lo inventamos nosotros; forma parte de las originalidades del Manifiesto Comunista.

Toda dictadura supone un régimen militarizado de gobierno, la supresión de derechos (o mejor dicho: la supresión de los derechos de aquellos a los que la dictadura considera sus enemigos y el otorgamiento de todos los derechos a los protagonistas de la dictadura y a los que la cortejan).

Resulta increíble que el gobierno de la Sra. de Kirchner termine pareciéndose a ese modelo que buscaban aquellos movimientos revolucionarios. En lugar de parecerse a una república constitucional, la Argentina, en el año final de la presidente, se inclina hacia ese modelo autoritario, de base policíaca, vigilador, silenciador de la opinión contraria, operador de inteligencia interna en manos militares, protector de personas a quienes algunos legisladores llaman lisa y llanamente “genocida”.

¿Qué pensará la Presidente a todo esto? ¿Soñaba terminar de esta manera? Pablo Giussani escribió a comienzos de los 80 “Montoneros, la soberbia armada” una crónica sobre la organización guerrillera y sobre el paralelo que él encontraba entre ellos y el fascismo italiano en cuanto a su culto a la muerte.

Giussani imaginaba, hace más de un cuarto de siglo, que los Montoneros terminarían siendo olvidados y que nadie en el futuro se atrevería a reivindicarlos. En esto se equivocó. Pero en lo que estuvo acertado fue en la selección de la palabra “soberbia” para definir aquel proceder desfachatado, negador de todo lo que no fuera ellos mismos, altanero, provocador, terminante.

¿Pensará la Sra de Kirchner en lo que se ha convertido su gobierno? Un reducto de soberbios, que han copado los centros neurálgicos de la administración, de los medios, de las empresas públicas, de los organismos de control… Que aspira a hacer lo mismo con la Justicia, e incluso con algunas empresas privadas.

¿Qué es esto sino algo muy parecido a lo que perseguían aquellos jóvenes armados que sentían por la muerte una rara veneración, como describió Giussani? El ideólogo marxista italiano Antonio Gramsci acusó de “bestias” a los revolucionarios comunistas que querían implantar la dictadura del proletariado por la fuerza de las armas. “Nuestra táctica debe ser otra”, advirtió, “debemos cambiar el sentido común promedio de la sociedad… Por intermedio de cientos de intelectuales orgánicos que copen las artes, la cultura, los medios, el cine, el periodismo, debemos convertir a los burgueses a nuestro pensamiento… Cuando ese proceso haya terminado, todos serán marxistas, sin disparar un solo tiro” (Cuadernos de la Cárcel y  L’Ordine Nuovo) ¿No hemos asistido en estos años a esta formidable reconversión?

Nunca antes la palabra democracia había sido tan tergiversada como ahora. Hoy se nos quiere hacer creer que los empellones de los votos no son empellones. Nadie en el gobierno repara en las garantías constitucionales que limitan el poder de esos votos en resguardo de las minorías, tal como ellos hubieran querido que los empellones del autoritarismo militar hubiera tenido un límite que impidiera la muerte de tantos.

Hoy, muy probablemente, incluso, ese esquema de “mayorías” y “minorías” haya cambiado sustancialmente.  Pero el gobierno sigue sosteniendo que lo único que vale es su opinión porque ellos son “el pueblo”: la soberbia relatada.

¿Era éste el horizonte que la Presidente soñaba para su gobierno? Una realidad autoritaria, sorda, que embiste y atropella, que manda a callar, que hace inteligencia interna con militares, que suprime instituciones, que divide, insulta, ironiza y agravia… ¿Era este el modelo de democracia avanzada que la Sra. de Kirchner tenía en mente? ¿Lo quiso siempre y lo disimuló o cayó en esto por impericia?

Si las paradojas pudieran jugar esas malas pasadas, se las han jugado este año a la presidente Kirchner. Nada de lo que se anunciaba cuando asumió la presidencia por primera vez -el emprolijamiento institucional del arrebatado período de su esposo- se ha cumplido. Al contrario: ocho años después termina con una república disminuida, con vicios propios de regímenes uniformados, a los que, paradójicamente, tanto vilipendió.

La reafirmación de una aspiración totalitaria

La presidente presentó el lunes una idea vieja como si fuera novedosa. En efecto, con aire festivo la Sra. de Kirchner dijo que a partir de ese momento se inauguraba una nueva modalidad de cadenas nacionales, siempre en horario central, más seguidas y frecuentes y más cortas en su duración. Dijo que había tomado esa decisión porque de lo contrario los anuncios que ella hace no salen en ninguna parte.

Esta síntesis de los expresado por la Presidente sugiere varias conclusiones. En primer lugar, la reafirmación de una aspiración totalitaria sobre la información que elimine a los medios y ponga a la Sra. de Kirchner en el rol de ser la única fuente de información nacional. Para su conocimiento, más allá de la pretensión de novedad con que la iniciativa haya sido presentada, habría que decirle a la Presidente que se trata de una práctica ya intentada en el mundo en varios de cuyos países han funcionado ministerios de propaganda con suerte diversa hasta que las fuerzas de la libertad terminaron con ellos.

En segundo lugar, la decisión presidencial lleva a una pregunta trascendente sobre la enorme corporación de medios oficiales controlados directa o indirectamente por el Gobierno. Parecería que ese conglomerado está haciendo muy mal su trabajo de momento que la mandataria textualmente dice, quejándose, que lo que ella dice “no sale en ninguna parte”. Evidentemente el concepto que la Presidente tiene de su propia corporación de medios es bastante pobre.

Hoy el Estado -es decir la Sra. de Kirchner- controla más del 70% de los medios del país entre diarios, radios y emisoras de tv abierta y por cable. Pero, aun así, dice que se ve obligada a salir ella en persona por cadenas nacionales cada vez más cotidianas, a dar las noticias que importan porque de lo contrario, los medios no lo destacan. ¿Y sus propios medios, señora? ¿Tampoco lo destacan? ¿O será que la repercusión que tienen esos medios es tan escasa que ni aun teniendo el 70% de la propiedad no alcanzan a tener una porción razonable del share de audiencia?

En otro orden de cosas, no puede ocultarse el tipo de “escuela” a la que pertenece esta práctica. Se trata de una variante más del fascismo en el que ha caído la Argentina: la presencia omnímoda del Estado que aspira a ocupar hasta el último rincón de la vida del país, con su única voz, con su única presencia.

Durante la conexión en duplex de hace algunas semanas con el Sr Putin, la Presidente deslizó la idea de ir hacia un sistema en donde los medios no existan y en donde los líderes mantengan con el pueblo una comunicación directa, sin intermediarios. Se trata de otra aspiración totalitaria en donde la opinión y el análisis libre quedaría prohibido y pasaría a ser reemplazado por un sistema de “bandos” oficiales que se convertirían en el único elemento informativo existente.

También ésta se trata de una aspiración antigua. Muchos regímenes que la humanidad recuerda con vergüenza intentaron la misma empresa con el fracaso como resultado

La estatización completa de la vida no ha funcionado en el mundo. Los iluminados que la intentaron fueron señalados como tiranos por la historia y terminaron sus días envueltos en la locura de creer que era posible gobernar a un pueblo desde un solo puño, sin opiniones disidentes, sin matices, sin colores, con su único vozarrón sobresaliendo e imponiéndose a todo lo demás

La Presidente inauguró este nuevo método para decir que habría camiones odontológicos dando vueltas por todo el país, arreglándole las caries a los argentinos, que el país fue destacado por la ONU y la OCDE por su inversión en educación y para felicitar a su hijo por el campeonato de Racing, admitiendo que había sido advertida por él para que usara la cadena nacional para cursar ese saludo “porque si no la ‘mataba’”.

Más allá de esta nueva señal que confirma que la Sra. de Kirchner y su familia creen que el Estado les pertenece, fijémonos que ocurrió con los otros dos anuncios. El primero fue opacado (como si se tratara de una enorme ironía mediática) por la propia mandataria al internarse en la explicación de la nueva modalidad comunicacional y respecto del segundo, la Presidente olvidó referirse a la calidad educativa que, obviamente, debe juzgarse por los resultados. Esa calidad no ha pasado ninguna de las pruebas a la que ha sido sometida. Los chicos reprueban los exámenes regionales e internacionales de los que participan. Solo la mitad de los que entran al sistema educativo lo termina y los valores trasmitidos en las escuelas hacen dudar de si es conveniente que esas ideas estén bien o mal financiadas, siguiendo el famoso principio de que no hay peor mal que una mala idea con plata.

En algún lapso la Presidente pareció incluso pretender plantear un antagonismo entre el “Estado” y los “privados” como si el “Estado” fuera posible sin los “privados” o como si el “Estado” fuera una entidad moralmente superior a los privados o, incluso, más eficiente que ellos. La Presidente, a esta altura, debería saber que el Estado no tiene una existencia corpórea propia (a menos que la Sra. de Kirchner crea que el Estado es ella misma) sino que es una mera simulación jurídica inventada por los particulares para su propia conveniencia y para administrar de modo común las finanzas públicas pero que no tiene, al menos según la Constitución argentina, una preeminencia sobre los ciudadanos particulares; al contrario, son éstos los que la tienen sobre el Estado que debe estar a su servicio.

Tampoco desde el punto de vista de la eficiencia productiva el Estado ha demostrado ser superior a lo que la mandataria llama “los privados”. Hasta la última prenda que la presidente usa en su propia humanidad fue inventada, ideada, desarrollada y producida por “los privados”. Son “los privados” los que inventan los medicamentos, las fórmulas para que la gente viva más, los que producen nuevos elementos de confort, los que desarrollan nuevas tecnologías y nuevas aplicaciones para hacer la vida más fácil. El Estado no sirve básicamente más que para cobrar impuestos y -si cumpliera su rol como corresponde- para dar un orden jurídico razonable que facilite el trabajo, el desarrollo y la inversión. Puesto en ese rol, puede ser una ayuda o un estorbo, pero nunca será el protagonista del progreso humano.

La Presidente aspira a que el Estado sea todo en la Argentina: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”, diría Mussolini. Ella, que se asume como “el Estado”, aspira a ser dentista, maestra, locutora de noticias, editora de diarios, productora de petróleo, generadora de electricidad, confeccionista de ropa, jueza de conductas, fiscal de investigaciones, legisladora general, constructora de viviendas. La Argentina es ella y ella es la Argentina. Lo demás no existe.

La presentación del lunes de la Presidente no puede ser interpretada sino como una reafirmación de la pretensión totalizadora que ha caracterizado a todo su Gobierno, una pretensión que aspira a que solo se escuche una voz en la Argentina y que la fuerza del Estado sea utilizada para acallar toda opinión que no sea del agrado presidencial. Ahora lo hará por la fuerza. En medio de los clásicos horarios de las noticias en la Argentina, irrumpirá ella con su voz, callando a las de los otros. Es una pintura de esta época. Es una pintura de la no-democracia.

Hora de mostrar un compromiso

El jueves se conoció el cierre de FM Identidad, emisora en la que trabajé dos años y a la que me unía una relación cordial con su gerente de contenidos, José Luis Zorzi. La radio fue directamente eliminada. Su frecuencia 92.1 pasará a ser ocupada por la radio Vorterix de los empresarios Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, fuertemente vinculados al Gobierno, cuyos medios están regados generosamente por una millonaria pauta pública inexplicada e incontrolada.

Todos los trabajadores fueron despedidos y todos los programas salieron del aire. Identidad era una emisora independiente perteneciente a la familia Cassino, que emitía una variada programación con periodistas independientes como Martín Pitton, Maria Eugenia Alonso Piñeyro, Carlos Maslaton, Quique Matavoz, José Benegas… Por allí pasaron Jorge Jacobson, Pepe Eliaschev, Marcela Salleras, Carlos y Malu Kikuchi, Beto Valdez.

Los programas de la radio expresaban una opinión crítica del Gobierno pero con apertura, moderación, con datos y con información confiable. Parece que la combinación de todos esos elementos no resultaba demasiado digerible para el kirchnerismo, que mandó a una de sus espadas empresarias a terminar con el problema. Por supuesto en este caso nadie se acuerda de la compatibilidad de la operación con la ley de medios o con el principio de la “no-concentración”. Aquí la única concentración que cuenta y está autorizada es la que respalda al Gobierno, todas las demás se consideran ilegales aunque nadie tenga concentrado nada.

El hecho es por demás preocupante. El silenciamiento de la opinión es siempre un problema grave para la democracia. El ataque sistemático sobre los medios con opinión crítica ha sido, sin dudas, una característica del “modelo” que, hace rato, debe dejar de definirse por sus contornos económicos para pasar a describirse como lo que realmente es: una matriz de dominación completa de la sociedad a manos de una nomenklatura privilegiada con acceso libre a todo aquello que le prohíbe a los demás.

En materia de emisoras de radio independientes ya van quedando pocas en el espectro. Un formidable torniquete económico ahogó a muchas de ellas y a muchas producciones independientes que se financiaban a sí mismas por la vía de la publicidad.

La pauta publica dirigida solo a los amigos del poder generó un desbalance de tal magnitud que hoy solo se cuenta a “periodistas” millonarios -por su cercanía con esa canilla libre- y a periodistas boqueando porque no tienen acceso a ella y porque el sector privado se ha retirado en mucha medida del mercado anunciador, contribuyendo indirecta pero grandemente con los propósitos y objetivos del gobierno.

Si las empresas tuvieran una idea aunque sea somera del daño que han producido por esa decisión quizás la revisaran. Estoy seguro que ninguna de ellas tiene una idea clara de cuán importante son en el mantenimiento del periodismo libre. Es muy posible que si FM Identidad hubiera estado bien apoyada por el sector privado interesado en mantener abierta la pluralidad de las ideas, no hubiera podido ser atropellada como lo fue. Y eso vale no solo para FM Identidad sino para muchas radios cuyos dueños, dejados de la mano de Dios, finalmente sucumben ante el ofrecimiento de una mano suculenta.

Desde aquí lamentamos lo que ocurrió con FM Identidad. Nadie sabe cuál será la siguiente. Nadie sabe cuántas radios quedarán. Hasta hace unos años ningún periodista tenía estos miedos. Las cosas podían ir mejor o peor, pero a nadie se le ocurría que podía quedar literalmente en la calle porque sus opiniones fueran críticas del gobierno. Esta es una novedad de la “década ganada”.

Ojalá las fuerzas vivas de la sociedad, entre las que se encuentra el sector privado productivo, tome conciencia de lo que ocurre con la libertad de expresión e interprete esos hechos como una circunstancia excepcional frente a la cual no se puede actuar como si se tratara de tiempos normales.

Resulta muy cierto que las empresas deben dedicarse a innovar, a invertir, a emplear gente, a desarrollar nuevos productos, a pagar buenos salarios y a cumplir sus obligaciones impositivas. Pero en tiempos donde un poder aluvional viene a llevarse puestas las voces que defienden los principios por los cuales esas empresas viven, no pueden dar vuelta la cara y hacer como que no tienen nada que ver. Es la hora de mostrar un compromiso, muchachos. Cuando todo se caiga a pedazos será muy tarde para salir a decir que a ustedes, esto, “nunca les gustó demasiado”. El momento es ahora; no cuando ya nadie pueda hablar.

El kirchnerismo recrudece la persecución a periodistas

En estas horas un periodista de La Nación está prácticamente encerrado en su casa custodiado por  la Gendarmería por la amenazas recibidas por capos del narcotráfico de Rosario.

Se trata de una de las imágenes que los argentinos veíamos por televisión no hace mucho en países de la región y nos agarramos la cabeza pensando en cómo vivía esa gente.

Frente a los primeros síntomas de la llegada a la Argentina del drama de la droga y de su comercialización y producción no solo no hicimos nada sino que, en muchos casos, se abrieron las puertas del lavado de dinero con planes oficiales para depositar dólares en el circuito blanco de la economía sin preguntar su procedencia -al mismo tiempo que se persigue y se le piden explicaciones de todo tipo a los argentinos de bien que quieren ahorrar 200 dólares- y de la importación de componentes químicos imprescindibles en el proceso productivo de drogas sintéticas.

Otro periodista, Gustavo Sasso, fue procesado en Bahía Blanca por investigar operaciones de narcolavado de Juan Ignacio Suris al tiempo que le secuestraron material fruto de sus averiguaciones, tarea que, en lugar de procesarlo a él, debería haber llevado adelante el propio juez.

El viernes por la mañana el jefe de Gabinete se rebajó a un terreno de barrabrava haciéndose el canchero gracias al juego de palabras con el apellido de nuestro colega Fernando Carnota, al que llamó “Marmota”, según su propia confesión, por el mero hecho de “criticarlos”.

Mientras, en el Congreso, se abre paso la ley de telecomunicaciones que implica la muerte de la TV por cable, fundamentalmente del interior del país en donde opinar diferente a la ola financiada desde el Estado se convertirá, al mismo tiempo en un sacerdocio y, por lo que estamos viendo ya, en un peligro.

Hace más de 20 años que planteamos la idea de que, para ampliar la competencia era bueno estudiar la posibilidad de que las empresa telefónicas pudieran ofrecer el servicio de televisión, porque ellas ya disponían de una  red de  tendido hogareño  que facilitaba su instrumentación.  Pero aquellas opiniones -que recuerdo empezamos a comentar en 1993 en Radio América (a la sazón del mismo dueño de Cablevisión en ese momento -Eduardo Eurnekián- circunstancia que nunca me perjudicó ni implicó ningún “llamado” para que “evitara” esos comentarios, en una prueba evidente de la libertad de expresión sin miedos que imperaba en esos años) tendían, justamente, a ampliar verdaderamente no solo el arco de opiniones y de pareceres sino de inversión, de tecnología y de fuentes de trabajo.

Lo de hoy se inscribe en un marco completamente contrario. Los periodistas son perseguidos, atacados, procesados. Los medios corren el riesgo de cerrarse y los trabajos pueden perderse junto con la diversidad del pensamiento y con la libertad de expresión.

En esta misma semana se anunció en Venezuela la apertura de una línea telefónica gratuita para denunciar “traidores” y en Moscú se supo el levantamiento de la señal de la CNN en la capital rusa. Es muy interesante ver cómo Putin ha forzado esta salida: lo hizo prohibiendo la emisión de publicidad en la televisión paga.

¿Son inimaginables estas mismas situaciones en la Argentina? ¿un 0800 para denunciar buitres locales o una decisión que prohíba los anuncios en los programas de cable? Hay decenas de programas de opinión en la TV por cable que se financian con publicidad del sector privado. Incluso muchos que no tienen siquiera una presencia “testimonial” de pauta oficial. Todos esos programas (junto con sus opiniones) desaparecerían de un plumazo con una disposición parecida a la tomada por el Camarada Putín.

La situación del periodismo libre en la Argentina es gravísima. A todos los disparates descriptos hasta aquí se suma el hecho de que un enorme porcentaje de expresión es protagonizado por profesionales independientes que se financian a sí mismos comprando espacios en medios privados y luego vendiendo segundos de publicidad como si fueran una agencia.

Se trata de un sistema perverso. La asfixia y el deterioro inflacionario a la que ha sido sometido este sistema hacen que muchos profesionales estén boqueando hoy en día y su capacidad de mantener abiertas esas ventanas de libertad sea cada vez más pequeña. A las múltiples amenazas que pesan sobre su trabajo se suma este estrangulamiento económico que los arrincona y los confina.

No solo el Gobierno puede ejercer una influencia decisiva en el futuro de la libertad de expresión en la Argentina. Está claro que la capacidad de daño del Estado en ese sentido es fortísima. Pero el sector privado también puede tener una responsabilidad fundamental si no renuncia al financiamiento del periodismo independiente.

Si esa voluntad existiera y el Estado la persiguiera, entonces, se habría perfeccionado definitivamente la consagración de un Estado policial en el país en donde las bocas deberían cerrase y la única salida sería el exilio.

¡Qué enorme paradoja que en el medio de una pretendida democracia, los periodistas deberíamos pensar en el mismo tipo de futuro que tuvieron los muchos que escaparon de la última dictadura! ¿Será entonces que vivimos en un país de apariencias pero en el que las realidades siguen siendo tan oscuras como entonces?

El desapoderamiento

El próximo presidente de la Argentina deberá reunir cualidades muy especiales para enfrentar el desafío de volver a hacer de este país una tierra de oportunidades y para devolverle a la sociedad la vitalidad muscular perdida después de tanta droga asistencialista.

Las de mayor importancia dentro de esas cualidades serán el desprendimiento, la magnanimidad y la grandeza.

En efecto, la próxima administración deberá iniciar un camino de desapoderamiento del Estado para volver a transferir esos signos vitales a los individuos y a la sociedad. Han sido tantas la energías robadas a las personas en estos años, tanto el poder arrebatado a la sociedad para depositarlo en los funcionarios que encarnan al Estado, que la contratarea será ciclópea.

Pero además, como en la Argentina el empoderamiento del Estado ha sido interpretado como un empoderamiento de personas físicas de carne y hueso que han aspirado los bríos y las energías de los argentinos privados, la tarea de devolver esa vivacidad adonde corresponde (y de donde nunca debió haberse ido) necesitará de una condición de grandeza personal del próximo presidente muy parecida a la que tuvieron los presidentes de las primeras horas de la Constitución.

El próximo presidente deberá encabezar, él mismo, un proceso para hacer de la presidencia un lugar más liviano, un sitio menos excluyente y más prescindente de las decisiones privadas de los hombres y mujeres argentinos.

Para eso deberá tener la magnanimidad del desprendimiento. Después de años y años de una acumulación asfixiante y sin precedentes de poder en el puño presidencial, el próximo titular del Poder Ejecutivo deberá, en su propio”perjuicio”, volver a llevar ese poder al dinamismo individual, para que vuelva a florecer la inventiva, el vuelo de los sueños, y las ganas de cada uno por protagonizar personalmente la aventura de la vida.

Y hemos entrecomillado a propósito la palabra “perjucio” cuando nos referíamos a lo que el próximo presidente debería hacer, porque, efectivamente, a primera vista, quien voluntariamente renuncie a la cantidad de prerrogativas que la década kirchnerista le ha entregado al Estado (entendido éste casi como la voluntad omnímoda y personal del presidente) debe ser alguien con una voluntad de grandeza fuera de los común, que priorice los beneficios para el país antes que sus megalómanas manías por el poder.

Paradójicamente, sin embargo, ese eventual “kamikaze” , que se deshaga de todo el poder que la Sra. de Kirchner ha acumulado para el Poder Ejecutivo, terminará siendo más poderoso que ella, gracias a que su administración será recordada por haberle devuelto la sangre la sociedad y por hacer posible que la Argentina vuelva a ser un país en donde los sueños de cada uno no mueran en la asfixia a que los somete la concentración completa del poder.

La renuncia del próximo presidente a los poderes que la Sra. de Kirchner se autoregaló durante todos estos años será la verdadera tarea “derogatoria” del próximo gobierno. En efecto, si algo hay que derogar en el país es la innumerable pléyade de pererrogativas que el poder ejecutivo de los Kirchner le ha arrebatado a la sociedad durante los años de sus mandatos. Cada derogación será una devolución de libertades a los ciudadanos argentinos; cada renuncia que el próximo presidente haga a las facultades extraordinarias de las que gozaron Néstor y Cristina Kirchner deberá ser interpretada como una recuperación de derechos, como una reposición de lo que fue quitado, como un rescate de lo que fuera secuestrado, como un restablecimiento de la posibilidad de hacer de nuestras vidas lo que querramos con independencia de la voluntad del Estado, tal como lo había imaginado la Constitución.

Si ese milagro llegara a verificarse y por primera vez en mucho tiempo tuviéramos un presidente que se desprende de poder antes que un megalómano que lo acumula, la Argentina estaría en condiciones de protagonizar uno de los despegues socioeconómicos más extraordinarios de la historia humana, similar al que la transformó de un desierto pleno de barbarie a mediados del siglo XIX en una potencia mundial en menos de 70 años.

Con solo permitir que el centro de las decisiones trascendentes pasen de la presidencia a los individuos y a las empresas, la Argentina daría una vuelta de campana sin precedentes. La mayor decisión del próximo presidente es inaugurar un tiempo en donde las mayores decisiones no las tome el presidente. Ese cambio cultural hará pasar a la Argentina de la Edad Media a la Era Cibernética.

Si Dios iluminara por una vez a los argentinos para tener el tino de hacer ese distingo y por una vez a su dirigencia para limitar un poder que ha ahogado la aventura del emprendimiento en el país, la Argentina podría tener una chance en el futuro. Si al contrario, quien gane la presidencia continua creyendo que ha accedido a una alta torre desde donde puede manejar y controlar imprescindiblemente la vida de todos valiéndose de la herramientas que durante todos estos años los Kirchner le han arrebatado a la sociedad para entregárselas al Estado, el país terminará hundiéndose en el autoritarismo y en la inquebrantable pobreza que él genera.

Los peligros del populismo en América Latina y Argentina

Durante las sesiones del Parlamento Iberoamericano de La Juventud, llamado “Democracia y Participación Política” en Zaragoza, España, la joven conductora de radio y referente de la cultura en Guatemala, Gloria Álvarez,  habló sobre los peligros del populismo para las instituciones democráticas y sobre cómo este las destruye en América Latina.

Álvarez dijo que el populismo busca desmantelar las instituciones para luego “reescribir Constituciones” y acomodarlas a los antojos de líderes corruptos que “tenemos en Latinoamérica”. Criticó el pésimo trabajo que hicieron muchos gobiernos en el pasado y dieron lugar a que líderes populistas ganaran terreno en la población.

Invitó a los asistentes a derrotar esa tendencia a través de la tecnología y la educación, pues considera que la admiración que existe en países como Guatemala por el “régimen cubano, por el régimen venezolano” carece de razón y conocimiento, pues en Latinoamérica pocos son los que reconocen en el “régimen chavista las atrocidades y las violaciones de derechos que se están cometiendo”.

Aclaró que la tendencia populista juega con la necesidad de los “pueblos para imponer una dictadura” anulando la dignidad de las personas, porque es “una postergación de la pobreza, de la ignorancia y de mantener a los pueblos sometidos bajo la ilusión de que solo los bienes materiales son los que importan a la hora de votar”

Por último propuso desmantelar al populismo utilizando de la tecnología, teniendo como bandera la República para rescatar las instituciones basadas en la razón, la lógica, los argumentos y el intercambio de ideas.

¡Qué oportunas son estas declaraciones en momentos en que en la Argentina, justamente, se quiere introducir una nueva ley de telecomunicaciones para regular Internet! ¡Qué oportunas y que sugestivas!

En efecto, el Gobierno, continuando con su desbocada carrera para sancionar una acarralada de leyes cuyo objetivo triple es limitar el radio de acción de la próxima administración, cubrir sus espaldas judiciales y mantener una porción decisiva de poder, ha presentado -con la clásica escenografía presidencial de crítica a los medios informativos- un proyecto de telecomunicaciones que, entre otras cosas permite el acceso al negocio de la TV por cable de las empresas telefónicas (algo expresamente vedado por la ley de medios) y la regulación del servicio de Internet.

Llama la atención en ese sentido las declaraciones del inefable Sabbatella, que dijo que el proyecto no modificaba ni una sola coma de la ley de medios cuando existe una referencia derogatoria expresa a un artículo y dos incisos de esa ley que, justamente prohibían la prestación de servicios de cable a las empresas de telefonía.

Lo que ocurre con este proyecto es algo que va convirtiéndose en la marca en el orillo de los procederes del Gobierno: el gato encerrado. Es decir, un packaging que dice una cosa y un contenido que dice otra. En el caso que nos ocupa, el oficialismo habla de una apertura a la competencia -la cual es bienvenida y, en esa misma medida, es usada como mascarón de proa- mientras por el otro lado crea un súper ente de comunicaciones con capacidades legislativas, ejecutivas y judiciales al margen, claramente, de la Constitución.

En materia de Internet su obvio objetivo es, por supuesto, empezar a regular sus contenidos, prevenido como está, quizás, de la proliferación de “Glorias Alverez” que podrían aparecer como tábanos haciéndole abrir los ojos a la gente sobre las verdaderas intenciones del populismo.

Otro ejemplo de esta expertise en packaging es la reforma al Código Procesal Penal, en donde, bajo el argumento de organizar un proceso penal acusatorio más acorde con la lógica del Derecho, se esconde la organización de un Ministerio Público completamente dependiente del Poder Ejecutivo que se acompañará con la designación de 250 fiscales y 4000 empleados militantes, al mando de la soldado Carbó. Siendo -por el nuevo Código- los fiscales quienes instruyen e impulsan el proceso, la desestimación de casos que éstos hagan será definitiva para la suerte de los sospechosos, incluso en casos de corrupción que afecten a funcionarios públicos.

El número de legisladores en el Congreso le asegura al Gobierno el pasaje de todas estas leyes, como ya ocurrió con la ley antiterrorista, la de abastecimiento, el código civil y comercial, la ley de hidrocarburos y cualquier otra que materialice las ocurrencias del Poder Ejecutivo.

Muchos de esos legisladores levantan la mano sin saber lo que votan. En al caso del Código Civil fueron patéticas las declaraciones de varios legisladores que, por ejemplo, estaban seguros de haber votado algo cuya vigencia era inmediata, cuando en realidad le reforma empezará a regir en 2016.

Estamos en manos de esta irresponsabilidad. Como dijo Gloria Alvarez, la carga por estas consecuencias la llevamos nosotros. Hemos sido nosotros los que entregamos semejante poder a una facción. No ha privado en nuestra conciencia el principio del equilibrio y hemos confiado todo nuestro futuro a una sola ficha. Parece mentira que 400 años de evolución de Derecho hayan sido ignorados de esta manera, volviendo a los perfiles sociales de cuando el mundo era gobernado por cuatro señores que se repartían a los bandazos la suerte de millones.

Ahora van por la Corte

El Gobierno comenzó a coquetear seriamente con la idea de copar la Corte. La muerte del juez Petracchi aceleró esta posibilidad, a la que se le adicionó la guarangada de Kunkel pidiendo la salida del juez Fayt, prácticamente acusándolo de padecer la misma senilidad que la presidente le adjudicó a Griesa.

Fayt tiene 92 años y juró por el texto constitucional de 1853 que establecía la perdurabilidad de los jueces en sus cargos mientras durase su buena conducta (esto es, técnicamente, hasta su muerte si no eran removidos por mal desempeño) y defendió junto a Petracchi esa posición cuando la Constitución fue reformada en el 94 para introducir la enormidad jurídica del límite de 75 años.

En efecto, ese delirio fue el fruto de un acuerdo entre Alfonsín y Menem para que “la política” dispusiera de vacantes “convenientes” en la Corte Suprema, pero es a todas luces un tumor en el sistema de control constitucional del poder por la vía de entregarle al Poder Ejecutivo un arma más hacia el desideratum de un gobierno sin límites.

El juez Zaffaroni, que juró por el texto de 1994, ya anticipó que se retirará en enero. La salida del magistrado le plantea un problema al gobierno de la Sra. de Kirchner. Zaffaroni es un incondicional del oficialismo,  y este no tiene en el Senado los dos tercios de los votos para designar a otro juez que le obedezca a ciegas. Necesitaría más de 10 votos por encima de los que tiene para lograrlo. Por lo tanto, es posible que deba elegir a un candidato afín pero no regimentado -como podría ser León Arslanian- para que de ese modo parte de los votos radicales lo respalden.

Sin embargo, las declaraciones de Kunkel -que nunca habla porque el aire es gratis- en el sentido de pedir la cabeza de Fayt, pueden hacer presuponer que el Gobierno está decidido a ir por la Corte Suprema a como de lugar, buscando no ya una sino dos bancas. Si eso es así, es posible que también esté pensando en forzar los procedimientos para aprobar a los jueces en el Senado, como recientemente lo hiciera para aprobar un listado de conjueces.

En una palabra, los análisis basados en el “deber ser” deben ser tomados con pinzas cuando enfrente se tiene un poder como el que la Sra. de Kirchner pretende ejercer: muchas veces esos pensamientos “ingenuos” nos pueden llevar a conclusiones erradas.

Pero todo este berenjenal sirve para sacar una vez más una conclusión más genérica sobre la sociedad argentina.

Vacantes en los sillones de las Cortes ocurren en todos los países, y los que tienen esquemas constitucionales similares al nuestro abren, efectivamente, la posibilidad de que los presidentes llenen esos lugares con candidatos elegidos o propuestos por ellos.

Pero lo que no ocurre en todos esos países es que el gobierno ostensiblemente se aproveche de la situación o, peor aun, especule con la idea de forzar vacantes para llenarlas con jueces de su gusto y “piacere”.

¿Por qué ocurre eso reiteradamente en la Argentina? Porque es la sociedad la que en el fondo lo permite. Y lo permite porque no le molesta que una sola persona concentre todo el poder. La sociedad argentina no está familiarizada con la idea del poder limitado. Al contrario, lo está con la idea del poder concentrado. Ve con naturalidad la figura del “jefe único” frente a cuya voz todos se callan y obedecen. No termina de procesar la idea de que es ella (los individuos que la componen, en realidad) la “poderosa” y no el Estado. Que es éste el que debe ajustarse a severos límites en su accionar para dejar el máximo márgen de maniobra posible a la soberanía y a la libertad individuales.

En ese contexto, ¿por qué debería ser el Poder Judicial -el teórico terreno de defensa de aquellas libertades- una excepción a la regla? Si no consideramos importante la libertad individual sino el poder de un “comandante”, ¿por qué deberíamos defender la independencia del poder destinado a defender esa libertad?

Claramente tampoco la historia de los jueces brilla cuando se trata de privilegiar la supremacía del individuo frente al Estado. La doctrina de la Corte cuando verdaderamente se encontró ante la disyuntiva de defender a uno o a otro no dudó y claudicó ante las “razones de Estado”.

Hoy las “razones de Estado” pueden indicar que su próxima víctima sea la propia Corte. ¿Qué harán los jueces ahora en que la libertad se une a sus propios intereses personales?

Ya tuvimos un antecedente, precisamente en la reacción frente a la introducción del límite etario en 1994: allí sí echaron mano del principio liminar de la irretroactividad de las leyes para permanecer en sus cargos. Pero al menos un juez de los que se aprovecharon de esa correcta interpretación no siguió el mismo razonamiento frente a la inconcebible irretroactividad de la ley de medios. En efecto, el fallecido juez Petracchi adujo la irretroactivoidad de la reforma del ’94 para considerarse no alcanzado por el límite de los 75 años pero votó a favor de la constitucionalidad de la ley que desconoció retroactivamente los derechos adquiridos de los titulares de licencias cuya adquisición había sido hecha con anterioridad a la ley del 2009, y en perfecto acuerdo con el orden jurídico vigente a ese momento.

En una palabra: la sociedad va camino de quedarse sin defensas porque ella misma eligió no defenderse. Envueltos en una pusilanimidad fuera de lo común los argentinos solo atinan a mirar como el poder les pasa por encima a lo sumo tratando de salvarse de a uno sin la menor empatía por el prójimo. En ese campo yermo de miserias se levanta la perdurabilidad de un poder total.