La marginalidad deviene en delito

Asumamos por un instante que desaparece toda norma ética y moral en mi vida: esto significa que mis decisiones sólo estarán basadas en los premios o castigos que las mismas me traerán. Pero asumamos también que soy el único que padece este problema, lo que significa que los demás podrían “castigarme” por cometer actos contrarios a la ética y la moral general.

Un día cualquiera me encuentro caminando y paso por la puerta de un supermercado. Entonces veo que una horda se lanza a saquearlo y que todos salen con interesantes productos. Yo tengo dos opciones: sumarme al saqueo o no hacerlo. Sé que no iré a prisión, porque la verdad es que entre tanta batahola será difícil que me puedan individualizar. Sin embargo, veo las cámaras de los distintos canales de televisión. Entonces pienso qué sucedería si determinadas personas me vieran saqueando el supermercado. Tal vez si frente al televisor en ese momento se encuentra algún responsable de los lugares en los que doy clase, seguramente mi carrera académica llegaría a su fin. Si fueran mis amigos los que me ven en flagrante saqueo, seguramente terminen alejándose de mí, porque consideran reprobable mi actuar. Incluso si alguno los clientes que asesoro me viera cometiendo este ilícito, dejaría de contratarme. Ante este panorama, los “castigos” que devienen de mi acto son mayores que el premio que podría dejarme el botín. Se trata fundamentalmente de una decisión “económica”, donde los costos de mi acción son mayores a los beneficios que obtendré de la misma.

Continuar leyendo