Después de mí no hay nada

Carlos Mira

La Presidente no puede con su genio. Ni en las condiciones más ideales para entregar un mensaje conciliador y en paz puede sustraerse a la tentación de meter una cuota de cizaña.  Es más, muchas veces ni siquiera mide si el contenido de su propio mensaje se le puede volver en contra, porque en su afán de lanzar acideces indirectas no ve su propia conveniencia.

Es lo que ocurrió el jueves, en su cadena nacional para anunciar el lanzamiento del satélite Ar-Sat. En un momento de su discurso, con total gratuidad, dijo: “Por suerte los satélites no se derogan”, en una vuelta de tuerca más a la novísima (y a la vez antiquísima) táctica de sembrar miedo entre la población respecto de cuál podría ser el futuro según sea el resultado electoral de 2015.

Luego de pretender endosar esas maniobras justamente a la oposición (apenas 24 hs antes, cuando en un acto en Tecnópolis dijo “asustar para ajustar”, en referencia a que la oposición siembra dudas económicas hoy para pavimentar el prólogo de su camino de “ajustes” una vez que gane las elecciones), la que toma el camino del miedo es ella dando a entender que si el oficialismo no gana el año que viene, muchas de las cuestiones aprobadas durante su gestión serán derogadas.

En ese marco el lanzamiento de un satélite físico al espacio le vino como anillo al dedo para jugar -entre sonrisas- con aquella ironía.

Pero la Presidente debería pensar mejor lo que dice. En efecto, toda la gestión K se ha caracterizado, justamente, por una enorme tarea de “derogación” de estructuras anteriores (desde el Código Civil a la ley de matrimonio y desde el  modelo jubilatorio a la  ley de radiodifusión -hoy llamada “ley de medios”-) en muchos casos, incluso, con carácter retroactivo. Esa tarea se ha llevado adelante apoyada en el número, solamente en el número. Si hay un movimiento que no ha sido cuidadoso respecto de tradiciones, modelos o legislaciones anteriores ha sido justamente el kirchnerismo: en base a su mayoría numérica en diputados y senadores se llevó puesto todo.

Es más, por  caminos más que directos,  transmitió  muy  claramente  la idea de que  su porción electoral -más allá de que no era obviamente la totalidad de la población- era el “pueblo”, el “pueblo” todo, insinuando -muchas veces de manera ostensible- que quienes no estaban allí no eran “nacionales” o “argentinos”.

¿Qué autoridad puede tener un movimiento de estas características para desconocer en el futuro la ley del “mayor número” cuando  ese “mayor número” le pertenezca a otro? ¿No  fue Néstor Kirchner acaso -o la propia Cristina o el inefable Kunkel- los que han desafiado a todo el mundo a “hacer un partido político, ganar las elecciones y después hacer lo que quieran”?

Bueno, no deberían ser ellos los que ahora se asombren por la posibilidad de que una nueva mayoría “haga lo que quiera” y les “derogue” todo lo que ellos hicieron. Fue, en efecto lo que hicieron ellos, durante más de 10 años.

En lo personal, no creo que eso pase. Me parece que hasta generacionalmente la Argentina está dando una vuelta de campana en donde los hábitos de los Kirchner quedarán atrás. En ese sentido – y si eso ocurre como, a lo mejor optimistamente, pienso- los Kirchner podrán llamarse afortunados porque alguien más cívico que ellos decidió no tirar todo por la borda simplemente porque tal o cual idea venía con la marca kirchnerista en el orillo.

Pero en el terreno teórico, si hay un argumento que la Presidente (y la concepción que representa ella, su fallecido marido y el grupo duro que los rodea) tienen prohibido usar es el argumento del número, porque fue el que ellos usaron contra los demás y la vaina con la que corrieron a todos los que opinaban diferente mientras los que opinaban diferente no tenían el número suficiente (como si el derecho a la opinión estuviera gobernado por el número)

La Presidente, su marido y el “partido” (si se le puede llamar de alguna manera) que ellos armaron han introducido una lógica muy jorobada para la convivencia como es, efectivamente, la idea del eterno comienzo desde cero, en donde quien llega destruye todo lo que se hizo antes bajo el argumento de que  “su” número le arroga la encarnación misma del “pueblo”. Para el kirchnerismo, la Argetina comenzó en 2003. Se han cansado de repetirlo en discursos, en estadísticas amañadas, en debates violentos, a los gritos y, en muchos casos, hasta con la amenaza y la insinuación de la violencia. Eso los expone ahora a tomar de su propia medicina si el “pueblo” decide cambiar de encarnación.

Quizás también por eso la Presidente dijo por primera vez, delante de las cámaras, algo que solo se ha escuchado de la boca de los “hombres fuertes” de regímenes nefastos. “Me pregunto si yo no hubiera ganado las elecciones de 2007 y de 2011 si este satélite estaría hoy en el espacio. Y esa es la gran duda, el gran interrogante que yo creo que deberían estar haciéndose todos los argentinos”, dijo la Sra. de Kirchner, como poniéndose ella misma en el sitial de un Dios salvador de la patria.

“¿Qué harían ustedes y este país sin mí? Ese es el interrogante que todoso deberían estar planteándose”. Se trata de una de las manifestaciones de egolatría pública más impresionantes de los últimos tiempos. Ya no es un tercero del círculo áulico quien lo dice, es ella misma la que declara que sin ella no tenemos destino. Cuesta encontrar una declaración que coloque a la sociedad en un estado de pusilanimidad tan infamante cómo ese.

¿Tendrá una concepción de este estilo vocación por respetar una determinada decisión social cuando esa decisión haga recaer el único poder en el que cree -el poder del mayor número- en alguien que no sean ellos mismos? No lo sabemos. Pero los indicios son preocupantes.