El mayor engaño del siglo

Carlos Mira

Estudios recientes de la Fundación Libertad y Progreso, basados a su vez en investigaciones internacionales, demuestran cómo, no solo en la Argentina sino en el mundo entero, el mejoramiento del nivel de vida y el acceso a mayores oportunidades está directamente relacionado con los índices de libertad económica del que gozan los países, siendo peores las condiciones de vida en aquellos países abrumados por las regulaciones y mejores donde la libertad permite un amplio horizonte de movimientos a los individuos.

Esas regulaciones están a su vez directamente relacionadas con el nivel de gasto público, tanto en términos absolutos como en términos porcentuales del PBI.

La vía regia para implementar estas políticas populistas son los planes asistenciales. Libertad y Progreso relevó la existencia de más de 100 planes de este tipo entre la nación y la provincia de Buenos Aires, sin contar los que existen en otras provincias. Esos planes insumen la friolera de ciento veinte mil millones de pesos anuales que, medidos al tipo de cambio oficial, trepan a casi 15 mil millones de dólares.

Lo más dramático del caso es que esa fortuna no ha servido ni sirve para terminar con la pobreza, ni para mejorar sustancialmente el nivel de vida de la gente. Parecen, al contrario, preparados para endulzar con demagogia los oídos de las personas que menos tienen, para “hacer como” que el gobierno se preocupa por los pobres, pero al mismo tiempo para lograr que esa franja social quede estancada en la dependencia de los planes, sin poder iniciar un camino de independencia económica personal.

Es en este punto en donde no puede dejar de sospecharse una artera maniobra de doble filo: conquistar a las masas más pobres con limosnas estériles pero no permitirles que de verdad progresen y salgan de la pobreza, porque se presume que, en ese caso, esa gente será mentalmente más independiente, se educará mejor, vivirá mejor y, por lo tanto, será menos dependiente políticamente del gobierno.

No es extraño que siguiendo está política el kirchnerismo haya hecho un sinónimo del buen gobierno a aquel que más planes sociales tiene o desarrolla, cuando, en realidad la medida ideal de la mejor administración sería aquella que demostrara que durante su gestión fue posible eliminar la mayor cantidad de planes de asistencia. Esa sería la mejor medida de su eficacia económica, de lo verdaderamente “popular” de su política y de su eficiencia en la administración de los recursos.

El plan de asistencia ideal sería aquel que le permite a la persona iniciar su camino hacia un trabajo formal, en la economía en blanco del país. Al contrario, salvo la AUH, todos los planes del gobierno se pierden si la persona encuentra trabajo formal. Como consecuencia de ello los beneficiarios de los planes tienen aversión por la búsqueda de empleo blanco, con los consiguientes efectos perniciosos para todo el sistema económico.

La propuesta que Libertad y Progreso insinúa es una drástica consolidación de los planes hasta que queden reducidos a no más de cinco y que puedan mantenerse durante un tiempo aun después de que la persona haya conseguido trabajo formal.

Está claro que para lograr semejante revolución todos los recursos del Estado deberían asignarse de manera diferente a como lo hace el populismo actual.

Entre enero de 2003 y enero de 2012 el gasto público consolidado (o sea el ejecutado por el gobierno nacional, los provinciales y los municipales) pasó de 29.4% a 45.9% del PBI. Si se lo mide en dólares a la cotización oficial (tomando como referencia los mismo extremos temporales) los números trepan de 45.2 miles de millones a 279.6 miles de millones de dólares. Se trata de una fenomenal pérdida de la competitividad del país con el consiguiente desmejoramiento del nivel de vida.

El país se ha caído como un piano en las tablas que miden los índices de libertad económica, siendo que es la libertad económica la que demostradamente produce el progreso y la elevación de la calidad de vida.

Si alguien tuviera alguna duda al respecto, el trabajo que produce el Fraser Institute -un think tank que desde 1996 investiga y publica cifras que permiten medir como es la performance de los países en esta materia- puede resultar útil para terminar de derribar mitos que solo sirven para que algunos vivos se hagan los reyes magos con el dinero ajeno mientras construyen fortunas personales que nadie puede explicar.

Esos trabajos demuestran que en los 38 países de mayor libertad económica (el 25% superior del total investigado) el ingreso promedio per cápita es de U$S 36446, que el ingreso promedio del 10% más pobre de su población es de U$S 10556 y que la esperanza de vida es de 79.2 años. En el otro extremo, en los 38 países de menor libertad económica (el 25% inferior del total investigado), el ingreso promedio per cápita es de U$S 4382; el ingreso promedio del 10% más pobre es de U$S 932 y la esperanza de vida es de 60.2 años.

En esa tabla entre los países de mayor libertad se encuentran Singapur, Nueva Zelanda, Suiza, Emiratos, Finalandia, Canada; Australia, Chile, UK, USA, Alemania y Japón. En la tabla inferior aparecen Congo, Burundi, Angola, Chad, Zimbabwe, Venezuela. La lista completa es de 152 países. Venezuela ocupa el último puesto; la Argentina el puesto 137.

Estos números revelan el nivel de perversión del sistema en el que estamos viviendo: por un lado la convicción extendida (y propagandeada desde el oficialismo) de que estamos frente a un gobierno nacional y popular que beneficia a los pobres y por el otro, una realidad que demuestra que la filosofía aplicada hunde a los pobres y los hace vivir cada vez peor. Se trata de una especie de cinismo en donde el explotado viva y sustenta al explotador.

Los argentinos deberíamos empezar a prestar más atención a paradojas como ésta. Deberíamos dejar de “ir al toro”, enceguecidos por los anuncios demagógicos de más y más planes de asistencia para pasar a prestarle atención a cómo estamos viviendo y hacia donde van y para qué sirven las fortunas que se gastan. Probablemente cuando empecemos a medir la “popularidad” de un gobierno no por la cantidad de planes asistenciales que crea sino por la cantidad que elimina, habremos empezado a transitar no solo el camino del progreso sin también el de la verdadera libertad.