La violencia está ganando

Hace unos días mataron a un chico en la parada del colectivo. Salió en algunos medios, se hablaba de Barracas, es cierto, pero fue en las inmediaciones de la villa. Pero para entender un poco más las cosas es necesario saber dónde fue el asesinato y en qué circunstancias.

Eran las siete de la tarde, según me contaron. Era una parada de colectivos. En el barrio las paradas de colectivo están atestadas de gente, sobre todo a esa hora. Los negocios estaban abiertos, había movimiento. La parada está en una calle importante, esto quiere decir que hay iluminación y que todos caminamos tranquilos por allí, nos sentimos seguros. No quiero faltar a la precisión, pero hay un puesto de gendarmería a unos cien o doscientos metros de allí. Todo habla de una zona segura.

Contrario a lo que los mitos populares indican, caminar por las villas no es peligroso. Cualquiera puede recorrer las calles principales y nada va a pasarle. Quienes conocemos algo más podemos internarnos en algún pasillo ancho. Los pasillos más angostos ya son más dudosos: el poco tránsito de gente y el hecho de que solo los frecuenta un número reducido de personas permite que quede en evidencia el extranjero. Queda claro que a altas horas de la noche lo que acabo de decir no cuenta. Continuar leyendo

Banalizar el sufrimiento ajeno

Todos se han lanzado en las últimas horas contra el periodista Víctor Hugo Morales, que desafortunadamente dijo que vivir en una villa no estaba tan mal. Quiero aclarar que la base de su pensamiento, aunque rechazado ampliamente por todos aquellos que tienen algo de sentido común, es también la base del pensamiento de muchos de los que ven la villa al pasar por la autopista. Víctor Hugo fue al menos sincero al decir que juzga esto desde su estilo de vida, que es en definitiva algo que todos naturalmente hacemos.

Es muy difícil acercarse a una realidad con la mirada del que la vive. Aunque nos cueste admitirlo, la única realidad que podemos contemplar desde el lugar de quien la vive es sólo la nuestra; el resto lo vemos como turistas. Y no importa qué tanto esfuerzo haga, siempre seguirá siendo sólo un turista. Esto significa que naturalmente juzgamos a los otros y a sus realidades desde nuestra perspectiva, lo que nos impide ver todos los elementos que existen y son relevantes para otras realidades.

Quienes vivimos fuera de la villa no logramos comprender las problemáticas que encierra la marginalidad. Porque la villa como lugar geográfico no es distinto de ningún otro. Podrá ser más precario, podrá tener menos infraestructura, pero es sólo otro lugar dentro de la ciudad. El mayor problema es hoy lo que significa vivir en la villa. Conceptualmente, quien vive allí es porque no puede estar fuera y esto es una realidad. Si bien también es cierto que muchas personas prefieren vivir en la villa antes que vivir en otro lado, porque entienden que en la villa hay más oportunidades, esto sólo pone de manifiesto las pocas alternativas que hay en otros lados, no lo maravillosa que es la villa. Que la gente prefiera un barrio carenciado significa que el lugar del que vienen es peor.

Vivir en la villa es hoy sinónimo de marginalidad, es estar fuera, es no ser parte. Y si bien alguien puede elegir vivir en la villa, nadie elige ser marginal, es una circunstancia de la cual posiblemente no se puede salir en los términos en lo que se construye hoy nuestro país.

Pero Víctor Hugo no logra comprender lo que significa ser marginal. Como tampoco comprende los problemas de inseguridad y ausencia del Estado que la marginalidad implica, independientemente de si se vive en una villa o no.

Desde la construcción mental de la clase media, el tiempo propio, el tiempo para el ocio, es algo vital. Por eso se apresuró a decir que él prefiere vivir en una villa antes que perder cinco horas por día en un viaje para ir a trabajar. Lo que posiblemente no entienda Víctor Hugo es que el ocio es una construcción que viene no sólo con la educación, sino también con los medios necesarios para poder disfrutar de ese tiempo. Generalmente el ocio en los ambientes de marginalidad termina derivando en situaciones de riesgo para los jóvenes, que caen en la delincuencia y el consumo de drogas. El pobre no tiene alternativas para usar su tiempo ocioso.

Pensar que en la villa la gente vive bien es también un concepto que sólo puede construirse desde la visión de la clase media. Que tengan una antena de televisión satelital es percibido muchas veces como una cuestión de bienestar, al igual que las altas construcciones de la villa 31: parece que son elementos de jerarquía. Claro, porque en la clase media lo son. Al igual que el plasma o los celulares. Pero para quien vive en la marginalidad tal vez sea lo único que hay.

Pero lo que realmente más me dolió de las palabras de Víctor Hugo fue cuando aseveró con tanta tranquilidad que el crecimiento de las villas es consecuencia de las cosas positivas que han sucedido en el país. Esa aseveración no es más que una burla a todos aquellos que día a día tienen que sufrir la pobreza y la degradación que les imprime la marginalidad.

Yo intenté entender a Víctor Hugo, pero no hay lógica que resista esa brutal afirmación. Que haya o no pobreza no es una cuestión de fe: no se trata de creer que no hay pobreza, se trata de medirla. Y si el Gobierno realmente  confía en que la pobreza ha disminuido, debería entonces transparentar sus mediciones, hacerlas creíbles.

Yo quise entender a Víctor Hugo, pero ese comentario hasta me pareció agresivo, porque si uno no va a hacer nada para cambiar las cosas, al menos debería mantener un respetuoso silencio ante el sufrimiento ajeno.

Las villas no son un “problema”

Es curioso, por emplear un término neutral, que se hable tanto del “problema de las villas”. La forma en que nombramos a las cosas suele implicar muchos otros conceptos que no estamos enunciando explícitamente. Resumir toda una realidad llamándola “el problema de las villas”, habla de una perspectiva inapropiada y por lo tanto la “solución” que se sugiera, desde su concepción, va a estar lejos de tener algún sentido o aplicación práctica. Porque la perspectiva, aunque a veces no lo parezca, determina la metodología y los pasos a seguir; por eso tratar a las villas como un problema nunca va a resolver ninguna de las problemáticas de estos asentamientos.

La enfermedad, el hambre, la contaminación. Todos estos son problemas. Porque necesitan una solución, porque no son parte de nuestro mundo ideal, sino que queremos que dejen de existir. Las villas no son un problema, son una realidad. Como toda realidad tiene sus problemáticas, sus desafíos y sus dificultades. No es sólo una cuestión meramente verbal, sino que calificarlas de “problema” pone de manifiesto un reduccionismo que olvida que, quienes habitan estas áreas de la ciudad, tienen también el derecho a participar de la solución y ser meros espectadores de intentos “civilizadores”.

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La urbanización de las villas es un error conceptual

El diccionario de la Real Academia Española define urbanizar como “acondicionar una porción de terreno y prepararlo para su uso urbano, abriendo calles y dotándolas de luz, pavimento y demás servicios”. Quisiera detenerme en la expresión “acondicionar una porción de terreno”. Porque tras el concepto de la “urbanización” subyace la idea de que las villas son “porciones de terreno”, negándoles así su condición de “lugar” en el sentido más antropológico de la palabra. Y las villas son ante todo eso: un lugar.

Según el censo de 2010, en las villas de nuestra ciudad viven 163.587 personas, es decir más del 5% de la población (estimaciones extraoficiales sugieren que este valor podría llegar incluso al 12%). Se trata, en consecuencia, de una situación que no puede escapar a los ojos de los porteños y mucho menos de los responsables políticos de la Ciudad de Buenos Aires.

En la villa 21-24 NHT Zabaleta y en todos los asentamientos aledaños viven alrededor de 45.000 personas: no creo que se pueda considerar a esta unidad geográfica una porción de terreno cuando es una compleja realidad antropológica, un entramado de relaciones e historias. Urbanizar significa, al menos conceptualmente, tratar a un lugar como algo sobre lo que se interviene sin más, olvidándose por completo de toda la riqueza humana que contiene y, sobre todo, del gran potencial que encierra.

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El problema de las villas no es la pobreza

En la primera clase suelo decirles a mis alumnos que antes de hacer cualquier cosa es necesario definir el problema correctamente: de lo contrario todas las acciones que se planifiquen no resolverán la situación que realmente nos preocupa.

¿Son las villas en la ciudad de Buenos Aires un problema? Yo creo que no, creo que son un hecho, una realidad y por lo tanto no se puede hablar de una solución para el problema de las villas. Sí, en cambio, se puede hablar de una solución para los problemas de la villa. Parece una cuestión meramente retórica pero aun así implica un cambio de paradigma en el pensamiento de quienes vivimos en la Ciudad de Buenos Aires y sobre todo de quienes ocupan puestos de gobierno.

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