Las villas no son un “problema”

Christian Joanidis

Es curioso, por emplear un término neutral, que se hable tanto del “problema de las villas”. La forma en que nombramos a las cosas suele implicar muchos otros conceptos que no estamos enunciando explícitamente. Resumir toda una realidad llamándola “el problema de las villas”, habla de una perspectiva inapropiada y por lo tanto la “solución” que se sugiera, desde su concepción, va a estar lejos de tener algún sentido o aplicación práctica. Porque la perspectiva, aunque a veces no lo parezca, determina la metodología y los pasos a seguir; por eso tratar a las villas como un problema nunca va a resolver ninguna de las problemáticas de estos asentamientos.

La enfermedad, el hambre, la contaminación. Todos estos son problemas. Porque necesitan una solución, porque no son parte de nuestro mundo ideal, sino que queremos que dejen de existir. Las villas no son un problema, son una realidad. Como toda realidad tiene sus problemáticas, sus desafíos y sus dificultades. No es sólo una cuestión meramente verbal, sino que calificarlas de “problema” pone de manifiesto un reduccionismo que olvida que, quienes habitan estas áreas de la ciudad, tienen también el derecho a participar de la solución y ser meros espectadores de intentos “civilizadores”.

Estos asentamientos precarios tienen una gran carencia, que es la ausencia del Estado. Ausencia que van ocupando otras organizaciones, como el narcotráfico en el peor de los casos. Es justamente esta ausencia la que las hace un lugar vulnerable y un ecosistema en donde la inseguridad es un victimario de sus habitantes y no su construcción, como muchos creen. Esta ausencia del Estado también se refleja en la precariedad de otros tantos aspectos de las villas, como el acceso a la vivienda, al agua, al sistema de cloacas, a los servicios básicos, etcétera.

Las villas se perciben como algo que exige una urgente solución cuando se las mira desde la perspectiva de quien no puede tolerar lo distinto: entonces se convierten en un problema, porque es una realidad que no podemos tolerar. Tal vez fue esta última década, que educó a los argentinos en esta intolerancia sistemática, en la que el otro, desde el momento en que es distinto, pasa a ser un problema y no una parte de la realidad que tenemos que integrar a nuestros paradigmas. Es un ideario que se ha difundido y que nos ha afectado a todos por igual, porque no importa de qué lado estemos, nos hemos acostumbrado tanto a no soportar lo que no es igual a nosotros, que no sabemos apreciar que es justamente la gran diversidad la que formó el país que hoy tenemos, cuando las masas de inmigrantes coparon la Argentina durante todo el siglo pasado.

Es innegable, las villas son algo distinto, porque lamentablemente han crecido al margen de la ciudad, se han desarrollado a pesar de la ausencia del Estado y se han erigido con todo su contraste en medio del tejido urbano. Sin embargo, la ciudad no supo integrarlas y por eso siguen distinguiéndose claramente en el paisaje ciudadano. Es a raíz de esta clara distinción, de este “desentonar” con el resto de la ciudad, que terminan percibiéndose como un inconveniente. Son lo distinto, son lo que hay que “urbanizar”, para pasarle por encima y armonizarla con el resto de la ciudad, para que de una vez por todas desaparezca lo que no se nos parece. Desde esta perspectiva, las villas son definitivamente un problema.

Los que suelen tratar estos temas, los que analizan este “problema de las villas”, no se detienen a entender las miles de historias que hay en esos lugares, que viven y sobreviven, muchas veces en medio de la hostilidad. En las villas habitan los que no tienen voz, por eso pocas veces escuchamos a quienes defiendan su existencia, a quienes propugnen un debate desde adentro de la villa y no desde la abstracta intelectualidad o los despachos gubernamentales. Las villas son una realidad concreta y no un problema. No hay nada que solucionar, sólo hay que trabajar en la integración y en garantizarles a todos los argentinos sus derechos. Pero por sobre todas las cosas hay que esforzarse para que el Estado llegue a todos por igual y sin distinción.

Querer transformar la vida de aquellos que no tienen voz no es una tarea para sordos. Porque si no tienen voz, es porque nadie se ha ocupado en dárselas. Todos quieren resolver el “problema de las villas”, pero nadie quiere darles la voz a quienes viven allí para que puedan autodeterminar cuáles son las soluciones a sus dificultades. Porque como toda intolerancia, no se basa en escuchar al otro, sino en avasallarlo y excluirlo del debate. “El problema de las villas” se solucionará cuando los sin voz puedan expresarse y, finalmente, se comience a percibir que las villas no son un problema, sino parte de nuestra propia realidad.