El ofensor ofendido

Uno se refriega los ojos frente a las declaraciones. Vuelve a leerlas para ver si no leyó mal. Pero no. Todo está bien leído. No hay errores. Lo dicho fue dicho.

“Cuando se habla de una Argentina violenta se quieren reeditar viejos enfrentamientos”, fueron las palabras de la Sra. de Kirchner en la inauguración del mural de Carlos Mugica para referirse al documento de la Iglesia sobre la “enfermedad de la violencia” que padece la Argentina.

“¿Se quieren reeditar?”, ¿quién los quiere reeditar? O mejor dicho, ¿quién los quiso reeditar? O mejor aún ¿quién los reeditó ya?

A la presidente le convendría repasar el fraseo de algunos “cantitos” de La Cámpora, o de algunos de sus ministros, legisladores, funcionarios y allegados oficiosos al gobierno. O incluso el contenido de más un discurso suyo.

¿Quien convocó públicamente por primera vez a odiar, sino Luis D’Elía?, ¿quién sino Juan Carlos Molina habló de “ellos” y “nosotros”, para decir que “para ‘ellos’, ‘nosotros’ somos basura, chorros, negros…”?, ¿quién es el que crea enfrentamientos allí?¿quién trajo a la Argentina ese idioma clasista y racial tan ajeno a nuestra tradición?

¿Quienes son los que hablan de “cipayos”, “gorilas”, “oligarcas”?, ¿quienes son los que, aquí y allá, andan metiendo esos rótulos en la frente de la gente?

¿Quiénes fueron los que empapelaron la ciudad con los nombres, apellidos y las fotos de ciudadanos argentinos bajo el título “Estos son los que te roban el sueldo”? ¿Quién elogió a los barras como la “pasión del fútbol”?

¿Quién revolvió el pasado como quien urga en la materia fecal pensando encontrar allí algo que le convenga a sus intereses?, ¿quiénes parecen justificar la violencia delincuencial vendiéndola como una consecuencia de la tarea “excluyente” que la sociedad burguesa habría hecho deliberadamente con anterioridad?

¿Quién inventó Tecnópolis para oponerse a La Rural?, ¿quién el Encuentro Federal de la Palabra para oponerse a la Feria del Libro?, ¿quién en Centro Cultural Nestor Kirchner para oponerse al Teatro Colón?, ¿quién repiqueteó con un nuevo revisionismo histórico cuyo último objetivo era defenestrar a algunos argentinos?

La presidente en uno de sus inefables tuits dijo que algunos que visitan a Francisco en Roma deberían leerlo más. ¿Lo ha leído ella? ¿Quién se ausentó de todos los Tedeums presididos por Bergoglio en la Catedral de Buenos Aires mientras el hoy Papa era Cardenal de la Argentina?

¿Quién trasmitió la idea del campo como la última basura de la Argentina?, ¿quién estigmatizó a Roca, a Alberdi a Sarmiento y a otros tantos argentinos que fueron importantes para muchos argentinos?, ¿quién la emprendió contra ciudadanos privados para tratar de vincularlos artificialmente con la dictadura militar?, ¿quién creó aquella imagen tremenda de la gente que “secuestró los goles”, como antes secuestraba personas?, ¿quién ha llamado “zánganos” a los opositores?, ¿y quién “papagayos” a los defensores de la seguridad jurídica y del clima de negocios?

Pero lo más inaudito de todo es que estos procedimientos no fueron una consecuencia inadvertida e indeseada de una política sino la aplicación consciente y perseguida de un plan pensado y llevado a cabo de acuerdo a las enseñanzas divisionistas de Laclau.

¿Quién creo “Justicia Legítima” para llevar la grieta también al seno de la Justicia el enfrentamiento de la calle?, ¿quién martilló cuatro años con el latiguillo “Clarín miente” y con la idea de que había que crear un conglomerado de medios partidarios (fondeado con dineros de todos los argentinos) para contrarrestar aquella “influencia”?, ¿quién pronunció, con la cara llena de furia, la frase “vamos por todo”, como si nada debiera quedar en pie de lo que perteneciera a todo aquel que no fuera kirchnerista?, ¿quién ha trasmitido la idea de que todo el mal que sufren algunos argentinos se debe a la “culpa” de los otros argentinos?, ¿quién ha estimulado la bronca de unos contra otros?

El reguero de división, de rencor -en muchos casos de odio directo- que se ha creado en estos años solo puede ser comparado al tiempo de Rosas o a los últimos años del Perón de los 50.

Es tan incontrastable la realidad que ha ocurrido desde el punto de vista de la división social en la Argentina en los últimos años que la pretensión de la presidente de endilgarle también esa culpa a los demás raya con el cinismo. El mismo que cualquier podía advertir en D’Elía pidiendo amor luego de convocar al odio.

Dicen que la presentación de los abogados de Apple en su millonario juicio contra Samsung fue muy sencilla. Parado frente al jurado, el abogado de la “manzanita” dijo: “Seré muy breve: solo voy a limitarme a preguntar cómo era un teléfono Samsung antes del iPhone”

En este caso en que la presidente pretende echar un manto de dudas sobre quién creó el clima de enfrentamiento en la Argentina, también sería muy útil responder la simple pregunta: ¿Como era el clima social de la Argentina, hace 15, 18 o 20 años? ¿Cómo era antes de los Kirchner?

La Argentina antes de los Kirchner tenía muchos inconvenientes. Pero con gran esfuerzo iba dejando que el tiempo opere sobre sus viejas heridas y apostando a que un pasado negro quedara definitivamente atrás. La prédica de las Bonafini de este siglo enterró aquel intento de paz. Ese odio repugnante, visceral, intransigente triunfó. A los codazos se hizo espacio en los huecos elevados del poder y desde allí se enseñoreó en el rencor, en la rabia y en la negativa a cualquier reconciliación. En esas almas solo reside una inconmensurable sed de venganza y una incontenible vocación por no dar el brazo a torcer.

El documento de la Iglesia no es ningún descubrimiento. La violencia de la Argentina actual no es algo opinable: es la triste realidad, un puerto de llegada al imperio de una terminología, de una postura, de una propuesta frente a la vida. El gobierno no quiso tenderle la mano a nadie que no fuera propio. Bajó desde las alturas un lenguaje de intolerancia a la diferencia que es tan evidente como las mentiras económicas. Ningún discurso que convierta en ofendido al ofensor borrará esa realidad que todo argentino imparcial y de sentido común conoce y sufre todos los días, desde hace 11 años.

El truco de los perejiles

El viejo truco de emprenderla contra los giles para hacer un poco de ruido que deje conformes a los que reclaman mientras, por el otro lado, se deja vivitos y coleando a los responsables principales de los hechos. Esto es lo que parece haberse operado en el juzgado de Casanello con el procesamiento de Leonardo Fariña y Federico Elaskar.

Resulta obviamente más fácil caerle a estos dos “perejiles” que profundizar una investigación sobre el empresario patagónico de las “cavas” domésticas que quién sabe adónde puede terminar.

Empecemos por recordar que, de la carátula del expediente original, el nombre de Lázaro había sido eliminado por presión de la Procuradora General Gils Carbo, la soldado de la presidente que según sus propias palabras se puso “ su disposición” al asumir su cargo.

La militante de Justicia Legítima movió sus fichas para que en la portada del expediente solo quedaran los nombres del valijero Fariña y del arrepentido de sí mismo Elaskar. Solo la presión de la información pública hizo que el nombre de Báez no pudiera seguir ausente del título de aquel expediente.

De todos modos -dado lo que ahora conocemos- la decisión de sacar al dueño de Austral Construcciones del centro de la investigación ya estaba tomada.

Fariña y Elaskar están procesados por el lavado de casi 60 millones de dólares en una causa que involucró la participación de una cadena de empresas fantasma y que recorrió Panamá, EEUU y Suiza.

El valijero declaró públicamente que él trabajaba para Báez y que ese dinero no le pertenecía a él sino al empresario patagónico. El mediático ex esposo de Karina Jellinek también dio a entender que Báez tampoco era el último eslabón de la cadena en esa generación turbia de fondos.

Es esa escalera ascendente en la averiguación del origen de los fondos la que la Justicia se niega a escalar.

Hay documentación que a esta altura es pública y que ha circulado desde la televisión hasta las manos del fiscal Campagnoli que deja a los procesados de ayer a la altura de unos nenes de pecho cuando se compara su involucramiento con el de otros peces gordos.

Resulta obvio que Fariña y Elaskar han puesto a disposición su “trabajo” (uno su caradurez sin límites y el otro su ingeniaría financiera) para canalizar ciertas operaciones que permitieran sacar dinero al exterior y para volcarlo al circuito legal, pero que no son ni los cerebros ni los generadores de los hechos que terminan produciendo estas avalanchas de fortunas.

La Justicia debería investigar el origen final de los fondos. Casanello se apoya justamente en esos vericuetos para justificar por el momento el no procesamiento de Báez. Pero si la investigación va a continuar algún día por el sendero del sentido común, no caben dudas de que el hilo debería desenredarse hacia las actividades que generaron esos dineros.

Luego, por su puesto, está la ingeniería que constituye empresas aquí y allá par confundir y hacer dificl la trazabilidad de la ruta. Pero el núcleo central de la investigación debería consistir en averiguar qué produjo esas fortunas.

Y es allí donde la investigación a Lazaro Báez puede volverse vidriosa. El empresario patagónico, que era oficial de cuentas del Banco de Santa Cruz, tenía una amistad muy cercana con los Kirchner, fundamentalmente con Néstor. Fue el ex presidente el que lo sacó del Banco para aprovechar todo el conocimiento que Báez tenía de la gente con deudas en Santa Cruz.  Con esa base de datos Kirchner se constituyó en un financista paralelo al sistema financiero oficial de la provincia. Hasta aquellos días se remonta su amistad.

Cuando Kirchner llega al gobierno, Báez se transforma milagrosamente en un empresario de la construcción con una capacidad admirable para ganar licitaciones.

Si bien Casanello fundamentó su decisión respecto de Elaskar y Fariña en el hecho de que se trata de operaciones realizadas en el mercado local y que, respecto de Báez, aún está esperando información internacional, lo cierto es que unas operaciones (las de expatriación de capitales en la que está acusado Báez) no podrían ser posibles sin las otras.

La señal dada ayer por la Justicia ayer parece dar validez a la versión más farándulezca de los episodios sin vocación por profundizar los costados más oscuros del caso.

Cuando los nombres de Fariña y Elaskar saltaron al dominio público, el gobierno hizo un esfuerzo muy notorio para llevar el caso a los programas mediáticos de chimentos, aprovechando la aparición de algunos personajes que tenían que ver con el mundo del espectáculo como la mujer de Fariña, Karina Jellinek, o Ileana Calabró, la esposa de Fabián Rossi, uno de los involucrados en los trámites de constitución de empresas en el exterior que llevaba adelante “la Rosadita” de Elaskar.

Pero la Justicia no debería “comerse ese amague” y, al contrario, debería tratar de profundizar la línea de investigación que intente descubrir dónde se originaba el dinero que Báez confiaba a Fariña y Elaskar para que lleven de un lado a otros en una maraña financiera-legal que, sobre todo Elaskar, daba muestras de manejar con maestría.

El juicio de la historia será insuficiente

En una nueva vuelta de tuerca de su sesgo incendiario, el gobierno, a través del jefe de gabinete, culpó a los “empresarios y comerciantes” por la suba de los precios, acusándolos de “antipatriotas y de inescrupulosos desestabilizadores”, dando por sentado que los trabajadores y jubilados de la Argentina, sabían de lo que hablaba. Agregó que ese comportamiento daba vergüenza.

Capitanich pareció olvidar aquella vieja teoría de la psicología que dice que cuando uno habla, habla de uno, porque efectivamente el que está dando vergüenza es él. Lo último que necesitaba la piel argentina en este momento de desasosiego, cuyo único culpable es el gobierno, era un balde de odio y acusaciones rencorosas de unos contra otros para seguir avivando un fuego divisorio que, con los ingredientes que el gobierno se ha encargado de mezclar, podría resultar explosivo.

La irresponsabilidad del gobernador del Chaco solo puede explicarse por el nivel de desesperación y de ignorancia técnica que paraliza al gobierno por la vía de sumergirlo en una -paradójicamente- hiperactividad contradictoria y chapucera. Son tantas las consecuencias disparatadas que este conjunto de impericias ha causado, que el gobierno no tiene mejor idea que inventar un culpable al cual señalar públicamente para despertar la furia y la bronca de los desesperados.

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¡Que alguien le saque el Twitter, por favor!

El problema no son los contenidos, sino las dudas. Lo que preocupa no es lo que dice sino quien lo dice. El asombro no está causado por las palabras, sino por las responsabilidades que supuestamente asumió.

Los tuits de la señora de Kirchner revelan una notoria escasez de altura. Su exagerado personaje de mujer “común” denotan una actuación impostada -no porque Cristina no sea una mujer común (que lo es), sino porque no aprendió a aceptar que no puede hacer de eso un uso desubicado y pendenciero como si realmente se tratara de una señora discutiendo con su cuñada, haciendo uso de la tecnología.

La verborragia tuitera de ayer contra LAN, contra el presidente chileno, contra Brito, contra los medios, contra los holdouts, trasmite una formación pobre y, fundamentalmente, una enorme desubicación.

La presidente cree que esos arranques la acercan al hombre de a pie, cree que con eso entra en empatía cultural con él y que, por eso, cautivará su voto y su apoyo.

Y es posible que durante un tiempo esa táctica haya funcionado. Es posible, efectivamente, que mucha gente se haya comido el verso de tener a “una de ellos” en el gobierno. Pero ya no. Hasta la gente menos formada está ávida de tener una referencia respetuosa de las formas en el vértice más alto del poder. Las vulgaridades han hartado a medio mundo. La chabacanería ya no iguala a la presidente con el pueblo; ahora la pone en el lugar de los grotescos.

La presidente, además, ha herido gratuitamente al presidente de un país amigo que se desprendió de las acciones de la compañía LAN cuando dejó la vida privada. La señora de Kirchner eligió, para colmo, la vía de la ironía indirecta -que tanto aprecia- para poner en duda la venta de esas acciones. Usando un ácido entrecomillando en la palabra “vendido” dio a entender que no creía en esa operación. Detrás de las elucubraciones de Racalde están las convicciones de Cristina.

En cuanto a la deuda y los holdouts la presidente insiste en el concepto de que “el mundo” se quiere “llevar puesta a la Argentina”, como si realmente la dirigencia política y los popes de las finanzas mundiales estuvieran todo el día elaborando planes maléficos para hundir al país por la clara amenaza que su rotundo éxito significa. Señora presidente, con todo respeto, pero nadie se ocupa de nosotros; Usted hizo bastante para generar mucha de esa indiferencia y hoy la Argentina es un país básicamente intrascendente; nadie quiere producirle daños adicionales a los que ya se genera solo, sin que nadie lo mande; no existe ninguna confabulación mundial contra la Argentina; nosotros –en mucha medida gracias a Usted- no somos tan importantes. Creer que hay poderes ocultos que “nos quieren llevar puestos” es inventar una fábula enferma de importancia que ya nadie cree. Usted, señora, no es la Generala al frente de ninguna guerra. Es solo la presidente de un país endeudado cuyo acreedor ha demandado. No importa si ese acreedor fue el que confió originalmente en el país o un tenedor actual del bono. Su acreencia es legítima y el juzgado interviniente es el competente. No hay ninguna guerra y mucho menos una confabulación.

En lo que sí tiene razón la presidente es en cómo quedó en evidencia el grado de concentración mediática en las audiencias que organizó la Corte por la ley de medios. No hay dudas de que el aparato millonario que desplegó el gobierno con las señales directamente estatales más las que se encuentran en manos de sus amigos es tan abarcativo que la sola utilización de la palabra “monopolio” para referirse a una empresa privada de medios resulta francamente ridícula.

Está claro que los millones de la caja pública que fondean todos los argentinos no incluye el rating. Esos medios que nos cuestan millones a todos no los mira y no los escucha nadie, pero la torta de propiedad en manos del aparato de propaganda del gobierno asusta de solo verla.

Respecto del tema mínimo no imponible, la presidente no puede alardear. Las circunstancias electorales la forzaron a tomar una medida que nadie sabe si se prolongará más allá de diciembre. El límite de $ 15000 fue fijado por decreto. Para superar el límite del año fiscal precisaría de una ley. La ley aun no está, con lo que ese mínimo también es inseguro.

Finalmente la mención de la señora de Kirchner al “vaciamiento” de YPF por Repsol es más una imputación propia que una denuncia. ¿De haber existido semejante atropello quién fue el responsable de permitirlo? ¿Acaso no fue Néstor Kirchner quien ideó la alquimia financiera que permitió a los Eskenazi comprar parte de las acciones de la española con las propias utilidades de la empresa? ¿Quién era el dueño de YPF cuando sus acciones valían U$S 50 en NYSE y el país exportaba gas y petróleo, además de autoabastecerse? ¿Acaso esos “enemigos” de la Argentina que querían “llevarse puesta a la empresa” se habían tomado por aquellos años una vacación de su maldad?

La demagogia nunca es útil. Pero lo es menos cuando esconde una realidad vacía. No puede gobernarse sin un anclaje mínimo con la realidad y en guerra permanente con las mínimas formalidades que impone el ejercicio de un cargo.

Los avances de las comunicaciones de la era digital deben ser manejados con cuidado cuando uno es la autoridad máxima de un país. Los estragos que pueden ocasionarse creyendo que uno es un “igual” que puede hablar igual, escribir igual, comunicar igual y hacer un uso igual de la tecnología al que hace el hombre de pie, son de una magnitud tal que pueden herir las relaciones del país con sus vecinos, caer en el ridículo de la ignorancia y propagar le terminología de la vulgaridad.

La presidente debe saber ocupar su lugar. Ella no es una señora cualquiera tratando de hacerse la canchera simpática tuiteando con sus amigas del club. Sería bueno que contenga su verborragia en la red. No le queda bien.

El campo se la ve venir

El discurso del presidente de la Sociedad Rural el sábado dijo cosas que ningún político de la oposición se anima a decir. Era él el que parecía un político. Otros dirigentes del campo se sorprendieron por la crudeza de las palabras. Pero su postura dejó en claro que la división de la Argentina es profunda y que su cicatrización será difícil. El gobierno de los Kirchner ha tenido, en ese punto, la eficiencia de la que ha carecido en la gestión. Si hubiera sido tan eficiente en disminuir la pobreza, acumular capital, elevar el nivel de vida, mejorar la infraestructura y disminuir la pobreza, hoy la Argentina sería un país vivible, con alta inversión, creación de empleo, mejora real del salario y bajos índices de inseguridad.

Pero el gobierno puso todo su énfasis en generar un enfrentamiento entre dos países irreconciliables: o se está con ellos o se está contra ellos; su último eslogan de campaña vuelve con la misma cantinela: “hay que saber elegir”, como si lo único elegible fueran ellos.

Pero a ese factor social se suma otro ingrediente. La división de la gente se apoya sobre un tembladeral económico; parte de las mentiras repetidas durante estos últimos diez años ya no tienen margen para su continuidad y mantenimiento y comenzarán a demandar correcciones impopulares.

¿Cómo reaccionarán los engañados de todos estos años? La única manera de mantener lubricado los bolsillos de aquellos a quienes se ha comprado a fuerza de dinero abundante será multiplicar la emisión. Pero ese procedimiento incendiará los billetes en las manos de la gente que verá caer su poderío de compra ya no por mes, sino por horas.

Los sindicatos pueden generar un escenario de tensiones permanentes si el gobierno no da respuestas y esas respuestas tarde o temprano deberán volcarse a la ortodoxia. Las cajas internas van agotándose (aunque quedan algunas) y el gobierno ha inmolado la posibilidad de recurrir a los mercados internacionales, que, dicho sea de paso, están por pronunciarse categóricamente en favor de que la Argentina pague lo que le debe a los tenedores de bonos que no entraron en el canje de deuda.

Esa desesperación puede ser la fuente de algunos disparates que incluso en estos días comenzaron a despuntar. En ese sentido el inefable Guillermo Moreno ha presionado a algunos bancos para que le “sugieran” a sus clientes que vendan sus dólares. ¿En calidad de qué una institución financiera va a prestarse a ese apriete?

¿Con qué autoridad supone Moreno que un banco puede decirle a una persona que venda sus dólares?

El fracaso estrepitoso de la operación de los CEDINES (que consistía en entregar dólares verdaderos a cambio de dólares falsos) puede llevar a una radicalización de la tendencia estableciendo, por ejemplo, un impuesto especial sobre fondos declarados en el exterior para obligar a una repatriación forzosa. Algunos economistas sostienen que ésta es una posibilidad nada disparatada.

El resultado de octubre (no de agosto, sino de octubre) puede tener un impacto sobre estas cuestiones.

Un gobierno normal frente a una derrota esperable en la provincia de Buenos Aires podría reaccionar reviendo algunas de sus posturas. Pero el de la señora de Kirchner no es un gobierno normal. Algunos sostienen que es el resultado de un combo de impericia, corrupción y malicia. El producto de esos ingredientes no retrocederá fácilmente aun con una derrota. Es más, sus antecedentes inmediatos lo confirman. En 2009 cuando Francisco De Narváez derrotó a Kirchner y a Scioli juntos, el entonces esposo presidencial redobló la apuesta y en pocos meses había conseguido salirse con la suya. El manejo del dinero fue fundamental para bloquear el nacimiento de una oposición más o menos ordenada. En aquel momento pudo hacerlo. ¿Están dadas las condiciones para repetirlo ahora?

Como se ve la cuestión vuelve a caer en el mismo punto: la necesidad de manejar fondos. Para hacerse de esos fondos el gobierno hará cualquier cosa. O mejor dicho, es capaz de hacer cualquier cosa.

Es justo reconocer que los Kirchner les han encontrado el punto “G” a los argentinos. Ese lugar crucial de máximo éxtasis es el dinero. A fuerza de dinero el gobierno ha conseguido objetivos que si fueran analizados desde el punto de vista de los principios o las convicciones, jamás habrían sido posibles.

Pero la sociedad tiene una cuestión evidentemente irresuelta con la plata: desarrolla un discurso completamente crítico hacia la importancia de lo material, pero luego está dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero.

La irrupción de un discurso duro como el de Etchevehere impacta más porque ningún dirigente de otra fuerza viva de la sociedad se había animado a llegar tan lejos. Todos siempre han dejado una rendija para pactar con el gobierno. No se sabe si ha sido el miedo, la revancha, el escrache o la persecución,  pero lo cierto ha sido que la comunidad empresaria no se ha expresado en defensa de los valores republicanos ni siquiera cuando el atropello llegó a los mismísimos principios por los cuales las empresas existen, como por ejemplo, cuando costados inconfundibles del modelo atentaron contra el derecho de propiedad.

Esa ausencia de valentía tiene que ver con aquella relación irresuelta con el dinero: siempre se cree que éste estará más en peligro si se enfrenta al poder real que si se pacta con él. Muchos, pensando así, han comenzado a tejer la soga con la que van a ahorcarlos.

Once millones de personas viven, de una u otra manera, gracias al dinero del Estado. Se trata de un ejército que puede defenderte o matarte. El gobierno ha apostado a la pauperización de una enorme porción de la sociedad para después colonizar su cerebro con la farsa de su relato: transforma a la gente en pobre, para después decir que es el gobierno de los pobres. Mejora su condición un escalón, pero siempre estando atento a que la mejora sea lo suficientemente visible como para usufructuarla electoralmente pero económicamente inoperante para cambiar el modelo de pauperización mental. El control sobre la ingesta alimenticia es fundamental para aspirar a seguir produciendo zombis que se encandilan con un billete nuevo en su bolsillo sin darse cuenta que ni ellos ni su prole pueden pensar.

El enorme valor agregado generado por el campo en los últimos 10 años ha servido para multiplicar una máquina de empobrecimiento. El dinero se ha usado para fabricar más pobres. Luego a esos pobres se les ha dicho que sin el gobierno de su lado morirían de hambre. Esta ha sido la manifestación más profunda de la corrupción. Una estafa divisionista que ha sido exitosa, que no tiene miras de cesar y por la que el gobierno vive y perdura. El escenario de los próximos años se caracterizará por la lucha para hacerse de los fondos que financien la continuidad de esa idea.  Etchevehere sabe que tiene todos los números de la rifa cuyo premio mayor son esos fondos. Quizás eso explique la aridez de sus palabras.

Repensando a Sergio Massa

El intendente de Tigre ha sido criticado -incluso desde estas mismas columnas- por no dar una señal clara sobre dónde está parado.

En efecto, desde muchos lugares, la indefinición de Massa ha sido materia de opinión negativa en los lugares de análisis de la política nacional porque en todos ellos se parte de la premisa de que el país está en un momento en donde se necesitan palabras firmes y posiciones claras.

La propia presidente ha reclamado eso desde su venerado atril: “hay que saber de qué lado se está”, dijo enfervorizada, como siempre.

Y es cierto que en, primera instancia, paracería ser mejor tener una postura transparente y de contornos firmemente marcados, en un momento en que el país se acerca a una elección trascendental para su futuro.

Pero viendo el escenario con algo más de distancia y perspectiva, quizás haya que darle una oportunidad más a quien aparece hoy por delante de todos en las encuestas.

El kirchnerismo ha extremado en los últimos 10 años todas la variables posibles de la vida social. No ha hecho otra cosa más que someter a una constante confrontación prácticamente todas las cuestiones nacionales. Con ello ha conseguido dividir y enfrentar fuertemente a los argentinos. No hay medias tintas en la constelación kirchnerista; no se admite la moderación ni la equidistancia. Todas esas grisuras son sacrilegios para el gobierno y, particularmente, para la señora de Kirchner.

Cristina Fernández ha profundizado ese sesgo durante sus dos gobiernos. A la estrategia de confrontación de Néstor Kirchner, ella le ha agregado estigmas y anatemas.

Lo natural en esas circunstancias es que se haya formado, efectivamente, un polo absolutamente ceñido a su poder que la sigue incondicionalmente y otro polo que no la puede ver, que desearía verla terminar su período para que se inaugure un riguroso proceso de investigación judicial en el que deba responder todas las dudas que se abren frente a ella.

Este último grupo también sueña con un 2015 en donde comience a revertirse todo lo que se hizo desde 2003, por el simple expediente de comenzar a hacer exactamente lo contrario.

Desde el punto de vista humano y teniendo en cuenta cómo el kirchnerismo se ha manejado con quienes no pensaban como él durante estos años, esa reacción es casi natural. Pero probablemente, si lo que se persigue realmente es el bien del país y no simplemente la revancha política (como el propio kirchnerismo demostró que ése era el único objetivo de su gobierno) aquella no sea la alternativa más inteligente.

En efecto, es posible que los cambios que gran parte del país reclama no puedan hacerse de golpe, ni mucho menos empujando el péndulo de la soja con una fuerza inmensa hacia su extremo opuesto. Esa reacción visceral conformaría los instintos más bajos del revanchismo, pero llevaría al país de nuevo a un enfrentamiento efímero: sería hacer más kirchnerismo, sería reconocer que los Kirchner ganaron la batalla cultural de que no puede haber una Argentina unida, sino que siempre debe haber dos países enfrentados, con la necesidad de considerarse enemigos uno del otro.

En este punto la grandeza de la magnanimidad puede hacerle un gran favor a la República. Si quienes derroten al kirchnerismo lograran iniciar un alejamiento gradual de la visión del mundo en la que los Kirchner embarcaron al país en estos últimos 10 años en lugar de pretender producir un cambio copernicano en un período muy corto de tiempo, seguramente las posibilidades de que el país no vuelva a caer nunca más en semejantes desvaríos aumentarán. Puede que resulte paradójico pero de algunas adicciones sólo se sale si la dosis de adicción no se corta radicalmente.

Lo natural es que quien rechaza visceralemente algo tienda a creer que hay que dejar de hacerlo en la primera oportunidad que se presente. Pero muchas veces la sinuosidades de una estrategia más fría produce efectos más convincentes y duraderos.

Esta interpretación nos obliga a repensar a Sergio Massa. No estoy diciendo que el intendente de Tigre sea un magnánimo que, estando en la vereda opuesta al kirchnerismo, entienda la conveniencia de empezar a terminarlo de a poco y no de golpe. Al contrario, es posible que en la mente de Massa sólo figure el cálculo político. Pero lo que puede ocurrir en este caso es que la avaricia del cálculo político coincida con lo que conviene hacer desde el punto de vista de intereses un poco más elevados.

Muchos de los efectos de esta táctica de hormiga quizás exasperen a los que reclaman ver al kirchnerismo -y a la presidente en particular- pagando sus cuentas una arriba de la otra y cuanto antes. Pero el futuro de la Argentina es más importante que eso y si el precio a pagar es ser “suave” en la transición, pues soy de la idea de pagarlo.

Hasta es posible que ese precio incluya el que algunas cuentas del kirchnerismo queden sin pagar; que muchos de los que desfilaron por el gobierno en estos años “se salgan con la suya”, incluida la propia presidente. Pero si queremos salir de la revancha y del péndulo no habrá que descartar cierto olvido.

Se trata del olvido que el kirchnerimo prefirió no tener. Como si se tratara de alguien que pudiera subirse a un pedestal inmaculado, libre completamente de culpas, los Kirchner se colocaron a sí mismos en un lugar desde el que juzgaron a Dios y a María Santísima, repartiendo epítetos de todos los colores y adjudicándose el patrimonio de la verdad.

Ese camino sirvió para que lleguemos al lugar en el que estamos hoy: el de un país partido al medio, con posiciones casi irreconciliables. Por eso, si Massa ha decidido ser alguien diferente pero “de a poco”, ojalá su cálculo político coincida con el cicatrizante que estamos necesitando.

No importa que esa táctica impida ir a enrrostarle un triunfo categórico en la mismísima cara de la presidente y de todos aquellos impresentables que se lo tendrían merecido, por la altanería y la soberbia de todos estos años. Después de todo el kirchnerismo ha sido un fenómeno con suerte: es posible que siga teniéndola aun en su caída y que sea la primera víctima política de quien su vencedor no hace una carnicería.

Pero, repito: ese será un precio barato si su contrapartida es salir de la lógica de la revancha.

Los países civilizados han avanzado por “evolución”, no por “revolución”. Habrá que acostumbrarse a salir de la cosmovisión kirchnerista usando dosis homeopáticas y apostar a que ese trabajo lento pero titánico nos liberará definitivamente del fraticidio.

Ahora, la Constitución

Nada está terminado para el kirchnerismo. La lógica de creer que el gobierno es capaz de procesar un “no” por respuesta a sus intenciones; de entender un “no se puede” como recordatorio de que sus pretensiones tienen límites, no entra en la dinámica de su cosmovisión. El kirchnerismo -el gobierno- no va a aceptar que la Corte le diga que “no” a lo que quiere; y si el argumento judicial para decir que “no” es la Constitución, pues habrá que emprenderla, entonces, contra la Constitución. Éste es el próximo paso.

Si uno se fija bien en la historia de los últimos 10 años la mecánica uniforme del gobierno ha sido guiada por la lógica de la espiralización: frente a un obstáculo en el objetivo perseguido, la respuesta fue arremeterla contra el obstáculo, a cómo de lugar, de cualquier manera.

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