La marginalidad deviene en delito

Christian Joanidis

Asumamos por un instante que desaparece toda norma ética y moral en mi vida: esto significa que mis decisiones sólo estarán basadas en los premios o castigos que las mismas me traerán. Pero asumamos también que soy el único que padece este problema, lo que significa que los demás podrían “castigarme” por cometer actos contrarios a la ética y la moral general.

Un día cualquiera me encuentro caminando y paso por la puerta de un supermercado. Entonces veo que una horda se lanza a saquearlo y que todos salen con interesantes productos. Yo tengo dos opciones: sumarme al saqueo o no hacerlo. Sé que no iré a prisión, porque la verdad es que entre tanta batahola será difícil que me puedan individualizar. Sin embargo, veo las cámaras de los distintos canales de televisión. Entonces pienso qué sucedería si determinadas personas me vieran saqueando el supermercado. Tal vez si frente al televisor en ese momento se encuentra algún responsable de los lugares en los que doy clase, seguramente mi carrera académica llegaría a su fin. Si fueran mis amigos los que me ven en flagrante saqueo, seguramente terminen alejándose de mí, porque consideran reprobable mi actuar. Incluso si alguno los clientes que asesoro me viera cometiendo este ilícito, dejaría de contratarme. Ante este panorama, los “castigos” que devienen de mi acto son mayores que el premio que podría dejarme el botín. Se trata fundamentalmente de una decisión “económica”, donde los costos de mi acción son mayores a los beneficios que obtendré de la misma.

Puesto en palabras más lineales: tengo demasiado que perder y no tiene sentido que me arriesgue por el fruto que puedo obtener del acto ilícito.

La marginalidad es justamente no tener nada, es estar fuera de la sociedad, es no ser parte de ella. Ante una situación similar a la que me encontré yo en el ejemplo, alguien que vive en la marginalidad no tiene costo alguno si interviene para hacerse de un botín: no pierde su trabajo, ni sus posibilidades de conseguir trabajo y además su círculo social no necesariamente lo dejará de lado por hacerse de algo de forma irregular. Para quien no tiene, ni es parte de nada, el beneficio obtenido es siempre mayor al costo, según su apreciación subjetiva.

La realidad del delito no se pude reducir sólo a esta cuestión que pongo en análisis, pero ciertamente que es una de las variables más relevantes. Lo que antes desarrollé como las “cosas” que uno puede perder, puede resumirse en realidad en el concepto de posición social. Esta posición es un lugar que uno tiene, un lugar que le gusta y que no quiere perder: puede ser la propia familia, un trabajo, determinadas relaciones, etcétera. No hablo de una posición relativa a las demás personas (ser más o menos que otros), sino simplemente de tener un lugar en el mundo.

Muchos pensamos que sin importar las circunstancias en que nos encontremos, nunca cometeremos un delito, pero eso es pensar desde nuestra posición social actual. Claro, nadie que tenga su lugar en el mundo cometerá un ilícito arriesgándose a perderlo todo. Pero cuando uno no tiene nada, incluso el delito puede ser la forma de hacerse ese lugar, de conquistar esa posición, de darle un sentido a la vida.

Como leí recientemente en un libro de Albert Camus, los hombres fingen respetar el derecho y sólo se inclinan ante la fuerza. No podemos juzgar a las personas que delinquen desde nuestro lugar, sino desde su propio lugar, y no me refiero con esto a cuestiones legales, claro está.

Si todas las personas que se encontraran frente a la posibilidad de delinquir tuvieran algo que perder y entendieran que pueden perderlo, entonces disminuiría el delito. Si todos en este país tuviéramos una posición social, un lugar en la sociedad que podamos decir que es nuestro lugar, entonces la mera posibilidad de perderlo sería ya una restricción importante a cualquier acto ilícito.

La marginalidad es por definición el lugar en el que se encuentran los que no tienen lugar, los que no son parte de la sociedad, los que no tienen nada que perder: están al margen de todo. Si como sociedad no somos capaces de generar los mecanismos para que todos podamos encontrar nuestro lugar, consiguiendo esa posición social que mencioné, entonces la marginalidad se transformará en una condena definitiva. Mientras sigan existiendo personas que están fuera de todo, entonces el delito seguirá proliferando y la alta sensación de inseguridad se irá acrecentando.

Combatir la marginalidad no es sólo un deber moral, sino que es la única forma de garantizar la supervivencia de nuestra sociedad. Creando una posición social para todos y con ello el anhelo de conservarla, es la única forma que tenemos para terminar con esta situación que deja a tantos fuera de todo camino. Un subsidio ayuda a satisfacer necesidades básicas y esto es muy importante. Pero nunca libera de la marginalidad, porque recibir un subsidio no es tener una posición social, no es tener un lugar, sino todo lo contrario: es la confirmación de que como no tenemos la capacidad de encontrar nuestro lugar y construir nuestras propias vidas, requerimos la urgente ayuda de quienes sí pueden.

La marginalidad sólo se elimina con el reconocimiento social y al eliminar la marginalidad se elimina el delito más brutal, el que nos hunde en esta sensación de inseguridad que aqueja hoy a tantos argentinos.