El día del juicio

Pronto se iniciará el año en que se terminará el mundo kirchnerista. Ya es casi un hecho consumado que el oficialismo de hoy será una ínfima secta a partir del año 2016: cuando ya no haya con qué retribuir a los aplaudidores, estos huirán hacia su próximo benefactor. Un militante de La Cámpora será casi una reliquia de época.

Alemania perdió la guerra en 1945, quedando literalmente en ruinas. Pero el llamado “milagro alemán”, que fue el responsable de convertir a la Alemania destruida por la guerra en un país próspero, comienza a gestarse recién en 1948. Una vez, mientras estaba viviendo en allí, en Friburgo, el propietario del lugar que estaba alquilando me mostró una foto de la ciudad al finalizar el conflicto bélico: sólo estaba en pie la catedral, el resto era literalmente tierra arrasada. A los alemanes les tomó tres años poder comenzar a diseñar ese camino que luego recorrerían y que se conoce como el “milagro alemán”.  Continuar leyendo

Esperando el final: ¿podrá la gestión sustituir al mito?

Todos creemos que el día que el actual gobierno ceda el mando al nuevo podremos respirar aliviados, pensamos que llegará ese “por fin se terminó”; sin embargo, será en ese preciso instante en donde todo comenzará.

Este gobierno ha tenido, hay que reconocerlo, una increíble capacidad para contener a todos los estamentos sociales, dándoles al menos algo de lo que necesitan (o quieren) para aplacarlos y serenarlos. Durante estos once años ha sabido negociar con todo el mundo oportunamente, ha abierto de a un frente por vez y ha sabido fustigar con todas sus fuerzas ese frente. Y con esa habilidad ha logrado navegar diversas tormentas y seguramente llegará intacto para entregar el mando a su sucesor. Más allá de las discrepancias que yo tenga con el kirchnerismo, debo reconocerle este gran mérito. Y a raíz de esto no puedo evitar preguntarme si quien venga después tendrá esta capacidad de surcar tormentas. Continuar leyendo

Inseguridad y policía comunal: cualquier solución no es buena

Hace unos días se frustró el debate sobre las policías municipales y por lo tanto esta ley todavía no ha progresado. Sin embargo esto no significa que el debate haya muerto y por lo tanto vale la pena dedicarle unas líneas a esta iniciativa.

Recientemente un docente que invité a una de mis clases recordó que Benjamin Franklin dijo que “quien está dispuesto a sacrificar libertad a cambio de seguridad no merece ni una ni la otra”. Y creo que esto se aplica especialmente al caso de las policías municipales.

Partamos de la base de que los municipios del conurbano son hoy feudos que están bajo el control y voluntad de sus intendentes. En este contexto, darles a los intendentes el control de la policía es un grosero error que pone en sus manos una fuerza que, como todo lo que tienen en su feudo, utilizan para su propio y exclusivo beneficio. No me parece difícil entonces imaginar que estas fuerzas comunales puedan ser una herramienta de extorsión y un engranaje dentro del aparato clientelista de los municipios. Lejos de proteger a sus comunidades, operarán para someterlas todavía más al poder político.

Personalmente, me aterra que incluso se puedan cometer violaciones de los derechos humanos y no habrá nadie que las controle. El control en las organizaciones de seguridad está dado por la existencia de distintas áreas que no tienen contacto entre sí y que se controlan las unas a las otras. Es lo que se conoce en administración como control cruzado. Ahora, este control cruzado pierde su eficacia si las personas que se controlan entre sí tienen una relación estrecha: y cuanto más pequeña es la organización, más estrecha es la relación entre las personas. Entonces, la camaradería, que suele abundar en todas las fuerzas de seguridad, puede transformarse en complicidad en una policía municipal: aquellos que deben controlar miran entonces para otro lado. Más si es el propio intendente el que pide que se omitan los controles, ya que éste tiene a la vez la potestad de remover a la cúpula de su policía municipal. Y esto no se subsana con el control de un concejo deliberante adicto que se fraguó desde el clientelismo político.

Los argentinos nos estamos obsesionando con la inseguridad. Hay delito, es cierto, pero el riesgo que tenemos al obsesionarnos es que terminamos por aceptar cosas que atentan contra nosotros mismos. Hoy hay muchas personas a favor de las policías comunales, porque se han hastiado tanto del delito que cualquier receta alquímica que pueda prometer una solución inmediata será bien recibida. Y de esto se aprovechan los jefes comunales, que han visto en este temor de la gente la rendija perfecta para hacerse de una policía comunal.

El delito debe ser atacado, pero las fuerzas de seguridad son sólo el último eslabón de toda una cadena que tiene que ponerse al servicio de este objetivo. Existe toda una serie de cuestiones de las que nadie habla, que no están en el centro del debate y que son la verdadera solución al problema del delito.

Es aquí donde entra la frase con la que abrí la columna: los argentinos estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad, nuestra seguridad jurídica, para combatir al delito. Y la verdad es que en otros momentos de la historia se ha privilegiado la seguridad física por sobre la libertad y la seguridad jurídica y las consecuencias han sido desastrosas. ¿Sucederá lo mismo con las policías comunales? Que esta obsesión por el delito no nos haga perder la razón: no se le puede entregar a los jefes comunales la policía, porque la usarán para sus propios intereses y en contra de todos nosotros.

Pidamos seguridad, pero no dejemos que las soluciones que nos ofrezcan atenten contra nuestra propia libertad, ni contra la seguridad de nuestros derechos. Merezcamos nuestra libertad, nunca estemos dispuestos a entregarla para obtener mayor seguridad. Porque, como dice el corolario de la frase inicial, no tendremos ni la una ni la otra.

El golpe de Massa

Todos lo sabemos: los políticos de alto vuelo ya no tienen ideas, sólo miran encuestas. De lo contrario no es fácil comprender la homogeneidad de “pensamiento” que a estas alturas iguala a todos. Esta es la causa por la cual todos hablan hoy de delito y narcotráfico, cuando son realidades que llevan varias décadas flagelando a nuestro país.

Esta vez Sergio Massa hizo un movimiento bastante osado al querer limitar la reelección de los jefes municipales. Puedo especular sobre las razones verdaderas detrás de ese astuto movimiento, pero más me interesan sus consecuencias para todos nosotros. Tal vez por error, tal vez por una casualidad de las que no abundan, este interés va alineado con el de construir una república más sólida.

Las reelecciones indefinidas en los puestos ejecutivos son con certeza la principal raíz de la corrupción, porque la permanencia en el poder permite no sólo la construcción de la estructura de corrupción, sino su cristalización y por lo tanto su establecimiento como poder real y duradero. Con el tiempo, lo que inicialmente se hacía solapadamente, de manera casi tímida, hoy se hace a la vista de todos, porque la estructura de corrupción se ha cristalizado de tal forma que ya es imposible desplazarla. Se genera entonces una situación en la que la reducción de los riesgos da una sensación de omnipotencia a quienes gobiernan. Es así como los gobernantes se tornan en monarcas absolutos con la mirada puesta en su ego, creyéndose dueños de aquello que sólo debieran administrar temporalmente. Y esto es muy fácil verlo en el conurbano y en otras provincias, que parecen más la gran estancia de algún patrón que partes de un territorio nacional gobernado en forma republicana.

Es evidente que este nuevo golpe de Massa es algo interesante, lo que hizo que el casi siempre rezagado Mauricio saliera a “redoblar” la apuesta, corriendo detrás de esta nueva propuesta que propone discutir algo que realmente trasciende el corto plazo: la república.

Este intento por poner coto a las aspiraciones reeleccionistas de los dueños del conurbano y de los feudos provinciales es un movimiento arriesgado, porque se pone en contra a gran parte de los dirigentes políticos. Y no son cualquier dirigente político, sino los dueños de un aparato cooptado que funciona con precisión en las elecciones, para lo cual basta ver los resultados de las elecciones presidenciales en los distritos feudales. Pero es una osadía que vale la pena, porque de concretarse habrá liberado para siempre a la Provincia de Buenos Aires de estos “históricos” gobernantes, que, por cierto, ya están pataleando con disgusto incluso dentro de las propias filas del Frente Renovador.

Un resultado favorable para esta iniciativa habrá iniciado la refundación de la república, porque comenzará lentamente a desarmarse este sistema clientelista que se ocupa más en oprimir que en liberar, aunque siempre bajo la bandera de una democracia algo renga. Si esto no avanzara, al menos el debate está sobre la mesa y es el momento para comenzar a discutir la república que queremos construir.