Por: Diego Kravetz
Son días difíciles en el Bajo Flores. El padre Carlos Bouzón puede dar testimonio. Su compromiso y su lucha por alejar a los jóvenes de la violencia es digno de imitar.
Tuve la oportunidad de conocer al padre Carlos gracias al inmenso aporte de las redes sociales. Me escribió por Twitter luego de mi anterior columna en Infobae y nos encontramos para conversar un largo rato.
La parroquia San Judas Tadeo, allí, en la calle Miraflores, es una referencia de fe, pero también un punto de encuentro para los vecinos y todos aquellos que necesitan compartir una palabra o hacer un aporte a la comunidad.
El padre Carlos está preocupado por la inseguridad. Hace un tiempo, la presencia de Gendarmería había mejorado sensiblemente la situación en la zona. “Eran honestos, profesionales y responsables“, me contó el sacerdote. Sin embargo, inexplicablemente, la presencia de los gendarmes comenzó a mermar.
De hecho, en las calles no hay una sola casilla de vigilancia. Ni teléfonos. Ni luz. Caminar de noche por el barrio es asumir un verdadero riesgo: la ausencia del Estado y el aislamiento de la zona se notan en cada metro.
El relato del padre Carlos es estremecedor. Los chicos salen de madrugada a comprar paco como si fueran zombies, sin control de sí mismos, y con la desesperación de robar lo que sea para seguir consumiendo.
Las paredes del cementerio de Flores y la villa 1-11-14 son los escenarios principales de esta tragedia que golpea frente a una imperdonable pasividad.
Por eso, no alcanza con el esfuerzo del padre Carlos y el resto de los sacerdotes. Su tarea es emocionante y reconocida, pero es inútil sin el apoyo del Estado.
Necesitan una mano.
Por lo pronto, un poco de luz y una casilla de seguridad.
¿Podremos ayudarlos?