Salir de la descomposición

La herencia que recibió Cambiemos del Frente para la Victoria ha sido devastadora. No hay una sola cosa en su lugar. En materia de cloacas institucionales, la fuga de los hermanos Lanatta y Schillaci ha puesto de manifiesto la podredumbre a la que ha llegado la connivencia entre el narcotráfico, la política y las fuerzas de seguridad.

A esta altura ya nadie cree que los tres delincuentes simplemente tuvieron la oportunidad de escapar y lo hicieron. La gobernadora María Eugenia Vidal llevaba exactamente catorce días en el gobierno cuando los asesinos del triple crimen salieron por la puerta principal del penal de General Alvear. No hay casualidad cuando no parece haber casualidad.

Los zafarranchos que ocurrieron sobre fin de año, cuando se decía que los delincuentes estaban rodeados (después de haber herido gravemente a dos policías) y en los días siguientes, cuando cambiaron varias veces de auto, “visitaron” a la suegra de Schillaci y compraron en una verdulería no son más que la evidencia de una cadena de corrupción que antes de estar buscándolos parecería estar avisándoles los próximos movimientos.

El Gobierno de Mauricio Macri debe enfrentar varios frentes al mismo tiempo y no puede darse el lujo de fallar. Si lo hace, el regreso del populismo será definitivo a la Argentina y esta vez vendrá radicalizado de verdad. Continuar leyendo

El inefable Sr. Durán Barba

Seguramente Jaime Durán Barba tendrá sus méritos luego de haber trabajado años al lado del hoy presidente Mauricio Macri. Pero no caben dudas de que sus consejos en cuanto al sinceramiento de la herencia K son de muy mala factura y le pueden costar muy caro a la administración.

El ecuatoriano insiste en que no hay que revelar el estado en que se encontró el país bajo el argumento de que aún existe un 40% de argentinos que respalda a Cristina Kirchner. Con ese criterio, mi querido Jaime, las democracias no votarían, se manejarían con un conjunto de gurúes como usted que indicarían qué es lo que se supone que quiere la gente. Pero da la enorme casualidad de que las democracias no son eso. Las democracias requieren de la consulta a la sociedad para investir a un Gobierno de la legitimidad de origen que exige la Constitución.

Una vez instalado, el Gobierno necesita tener legitimidad de ejercicio para pasar, por fin, la prueba ácida de la democracia, esto es, que en el país rija el Estado de derecho y el imperio de la ley por sobre la voluntad de las personas. Esa es justamente la legitimidad que el Gobierno de la señora de Kirchner nunca tuvo. Continuar leyendo

El asalto final a la Justicia

La indisimulada embestida contra la Corte no por obvia parece tener impacto en la sociedad, al menos de una manera electoralmente decisiva o que implique un impacto en la imagen del Gobierno o de la propia presidente. Parecería que el grueso de la cuidadanía no ha alcanzado a comprender aun que una administración con poder discrecional sobre las tres jurisdicciones del Estado es en su propio perjuicio y solo en beneficio de los que mandan.

La figura del Dr. Carlos Fayt ha sido la elegida para ensayar un copamiento a como dé lugar del más alto tribunal del país. Se trata del asalto final a lo que queda como estructura semi-independiente destinada a proteger los derechos civiles contra el poder arbitrario. Parece mentira que gran parte de la gente no entienda que ese mecanismo constitucional (que el Gobierno quiere demoler) ha sido diseñado en su beneficio y para limitar el poder avasallante del presidente y de un eventual Congreso dominado por una sola fuerza.

Los constituyentes hace 162 años fueron tan inteligentes que previeron que podía pasar lo que está pasando ahora. O fueron tan observadores que quisieron evitar otro episodio como el de la dictadura rosista.

Pero parecería que una indómita fuerza idiosincrática lleva a la sociedad a caer naturalmente en estos aluviones populistas y antidemocráticos, bajo el velo, justamente, de que esa marea sin límites que todo lo atropella es la mejor definición de la democracia.

El argumento utilizado hasta ahora contra Fayt es su salud psicofísica; crear la duda de si un hombre de 97 años está en condiciones de seguir entendiendo los mecanismos de la Constitución y si cumple con la condición de idoneidad para el ejercicio del cargo

No tengo pruebas de cómo se encuentra el juez Fayt desde ese punto de vista porque no lo veo desde hace 25 años. Más allá de que son incontables los casos de lucidez –y hasta de brillantez- intelectual en gente de edad avanzada, lo que sí parece indubitable es que es nada más y nada menos que la Presidente la que ignora por completo el diseño de la letra y, sobre todo, del espíritu constitucional.

La semana pasada, en respuesta a lo que había dicho el presidente de la Corte, el Dr Ricardo Lorenzetti, en el sentido de que la misión del Poder Judicial en general y de la Corte en particular es limitar el poder de los otros dos poderes a través del control de constitucionalidad de las leyes, la Presidente dijo textualmente: “el único control es el del pueblo”.

Pocas frases pueden condensar en siete palabras una aberración tan contundente. Resulta francamente grave que la jefa de Estado trasunte semejante nivel de desconocimiento acerca de cómo funciona el sistema republicano organizado por la Constitución. Si hay algo que los constituyentes quisieron evitar fue justamente el “llamado control por el pueblo”.

La razón es muy sencilla de comprender. “El pueblo” como ente controlador no existe: no tiene una organización jurídica, no tiene procedimientos y tampoco tiene el ejercicio monopólico de la coacción. Por lo tanto la frase “el único control es el del pueblo”, no es más que un desiderátum populista. Siguiendo ese criterio también podríamos -como reemplazamos el control de constitucionalidad ejercido por la Justicia por un control único ejercido por el “pueblo”- reemplazar las cárceles convencionales por “cárceles del pueblo” como las que usaban, justamente, las organizaciones criminales de los 70 que, en la terminología de la Constitución “se arrogaban la representación del pueblo”

De todos modos, la Presidente no es la responsable última de estas inconsistencias graves con la libertad. Ella cumple con el perfecto manual del demagogo populista endulzando los oídos de la gente que parece idiotizarse cuando escucha la palabra “pueblo”. Ella  conoce perfectamente cuáles son sus limitaciones, aquellas cosas que no puede hacer y por qué no podría hacerlas. Pero también sabe que eso no le conviene a sus intereses y a sus objetivos de ir por todo, entonces se ha propuesto testear la convicción libertaria de la sociedad. Y ese examen le está dando bien. Estira y estira la soga del poder y los argentinos siguen adormecidos, embobados con alguien que les dice que “ellos” tienen el control, que no tiene de qué preocuparse porque ella está allí para defender la “voluntad popular” contra los poderes oligárquicos y concentrados.

La Constitución quería otra cosa: quería investirnos de derechos inviolables para que, con su ejercicio, las decisiones de nuestras vidas las tomemos nosotros. Para garantizarnos esos derechos puso a nuestra disposición un Poder Judicial encargado de decirle al Gobierno: “Señor, no puede traspasar esta línea”. Pero a nosotros nos ha resultado más cómodo vivir como soldados.

Lecciones de los comicios británicos para la sociedad argentina

Los resultados de las elecciones británicas han sorprendido a medio mundo, empezando por gran parte de la propia opinión pública del país. En efecto, David Cameron el “incumbent” Primer Ministro que se presentaba a la reelección ganó la contienda con un aplastante y sorpresivo triunfo que le permitirá gobernar Gran Bretaña por cinco años más.

Ninguna encuesta arrojaba este resultado. Al contrario, todos coincidían en que se trataría de una competición pareja de final abierto. Pero finalmente el Partido Conservador, luego del escrutinio que continuó hasta la madrugada, arrojó como resultado 329 bancas en la Cámara de los Comunes, o, 3% por encima de la mitad. El escenario previo no auguraba ese resultado. La política inglesa estaba expuesta a un proceso de fragilidad y fragmentación que hacía pensar a muchos que el próximo gobierno sería muy débil. Toda esa incertidumbre comenzó a quedar atrás la misma noche del jueves cuando la BBC, Sky News e ITV dieron a conocer una muestra gigantesca de boca de urna que anticipaba el resultado. Luego la realidad superó incluso esa noticia -a esa hora sorpresiva- arrojando una diferencia mayor que las obtenidas a la salida de los lugares de votación.

El laborismo obtuvo 234 bancas, un resultado muy alejado de la performance mínima esperada por su líder, Ed Miliband, que prometía a sus seguidores recuperar el poder. En porcentajes, los conservadores obtenían un total del 36,6% de los votos contra 30,7% de los laboristas, 12,6 de los populistas antieuropeístas de UKIP, 7,7% de los Liberales-Demócratas, 4,9 del SNP y 3,8% de los Verdes.

Más allá de las cuestiones internas que deberá enfrentar el nuevo periodo de gobierno conservador, entre ellas una nueva amenaza separatista ya que el SNP de los escocés volvió a producir una performance notable que podría volverlo a poner en carrera de un reclamo de separación, lo interesante son las conclusiones que pueden sacarse del fenómeno en especial en comparativa con el caso argentino.

En primer lugar, Cameron ganó ampliamente las elecciones después de venir aplicando un programa económico de austeridad (aquí lo llamaríamos un “ajuste”) que comenzó a producir resultados en la economía británica y que evidentemente los ingleses, dicho esto de manera genérica, agradecen. Luego de que la performance de los números económicos alarmara al gobierno y a parte del electorado, Cameron comenzó a aplicar principios de racionalidad económica que despertaron las energías productivas y creativas de la nación, iniciando un periodo de recuperación.

Ese plan que implicó recorte y sacrificios ha sido evidentemente comprendido por una mayoría social decisiva que es la que acaba de darle el triunfo al gobierno. Esta primera comprobación demuestra que no siempre el populismo económico gana elecciones. Hay muchos pueblos en el mundo que comprenden los palotes del funcionamiento básico de una economía y terminan respaldando a aquellos que tratan de aplicar normas racionales y criterios amparados por el sentido común.

En segundo lugar, como ya había sucedido en Escocia cuando el SNP perdió el referendum independentista, los referentes derrotados renunciaron a  sus puestos como una manera de reconocer su responsabilidad en el manejo de los hechos que llevaron al pobre resultado obtenido.

Cuando uno traza una línea de comparación entre estos comportamientos y los de la dirigencia argentina, que para que abandone un sillón debe ocurrir un terremoto como el de Nepal, no puede menos que sacar conclusiones en el sentido de que finalmente los pueblos se diferencias por las conductas que sus individuos -dirigentes y dirigidos- tienen frente a la cotidianidad. En el Reino Unido acabamos de ver que una parte importante de la sociedad comprende los lineamientos básicos de la racionalidad económica, entiende que la magia populista solo trae complicaciones de largo plazo para todos y desarrolla un comportamiento electoral que premia al que sigue líneas de sentido común económico y castiga a quien promete hacerse el Rey Mago con el dinero de los demás.

Por otro lado, una dirigencia humilde acepta su responsabilidad frente a un resultado y se va, deja su puesto a otro que pueda leer mejor los códigos que la sociedad parece privilegiar.

Se trata de un contraste mayúsculo con nuestra realidad. Aquí la Pesidente habla contra los “personalismos”, en una declaración poco menos que bizarra viniendo precisamente de ella. En la Argentina encumbrados funcionarios del Gobierno con severísimas acusaciones judiciales siguen aferrados a sus puestos como una manera de que, justamente, esas posiciones los pongan a salvo de sus problemas.

En nuestro país, lamentablemente, mucha parte de la sociedad, sigue respaldando electoralmente propuestas económicas mágicas, como si realmente creyera que las cosas pueden conseguirse gratis y que el Estado es algo que no les compete porque su financiamiento en todo caso debe depender de otros, ajenos a ellos. Esa es la causa última de la inflación: un conjunto decisivo de electores que creen que lo que el Estado “les da” se lo saca a otros y no a ellos mismos vía el envilecimiento inmoral del dinero.

Sería interesante reflexionar sobre estas realidades ajenas que a veces resultan útiles para entender porque nos pasa lo que nos pasa y por qué estamos cómo estamos.

La hora del republicanismo

Contrariamente a lo que normalmente hacemos en estas columnas -que dedicamos de modo monográfico a un tema- hoy se me ocurrió hacer un par de comentarios sobre otros tantos temas que seguramente a poco que los analicemos bien los encontraremos conectados, aunque nuestro fin hoy no sea estrictamente ese.

En primer lugar, lo ocurrido en el fin de semana en Gualeguaychú en la Convención Nacional de la UCR no puede dejar de mencionarse con un hecho de una enorme importancia para el futuro político inmediato.

La aprobación allí del acuerdo con el PRO y la CC para competir en primarias abiertas comunes y elegir un candidato a presidente representativo de ese espacio introduce por primera vez en muchos años una inusitada claridad a lo que está en juego en la Argentina.

Quizás, incluso, el Gobierno tenga razón en decir que esa coalición significa una amenaza para la visión del mundo que el kirchnerismo le ha impreso a la Argentina en todos estos años. Por supuesto que la representa; de eso precisamente se trata: de otorgarle de modo claro, tajante, definido una opción real a la sociedad.

Sanz habló de que por primera vez en mucho tiempo surgía la posibilidad de que el republicanismo democrático le gane al populismo autoritario. ¿Y cómo creen que tomará eso el populismo autoritario? ¿Creen acaso que lo aceptará mansamente? ¡Por supuesto que no! Por supuesto que pondrá el grito en el cielo, mentirá, profundizará su demagogia, continuará despilfarrando recursos públicos en su propio beneficio político mientras pueda. ¡Por supuesto que hará todo eso!

Pero la cuestión aquí es no distraerse del aspecto central que la sociedad tiene por delante. Lo que dijo Sanz quizás pueda ser explicado más dramáticamente aun como para que no queden dudas respecto de aquello ante lo que estamos: se trata de que la sociedad argentina resuelva quien estará en su centro motor de ahora en más: si el Estado o la persona individual. De esa sola definición surgirá todo lo demás. Antes de que me salten encima, digo: hablo de un sesgo, no de extremismos. La sociedad deberá decidir si su sesgo esta puesto en el Estado o en la persona individual.

Si lo pone en el Estado, con ello vendrá lo que ya conocimos -allí sí, con marcado extremismo- respecto del autoritarismo, el cierre económico, los distintos “cepos” a que ha sido sometida la libertad en el país, el tipo de política exterior que ha tenido la Argentina y el uso incontrolado de recursos públicos en una trama que muchos de nosotros ni siquiera imagina. Esa sería la continuidad.

El cambio radica en sacar al Estado del centro de la escena nacional y poner allí a los ciudadanos libres, emprendedores, revestidos de derechos que le permiten avanzar, pero a los que no se les garantiza por ley tocar el cielo con las manos; el cielo se gana con trabajo, con esfuerzo, con inventiva, con una buena interrelación cooperativa y al mismo tiempo competitiva.

El papel del radicalismo, en ese sentido, resulta clave. El partido está advirtiendo que su tradición estatista (que no es la original de Alem sino la que surgió de los hechos de Avellaneda) está llegando a su fin; que los avances del mundo moderno no se logran con la presencia asfixiante de una nomenclatura estatal que se cree dueña de la vida de las personas, sino dotando a estas de ese vuelo liberal que las desata de los elefantes burocráticos poniendo en sus manos el diseño de su destino.

Ese cambio estructural rompe con un mito imposible (aquel que dice que el radicalismo podía ser un “peronismo prolijo y amable”) e introduce una novedad estelar en la política argentina de los últimos 50 años. Sin dudas puede entregar una oportunidad que la sociedad debería pensar muy bien antes de dejar pasar alegremente.

La sociedad contraconstitucional

Normalmente, el término “inconstitucional” se reserva para hacer referencia a leyes o a decretos que contrarían lo establecido por la Constitución. Así, cuando el Congreso o el Poder Ejecutivo aprueban normas que no son compatibles con letra (y, deberíamos agregar, el “espíritu” de la Ley Madre) los particulares tienen derecho a solicitar al Poder Judicial su no aplicación en todo lo que la ley o el decreto contravengan sus derechos. Generalmente, cuando ello ocurre, más allá de que esas declaraciones judiciales solo tienen valor para las partes involucradas en el pleito -el Estado y el individuo privado que pleiteó-, la ley o el decreto terminan cayendo porque la doctrina jurisprudencial lo tornarán inocuo.

Este es el mecanismo que los países republicanos han imaginado para detener el populismo y lo que Tocqueville llamó “tiranía de la mayoría”. Así, la República, no es solamente el gobierno de quien gana una elección sino el gobierno de la ley, por encima de todas las cuales esta la Constitución.

Esa Constitución protege como una barrera blindada los derechos de las personas individuales del aluvión de las mayorías. Es el secreto para distinguir el gobierno de las masas, del gobierno del pueblo: éste está formado por millones de individuos libres, todos diferentes y desiguales, con intereses, gustos y opiniones distintas que la ley Fundamental se propone privilegiar y proteger. La masa, al contrario, es una muchedumbre informe, indiferenciada y anónima que habla por el grito, se expresa por la fuerza y se representa por el líder.

¿Qué pasaría, entonces, si lo que se opusiera a la letra y al espíritu de la Constitución no fueran las leyes y los decretos sino una sociedad entera? ¿O si la abundancia de leyes y decretos inconstitucionales fuera la consecuencia de una sociedad “contraconstitucional”? ¿Qué pasaría, en definitiva, si la excepción fuera la Constitución y la regla la Contraconstitución?

La filosofía del Derecho ha distinguido históricamente lo que se llama la “Constitución formal” de la “Constitución material”, reservando el primer nombre para el documento escrito, firmado y jurado por los constituyentes soberanamente electos por uan sociedad en un determinado momento, y el segundo para el conjunto de hábitos, tradiciones y costumbres que se enraízan en lo más profundo del alma nacional y que responden a siglos de una determinada cultura.

¿No ocurre en la Argentina este fenómeno? Los partidarios de la cultura de la que la Constitución de 1853 es hija creemos que ella refleja las tradiciones del país y que su espíritu responde a la cultura, a las raíces y a las tradiciones argentinas. Pero, con una mano en el corazón, ¿es así?

Por supuesto que el texto jurado en Santa Fe aquel 1 de mayo receta parte de los ideales de argentinos que creían en ellos y que trataron de expandirlos a partir de los esfuerzos de la Generación del ’37 y de una camada de sucesores que se encargaron de poner en funcionamiento los palotes del nuevo sistema. La generación del 80 vio los primeros brillos de aquel milagro: un desierto bárbaro, entreverado, de repente, entre los primeros países de la Tierra.

Pero aquel esfuerzo descomunal ocultaba los rencores de una venganza. Los restos de la mentalidad colonial, feudal, rentista, caudillesca y, finalmente, totalitaria, no habían sido completamente derrotados. Como una bacteria latente, en estado larvado, esperando que otra enfermedad debilitara el organismo para ella hacerse fuerte nuevamente e iniciar una reconquista, esperó su turno agazapada, escondida detrás de las luces del progreso.

Cuando la recesión mundial de 1930 dejó a la Argentina tambaleante, el espíritu fascista, del caudillismo anterior a Caseros, renació. La sociedad no había tomado aun suficientes dosis de “constitucionalidad” como para que esa nueva cultura hubiera reemplazado para siempre las tradiciones de 300 años de centralismo, autoritarismo, prohibiciones, vida regimentada y estatismo. Fue todo eso lo que la Argentina había mamado durante tres siglos; setenta años de la contracultura de la libertad individual y de la república liberal no fueron suficientes para matar el germen del colectivismo. Allí, en medio del miedo al abismo y del terror a lo desconocido, la frágil Argentina de la libertad retrajo su cuerpo de caracol debajo de la coraza que la había cobijado desde el nacimiento: el Estado.

Allí nació la sociedad “contraconstitucional”; la que desafía con sus hábitos las instituciones escritas y juradas en la Constitución: la división de poderes, la libre expresión de las ideas, la libertad individual, el gobierno limitado, la justicia independiente, la libertad de comercio, la inviolabilidad de la propiedad.

Desde ese momento subsisten en el país dos Constituciones: la firmada en Santa Fe en 1853 y la traída desde la Casa de Contratación de Sevilla en el siglo XVI, aggioranada bajo las formas del caudillismo colonial primero y del populismo peronista después.

Como en la previa de mayo del ’53 hay aun bolsones de republicanismo en la sociedad, pero el virus del colectivismo demagógico ha ganado la batalla de las mayorías. Cualquier suma electoral que ponga de un lado la libertad y del otro el dirigismo estatista (peronistas, radicales, socialistas, izquierdistas) terminará en números cercanos a 80/20.

Ese “20” sigue teniendo la “ventaja” de decir “nuestras creencias están escritas aquí ” (señalando un ejemplar de la Constitución); pero el “80” se le reirá en la cara; su aluvión los dejará dando vueltas en el aire, con ejemplar y todo.

La Argentina es hoy un país “contraconstitucional”. Prácticamente nada de lo que ocurre aquí tiene que ver con lo escrito por Alberdi. Todo es exactamente al revés y, sin embargo, rige. La Justicia no ha estado a la altura de las circunstancias y, nada más que en estos últimos años, ha permitido la consolidación de monopolios estatales, la prohibición del ejercicio del comercio y de la industria lícita; ha tolerado el control de cambios, el cepo, la prohibición de exportar; ha respaldado la retroactividad de las leyes, permitió el menoscabo de la propiedad, avaló la supremacía del Estado por sobre la libertad individual; permitió una explosión de poder del presidente que prácticamente ha borrado el concepto de “gobierno limitado”; ha tolerado la persecución, la confiscación de la propiedad sin indemnización (es decir, el robo), la reducción de las provincias a meras dependencias administrativas del poder ejecutivo y ha validado un sistema de gobierno que solo considera democrático al pensamiento que gana una elección, en tanto ese pensamiento tenga la suficiente desfachatez de “irla de malo” y de ejercer el poder por el terror.

“El tirano no es la causa, sino el efecto de la tiranía”, decía Juan Bautista Alberdi, el padre de la Constitución. La tiranía descansa en nosotros. La inconstitucionalidad no está en la ley sino, principalmente, en la sociedad: es la sociedad argentina la “contraconstitucional”. Y es ella la que sufrirá la miseria, víctima de su propio virus.

Los peligros del populismo en América Latina y Argentina

Durante las sesiones del Parlamento Iberoamericano de La Juventud, llamado “Democracia y Participación Política” en Zaragoza, España, la joven conductora de radio y referente de la cultura en Guatemala, Gloria Álvarez,  habló sobre los peligros del populismo para las instituciones democráticas y sobre cómo este las destruye en América Latina.

Álvarez dijo que el populismo busca desmantelar las instituciones para luego “reescribir Constituciones” y acomodarlas a los antojos de líderes corruptos que “tenemos en Latinoamérica”. Criticó el pésimo trabajo que hicieron muchos gobiernos en el pasado y dieron lugar a que líderes populistas ganaran terreno en la población.

Invitó a los asistentes a derrotar esa tendencia a través de la tecnología y la educación, pues considera que la admiración que existe en países como Guatemala por el “régimen cubano, por el régimen venezolano” carece de razón y conocimiento, pues en Latinoamérica pocos son los que reconocen en el “régimen chavista las atrocidades y las violaciones de derechos que se están cometiendo”.

Aclaró que la tendencia populista juega con la necesidad de los “pueblos para imponer una dictadura” anulando la dignidad de las personas, porque es “una postergación de la pobreza, de la ignorancia y de mantener a los pueblos sometidos bajo la ilusión de que solo los bienes materiales son los que importan a la hora de votar”

Por último propuso desmantelar al populismo utilizando de la tecnología, teniendo como bandera la República para rescatar las instituciones basadas en la razón, la lógica, los argumentos y el intercambio de ideas.

¡Qué oportunas son estas declaraciones en momentos en que en la Argentina, justamente, se quiere introducir una nueva ley de telecomunicaciones para regular Internet! ¡Qué oportunas y que sugestivas!

En efecto, el Gobierno, continuando con su desbocada carrera para sancionar una acarralada de leyes cuyo objetivo triple es limitar el radio de acción de la próxima administración, cubrir sus espaldas judiciales y mantener una porción decisiva de poder, ha presentado -con la clásica escenografía presidencial de crítica a los medios informativos- un proyecto de telecomunicaciones que, entre otras cosas permite el acceso al negocio de la TV por cable de las empresas telefónicas (algo expresamente vedado por la ley de medios) y la regulación del servicio de Internet.

Llama la atención en ese sentido las declaraciones del inefable Sabbatella, que dijo que el proyecto no modificaba ni una sola coma de la ley de medios cuando existe una referencia derogatoria expresa a un artículo y dos incisos de esa ley que, justamente prohibían la prestación de servicios de cable a las empresas de telefonía.

Lo que ocurre con este proyecto es algo que va convirtiéndose en la marca en el orillo de los procederes del Gobierno: el gato encerrado. Es decir, un packaging que dice una cosa y un contenido que dice otra. En el caso que nos ocupa, el oficialismo habla de una apertura a la competencia -la cual es bienvenida y, en esa misma medida, es usada como mascarón de proa- mientras por el otro lado crea un súper ente de comunicaciones con capacidades legislativas, ejecutivas y judiciales al margen, claramente, de la Constitución.

En materia de Internet su obvio objetivo es, por supuesto, empezar a regular sus contenidos, prevenido como está, quizás, de la proliferación de “Glorias Alverez” que podrían aparecer como tábanos haciéndole abrir los ojos a la gente sobre las verdaderas intenciones del populismo.

Otro ejemplo de esta expertise en packaging es la reforma al Código Procesal Penal, en donde, bajo el argumento de organizar un proceso penal acusatorio más acorde con la lógica del Derecho, se esconde la organización de un Ministerio Público completamente dependiente del Poder Ejecutivo que se acompañará con la designación de 250 fiscales y 4000 empleados militantes, al mando de la soldado Carbó. Siendo -por el nuevo Código- los fiscales quienes instruyen e impulsan el proceso, la desestimación de casos que éstos hagan será definitiva para la suerte de los sospechosos, incluso en casos de corrupción que afecten a funcionarios públicos.

El número de legisladores en el Congreso le asegura al Gobierno el pasaje de todas estas leyes, como ya ocurrió con la ley antiterrorista, la de abastecimiento, el código civil y comercial, la ley de hidrocarburos y cualquier otra que materialice las ocurrencias del Poder Ejecutivo.

Muchos de esos legisladores levantan la mano sin saber lo que votan. En al caso del Código Civil fueron patéticas las declaraciones de varios legisladores que, por ejemplo, estaban seguros de haber votado algo cuya vigencia era inmediata, cuando en realidad le reforma empezará a regir en 2016.

Estamos en manos de esta irresponsabilidad. Como dijo Gloria Alvarez, la carga por estas consecuencias la llevamos nosotros. Hemos sido nosotros los que entregamos semejante poder a una facción. No ha privado en nuestra conciencia el principio del equilibrio y hemos confiado todo nuestro futuro a una sola ficha. Parece mentira que 400 años de evolución de Derecho hayan sido ignorados de esta manera, volviendo a los perfiles sociales de cuando el mundo era gobernado por cuatro señores que se repartían a los bandazos la suerte de millones.

El mayor engaño del siglo

Estudios recientes de la Fundación Libertad y Progreso, basados a su vez en investigaciones internacionales, demuestran cómo, no solo en la Argentina sino en el mundo entero, el mejoramiento del nivel de vida y el acceso a mayores oportunidades está directamente relacionado con los índices de libertad económica del que gozan los países, siendo peores las condiciones de vida en aquellos países abrumados por las regulaciones y mejores donde la libertad permite un amplio horizonte de movimientos a los individuos.

Esas regulaciones están a su vez directamente relacionadas con el nivel de gasto público, tanto en términos absolutos como en términos porcentuales del PBI.

La vía regia para implementar estas políticas populistas son los planes asistenciales. Libertad y Progreso relevó la existencia de más de 100 planes de este tipo entre la nación y la provincia de Buenos Aires, sin contar los que existen en otras provincias. Esos planes insumen la friolera de ciento veinte mil millones de pesos anuales que, medidos al tipo de cambio oficial, trepan a casi 15 mil millones de dólares.

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¿Están contentos ahora, muchachos?

Quizás este fin de semana haya sido el que más gráficamente sirvió para mostrar los resultados prácticos del modelo; para ver, en definitiva, de qué sirvieron los años de gobierno de los Kirchner. 

En efecto mientras la sociedad veía como se le escurrían sus ahorros y el fruto de su trabajo por entre los dedos, y mientras los que menos tienen pensaban cómo sobrevivirían a la esperable crisis de ingresos y de actividad, una parte de los funcionarios del Estado encabezados -obviamente- por la propia Presidente y su hija, descansaban en La Habana haciendo turismo por la ciudad vieja y disfrutando al sol con la vista en el Caribe.

Así se describió el primer día en la isla de los Castro de la comitiva argentina, la única que ha llegado con cuatro días de antelación al comienzo de la reunión de la Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamerica y el Caribe (Celac).

Dicen que la Presidente no salió de su habitación y que estuvo en permanente contacto con sus funcionarios en Buenos Aires. Pero no importa. Lo que sí importa es que quienes deben estar al servicio de la gente, descansaban en el agradable clima del trópico, mientras en la Argentina la gente -que es la importante en esta ecuación- trataba de figurarse cómo iba a hacer para cumplir con sus pagos, con los útiles de los chicos, con el colegio, con los impuestos, con el supermercado…

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