El inverso del rey Midas

Al buscar una explicación sobre el proceder del presidente Juan Manuel Santos en el proceso de paz, sus actitudes y sus respuestas frente a las críticas de sus opositores y el malestar de la opinión pública, me preguntaba si era torpeza, perversión, insensibilidad, ingenuidad, incapacidad, terquedad, vanidad o todas las anteriores. Cualquiera de ellas preocupa en cabeza de un jefe de Estado.

Para representar la metodología utilizada por el mandatario, no encuentro metáfora más apropiada que la tragedia del rey Midas, a quien el dios Dionisio le dio el poder de convertir en oro todo lo que tocaba con las manos, incluso, para su maldición, los alimentos. Sólo que habría que aplicársela al presidente Santos en sentido inverso, en vez de oro, todo lo que toca lo destroza y lo convierte en escoria (para evitar sustantivos desagradables). En cada acto o medida que toma produce un desastre peor que el anterior. El efecto es fatal, pues no bien las gentes se sorprenden con una metida de patas sobreviene otra y otra y otra, de tal forma que quedan en el olvido las anteriores.

El presidente Santos se lamenta de las “duras” críticas de sus “enemigos”, a veces se le va la lengua y a veces se torna zalamero, se hace el inocente o la víctima, el incomprendido, como si lo que estuviéramos discutiendo en el país fuese un asunto de tres pesos. El Presidente da la impresión de ser sordo al clamor de los ciudadanos preocupados por tantas noticias malas. Es necesario, entonces, ir al núcleo de la táctica que utiliza para proseguir, sin alterarse, en su empeño de firmar a cualquier costo y a como dé lugar un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Continuar leyendo

¿Los gobernantes de izquierda están por encima de la ley?

No sólo estamos en presencia de la más grave crisis de los gobiernos del socialismo del siglo XXI, sino ante la demostración más palmaria del espíritu antidemocrático de los gobernantes y los partidos ligados estrechamente al Foro de San Pablo.

Lo que sucede en cualquier país medianamente acostumbrado a las lides y las tendencias democráticas, vale decir, la alternancia en el poder, el respeto a la vigencia de la separación de poderes, la no manipulación de los períodos presidenciales y la libertad de prensa, en los países del ALBA y en otros del continente que se identifican o solidarizan con ese modelo, es objeto de políticas arbitrarias que afectan tales valores.

Sobre Cuba, según el último congreso de los dinosaurios comunistas, quedamos notificados: se mantendrá la ominosa dictadura de los Castro, sin señales de ninguna apertura, excepto la que, por la ruina de su improductivo sistema y para paliar el desastre económico, se vio obligada, con su acercamiento al odiado enemigo, el imperialismo yanqui, al que le echan la culpa de todos sus males y sus fracasos.

En casi todos los demás países, la democracia no es que haya sido debilitada, sino, francamente, demolida sin piedad y sin que el mundo libre se preocupe por los estropicios de personajes como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales, que han forzado las Constituciones para extender indefinidamente sus mandatos y niegan cualquier posibilidad de alternancia, porque decidieron que por fuera de su proyecto nada es admisible. Continuar leyendo

El fin justifica los medios también para las FARC

A propósito del llamado del presidente Santos a “desescalar” el lenguaje, vale la pena reflexionar sobre la relación entre comunismo y terrorismo. En teoría, el dogma comunista condena el uso del terror como medio para alcanzar sus fines. Sin embargo, los hechos históricos muestran una sistemática recurrencia al terror sin darle ese calificativo.

Desde Lenin, pasando por Stalin, Mao, hasta Fidel, Kim y otros déspotas, los comunistas cometieron y justificaron crímenes horrendos antes de la toma del poder y luego, siendo ya gobernantes omnipotentes.

Parece un contrasentido que para alcanzar una meta tan encomiable como la igualdad entre los hombres se causen tantos desastres. Tiene validez preguntarnos si la doctrina es ajena a tales atrocidades, si estas son el fruto de conductas desviadas o “consecuencias desagradables” de la lucha revolucionaria o si esta justifica todo tipo de medios y métodos, por crueles que sean. O, como suelen despachar algunos dogmáticos, se trata de campañas infames del enemigo de clase para desacreditar la lucha revolucionaria.

Para responder acertadamente a estas inquietudes, es menester recordar que la doctrina comunista es de naturaleza mística, sus seguidores creen estar cumpliendo una misión sagrada, salvar a la humanidad de las cadenas de la explotación capitalista y realizar el destino señalado: la sociedad sin clases. A dichos objetivos supeditan su accionar, que puede incluir el sacrificio de la propia vida. Continuar leyendo

Izquierda confusa

No hay ni asomo de reflexión crítica y autocrítica sobre el proceder del ex alcalde de Bogotá en las filas de la izquierda. Prefirió el camino facilista de interpretar la destitución de Gustavo Petro como fruto de una maniobra de la derecha para retomar el control de la capital, de la persecución ideológica de un procurador ultracatólico y oscurantista y una prueba de que están cerradas las vías legales al poder.

Bogotá estuvo gobernada por Lucho Garzón, Samuel Moreno, Clara López y Gustavo Petro, todos de orientación izquierdista. El balance no les es favorable y esa fue la razón del triunfo electoral de otras tendencias en las elecciones pasadas, cuestión de lógica en cualquier democracia.

La izquierda colombiana prefirió taparse los ojos para no ver la pésima gestión de Petro, un alcalde que se quiso saltar las leyes, abusó de su autoridad a pesar de haber recibido avisos, se dejó llevar por su espíritu arbitrario y su autoritarismo. A pesar de su discurso sobre la parcialidad de la justicia colombiana, tuvo todas las garantías, manipuló a los jueces y a las cortes para dilatar la iniciativa de revocatoria popular y para enredar la acción de la Procuraduría. Desafió la institucionalidad, apeló al motín, renegó del sistema, de la democracia, amenazó con guerra civil “pacífica”, con convocar una asamblea constituyente y concluyó que su destitución era un mal mensaje para la paz. Con su retórica llena de soberbia borró más de veinte años de presencia activa en la primera línea de la política nacional.

En vez de aprovechar la ocasión para pasar revista a lo sucedido después de los graves escándalos de Moreno y Petro, la izquierda ha revivido la antigua costumbre de achacarle la culpa de sus males a la oligarquía, a la derecha, al sistema. Para nada se mira a sí misma, no reconoce desaciertos ni errores. Convierte en mártir a uno de los responsables del declive actual. El síndrome de víctima le impide reconocer que las condiciones del presente son mucho más garantistas que las del pasado.

Desde que conozco a las izquierdas he escuchado voces aisladas que llaman al examen autocrítico de sus planteamientos, ideas y acciones. Antes de la caída del comunismo hubo intensas luchas ideológicas. Intelectuales reconocidos y lúcidos escribían textos de profunda factura. Pero, hoy en día, los intelectuales de izquierda se han plegado a los políticos de acción, a la consigna, al discurso cliché. El aire que respiran es de conformismo, autocomplacencia, pereza intelectual y cobardía para asumir las consecuencias de la crisis del marxismo, matriz de todas las tendencias.

Veamos algunos puntos gruesos ante los cuales los pensadores de izquierda mantienen posiciones tradicionalistas y refractarias a la transformación.

Uno: No han realizado un balance sobre las consecuencias de la crisis irreversible del marxismo y del experimento comunista y sus efectos programáticos, ideológicos y pragmáticos, así como sobre cuestiones y tesis esenciales fracasadas.

Dos: Frente a las guerrillas colombianas oscilan entre la simpatía abierta y moderada, pero, coinciden en atribuirle espíritu altruista a su levantamiento, omiten casi siempre condenar sus crímenes de lesa humanidad, hay intelectuales que creen que ellas no están obligados a cumplir con el DIH ni con los Derechos Humanos, y les proporcionan tesis “académicas” sobre las “causas objetivas” de la lucha armada. Una posición equívoca, cuando menos errática, que muchas personas interpretan como tolerancia con unas guerrillas que perdieron su horizonte político.

Tres: una actitud de negación de la democracia colombiana, en la que no creen. No han mostrado voluntad de criticar sus vicios y carencias sin tener que llegar a la peligrosa conclusión de que “Colombia no es una democracia”, lo que da lugar a pensar que cuando participan en elecciones no lo hacen con franqueza y convicción.

Cuatro: Mantienen simpatías con el régimen dictatorial de los hermanos Castro en Cuba, son solidarios con un discurso seudoheroico y de martirologio según el cual todas las culpas y problemas de Cuba tienen origen en el imperialismo Yanki. Se niegan a reconocer el desastre del sistema económico comunista, la persecución a los disidentes y la violación sistemática a los derechos humanos. De esta forma dan lugar a pensar que las dictaduras, si son de izquierda, son buenas.

Cinco: Silencio cómplice ante la evidente deriva dictatorial de los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua que han abusado de su poder para cambiar la constitución y darles el color de sus partidos, asfixian la libertad de prensa, acosan a la Oposición, manipulan las elecciones, tratan de homogenizar a sus pueblos y eternizarse en el poder so pretexto de resguardar la revolución. Así, dan a entender que las izquierdas, con contadas excepciones, irrespetan uno de los rasgos esenciales de toda democracia, el de la alternación en el gobierno.

Seis: No han abocado el reto de estudiar las causas de sus recaídas después de momentos de auge electoral de principios de la década de los noventa y mediados de la primera de este siglo. ¿Temor a reconocer que son, en buena medida, artífices de sus debacles?

Es notable la ausencia de reflexión sobre estos y muchos otros asuntos y ello se revela en la actitud tomada ante la destitución de Gustavo Petro. En vez de mirar críticamente su conducta, hicieron causa común y lo aplaudieron. Preocupa que la izquierda nacional se muestre incapaz de asimilar las experiencias negativas y de confrontar sus tradicionales vicios. Que no entiendan que a la democracia colombiana le hace falta y le sería muy útil una izquierda comprometida a fondo con las reglas del juego democrático. Que comprenda que discursos amenazantes al estilo Petro, produce, dudas, temor y miedo entre los demócratas.

Tienen dos buenos referentes en la izquierda chilena y uruguaya para llegar a ser una izquierda que, como insinuó alguna vez Lula, después de mirarse en el espejo se lime uñas y colmillos en vez de afilarlos.

La democracia como furgón de cola

¡Las vueltas que da la vida! ¿Quién creería, unos años atrás, que una tiranía hiciera las veces de anfitriona y locomotora de la democracia en Latinoamérica? Por donde se le mire, el caso es raro. La longeva dictadura de los Castro, imponiendo un fracasado experimento de instauración de una economía socialista, emerge a la cabeza de la lucha contra las desigualdades y por el bienestar de los pueblos de la región.

En Cuba, habrá que repetirlo una y mil veces, subsiste un régimen oprobioso que se aferra con terquedad a los modelos estalinianos, hoy en total bancarrota en el mundo. Gobierna un partido único, el partido comunista, no hay libertad de prensa, la oposición, si así se le pudiere llamar, es perseguida con cárcel y muerte, la educación está basada en la ideología marxista y en el culto a la personalidad. Una pequeña casta, nomenclatura de estilo soviético, una ínfima minoría, es la única que puede acceder a los productos y comodidades del mundo moderno. La inmensa mayoría vive en un mar de carencias materiales que la dictadura pretende justificar como el precio a pagar en la lucha contra el monstruo imperialista yanqui y el voraz capitalismo.

En Cuba no se lee literatura universal, es decir, diversa. Todos están obligados a asumir que el destino de su país está marcado y definido por el comunismo. El pueblo cubano se encuentra privado no sólo de bienestar material, sino del fundamental sentimiento de vivir en democracia y libertad.

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Por la paz, ¿todo se vale?

La campaña electoral, entrecruzada con las conversaciones de paz, está atravesada por el miedo. No es un sentimiento extraño en la acción política, pero casi nunca nos percatamos de su presencia. El temor al “otro”, que en ocasiones es comprensible y controlable, puede opacar el conveniente y saludable análisis racional.

Desde el pensamiento lógico nos hemos hecho la pregunta sobre las razones por las que sectores de la intelectualidad, que tienen a su alcance herramientas heurísticas, datos, información y capacidad de reflexión, sostienen un discurso que les da fundamento sociológico a las guerrillas. A título de ensayo lanzo la siguiente hipótesis: en el marco de las denuncias y luchas contra la democracia restringida del Frente Nacional, contra la apelación sistemática al estado de sitio y contra violaciones de los derechos humanos en el contexto de la “Guerra Fría”, se gestó una comunidad crítica de inspiración marxista que ha extendido al presente sus juicios negativos sobre el sistema político colombiano, de tal suerte que se niega la voluntad de este para reformarse. La causa primigenia de todos los males de la nación reside, según ellos, en factores estructurales y la responsabilidad del alzamiento y de todo lo que ha sucedido es achacable al estado.

Prevalece una actitud negacionista sobre el reformismo, la crítica a la democracia colombiana es despiadada y para completar, asemejan el régimen político con las dictaduras latinoamericanas del siglo pasado. Impera en su producción discursiva una bajísima (por no decir nula) autoestima frente a la institucionalidad vigente. Se avala la participación en las elecciones pero, no se confía en ellas, la desconfianza se extiende al sistema judicial. El país, dicen, hay que reconstruirlo o refundarlo.

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