La imprevisible violencia

Christian Joanidis

En estos días nos sorprendió a todos que balearan a un ciclista urbano en el corredor de la Av. Del Libertador. A mí también me sorprendió. Como alguien acostumbrado a analizar situaciones de seguridad, lo que más me llamó la atención es que la probabilidad de que algo así sucediera es extremadamente baja.

Hay varias herramientas para analizar situaciones de seguridad y ninguna de ellas hubiese nunca indicado que un evento de esta índole podía suceder. El primer punto es que se trata de una zona altamente transitada. La aglomeración de personas suele hacer que un ataque se torne inviable, porque son muchos ojos los que ven, los que pueden alertar y luego identificar. Entonces nadie en su sano juicio cometería un ataque en un lugar así. No estoy pensando en una operación planificada ni en la ejecución de un sicario. Un asaltante convencional que quiere llevarse una bicicleta nunca llevaría adelante un ataque así desde la lógica.

Como suelo decirles a mis alumnos: en seguridad, la realidad supera a la ficción. Aquello que jamás podríamos haber imaginado, aquello que nunca hubiéramos previsto con un análisis lógico y metodológico, puede suceder. Porque cualquier estructura de seguridad, cualquier preparativo, cualquier cosa que se pueda planificar se encuentra, en última instancia, con estas situaciones límite que demuestran que no todo se puede prevenir. Lamentablemente estas cosas pasan y seguirán pasando: no es fatalismo, es sólo esa pequeña parte de la realidad que escapa a todos los cálculos.

Un sistema punitivo más duro es irrelevante también en este caso: quien cometió el asesinato jamás sintió ni la más mínima inquietud por arriesgarse a ser capturado. Aunque a veces un sistema punitivo puede desincentivar a los delincuentes, no olvidemos que este sistema también está pensado desde la lógica y por eso jamás desincentivaría a alguien que escapa a ella. Esto no quiere decir que no haya que juzgar y condenar a quien haya cometido el delito, pero encarcelar no le devuelve la vida a las víctimas.

Esta violencia, la que no se puede predecir, es la que nos marca el límite de las capacidades de las fuerzas de seguridad y del sistema penal. Esta es la violencia que sólo se puede cambiar con inclusión y justicia social. Porque parecería que solo la enajenación puede hacer que una persona se comporte de esta forma. Es la violencia que está enquistada en nuestra sociedad. Hay muchos casos como el del ciclista, pero no todos llegan a los medios. Este es sólo un ejemplo y el punto de partida para una reflexión.

Aunque parezca trivial decirlo, se trata más de un clima de violencia que de un hecho aislado. Por un lado tenemos a quienes viven en la marginalidad y a través de la violencia quieren alcanzar lo que no pueden por otros medios. También están aquellos que presa de adicciones ejecutan cualquier acto para seguir abasteciéndose. Pero también está la violencia que ejerce la sociedad contra todas estas personas, porque es claro que nadie quiere vivir en la marginalidad, pero hay todo un sistema que crea esta marginalidad, la mantiene y hasta me atrevo a decir que se beneficia de ella.

No quiero con esto justificar ninguna atrocidad, pero tenemos que entender que la dinámica de la sociedad se basa más en un esquema de “acción-reacción”, que en el de “acción aislada”. Todo lo que sucede es fruto de acciones previas, es decir que es una reacción. No podemos esperar que quienes viven en la marginalidad o sometidos a alguna adicción reaccionen de otra forma. Es esperable que este tipo de cosas sucedan.

La violencia estructural que se está desatando lentamente en nuestro país no se soluciona con más policía ni con penas más duras. No se trata de ignorar el dolor de las víctimas, porque no sólo es un dolor genuino, sino que además hay una enorme pérdida. Yo soy también soy un ciclista urbano y me podría haber tocado a mí. Sin embargo, es claro que esta violencia desmedida sólo se puede solucionar con inclusión y con una sociedad más equitativa.