El dilema de Scioli

El FpV tendrá, tarde o temprano, un problema serio si llega a ganar las elecciones: su modelo social, económico y -si se le puede llamar así- hasta “filosófico” es incompatible con la naturaleza humana de su candidato.

En efecto, este modelo no funciona sin matonismo, sin meter medio, sin el ejercicio de la fuerza, sin amenazar, sin escrachar, sin atropellar… Y Daniel Scioli, simple y sencillamente, no es así. Podrá ser más o menos apto, más o menos inteligente o hábil; más o menos formado o más o menos aggiornado, pero no es un matón, no es un metedor serial de miedo, no privilegia el uso de la fuerza, no tiene vocación de escrachar y no ha andado por la vida atropellando maleducadamente a quien piensa diferente… En suma: Scioli no es kirchenrista.

Es posible que Scioli sí sea maquiavélico en el sentido de preferir privilegiar el fin “ser presidente” a los medios “parecer kirchnerista”; y también es posible que el maquiavelismo kirchnerista haya creído que era preferible el fin “conservar el poder con el caudal electoral de Scioli” que los medios “hacer que Scioli sea su candidato”.

Pero sean como sean los antecedentes de este matrimonio, se parecen mucho a los “juntaderos” frentistas o aliancistas que muchas veces se le critican a la oposición. En efecto, no es raro que cualquier intento de unión por parte de fuerzas opositoras que hasta un momento determinado habían actuado separadamente, sea tildado de “bolsa de gatos” unida con engrudo al solo efecto de llegar al poder.

Ese solo argumento con más el malogrado antecedente de la Alianza le ha servido al peronismo para enchastrar cualquier asociación de fuerzas que no piensan como él.

La sociedad, a su vez, se ha creído el verso de que el peronismo puede metamorfosearse sin consecuencias en cuanto monstruo pueda pensarse sin que eso se traslade a un aquelarre en el poder y en el país.

Para los que creen eso no habría más que recomendarle una lectura de la historia de los años 70, en donde las trifulcas entre peronistas terminaron a los tiros por la calle, con gente colgada de los árboles y con un baño de sangre cuyas consecuencias se hacen sentir hasta ahora.

Si Scioli gana las elecciones esta tensión será ineludible. Tuvimos un adelanto sordo el otro día cuando el gobernador debió pedir permiso a la Casa Rosada para hacer una reunión con el peronismo “ortodoxo”. La tensión entre el marxismo matón y el peronismo componedor y campechano de Scioli serán invivibles.

El tiempo de las elecciones y de la campaña habrá pasado y por delante solo quedará gobernar. Gobernar con un conjunto de creencias que vienen de la crianza, de las costumbres y de las más ancestrales tradiciones y que son completamente incompatibles entre sí. Allí también habrá una “bolsa de gatos”

Es un embuste total y completo el hecho de que las “bolsas de gatos” solo pueden ser protagonizadas por personas o partidos que no se escudan bajo un aparente mismo techo. Debajo del “techo” del peronismo han sucedido batallas incontables, crímenes, traiciones, amenazas, agachadas.

La otra cara de la mentira es que el peronismo puede llevar su sentido del pragmatismo a niveles tales que los que han criticado y humillado públicamente a Scioli todos estos años (incluida por supuesto -y empezando por ella- la propia Presidente) pueden ahora “convivir con él al solo efecto de cuidar sus privilegios.

Es posible que esa mentira aguante hasta las elecciones, pero será insoportablemente invivible luego.

¿Qué ocurrirá cuando el sentido de mundo que Scioli tiene indudablemente más desarrollado que el aldeanismo kirchnerista, le indique que debe trazar alguna estrategia de negociación con los holdouts?

¿Qué pasará cuando Scioli, que sabe cuánto pesan los EEUU en el mundo, intente un acercamiento con Washington? ¿Qué dirá Zannini cuando Sciloi dé a entender que el tema del dólar no tiene nada que ver con una cultura “cipaya” que hay que desterrar por las buenas o las malas (como en su momento dijo Martín Sabbatella) sino con la inflación y con el hecho de la Argentina no tiene moneda ni medios genuinos de ahorro? ¿Qué pasará con La Campora cuando Scioli se aleje -o quiera alejarse- del socialismo a la violeta que estimulan los parásitos del Estado que ganan más de $ 50000 por mes por el trabajo de esparcir la utopía marxista? ¿Qué ocurrirá con el diputado Kicillof cuando Scioli quiera terminar con la discriminación del campo y con la persecución ideológica de sus dirigentes? ¿Qué pasará con Cristina cuando Scioli quiera tender puentes de entendimiento con la prensa? ¿Qué ocurrirá cuando no quiera abusar de la cadena nacional o cuando se preste a conferencias de prensa abiertas?

¿Y qué pasará con Scioli si baja la cabeza y se aviene a ser otra persona de la que es? ¿Qué pasará con su salud, con su interior, con su psiquis? ¿Qué ocurrirá cuando advierta que luchó por llegar a un lugar desde el que ha pasado a ser un sello de goma, un escribano certificador de las voluntades de otros? ¿Resistirá su estómago? Me dirán: ¿pero qué decis? ¿No tenés ya suficientes pruebas de lo que resiste su estómago? Sí, las tengo. Pero esa resistencia hasta ahora tuvo un norte, un objetivo. ¿Qué pasará cuando a la noche, solo, antes de dormir su mente repase las humillaciones del día a cambio de algo que, de todos modos, ya consiguió? Ya no hay norte, ya no hay objetivo. Todo eso quedó atrás. Ahora solo se ve la obediencia y la frustración.

Es posible que estas elucubraciones queden lejos de las especulaciones que los ciudadanos hacen antes de votar. Pero no hay dudas de que las consecuencias de semejante tormenta en ciernes las terminarán pagando ellos.

El Gobierno que dice que “el Poder” está en otro lado

Es muy curiosa la interpretación del poder que tiene el gobierno. Durante toda esta década se la ha pasado (y con bastante éxito, por cierto) trasmitiendo la imagen y la idea de que en realidad él no es EL PODER sino que EL PODER está en otro lado, en vericuetos ocultos y oscuros, siempre urdiendo tramoyas contra el pueblo y contra lo que el pueblo votó.

Según esta interpretación el gobierno no sería el gobierno sino la oposición a ese poder; es decir, el gobierno actuaría con el poder del Estado pero oponiéndose al verdadero PODER, que, según esta versión, se ubicaría por fuera del Estado. Es más, según el gobierno, casi podría decirse que todo lo que no sea Estado sería el Poder Oculto al cual el gobierno debe oponerse.

Y decimos que la interpretación es curiosa por varios motivos. En primer lugar si todo lo que no es Estado es sospechoso de ser un poder oculto con intereses opuestos al pueblo, ¿cómo llamaríamos a los integrantes de ese supuesto poder?, ¿no serían parte del pueblo? Continuar leyendo

Después de mí no hay nada

La Presidente no puede con su genio. Ni en las condiciones más ideales para entregar un mensaje conciliador y en paz puede sustraerse a la tentación de meter una cuota de cizaña.  Es más, muchas veces ni siquiera mide si el contenido de su propio mensaje se le puede volver en contra, porque en su afán de lanzar acideces indirectas no ve su propia conveniencia.

Es lo que ocurrió el jueves, en su cadena nacional para anunciar el lanzamiento del satélite Ar-Sat. En un momento de su discurso, con total gratuidad, dijo: “Por suerte los satélites no se derogan”, en una vuelta de tuerca más a la novísima (y a la vez antiquísima) táctica de sembrar miedo entre la población respecto de cuál podría ser el futuro según sea el resultado electoral de 2015.

Luego de pretender endosar esas maniobras justamente a la oposición (apenas 24 hs antes, cuando en un acto en Tecnópolis dijo “asustar para ajustar”, en referencia a que la oposición siembra dudas económicas hoy para pavimentar el prólogo de su camino de “ajustes” una vez que gane las elecciones), la que toma el camino del miedo es ella dando a entender que si el oficialismo no gana el año que viene, muchas de las cuestiones aprobadas durante su gestión serán derogadas.

En ese marco el lanzamiento de un satélite físico al espacio le vino como anillo al dedo para jugar -entre sonrisas- con aquella ironía.

Pero la Presidente debería pensar mejor lo que dice. En efecto, toda la gestión K se ha caracterizado, justamente, por una enorme tarea de “derogación” de estructuras anteriores (desde el Código Civil a la ley de matrimonio y desde el  modelo jubilatorio a la  ley de radiodifusión -hoy llamada “ley de medios”-) en muchos casos, incluso, con carácter retroactivo. Esa tarea se ha llevado adelante apoyada en el número, solamente en el número. Si hay un movimiento que no ha sido cuidadoso respecto de tradiciones, modelos o legislaciones anteriores ha sido justamente el kirchnerismo: en base a su mayoría numérica en diputados y senadores se llevó puesto todo.

Es más, por  caminos más que directos,  transmitió  muy  claramente  la idea de que  su porción electoral -más allá de que no era obviamente la totalidad de la población- era el “pueblo”, el “pueblo” todo, insinuando -muchas veces de manera ostensible- que quienes no estaban allí no eran “nacionales” o “argentinos”.

¿Qué autoridad puede tener un movimiento de estas características para desconocer en el futuro la ley del “mayor número” cuando  ese “mayor número” le pertenezca a otro? ¿No  fue Néstor Kirchner acaso -o la propia Cristina o el inefable Kunkel- los que han desafiado a todo el mundo a “hacer un partido político, ganar las elecciones y después hacer lo que quieran”?

Bueno, no deberían ser ellos los que ahora se asombren por la posibilidad de que una nueva mayoría “haga lo que quiera” y les “derogue” todo lo que ellos hicieron. Fue, en efecto lo que hicieron ellos, durante más de 10 años.

En lo personal, no creo que eso pase. Me parece que hasta generacionalmente la Argentina está dando una vuelta de campana en donde los hábitos de los Kirchner quedarán atrás. En ese sentido – y si eso ocurre como, a lo mejor optimistamente, pienso- los Kirchner podrán llamarse afortunados porque alguien más cívico que ellos decidió no tirar todo por la borda simplemente porque tal o cual idea venía con la marca kirchnerista en el orillo.

Pero en el terreno teórico, si hay un argumento que la Presidente (y la concepción que representa ella, su fallecido marido y el grupo duro que los rodea) tienen prohibido usar es el argumento del número, porque fue el que ellos usaron contra los demás y la vaina con la que corrieron a todos los que opinaban diferente mientras los que opinaban diferente no tenían el número suficiente (como si el derecho a la opinión estuviera gobernado por el número)

La Presidente, su marido y el “partido” (si se le puede llamar de alguna manera) que ellos armaron han introducido una lógica muy jorobada para la convivencia como es, efectivamente, la idea del eterno comienzo desde cero, en donde quien llega destruye todo lo que se hizo antes bajo el argumento de que  “su” número le arroga la encarnación misma del “pueblo”. Para el kirchnerismo, la Argetina comenzó en 2003. Se han cansado de repetirlo en discursos, en estadísticas amañadas, en debates violentos, a los gritos y, en muchos casos, hasta con la amenaza y la insinuación de la violencia. Eso los expone ahora a tomar de su propia medicina si el “pueblo” decide cambiar de encarnación.

Quizás también por eso la Presidente dijo por primera vez, delante de las cámaras, algo que solo se ha escuchado de la boca de los “hombres fuertes” de regímenes nefastos. “Me pregunto si yo no hubiera ganado las elecciones de 2007 y de 2011 si este satélite estaría hoy en el espacio. Y esa es la gran duda, el gran interrogante que yo creo que deberían estar haciéndose todos los argentinos”, dijo la Sra. de Kirchner, como poniéndose ella misma en el sitial de un Dios salvador de la patria.

“¿Qué harían ustedes y este país sin mí? Ese es el interrogante que todoso deberían estar planteándose”. Se trata de una de las manifestaciones de egolatría pública más impresionantes de los últimos tiempos. Ya no es un tercero del círculo áulico quien lo dice, es ella misma la que declara que sin ella no tenemos destino. Cuesta encontrar una declaración que coloque a la sociedad en un estado de pusilanimidad tan infamante cómo ese.

¿Tendrá una concepción de este estilo vocación por respetar una determinada decisión social cuando esa decisión haga recaer el único poder en el que cree -el poder del mayor número- en alguien que no sean ellos mismos? No lo sabemos. Pero los indicios son preocupantes.