Hundidos en el presente

El problema que tenemos los argentinos es que estamos hundidos en el presente o en el corto plazo, que no es más que un presente extendido.

Los debates que se dan hoy en nuestra sociedad pasan por cuestiones económicas de corto plazo como el cepo al dólar y la devaluación. Incluso discutimos sobre cuestiones institucionales básicas, como la transparencia de los comicios. Llevamos más de treinta años de democracia, hemos celebrado nuestro bicentenario y nuestros debates continúan en la senda de lo embrionario, de aquello que los países más avanzados han definido y resuelto hace ya varios años.

Que estemos discutiendo sobre cómo hacer que las elecciones sean transparentes es un debate que nos regresa al momento en que se promulga la ley Sáenz Peña, más de cien años atrás. No digo que el debate no sea necesario, lo es, porque lo que pasó en Tucumán revela con contundencia que nuestro país es un gran reino lleno de feudos y eso se tiene que terminar. La Argentina, cien años después de que se declarara el voto secreto y obligatorio para romper con el régimen de fraude sistemático al que estaba sometida, se encuentra hoy nuevamente con barones del conurbano y gobernadores eternos. Continuar leyendo

Ni derecha, ni izquierda: república

La polarización de las cuestiones es algo natural. Comienzan a surgir en la sociedad las ideas y van decantando, lo que da como resultado que solo algunas de ellas se nos presenten como alternativas reales. Esto suele suceder prácticamente ante cualquier toma de decisión: se presenta un  problema, van sugiriendo soluciones y de todas estas sugerencias se selecciona una cantidad limitada de alternativas, que son las que en definitiva se van a analizar y entre las que se va a decidir. Es una cuestión de limitación humana: me cuesta imaginar a un grupo de gente eligiendo entre más de tres o cuatro alternativas reales.

Este mismo proceso se da a nivel nacional e incluso mundial. Después de la Primera Guerra Mundial todo el mundo se había polarizado en torno a dos opciones: capitalismo o comunismo. La derecha y la izquierda. Eran extremos nítidos: con solo escuchar hablar a alguien era muy fácil saber de qué lado estaba. Como siempre, había un enorme colorido entre una opción y otra, pero era innegable que esas dos eran las madres de todas las alternativas.

A veces nos cuesta dimensionar cuánto nos marcan, a todos, los hechos de la historia mundial. Los conceptos de izquierda y derecha han calado tan hondo que hoy, casi treinta años después de la caída del muro y el desguace del comunismo, esta polarización sigue vigente en los discursos. Muchos votantes rechazan a Mauricio Macri porque es de derecha y tienen afinidad con el Gobierno porque lo consideran de izquierda. Ambas afirmaciones no son más que la mezcla de nombres actuales con conceptos perimidos. Continuar leyendo

El gen del autoritarismo

El atropello es, en esencia, una cualidad intrínseca de cualquier autoritarismo. Porque quien atropella al otro también lo ignora. Está tan centrado en sus ideas y pensamientos que se termina olvidando que existen los demás. Pero sobre todo le quita valor al otro, no considera que tenga algo importante o interesante para decir, al punto que en muchos casos el otro se torna un enemigo por el solo hecho de interponerse, aunque con razón, a sus objetivos.

Quien atropella tiene además cierto grado de fanatismo y la absurda convicción de que es mejor que los demás y que por lo tanto tiene derecho a ese atropello. Con el tiempo, ese derecho a pasarle por encima al otro le termina abriendo las puertas a ese otro derecho, tan brutal y peligroso, que es el de creer que los adversarios no deben existir. La lógica del monopolio.

Es lógico que uno crea que está en lo cierto y que quiera convencer a los demás que tiene la razón. Incluso es esperable que las personas muy seguras de sí mismas se expresen como si hablaran con la verdad. Esos son sólo rasgos de carácter, pero el problema es cuando se cruza la línea de las convicciones para pasar a la necesidad de la desaparición de los oponentes.

El atropello se nos hace evidente cuando lo ejecutan los poderosos y sobre todo cuando se oprime a un gran número de personas. Tendemos a asombrarnos de las atrocidades que han cometido algunos personajes de la historia, pero no nos aterramos ante ínfimas actitudes de autoritarismo: pareciera que la importancia de las cosas está en su dimensión y no en su esencia. Lo cierto es que el daño que una determinada actitud causa es una cuestión circunstancial: una recepcionista corrupta, un ingeniero civil corrupto y un diputado corrupto son, en esencia, lo mismo, pero las circunstancias hacen que la dimensión del mal que causan sea distinta. Sin embargo, si la recepcionista deviene en diputado entonces podrá causar un daño mayor.

Incluso después de varios gobiernos de facto, desde el seno de la democracia, el kirchnerismo ha logrado imponer un autoritarismo que ha causado mucho daño a las instituciones y a la cultura democrática de nuestro país. ¿Cómo es esto posible?

Yo creo que los argentinos llevamos un gen, lo tiene nuestra cultura y por lo tanto se ve en todos los planos de nuestra vida, incluido el plano político. Es el gen del autoritarismo, que fue el que posibilitó en el pasado los gobiernos de facto y las guerrillas de izquierda, ambos con los mismos métodos, pero alguna idea distinta. Es el mismo gen que nos llevó a votar un proyecto de país que prácticamente desde sus comienzos ha demostrado su vocación por las prácticas antidemocráticas. Porque si el gobierno no ocultó en ningún momento esta vocación, porque no lo ha hecho, es porque sabe que la gente no desaprueba sus métodos. Pareciera que nadie se asusta en nuestro país porque se atropelle a las instituciones democráticas.

Pero ese gen, que es el que nos condena a vivir en una democracia que no termina de madurar, se puede ver en la calle, en las actitudes nuestras de cada día. Quien decide violar una norma de tránsito lo hace ciertamente con la convicción de que tiene derecho a hacerlo, sino sería un caso patológico. Lo hace porque cree que lo que él piensa vale más que las normas y que las normas no son para él. El que viola una norma de tránsito lleva el gen del autoritarismo. Es el mismo gen que en otras circunstancias le haría creer que lo que piensa vale más que la independencia de los tres poderes. Quien escucha música a un volumen alto cree que su música vale más que tranquilidad de los demás y asume que todos quieren escuchar la música que él escucha: en el peor de los casos ni siquiera le importa si molesta o no a los demás. En otro contexto cortaría una avenida para realizar su reclamo. Sin ir más lejos, el delincuente también tiene la convicción de que sus necesidades valen más que los derechos de los demás.

Es ese gen del autoritarismo, el que nos lleva a atropellar a los demás, el que crea este entorno tan frágil desde el punto de vista institucional. En otros países donde se respetan las instituciones, donde han aprendido que importa más el derecho que la fuerza, la gente respeta las normas de tránsito y no molesta a los demás con sus ruidos. Pero nosotros, en lugar de indignarnos por esas actitudes, muchas veces las celebramos como un acto de viveza o de “alegría”, cuando en realidad no es más que un grupo de gente que decide atropellar a los demás porque cree que sus derechos son más importantes. Es el gen del autoritarismo en acción. Es el mismo gen que no nos ha permitido indignarnos cuando el Kirchnerismo cruzaba una y otra vez la línea, cuando atacaba a las instituciones y socavaba la democracia. En países con una mayor tradición y valores democráticos, en un país que tiene el gen de la república y no el gen del autoritarismo, este gobierno no hubiera sido viable.

Con esto no quiero caer en decir que “lo de afuera es mejor”, porque no lo es. Pero en lo que se refiere a comportamiento democrático y respeto a las instituciones y a los derechos de los demás, ciertamente nos queda mucho por aprender. Tal vez esta década de ataques a la República nos sirva para aprender que el autoritarismo, por más que sea votado por la mayoría, sólo trae la decadencia de la vida social y económica de un país.

Categorías obsoletas

Las categorías en las que se organiza nuestro pensamiento son, en última instancia, la forma en que comprendemos nuestra realidad. Y es justamente esta imagen que tenemos de la realidad la que nos termina llevando a implementar determinadas soluciones. Vayamos a un tema concreto como el de la inflación para analizar esto: si yo creo que la inflación es la consecuencia de la especulación de empresarios inescrupulosos, entonces mis medidas estarán orientadas a detectar a estos empresarios y neutralizarlos. Porque mi comprensión de la realidad me indica ese camino. Si yo creo que la inflación está vinculada a la emisión de moneda, entonces reduciré la emisión. El problema es que la realidad es una sola y si no logro comprenderla, las medidas que tome nunca la van a transformar en el sentido que quiero o necesito.

En la Argentina se sigue hablando de izquierda y derecha. Este es un esquema mental no sólo completamente sesgado, sino además obsoleto. Sesgado porque se califica como “de derecha” a todas las personas maquiavélicas y perversas que buscan que los ricos exploten a los pobres, que quieren exterminar a los pobres y sobre todo imponer un neoliberalismo salvaje que destruya todo. Los que son “de izquierda” buscan el bien de las personas, aborrecen el autoritarismo y quieren un mundo mejor para todos. Este sesgo sin asidero está casi enquistado en el imaginario popular, evitando por lo tanto que se exploren las alternativas “de derecha” en busca soluciones plausibles para nuestros problemas.

Por otro lado, se trata de una dicotomía obsoleta, que vio su fin con la caída del muro de Berlín. Sin embargo las personas se siguen alineando a uno y otro lado, los partidos se declaran de derecha o de izquierda y los analistas políticos siguen usando estos términos con una liberalidad que da cuenta de su falta de profundidad intelectual. Hemos comprendido con el tiempo que las soluciones a los problemas no son ideológicas, sino fácticas. Es decir, que si hablamos del problema del delito, no podemos remitirnos a cuestiones ideológicas, sino que tenemos que buscar una solución eficiente y eficaz. Por supuesto que hay distintas ideas y esto bueno: se puede construir desde las ideas,pero no desde la ideología, porque la la ideología es ciega, pero la idea es lúcida. Hablar de soluciones de derecha o de izquierda es simplemente anacrónico. La aplicación de un esquema similar al del método científico debiera ayudarnos a exponer ideas y encontrar la mejor solución.

El paradigma actual va comprendiendo lentamente que no existen estas soluciones de izquierda o de derecha, sino simplemente soluciones. La implementación de bicisendas en la ciudad de Buenos Aires no es una medida de derecha, ni es una medida de izquierda. Tiene su fundamento en una concepción de lo que debe ser una ciudad, pero su implementación está alejada de esta dicotomía que tanto atrae en nuestro país. En lo que se refiere al transporte hay dos tendencias opuestas: la primera que aboga por el transporte individual y la segunda que aboga por el transporte público. Son dos ideas contrapuestas, pero no son ideologías: no hay izquierda y derecha, sólo el análisis de un problema y la búsqueda de una solución. Cuando digo que actualmente se está superando este paradigma es porque si uno mira ciudades de nuestro país que están en manos de distintos partidos encontrará que la gestión de las mismas no está signada por cuestiones ideológicas que derecha o izquierda, sino por posturas frente a los problemas. El gobierno actual de la ciudad, constantemente fustigado por ser de derecha, ha tenido en lo que se refiere a gestión y transporte público medidas dignas de un progresismo rabioso. ¿Cómo encaja esto en la definición de “derecha”?

Sin embargo, en lo discursivo se sigue apelando a estos conceptos, porque a la gente le gustan, le permiten tomar partido rápidamente al que no tiene la persistencia del intelecto: descarta a quien se reconoce como contrario a la ideología que él cree tener. Los políticos inescrupulosos siguen hablando de gorilas, derechas y dictaduras para calificar a sus oponentes, porque son palabras fuertes que apelan a las emociones de los argentinos. Pero sea dicha la verdad, nadie de la escena política actual puede ser señalado de esta forma tan llana

Yo digo que izquierda y derecha son alas perimidas porque ya no sirven. Antes de la caída del muro estos conceptos podían servirnos para comprender, aunque de una manera extremadamente simplificada, nuestro mundo. Pero hoy ya no. Y cuando estas categorías se vuelven obsoletas, también lo es nuestra comprensión de la realidad y por lo tanto cualquier solución o medida que pongamos en práctica sobre la base de estos esquemas se confrontará con un mundo al que no pertenece.

Mientras la política se siga construyendo desde la izquierda y la derecha, desde una concepción ideológica y no de ideas, seguiremos varados en esta lucha contra fantasmas. Y los hechos nos demuestran, que los fantasmas nos están venciendo. Izquierda y derecha son alas perimidas que ya no nos dejan volar, sino que nos atan al más absurdo de los suicidios colectivos.