La lucha contra la inseguridad requiere de técnicos

La pregunta es válida. ¿Quienes nos gobiernan creen que la seguridad es realmente una prioridad? ¿Quienes están en los altos mandos de las fuerzas de seguridad están convencidos de que su campo de acción debe ser una prioridad en la Argentina de hoy? Sin señalar a nadie en particular, a todos nos resulta evidente que los responsables de solucionar el delito en la Argentina no están obteniendo demasiados resultados. Da la impresión, aunque resulte duro asumirlo, que no existe la voluntad política de resolverlos. Sea por desidia, por negligencia o por connivencia, el resultado es el mismo: todos los argentinos seguimos sufriendo las consecuencias del delito.

¿Qué tan dura es la lucha que se está librando contra el narcotráfico? No es cierto que es invencible: el crimen organizado no puede superar nunca con sus fuerzas al Estado. Tal vez la delincuencia sea más ágil, a lo que se le agrega la ventaja operativa de no tener límites morales, pero definitivamente nunca podrá ser más fuerte que el Estado. Ninguna persona que pertenezca a una fuerza de seguridad y esté en su sano juicio dirá jamás que el narcotráfico es invencible. Continuar leyendo

Sobre los preconceptos del delito

A todos nos preocupa el delito, al punto que se ha convertido en un reclamo del electorado en general para estas presidenciales: bien supieron leer esto los candidatos que están centrando sus campañas en los temas vinculados a la seguridad. Y entre tanto ir y venir me crucé en estos días con un artículo en otro medio que hablaba sobre la inseguridad. No era de ningún personaje político, sino más bien de un experto en el tema y por eso me llamó la atención que trabajara precisamente sobre la base de algunos preconceptos equivocados. Lo más llamativo es, sin embargo, que estos mismos errores los veo reflejados en la opinión generalizada de políticos, periodistas y público en general, lo que me motivó a escribir esta columna.

El primer gran error es el de desvincular la delincuencia de la pobreza. Lo quiero dejar claro desde un principio, en la Argentina son dos realidades íntimamente relacionadas. El argumento principal es que mientras en otros países del mundo existe tanta pobreza como acá, la delincuencia no tiene los mismos niveles. Incluso se suele hablar del fenómeno de Estados Unidos, en donde en los momentos en que atravesaba su pico de delincuencia no era precisamente el de una crisis económica.

Paralelos de este tipo dejan de ser válidos desde el momento en que los fenómenos sociales complejos están inevitablemente enmarcados en una cultura y en un momento histórico. Así como sería absurdo analizar el comportamiento delictivo en la Edad Media y a partir de ello querer extrapolar soluciones para la Buenos Aires de hoy, también es absurdo analizar el delito en otros países y querer extrapolar soluciones para la Argentina: son paisajes sociales completamente distintos. Continuar leyendo

Un despliegue para la opinión pública

Diez mil nuevos policías. Así reza una de las publicidades más insistentes de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires y es que para alguno que está distraído esto puede parecer una buena nueva, un gran avance contra el delito. Lo sé, son tiempos electorales y la obsesión por mostrarse lleva a estas cosas.

El hecho de que haya más policía no muestra que se transita una vía de solución, sino que el problema es más grande. Es muy sencillo: si no hubiera delito en la Argentina,  no necesitaríamos fuerzas de seguridad internas. El despliegue policial no es una solución, es en realidad un síntoma del delito,  una reacción tardía, necesaria pero tardía. Cuando tomamos la determinación de incorporar más policías es porque ya nos hemos quedado sin ninguna otra solución, porque ya no queda más remedio. A veces se debe también a la ausencia de creatividad: siempre es más fácil incorporar recursos antes que ocuparse de desarrollar planes que tengan un impacto real contra el delito.

Quienes asesoran al gobernador Scioli creen que el hecho de que haya 10.000 nuevos policías es algo de lo que ufanarse, cuando en realidad es la evidencia más burda de que se ha fracasado. Nuestra sociedad no lo ve así, es que todavía no hemos evolucionado lo suficiente. Hay una famosa frase que dice que “la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios”. Mientras que nuestra sociedad se ha sensibilizado frente a la guerra y exige siempre la solución diplomática, no ocurre lo mismo con el delito. Acá se pide que se ataque a los delincuentes, que se saque más policía a la calle: es el equivalente a pedir que para solucionar un problema con un país vecino es necesarios enviar más ejército a combatir.

Pero no se trata sólo de un fracaso rotundo para combatir el delito. A mi mente vienen todavía más preguntas: ¿Con qué recursos cuentan estos nuevos 10.000 policías? ¿Fueron debidamente capacitados? ¿Se insertan en una estructura que está preparada para ponerlos a trabajar contra el delito? ¿O sólo los van a desplegar para que la opinión pública se asombre con el desfile? Esto es casi como los desfiles militares de Corea del Norte: mucha pompa, pero todos sabemos que es un país pobre y débil. Los fuertes no necesitan ostentar su fortaleza.

Tampoco quiero excederme en criticar por demás a la administración de Scioli, porque es cierto que todos los distritos hacen lo mismo. Sacar más policía a la calle es la forma que tienen de poner de manifiesto que se están ocupando de la seguridad, cuando todos sabemos que la solución al problema del delito no pasa por la policía. Lejos de mí está decir que hay que suprimir las fuerzas de seguridad: lo tengo claro, son más que necesarias, sobre todo en un contexto como el actual. Pero tenemos que entender que las fuerzas de seguridad nunca van a solucionar el problema del delito.

También es cierto que en este último tiempo el gobierno de la Provincia de Buenos Aires se ha empeñado en crear un gran espectáculo de fuegos artificiales para mostrarle a la gente que está ocupándose seriamente del tema de la seguridad: la aberración de las policías municipales, la excesiva publicidad del operativo sol con foco en las fuerzas de seguridad, las escuelas descentralizadas de policías y ahora diez mil agentes más. Una mención especial requieren estas escuelas de policía descentralizadas, que sería el equivalente a decir que mi casa es más grande porque la dividí en más ambientes.

Yo entiendo que el gobernador tiene una restricción presupuestaria, tiene al Gobierno nacional en contra y que el camino de la ilusión es más fácil que el del esfuerzo intelectual de buscar soluciones creativas. Pero así como entiendo eso, también veo que ya lleva varios años en el poder y no ha logrado mejorar la situación de la provincia en este sentido particular. No puedo dejar de preguntarme si esta administración podrá hacerse cargo del problema del delito a nivel nacional. Una pregunta que, ante el panorama que vive nuestra sociedad, es necesario hacerse al momento de votar.

Un sistema contra el delito

Existe la falsa creencia de que más policía puede solucionar el problema del delito. Incluso los políticos hacen uso de esta creencia y por eso se fotografían con las últimas promociones de policías, porque pareciera que nos alegra saber que en la calle hay más efectivos combatiendo la delincuencia. Pero por más absurdo que parezca las fuerzas de seguridad son el eslabón menos importante de este sistema que está dedicado a combatir el delito. 

El primer eslabón y el más importante es el de la prevención, pero es a su vez el más descuidado y el menos visible. Una escuela de fútbol en un barrio marginal no le sirve a nadie para salir en los diarios y en general todos lo percibimos como una nimiedad, pero ese tipo de acciones “triviales” son las que hacen que nuestros jóvenes crezcan sanos y lejos de la delincuencia. En este sentido los curas villeros hacen un trabajo maravilloso, porque son de los pocos que en nuestro país han comprendido que antes que buscar a los delincuentes y encarcelarlos, tenemos que asegurarnos que las personas lleven una vida digna. Continuar leyendo

La xenofobia como “solución” al problema del delito

Recientemente Sergio Berni hizo referencia a la necesidad de herramientas para poder expulsar a los extranjeros que delinquen. La Ministra de Seguridad no sólo hizo un pedido en la misma línea, sino que además presentó estadísticas en las que muestra que hubo un crecimiento en la participación de extranjeros en hechos delictivos.

Es llamativo que después de tanto tiempo de ausencia de estadísticas sobre delito en la Argentina, la primera conclusión que se obtiene de estos novedosos índices es que los extranjeros son una pieza fundamental de las redes del delito en la Argentina. Es también llamativo que gente vinculada a la seguridad y que se supone son profesionales de la seguridad, hagan hincapié en estas herramientas para expulsar extranjeros cuando hay tantas otras cosas, más urgentes y necesarias, que resolver.

Si fuéramos un país lo suficientemente avanzado en materia de combate al delito, me parece que el pedido de la cartera de seguridad es algo plausible. Porque no se puede permitir que los delincuentes vengan de todas partes del mundo para cometer ilícitos en nuestro país. Sin embargo, dada la situación de emergencia en la que se encuentra la Argentina, estas herramientas que reclaman con tanta vehemencia se tornan absurdas.

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La imprevisible violencia

En estos días nos sorprendió a todos que balearan a un ciclista urbano en el corredor de la Av. Del Libertador. A mí también me sorprendió. Como alguien acostumbrado a analizar situaciones de seguridad, lo que más me llamó la atención es que la probabilidad de que algo así sucediera es extremadamente baja.

Hay varias herramientas para analizar situaciones de seguridad y ninguna de ellas hubiese nunca indicado que un evento de esta índole podía suceder. El primer punto es que se trata de una zona altamente transitada. La aglomeración de personas suele hacer que un ataque se torne inviable, porque son muchos ojos los que ven, los que pueden alertar y luego identificar. Entonces nadie en su sano juicio cometería un ataque en un lugar así. No estoy pensando en una operación planificada ni en la ejecución de un sicario. Un asaltante convencional que quiere llevarse una bicicleta nunca llevaría adelante un ataque así desde la lógica.

Como suelo decirles a mis alumnos: en seguridad, la realidad supera a la ficción. Aquello que jamás podríamos haber imaginado, aquello que nunca hubiéramos previsto con un análisis lógico y metodológico, puede suceder. Porque cualquier estructura de seguridad, cualquier preparativo, cualquier cosa que se pueda planificar se encuentra, en última instancia, con estas situaciones límite que demuestran que no todo se puede prevenir. Lamentablemente estas cosas pasan y seguirán pasando: no es fatalismo, es sólo esa pequeña parte de la realidad que escapa a todos los cálculos.

Un sistema punitivo más duro es irrelevante también en este caso: quien cometió el asesinato jamás sintió ni la más mínima inquietud por arriesgarse a ser capturado. Aunque a veces un sistema punitivo puede desincentivar a los delincuentes, no olvidemos que este sistema también está pensado desde la lógica y por eso jamás desincentivaría a alguien que escapa a ella. Esto no quiere decir que no haya que juzgar y condenar a quien haya cometido el delito, pero encarcelar no le devuelve la vida a las víctimas.

Esta violencia, la que no se puede predecir, es la que nos marca el límite de las capacidades de las fuerzas de seguridad y del sistema penal. Esta es la violencia que sólo se puede cambiar con inclusión y justicia social. Porque parecería que solo la enajenación puede hacer que una persona se comporte de esta forma. Es la violencia que está enquistada en nuestra sociedad. Hay muchos casos como el del ciclista, pero no todos llegan a los medios. Este es sólo un ejemplo y el punto de partida para una reflexión.

Aunque parezca trivial decirlo, se trata más de un clima de violencia que de un hecho aislado. Por un lado tenemos a quienes viven en la marginalidad y a través de la violencia quieren alcanzar lo que no pueden por otros medios. También están aquellos que presa de adicciones ejecutan cualquier acto para seguir abasteciéndose. Pero también está la violencia que ejerce la sociedad contra todas estas personas, porque es claro que nadie quiere vivir en la marginalidad, pero hay todo un sistema que crea esta marginalidad, la mantiene y hasta me atrevo a decir que se beneficia de ella.

No quiero con esto justificar ninguna atrocidad, pero tenemos que entender que la dinámica de la sociedad se basa más en un esquema de “acción-reacción”, que en el de “acción aislada”. Todo lo que sucede es fruto de acciones previas, es decir que es una reacción. No podemos esperar que quienes viven en la marginalidad o sometidos a alguna adicción reaccionen de otra forma. Es esperable que este tipo de cosas sucedan.

La violencia estructural que se está desatando lentamente en nuestro país no se soluciona con más policía ni con penas más duras. No se trata de ignorar el dolor de las víctimas, porque no sólo es un dolor genuino, sino que además hay una enorme pérdida. Yo soy también soy un ciclista urbano y me podría haber tocado a mí. Sin embargo, es claro que esta violencia desmedida sólo se puede solucionar con inclusión y con una sociedad más equitativa.

Inseguridad y policía comunal: cualquier solución no es buena

Hace unos días se frustró el debate sobre las policías municipales y por lo tanto esta ley todavía no ha progresado. Sin embargo esto no significa que el debate haya muerto y por lo tanto vale la pena dedicarle unas líneas a esta iniciativa.

Recientemente un docente que invité a una de mis clases recordó que Benjamin Franklin dijo que “quien está dispuesto a sacrificar libertad a cambio de seguridad no merece ni una ni la otra”. Y creo que esto se aplica especialmente al caso de las policías municipales.

Partamos de la base de que los municipios del conurbano son hoy feudos que están bajo el control y voluntad de sus intendentes. En este contexto, darles a los intendentes el control de la policía es un grosero error que pone en sus manos una fuerza que, como todo lo que tienen en su feudo, utilizan para su propio y exclusivo beneficio. No me parece difícil entonces imaginar que estas fuerzas comunales puedan ser una herramienta de extorsión y un engranaje dentro del aparato clientelista de los municipios. Lejos de proteger a sus comunidades, operarán para someterlas todavía más al poder político.

Personalmente, me aterra que incluso se puedan cometer violaciones de los derechos humanos y no habrá nadie que las controle. El control en las organizaciones de seguridad está dado por la existencia de distintas áreas que no tienen contacto entre sí y que se controlan las unas a las otras. Es lo que se conoce en administración como control cruzado. Ahora, este control cruzado pierde su eficacia si las personas que se controlan entre sí tienen una relación estrecha: y cuanto más pequeña es la organización, más estrecha es la relación entre las personas. Entonces, la camaradería, que suele abundar en todas las fuerzas de seguridad, puede transformarse en complicidad en una policía municipal: aquellos que deben controlar miran entonces para otro lado. Más si es el propio intendente el que pide que se omitan los controles, ya que éste tiene a la vez la potestad de remover a la cúpula de su policía municipal. Y esto no se subsana con el control de un concejo deliberante adicto que se fraguó desde el clientelismo político.

Los argentinos nos estamos obsesionando con la inseguridad. Hay delito, es cierto, pero el riesgo que tenemos al obsesionarnos es que terminamos por aceptar cosas que atentan contra nosotros mismos. Hoy hay muchas personas a favor de las policías comunales, porque se han hastiado tanto del delito que cualquier receta alquímica que pueda prometer una solución inmediata será bien recibida. Y de esto se aprovechan los jefes comunales, que han visto en este temor de la gente la rendija perfecta para hacerse de una policía comunal.

El delito debe ser atacado, pero las fuerzas de seguridad son sólo el último eslabón de toda una cadena que tiene que ponerse al servicio de este objetivo. Existe toda una serie de cuestiones de las que nadie habla, que no están en el centro del debate y que son la verdadera solución al problema del delito.

Es aquí donde entra la frase con la que abrí la columna: los argentinos estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad, nuestra seguridad jurídica, para combatir al delito. Y la verdad es que en otros momentos de la historia se ha privilegiado la seguridad física por sobre la libertad y la seguridad jurídica y las consecuencias han sido desastrosas. ¿Sucederá lo mismo con las policías comunales? Que esta obsesión por el delito no nos haga perder la razón: no se le puede entregar a los jefes comunales la policía, porque la usarán para sus propios intereses y en contra de todos nosotros.

Pidamos seguridad, pero no dejemos que las soluciones que nos ofrezcan atenten contra nuestra propia libertad, ni contra la seguridad de nuestros derechos. Merezcamos nuestra libertad, nunca estemos dispuestos a entregarla para obtener mayor seguridad. Porque, como dice el corolario de la frase inicial, no tendremos ni la una ni la otra.

La marginalidad deviene en delito

Asumamos por un instante que desaparece toda norma ética y moral en mi vida: esto significa que mis decisiones sólo estarán basadas en los premios o castigos que las mismas me traerán. Pero asumamos también que soy el único que padece este problema, lo que significa que los demás podrían “castigarme” por cometer actos contrarios a la ética y la moral general.

Un día cualquiera me encuentro caminando y paso por la puerta de un supermercado. Entonces veo que una horda se lanza a saquearlo y que todos salen con interesantes productos. Yo tengo dos opciones: sumarme al saqueo o no hacerlo. Sé que no iré a prisión, porque la verdad es que entre tanta batahola será difícil que me puedan individualizar. Sin embargo, veo las cámaras de los distintos canales de televisión. Entonces pienso qué sucedería si determinadas personas me vieran saqueando el supermercado. Tal vez si frente al televisor en ese momento se encuentra algún responsable de los lugares en los que doy clase, seguramente mi carrera académica llegaría a su fin. Si fueran mis amigos los que me ven en flagrante saqueo, seguramente terminen alejándose de mí, porque consideran reprobable mi actuar. Incluso si alguno los clientes que asesoro me viera cometiendo este ilícito, dejaría de contratarme. Ante este panorama, los “castigos” que devienen de mi acto son mayores que el premio que podría dejarme el botín. Se trata fundamentalmente de una decisión “económica”, donde los costos de mi acción son mayores a los beneficios que obtendré de la misma.

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