La lucha contra la inseguridad requiere de técnicos

La pregunta es válida. ¿Quienes nos gobiernan creen que la seguridad es realmente una prioridad? ¿Quienes están en los altos mandos de las fuerzas de seguridad están convencidos de que su campo de acción debe ser una prioridad en la Argentina de hoy? Sin señalar a nadie en particular, a todos nos resulta evidente que los responsables de solucionar el delito en la Argentina no están obteniendo demasiados resultados. Da la impresión, aunque resulte duro asumirlo, que no existe la voluntad política de resolverlos. Sea por desidia, por negligencia o por connivencia, el resultado es el mismo: todos los argentinos seguimos sufriendo las consecuencias del delito.

¿Qué tan dura es la lucha que se está librando contra el narcotráfico? No es cierto que es invencible: el crimen organizado no puede superar nunca con sus fuerzas al Estado. Tal vez la delincuencia sea más ágil, a lo que se le agrega la ventaja operativa de no tener límites morales, pero definitivamente nunca podrá ser más fuerte que el Estado. Ninguna persona que pertenezca a una fuerza de seguridad y esté en su sano juicio dirá jamás que el narcotráfico es invencible. Continuar leyendo

La violencia está ganando

Hace unos días mataron a un chico en la parada del colectivo. Salió en algunos medios, se hablaba de Barracas, es cierto, pero fue en las inmediaciones de la villa. Pero para entender un poco más las cosas es necesario saber dónde fue el asesinato y en qué circunstancias.

Eran las siete de la tarde, según me contaron. Era una parada de colectivos. En el barrio las paradas de colectivo están atestadas de gente, sobre todo a esa hora. Los negocios estaban abiertos, había movimiento. La parada está en una calle importante, esto quiere decir que hay iluminación y que todos caminamos tranquilos por allí, nos sentimos seguros. No quiero faltar a la precisión, pero hay un puesto de gendarmería a unos cien o doscientos metros de allí. Todo habla de una zona segura.

Contrario a lo que los mitos populares indican, caminar por las villas no es peligroso. Cualquiera puede recorrer las calles principales y nada va a pasarle. Quienes conocemos algo más podemos internarnos en algún pasillo ancho. Los pasillos más angostos ya son más dudosos: el poco tránsito de gente y el hecho de que solo los frecuenta un número reducido de personas permite que quede en evidencia el extranjero. Queda claro que a altas horas de la noche lo que acabo de decir no cuenta. Continuar leyendo

El punto de no retorno de la delincuencia

Parece algo absurdo pensarlo de esta manera, pero el delito es un oficio. Es algo que reprobamos, incluso algo que condenan las leyes, pero eso no implica que no sea un oficio. De hecho es también el medio de vida de muchas personas. Nada de esto implica que no debamos perseguirlo y castigarlo, pero analizarlo desde esta perspectiva puede ayudarnos a comprender esta realidad tan compleja y que tanto nos preocupa hoy a todos los argentinos.

Con el tiempo las personas tomamos un oficio y lo vamos desarrollando. Después de varios años de dedicarnos a lo mismo nos convertimos en expertos, lo cual tiene puntos a favor y puntos en contra. El punto a favor es que sabemos hacer tan bien eso que hacemos, que generalmente nos pagan más. El punto en contra es que si queremos cambiar de trabajo, si buscamos algo nuevo en que aplicarnos, entonces tenemos que aprender todo otra vez. Lo peor es que al empezar de nuevo perdemos ese valor agregado que tenía nuestra experiencia y entonces ganamos menos: lo que no le gusta a nadie.

Por otro lado es también cierto que por la propia naturaleza del ser humano uno tiende a quedarse donde está, a menos que haya una fuerte razón para cambiar. Por lo que todos hacemos aquel trabajo que sabemos hacer, porque es lo que nos sale bien y con lo que nos sentimos cómodos.

La otra cuestión es un poco más compleja. Cada persona en su vida va desarrollando habilidades. Por ejemplo, el vendedor tiene la habilidad de vender. Puede vender autos o electrodomésticos, pero será muy difícil que aprenda a llevar adelante la administración de un consultorio médico. Puede aprender, pero queda claro que sus habilidades hoy son otras y que si tiene que buscar un trabajo buscará algo que tenga que ver con sus habilidades.

Hasta aquí es todo bastante intuitivo y lo podemos ver fácilmente en nuestra vida diaria. ¿Qué pasa cuando traspasamos estos conceptos al oficio de delinquir?

El primer punto es que quien está habituado a delinquir se ha convertido en un experto. Lo ha adoptado como modo de vida y le va seguramente bastante bien. Dedicarse a otra cosa le resultará desde ya menos rentable, lo que termina siendo una gran motivación para que persevere en su oficio.

Además, el delincuente ya está habituado a lo que hace y por lo tanto, a menos que haya una gran motivación para el cambio, seguirá haciendo aquello que tan bien le sale y con lo que se siente cómodo: delinquir.

En tercer lugar, el delincuente ha desarrollado una serie de habilidades que son específicas de su profesión. Habilidades que difícilmente le pueden ayudar a insertarse en otro ámbito que no sea el del hampa, por lo que si no le va bien robando autos, verá de encontrar alguna otra tarea dentro del mismo ambiente. Este es otro de los motivos por los que más policía nunca solucionará el problema del delito, porque quien sólo sabe ganarse la vida de forma ilícita, no suele ver que pueda aplicar las habilidades que ya tiene en otra cosa: y el hecho de que haya más policías en la calle no cambia esa situación.

De todo esto se concluye, con cierto pesimismo, que no es tan fácil rehabilitar a quien vive de la delincuencia. No quiero decir que es imposible, porque tal vez el delincuente tenga experiencias que lo motiven a cambiar. Sin embargo, queda claro que en general es difícil que abandonen ese camino que hace tiempo recorren.

Entonces, si entendemos que sacar a la gente de la delincuencia es muy complicado, lo que tenemos que evitar, si realmente queremos solucionar el tema del delito, es que la gente no entre en ese círculo, porque una vez que están allí, pareciera que se trata de un punto sin retorno. Incluso si somos completamente pesimistas con respecto a quienes ya se dedican a la delincuencia, si logramos que no haya nuevas personas aprendiendo las habilidades de la delincuencia, el nivel de delito irá disminuyendo con el tiempo.

Este es el principal motivo por el cual el foco no debe estar en la parte represiva del delito, que obviamente es necesaria. Pero el foco debe estar en asegurarse que las nuevas generaciones crezcan sanas y alejadas de situaciones que las fuercen a tomar el camino de la delincuencia. Más policía, penas más duras, deportaciones, etc. no trabajan sobre la creación de delincuentes, que es en definitiva el verdadero problema, sino que sólo se ocupan de reprimir a los delincuentes que ya existen. Esto es como querer solucionar el problema de una pérdida de agua sacándola a baldazos: el esfuerzo es grande pero infructuoso, a menos que se cierre la llave de paso el agua seguirá saliendo. Lo mismo sucede con el delito: reprimir a los delincuentes sólo mejora las cosas circunstancialmente, lo importante es asegurarse que tengamos una sociedad justa y equitativa donde los jóvenes puedan adquirir habilidades que les permitan vivir en sociedad y no habilidades que los lleven a delinquir.

La imprevisible violencia

En estos días nos sorprendió a todos que balearan a un ciclista urbano en el corredor de la Av. Del Libertador. A mí también me sorprendió. Como alguien acostumbrado a analizar situaciones de seguridad, lo que más me llamó la atención es que la probabilidad de que algo así sucediera es extremadamente baja.

Hay varias herramientas para analizar situaciones de seguridad y ninguna de ellas hubiese nunca indicado que un evento de esta índole podía suceder. El primer punto es que se trata de una zona altamente transitada. La aglomeración de personas suele hacer que un ataque se torne inviable, porque son muchos ojos los que ven, los que pueden alertar y luego identificar. Entonces nadie en su sano juicio cometería un ataque en un lugar así. No estoy pensando en una operación planificada ni en la ejecución de un sicario. Un asaltante convencional que quiere llevarse una bicicleta nunca llevaría adelante un ataque así desde la lógica.

Como suelo decirles a mis alumnos: en seguridad, la realidad supera a la ficción. Aquello que jamás podríamos haber imaginado, aquello que nunca hubiéramos previsto con un análisis lógico y metodológico, puede suceder. Porque cualquier estructura de seguridad, cualquier preparativo, cualquier cosa que se pueda planificar se encuentra, en última instancia, con estas situaciones límite que demuestran que no todo se puede prevenir. Lamentablemente estas cosas pasan y seguirán pasando: no es fatalismo, es sólo esa pequeña parte de la realidad que escapa a todos los cálculos.

Un sistema punitivo más duro es irrelevante también en este caso: quien cometió el asesinato jamás sintió ni la más mínima inquietud por arriesgarse a ser capturado. Aunque a veces un sistema punitivo puede desincentivar a los delincuentes, no olvidemos que este sistema también está pensado desde la lógica y por eso jamás desincentivaría a alguien que escapa a ella. Esto no quiere decir que no haya que juzgar y condenar a quien haya cometido el delito, pero encarcelar no le devuelve la vida a las víctimas.

Esta violencia, la que no se puede predecir, es la que nos marca el límite de las capacidades de las fuerzas de seguridad y del sistema penal. Esta es la violencia que sólo se puede cambiar con inclusión y justicia social. Porque parecería que solo la enajenación puede hacer que una persona se comporte de esta forma. Es la violencia que está enquistada en nuestra sociedad. Hay muchos casos como el del ciclista, pero no todos llegan a los medios. Este es sólo un ejemplo y el punto de partida para una reflexión.

Aunque parezca trivial decirlo, se trata más de un clima de violencia que de un hecho aislado. Por un lado tenemos a quienes viven en la marginalidad y a través de la violencia quieren alcanzar lo que no pueden por otros medios. También están aquellos que presa de adicciones ejecutan cualquier acto para seguir abasteciéndose. Pero también está la violencia que ejerce la sociedad contra todas estas personas, porque es claro que nadie quiere vivir en la marginalidad, pero hay todo un sistema que crea esta marginalidad, la mantiene y hasta me atrevo a decir que se beneficia de ella.

No quiero con esto justificar ninguna atrocidad, pero tenemos que entender que la dinámica de la sociedad se basa más en un esquema de “acción-reacción”, que en el de “acción aislada”. Todo lo que sucede es fruto de acciones previas, es decir que es una reacción. No podemos esperar que quienes viven en la marginalidad o sometidos a alguna adicción reaccionen de otra forma. Es esperable que este tipo de cosas sucedan.

La violencia estructural que se está desatando lentamente en nuestro país no se soluciona con más policía ni con penas más duras. No se trata de ignorar el dolor de las víctimas, porque no sólo es un dolor genuino, sino que además hay una enorme pérdida. Yo soy también soy un ciclista urbano y me podría haber tocado a mí. Sin embargo, es claro que esta violencia desmedida sólo se puede solucionar con inclusión y con una sociedad más equitativa.

Inseguridad y policía comunal: cualquier solución no es buena

Hace unos días se frustró el debate sobre las policías municipales y por lo tanto esta ley todavía no ha progresado. Sin embargo esto no significa que el debate haya muerto y por lo tanto vale la pena dedicarle unas líneas a esta iniciativa.

Recientemente un docente que invité a una de mis clases recordó que Benjamin Franklin dijo que “quien está dispuesto a sacrificar libertad a cambio de seguridad no merece ni una ni la otra”. Y creo que esto se aplica especialmente al caso de las policías municipales.

Partamos de la base de que los municipios del conurbano son hoy feudos que están bajo el control y voluntad de sus intendentes. En este contexto, darles a los intendentes el control de la policía es un grosero error que pone en sus manos una fuerza que, como todo lo que tienen en su feudo, utilizan para su propio y exclusivo beneficio. No me parece difícil entonces imaginar que estas fuerzas comunales puedan ser una herramienta de extorsión y un engranaje dentro del aparato clientelista de los municipios. Lejos de proteger a sus comunidades, operarán para someterlas todavía más al poder político.

Personalmente, me aterra que incluso se puedan cometer violaciones de los derechos humanos y no habrá nadie que las controle. El control en las organizaciones de seguridad está dado por la existencia de distintas áreas que no tienen contacto entre sí y que se controlan las unas a las otras. Es lo que se conoce en administración como control cruzado. Ahora, este control cruzado pierde su eficacia si las personas que se controlan entre sí tienen una relación estrecha: y cuanto más pequeña es la organización, más estrecha es la relación entre las personas. Entonces, la camaradería, que suele abundar en todas las fuerzas de seguridad, puede transformarse en complicidad en una policía municipal: aquellos que deben controlar miran entonces para otro lado. Más si es el propio intendente el que pide que se omitan los controles, ya que éste tiene a la vez la potestad de remover a la cúpula de su policía municipal. Y esto no se subsana con el control de un concejo deliberante adicto que se fraguó desde el clientelismo político.

Los argentinos nos estamos obsesionando con la inseguridad. Hay delito, es cierto, pero el riesgo que tenemos al obsesionarnos es que terminamos por aceptar cosas que atentan contra nosotros mismos. Hoy hay muchas personas a favor de las policías comunales, porque se han hastiado tanto del delito que cualquier receta alquímica que pueda prometer una solución inmediata será bien recibida. Y de esto se aprovechan los jefes comunales, que han visto en este temor de la gente la rendija perfecta para hacerse de una policía comunal.

El delito debe ser atacado, pero las fuerzas de seguridad son sólo el último eslabón de toda una cadena que tiene que ponerse al servicio de este objetivo. Existe toda una serie de cuestiones de las que nadie habla, que no están en el centro del debate y que son la verdadera solución al problema del delito.

Es aquí donde entra la frase con la que abrí la columna: los argentinos estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad, nuestra seguridad jurídica, para combatir al delito. Y la verdad es que en otros momentos de la historia se ha privilegiado la seguridad física por sobre la libertad y la seguridad jurídica y las consecuencias han sido desastrosas. ¿Sucederá lo mismo con las policías comunales? Que esta obsesión por el delito no nos haga perder la razón: no se le puede entregar a los jefes comunales la policía, porque la usarán para sus propios intereses y en contra de todos nosotros.

Pidamos seguridad, pero no dejemos que las soluciones que nos ofrezcan atenten contra nuestra propia libertad, ni contra la seguridad de nuestros derechos. Merezcamos nuestra libertad, nunca estemos dispuestos a entregarla para obtener mayor seguridad. Porque, como dice el corolario de la frase inicial, no tendremos ni la una ni la otra.

Las villas no son un “problema”

Es curioso, por emplear un término neutral, que se hable tanto del “problema de las villas”. La forma en que nombramos a las cosas suele implicar muchos otros conceptos que no estamos enunciando explícitamente. Resumir toda una realidad llamándola “el problema de las villas”, habla de una perspectiva inapropiada y por lo tanto la “solución” que se sugiera, desde su concepción, va a estar lejos de tener algún sentido o aplicación práctica. Porque la perspectiva, aunque a veces no lo parezca, determina la metodología y los pasos a seguir; por eso tratar a las villas como un problema nunca va a resolver ninguna de las problemáticas de estos asentamientos.

La enfermedad, el hambre, la contaminación. Todos estos son problemas. Porque necesitan una solución, porque no son parte de nuestro mundo ideal, sino que queremos que dejen de existir. Las villas no son un problema, son una realidad. Como toda realidad tiene sus problemáticas, sus desafíos y sus dificultades. No es sólo una cuestión meramente verbal, sino que calificarlas de “problema” pone de manifiesto un reduccionismo que olvida que, quienes habitan estas áreas de la ciudad, tienen también el derecho a participar de la solución y ser meros espectadores de intentos “civilizadores”.

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La marginalidad deviene en delito

Asumamos por un instante que desaparece toda norma ética y moral en mi vida: esto significa que mis decisiones sólo estarán basadas en los premios o castigos que las mismas me traerán. Pero asumamos también que soy el único que padece este problema, lo que significa que los demás podrían “castigarme” por cometer actos contrarios a la ética y la moral general.

Un día cualquiera me encuentro caminando y paso por la puerta de un supermercado. Entonces veo que una horda se lanza a saquearlo y que todos salen con interesantes productos. Yo tengo dos opciones: sumarme al saqueo o no hacerlo. Sé que no iré a prisión, porque la verdad es que entre tanta batahola será difícil que me puedan individualizar. Sin embargo, veo las cámaras de los distintos canales de televisión. Entonces pienso qué sucedería si determinadas personas me vieran saqueando el supermercado. Tal vez si frente al televisor en ese momento se encuentra algún responsable de los lugares en los que doy clase, seguramente mi carrera académica llegaría a su fin. Si fueran mis amigos los que me ven en flagrante saqueo, seguramente terminen alejándose de mí, porque consideran reprobable mi actuar. Incluso si alguno los clientes que asesoro me viera cometiendo este ilícito, dejaría de contratarme. Ante este panorama, los “castigos” que devienen de mi acto son mayores que el premio que podría dejarme el botín. Se trata fundamentalmente de una decisión “económica”, donde los costos de mi acción son mayores a los beneficios que obtendré de la misma.

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