Siete años de Cristina Kirchner y la instalación de una extraña contracultura

El pasado miércoles 10 se cumplieron siete años desde que la Sra de Kirchner asumió por primera vez la presidencia. Si uno tuviera que hacer un raconto de cómo está el país después de esta experiencia, los resultados no podrían ser peores. No hay prácticamente terreno en el que la Argentina no haya retrocedido y donde la vida no se haya deteriorado en este lapso.

Las relaciones internacionales, la economía, la seguridad ciudadana, la educación, la cultura cívica, el respeto público, el clima de convivencia, la paz cotidiana, la tolerancia, la violencia verbal y física, las amenazas, el nivel de libertad individual, la independencia de la justicia, el desenvolvimiento de la prensa, en fin, todo lo que conforma la realidad diaria de un país ha sufrido un retroceso notable en estos años llenos de furia y de pretensión hegemónica del ejercicio del poder.

Los aliados más importantes de la Argentina de hoy son Venezuela, Irán, China y Rusia, cuatro regímenes que, por decir lo menos, ejercen el poder sin libertad, de modo autoritario y sin que rijan las garantías constitucionales mínimas de una democracia republicana. Cuando uno contrasta esa realidad con la afirmación de la presidente electa -y aun no asumida- de que su gobierno tendría como reflejo orientador el ejemplo de Alemania, no puede menos que agarrarse la cabeza. Continuar leyendo

Zonceras que atrasan

Tres hechos, que parecen no estar conectados, tienen sin embargo algunos denominadores comunes, impensados si uno los mirara aisladamente.

En primer lugar surge, obviamente, el encuentro que protagonizaron la Presidente y el Jefe de Gobierno al dejar abierto el último kilómetro y medio de autopista Illia Norte que termina de conectar el centro porteño con la Gral Paz.

Con unas palabras que uno no sabe bien cómo interpretar la Presidente pidió “no mirar hacia atrás” y “celebrar el hecho de que el trabajo en conjunto y el sentido común permitan resolver problemas…” ¡Pero si eso era lo que medio mundo le ha venido diciendo los últimos ocho años!

Ese tramo de camino no podía completarse porque para hacerlo había que correr veinte metros hacia el Este un alambrado perimetral del aeropuerto Jorge Newbery y la Señora de Kirchner se negó persistentemente a hacerlo impidiéndole a millones de personas un tránsito más fluido y al país un enorme ahorro de combustible.

La presidente con la misma naturalidad habló de la “civilización” política que conlleva el hecho de poder hablar con representantes de otras ideas políticas sin que ello signifique un hito nacional. Pero, una vez más, ha sido ella y el gobierno que ella preside el que se encargó de trasmitir una idea monopólica del pensamiento según la cual sólo el gobierno defiende a los argentinos, solo los que piensan como el gobierno son argentinos y solo el kirchnerismo está en condiciones de interpretar el sentir de los argentinos.

Más allá de que en todo caso debe darse la bienvenida a este cambio, uno debe preguntarse hasta dónde es completamente real. La duda la alimenta justamente el otro caso que merece comentario y que encuentra precisamente aquí su punto de contacto con el episodio de la autopista.

Ayer fue designado en el área del ministerio de Cultura, que ahora preside Teresa Parodi, el llamado “intelectual” Ricardo Forster, uno de los integrantes más salientes de Carta Abierta. Su secretaría será la de la “coordinación estratégica del pensamiento nacional…” ¡¿Qué cosa!? “La coordinación estratégica del pensamiento nacional”.

¿Pero qué diablos es el “pensamiento nacional”?, ¿desde cuándo algo tan absoluta y definitivamente individual como el pensamiento puede transformarse en “nacional”?, ¿cuál de los pensamientos que tienen los millones de argentinos en su condición de ciudadanos libres, será elevado a la categoría de pensamiento nacional?, ¿con qué criterio?, ¿por qué el de Juan y no el de Pedro?, ¿qué significa intentar “coordinar estratégicamente” el pensamiento?, ¿acaso suprimir alguno y privilegiar otros?, ¿y por qué eso debería hacerlo Ricardo Forster?, ¿quién es Ricardo Forster más que Juan Perez?

La Presidente, en la autopista, decía que no había que mirar hacia atrás. ¿Y qué cosa sino “mirar hacia atrás” es volver sobre conceptos de los años ’40 que el mundo dejó atrás por fascistas, por manipuladores de la verdad y por censores del pensamiento libre?

Esta zoncera jauretchiana del “pensamiento nacional” es una mordaza a la libre expresión, es un escrache al desafío; es una policía intelectual. 

También respecto de esto medio país le viene diciendo a la Presidente, a sus laderos de Carta Abierta y a sus ubicuos de La Cámpora que esas son cuestiones que deben terminar en un país pretendidamente moderno como la Argentina. Igual que con la apelación al sentido común, a los principios de la civilización política y a la idea de resolver problemas de la gente común, nadie puede arrogarse la representación del “pensamiento nacional” porque eso supone necesariamente la aplicación de un criterio de selección (encarnado por un “seleccionador”) según el cual lo que opinen determinadas personas tendrá las salvaguardas del poder y lo que opinen otras tendrá la censura, la inequidad y, eventualmente, las persecuciones del poder.

Y, finalmente, la última cuestión aparentemente desconectada de estas dos pero a la que se le puede anotar un denominador común con ellas, es una publicación, justamente de La Cámpora, que en su último número publica un dibujo de Sergio Massa delante de una bandera norteamericana con la frase “vengo a proponerles un dueño”. Pero, ¿se puede ser tan estúpido?, ¿se puede seguir con esta payasada de los “agentes nacionales del imperialismo yanqui”?, ¿se puede seguir mirando -justamente- tan “atrás”?

Mientras los argentinos seguimos colgados de estas banderas que ya no le mueven un pelo a nadie, el mundo avanza y nos deja tristemente atrás. Rodeados de nuestros problemas de creciente inseguridad, narcotráfico, inflación, aislamiento, perdida de empleo. Todos van resolviendo sus problemas y nosotros seguimos atados a rocas atávicas que nos hunden en el fondo del mar.

Por más que la Presidente en un acto aislado le haga restregar los oídos a todo el mundo para asegurarse de que uno está escuchando bien lo que está escuchando, lo que valen son los actos de todos los días. La Señora de Kirchner podrá decir, trepada a una ruta en medio de una soleada tarde de Buenos Aires, que no hay que “mirar para atrás” y que “hay que actuar civilizadamente y con sentido común”, pero si luego se establecen secretarías desde donde se “coordinará estratégicamente el pensamiento nacional” o se pretende transmitir la idea de que el país puede vivir aislado y en la vereda de enfrente de la principal potencia de la Tierra, de nada valdrán los discursos de ocasión.

Es hora de que el espíritu de las palabras presidenciales se haga carne en el pensamiento presidencial y que luego ese pensamiento se transforme en acción. Es posible que así los otros que viven solo para chupar las medias de los poderosos, pretendiendo ser más papistas que el Papa, también se sumerjan en una increíble pero saludable y esperada metamorfosis. De no ser así, las palabras de la presidente solo habrán alcanzado para salir del paso y cumplir con la burocracia de inaugurar un tramo de un camino que será solo de asfalto, en lugar de ser de progreso, de crecimiento y de armonía.

Los otros aumentos

La presidente volvió a la escena de la mano de una palabra que gobernó gran parte de su discurso. “Aumentamos” dijo, haciendo un juego de palabras, mofándose de los “aumentos de precios”, argumentando que “ellos” -el gobierno- aumentaron una cierta cantidad de dudosas variables. Pero la presidente olvidó otros muchos “aumentamos”.

Algunos han sido muy graves en términos sociales. Algunos le han costado la vida a miles de argentinos inocentes, como el aumento del número de criminales sueltos por la calle que tienen a la ciudadanía viviendo en estado de pánico. Otros dejarán secuelas culturales que costará mucho erradicar, como la inútil división social y el rencor gratuitamente repartido. Algunos esperan respuestas judiciales, como fue el aumento inexplicado de algunas fortunas. Y otros han traído a la Argentina males y escenas desconocidas para nosotros hasta hace sólo unos años, como las que entregan los sicarios del narcotráfico matando gente por la calle. Otros están respaldados por las cifras oficiales: cuando en el censo de 2001 vivían 10 personas en una villa miseria, en el censo 2010 vivían 16, un 60% más.

Algunos tendrán impacto por años en la Argentina, como el “aumento” del aislamiento internacional y del pésimo concepto que le hemos trasmitido al mundo. Otros han profundizado las peores prácticas de nuestra historia, llevando el unitarismo fiscal a niveles extorsivos que convirtieron a las provincias en meras dependencias del gobierno nacional.

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