Por la paz, ¿todo se vale?

La campaña electoral, entrecruzada con las conversaciones de paz, está atravesada por el miedo. No es un sentimiento extraño en la acción política, pero casi nunca nos percatamos de su presencia. El temor al “otro”, que en ocasiones es comprensible y controlable, puede opacar el conveniente y saludable análisis racional.

Desde el pensamiento lógico nos hemos hecho la pregunta sobre las razones por las que sectores de la intelectualidad, que tienen a su alcance herramientas heurísticas, datos, información y capacidad de reflexión, sostienen un discurso que les da fundamento sociológico a las guerrillas. A título de ensayo lanzo la siguiente hipótesis: en el marco de las denuncias y luchas contra la democracia restringida del Frente Nacional, contra la apelación sistemática al estado de sitio y contra violaciones de los derechos humanos en el contexto de la “Guerra Fría”, se gestó una comunidad crítica de inspiración marxista que ha extendido al presente sus juicios negativos sobre el sistema político colombiano, de tal suerte que se niega la voluntad de este para reformarse. La causa primigenia de todos los males de la nación reside, según ellos, en factores estructurales y la responsabilidad del alzamiento y de todo lo que ha sucedido es achacable al estado.

Prevalece una actitud negacionista sobre el reformismo, la crítica a la democracia colombiana es despiadada y para completar, asemejan el régimen político con las dictaduras latinoamericanas del siglo pasado. Impera en su producción discursiva una bajísima (por no decir nula) autoestima frente a la institucionalidad vigente. Se avala la participación en las elecciones pero, no se confía en ellas, la desconfianza se extiende al sistema judicial. El país, dicen, hay que reconstruirlo o refundarlo.

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El Estado humillado

Una corriente de opinión se ha impuesto, sin mayores dificultades, en distintas esferas de la vida nacional. Según sus más destacados exponentes, el Estado y la sociedad colombiana no tienen nada de que enorgullecerse. En Colombia no hay democracia y el Estado carece de legitimidad.

Somos un país de asesinos dijo un poeta en un momento de iluminación “histórica”. La nuestra es una sociedad forjada a punta de guerras y violencia, de tal forma que pareciera que llevamos incrustado el chip de la maldad en nuestro árbol genealógico.

Eso que algunos llaman la autoestima colectiva, tan importante para no vivir cabizbajos, es materia escasa en colegios oficiales donde profesores adoctrinados en el marxismo caricaturizan nuestro pasado. Tampoco se encuentra en aceptable cantidad en sectores de las élites, que en actitud esquizofrénica reniegan de las instituciones mientras disfrutan de los placeres del mundano capitalismo.

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