De receso

Justo ahora que el Estado colombiano, según avistamos, va a sufrir la peor humillación desde la dolorosa separación de Panamá. Cuando se prepara, con total cinismo un golpe de Estado por medio del establecimiento de un poder paralelo, o dual, como diría Gramsci o Lenin.

Porque, ¿de qué otra forma llamar a este esperpento, el presidente Juan Manuel Santos, que, en desafortunada declaración, confirmó estar negociando para avalar los “acuerdos de La Habana”? El tal “congresito”, al que le cambian el nombre por “Comisión Legislativa”, el mismo perro con distinta guasca, no es otra cosa que un golpe a nuestra democracia y a la constitución que la sustenta.

En su composición: al incorporar a individuos sub judice y condenados por delitos atroces y a personas no elegidas por el constituyente primario. En sus funciones: porque queda habilitada para renunciar a los tratados internacionales que en materia de justicia ha firmado Colombia y que según la retórica de “expertos” nacionales y extranjeros, como el delegado de la ONU, el exfiscal de la CPI y el presidente de la Corte Suprema, no pueden ser un obstáculo a la paz, para que las guerrillas se autoexculpen. Para inventar cárceles sin barrotes, penas sin cárcel, resarcimiento de víctimas sin reparación material, zonas vedadas a la Fuerza Pública, violar la Constitución Nacional

El presidente Santos ofende la inteligencia de la mayoría de colombianos creyendo que cambiándole de nombre a sus regalos pasarán inadvertidos. Por más que diga y repita que no habrá paz sin impunidad, sí la habrá, pues, penas sin prisión no dejan de ser una burla al sentido común. Continuar leyendo

Paz a la medida de las FARC

Un editorial de El Tiempo, una entrevista del asesor jurídico de las FARC en Semana, las del presidente Juan Manuel Santos a Yamid Amat y a Patricia Janiot de CNN y decisiones del alto Gobierno indican algo muy grave, mucho más de lo que nos imaginamos. Avanzamos hacia un pacto con las FARC de carácter entreguista.

En La Habana, los “plenipotenciarios” de las FARC exigen como condición previa a la firma de un acuerdo de paz que se conforme, ya mismo, la Comisión de la Verdad y que esta emita un veredicto acorde con su visión: que Gobiernos, cúpulas castrenses y elites empresariales son tan culpables como ellas de todo lo sucedido en los últimos 50 años. Esto sin contar con que el informe puede tardar años y hasta décadas.

Los jefes farianos le tienen tomado el pulso y medido el aceite al Gobierno nacional y al presidente de la República. Esa es la razón por la que han subido el tono de sus exigencias y sus declaraciones. Sin ir muy atrás y teniendo en cuenta los acontecimientos desde el ataque traicionero a los soldados el pasado 15 de abril en Cauca, queda la sensación de que la guerrilla ha ganado los últimos pulsos.

Recordemos que a raíz de esa masacre, Santos restableció los bombardeos y la Fuerza Aérea, lo que confirmó que es el arma que más daño les hace; les propinó un golpe maestro. A renglón seguido, las FARC desataron su ofensiva terrorista para presionar un cese bilateral. Por lo leído y escuchado el fin de semana anterior, estamos en el mismo punto en que nos encontrábamos antes de la masacre de los soldados en Cauca, es decir, las FARC declaran un cese unilateral y Santos suspende de nuevo los bombardeos. Para evitar las críticas, el pacto se enmascara con la suave denominación de “desescalamiento”. Continuar leyendo

La paz que queremos

Se equivocan de buena o mala fe los que tildan de guerreristas a quienes planteamos discrepancias y críticas sobre la manera como discurren las conversaciones de paz en La Habana.

De Perogrullo es aceptar que la inmensa mayoría de colombianos respondería positivamente la pregunta de si queremos o no la paz. Por tanto, debemos entender que el problema no está en el deseo, sino en los procedimientos, la metodología y los términos que se han empleado para alcanzar el objetivo, los cuales arrojan un amplio margen de descontento y desconfianza.

La opinión pública letrada y no letrada tiene, a estas alturas, suficientes elementos de juicio para procesar mental y políticamente todo lo que ha salido a flote en estos ya casi tres años de conversaciones.

Intentaré plasmar en una breve síntesis el punto de vista de quienes criticamos el proceso de La Habana, pero asumo yo mismo la responsabilidad por cualquier olvido, error o incongruencia y en el entendido de que no escribo en nombre de nadie ni en representación de alguien. Continuar leyendo

El fin justifica los medios también para las FARC

A propósito del llamado del presidente Santos a “desescalar” el lenguaje, vale la pena reflexionar sobre la relación entre comunismo y terrorismo. En teoría, el dogma comunista condena el uso del terror como medio para alcanzar sus fines. Sin embargo, los hechos históricos muestran una sistemática recurrencia al terror sin darle ese calificativo.

Desde Lenin, pasando por Stalin, Mao, hasta Fidel, Kim y otros déspotas, los comunistas cometieron y justificaron crímenes horrendos antes de la toma del poder y luego, siendo ya gobernantes omnipotentes.

Parece un contrasentido que para alcanzar una meta tan encomiable como la igualdad entre los hombres se causen tantos desastres. Tiene validez preguntarnos si la doctrina es ajena a tales atrocidades, si estas son el fruto de conductas desviadas o “consecuencias desagradables” de la lucha revolucionaria o si esta justifica todo tipo de medios y métodos, por crueles que sean. O, como suelen despachar algunos dogmáticos, se trata de campañas infames del enemigo de clase para desacreditar la lucha revolucionaria.

Para responder acertadamente a estas inquietudes, es menester recordar que la doctrina comunista es de naturaleza mística, sus seguidores creen estar cumpliendo una misión sagrada, salvar a la humanidad de las cadenas de la explotación capitalista y realizar el destino señalado: la sociedad sin clases. A dichos objetivos supeditan su accionar, que puede incluir el sacrificio de la propia vida. Continuar leyendo

Salvedades de las FARC para llegar al paraíso

En uno de sus portales, las Farc dieron a conocer un documento que contiene sus “Salvedades” al texto sobre narcotráfico firmado en La Habana días antes de la segunda ronda electoral por la presidencia. Sobre el tema de tierras y de víctimas también formularon salvedades a granel lo que da para pensar que lo que falta por “acordar” es muchísimo más que lo que le hicieron creer a los colombianos con bombos y platillos. Con el pomposo título “Política anti-droga para la soberanía y el buen vivir de los pobres del campo” presentan cincuenta propuestas. Haré mención a algunas de ellas sin pretender, por problemas de espacio, hacer un análisis detenido de las mismas.

Varios de esos puntos nos recuerdan un viejo proceder y un enfoque tradicional de las guerrillas comunistas cuando abordan cualquier tema social, político o económico, consistente en relacionar la parte con el todo de tal forma que quedamos ante un enorme incremento de los problemas.

En el capítulo quinto (salvedades 21 a 24) se exige al Estado el reconocimiento de las víctimas de la política antidrogas y la “suspensión inmediata de las aspersiones aéreas con agentes químicos y de los programas de erradicación forzada”, que significaría de bulto la paralización de la acción estatal. Las FARC no se consideran victimarias ni responsables del fenómeno. En el capítulo sexto (25 a 28) se plantea la “desmilitarización de la política anti-drogas, no intervención imperialista y descriminalización de los pobres del campo”. Las guerrillas no se mencionan a sí mismas en esa desmilitarización.

El capítulo séptimo (salvedades 29 a 36) contiene aquellas que consideran el problema del consumo y la adicción como un asunto de salud pública. Lo interesante es que no se quedan en esa particularidad sino que plantean algo más de fondo (“reforma estructural al régimen de seguridad social en salud”). Contundente demostración de su habilidad para ampliar los contenidos de la agenda hacia campos que no estaban consignados. De esa forma, los cinco puntos del Acuerdo Inicial se convierten en decenas y hasta centenas, porque lo que ellos pretenden, en realidad, es una transformación “estructural” de la sociedad colombiana para la que se precisa la convocatoria de una Asamblea Constituyente.

En el capítulo octavo (37 a 42) las FARC exigen que la política antidrogas esté “centrada en el desmonte de las estructuras narcoparamilitares, criminales y mafiosas entronizadas en el Estado”. Ellas se liberan de responsabilidad en el negocio y de la degradación y la violencia criminal que han propiciado. Proponen una Comisión para la “identificación del poder paramilitar” fieles a su concepción de que la violencia en Colombia ha sido y es propiciada por las clases dominantes, el imperialismo y un Estado aliado con grupos paramilitares. Exigen, además, la “depuración de las ramas del Estado…de los órganos de control y la organización electoral” y, para desmentir al presidente que afirma que el tema no ha sido ni será tocado en La Habana, la “Depuración de las fuerzas militares y de policía y de los servicios de inteligencia”.

En su desbordamiento propositivo, y para no dejar dudas sobre sus intenciones en esta negociación, abundan en exigencias de todo tipo, como la de que se conforme “una Comisión especializada de la verdad sobre la empresa capitalista transnacional del narcotráfico”, una “nueva institucionalidad democrática de la política antidrogas”, y, proporcional a sus sueños delirantes de grandeza la “reforma sustancial al sistema internacional de control de drogas de Naciones Unidas”.

La guerrilla fariana no es, por tanto, un interlocutor que busca la firma de la paz, sino la aprobación de sus programas y de sus propuestas, ya no solo sobre el país sino sobre el mundo. Y como el gobierno colombiano perdió toda autoridad moral para centrarlos y cerrarles la puerta, pues ahí los tenemos, igualados y crecidos ante el Estado colombiano. Intentan cobrar a nuestras elites y negociadores haber reconocido que la paz no es solo el fin de la lucha armada sino la realización del paraíso terrenal.

A pesar de todo lo que se ha dicho y de los textos firmados, un acuerdo de paz se ve en el horizonte si entendemos por tal, ese punto imaginario en el que se juntan el cielo y la tierra y que tiene la particularidad que se aleja de nosotros en la misma medida en que nos acercamos a él.

El presidente Santos nos abruma con su discurso de paz y trata el asunto como si de los colombianos de a pie dependiera su logro. Invita a mandatarios para que nos den lecciones de paz mientras las guerrillas siguen dando demostraciones de insensatez, aunque firman textos farragosos e insustanciales que hasta el demonio firmaría. Felipe González no hizo la paz con ETA y fue acusado de organizar grupos paraestatales para combatirla. Carece de autoridad para darnos lecciones de cómo hacer la paz. Tony Blair, que involucró a Inglaterra en la guerra del Golfo, tampoco tiene méritos para darnos ejemplo. Y un premio Nobel de Paz es invitado por Colciencias a un evento de científicos a hablar de la paz en Irlanda, la que más les gusta a las FARC puesto que no hubo ni cárcel ni entrega de armas.

Zuluaga toma la delantera

Varias cosas deja en claro el certamen electoral de la primera vuelta presidencial. Lo más destacable es que Óscar Iván Zuluaga no fue afectado por el ataque realizado por el santismo y el Fiscal General con el caso del hacker. Aunque no es descartable que intenten nuevas argucias para la segunda vuelta, es improbable que tengan un impacto negativo en el rival. Lo que a su vez podrá llevar los debates a un plano más serio y programático.

El santismo, no obstante el apoyo de la gran prensa, de la inmensa mayoría de columnistas, de tres partidos, de los principales gremios, del Fiscal, del Consejo Electoral, de los verdes Mockus y Lucho Garzón, de Petro y otros sectores de izquierda, no logró traducir ese respaldo en votos. Eso indica un profundo desgaste de la confianza en el presidente-candidato. Las encuestas previas revelan una caída permanente en la intención de voto por él y, por tanto, por todo lo que ha dicho.

Fracaso monumental de la estrategia santista de dividir el país entre los amigos y enemigos de la paz. La población se resistió a un encasillamiento maniqueo y optó por apoyar al candidato que planteó, no la opción de la guerra, sino la de una negociación sin impunidad y con la exigencia perentoria a las FARC de que deben cesar unilateralmente sus hostilidades.

Óscar Iván Zuluaga se confirma como el candidato que viene en ascenso desde el mes de febrero cuando se inició de veras la campaña. A mayor conocimiento de sus tesis, de su talante, de su claridad y de su trayectoria, ha generado mayor respaldo. Pasó de un 14% a un 29% mientras su rival bajó de cerca del 40% a un 25%.

Para las guerrillas que jugaron a favor de la candidatura Santos, el resultado es bastante desalentador puesto que confirma lo señalado en varias encuestas, en el sentido de que hay una gran desconfianza con los resultados de las conversaciones de La Habana y, un porcentaje del 80% que exige cárcel y no representación política para responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad. El cese al fuego por 10 días y la firma de un texto sobre narcotráfico a una semana de la primera vuelta parecen haber sido leídos como maniobra electoral de corte oportunista.

El Partido Liberal sale del panorama electoral no solo por no haber presentado candidato propio, sino porque su contribución a la votación de Santos se puede considerar un fiasco. Es la situación de precariedad por la que deben responder dirigentes mediocres y pusilánimes, que piensan más en los puestos y en la mermelada que en ideas y programas. La presencia de los ex presidentes César Gaviria y Ernesto Samper produjo el efecto contrario al esperado. Pardo Rueda, Cristo y otros gamonales semifeudales tendrán que ser relevados si es que el liberalismo quiere salir del hoyo profundo al que fue llevado.

El mapa político del país es un claro mentís a la tesis caprichosa, por no decir, estúpida, de algunos intelectuales capitalinos y centralistas que intentaron colocar las cosas en términos (Santos igual modernidad y futuro; Zuluaga igual atraso y pasado) ya que el país más moderno y desarrollado votó con Zuluaga mientras las regiones más atrasadas, en todo sentido, en manos de politiqueros corruptos y enmermelados, auténticos terratenientes, votaron por Santos.

Para la segunda vuelta tendremos una intensa disputa en dos frentes. En el primero, cada uno de los finalistas tratará de ganar el respaldo de las otras tendencias. Muy probablemente el Polo Democrático, que obtuvo una votación sorprendente, se incline por Santos mientras el conservatismo lo haga por Zuluaga. Pero, el segundo frente, el de los abtencionistas, habrá de ser el más disputado. Es factible que se incremente la participación de un 40 a un 55%, ha sucedido en ocasiones pasadas. Si se da, habrá un potencial de cerca de millón y medio más de votantes. La lucha será emocionante, palmo a palmo, voto a voto, con mucho dramatismo. Por ello, mi pronóstico objetivo es que habrá un voto finish el 15 de junio.

Si el presidente Santos insiste en su estrategia de dividir a los colombianos entre amigos y enemigos de la paz, como insinuó en su patética y teatral intervención de final de escrutinios, si insiste en apelar a triquiñuelas, patrañas y picardías, si continúa apoyándose en órganos del estado como la Fiscalía y el Consejo Electoral y ciertos Tribunales para judicializar a su rival, si mantiene la instrumentalización de los medios, no cabe la menor duda de que estará cavando su fosa.

Zuluaga es, de lejos, mucho mejor comunicador que su oponente y si logra un cubrimiento de los medio más equilibrado eso le será muy favorable.