El Gobierno de Macri y sus urgencias

En la novela Museo de la revolución, el escritor Martín Kohan señala cómo la percepción del tiempo se constituye a partir de los acontecimientos de la historia. Por lo tanto, cierto período podría ser percibido como interminable en algunas circunstancias —como ensaya Kohan, el largo tiempo del estalinismo— y otro período podría mostrarse como velozmente infinitesimal debido a la encadenación de los acontecimientos —el tiempo así era percibido, por ejemplo, durante la revolución de 1917. Alejados de circunstancias históricas tan trascendentes —y hasta localizados en su justo opuesto— tal vez podríamos tratar de percibir el tiempo del Gobierno de Mauricio Macri y señalar, entonces, su puro vértigo. En una semana de gobierno Macri mostró el programa que había evitado exhibir durante toda su campaña y lo hizo de manera muy rápida.

Observación que no quita la constatación de la habilidad política de Macri —habilidad, tretas, lo mismo da. Debe hacerse notar que la nueva administración de Gobierno oscila entre la debilidad y la fortaleza —señálese que gobierna un “no partido” que no tiene una infraestructura o militancia, por un lado, combinada con el manejo de los estados y los presupuestos de nación, provincia de Buenos Aires y la ciudad de Buenos Aires, por el otro. Las acciones del Ejecutivo intentan inclinar la balanza hacia esta última. Continuar leyendo

Escenas de la degradación política

5. Es una norma histórica que, llegado el fin de ciclo de un régimen -o de cierto tipo de Gobiernos-, sus líderes y sus miembros actúen desprovistos de cualquier hilo que los una con la realidad. Que ingresen en una etapa de anomia cercana a la locura institucional. Los próximos últimos meses del kirchnerismo tal como lo conocemos podrían cumplir con esta consigna, si tomamos los acontecimientos de estos últimos días, que señalan, además, la culminación irreversible de una etapa.

4. El jueves la presidente Cristina Fernández realizó una cadena nacional en la que anunció que el cadáver tibio de Ariel Velásquez -el joven radical baleado la jornada previa a las PASO del 9 de agosto en circunstancias no aclaradas y que había muerto el día anterior al discurso presidencial- no era un militante radical, como se había anunciado, sino un miembro de la agrupación Tupac Amaru, liderada por Milagro Sala. “Cuando estaba entrando acá, estaban las pantallas de la televisión diciendo que un militante radical había sido asesinado en Jujuy -dice la transcripción oficial del discurso de Fernández. Obviamente, le echaban la culpa a una organización, la Tupac, que lidera Milagro Sala, y tengo acá lo que me acercó… De resultas que el militante radical no era radical, sino que nos acercaron la certificación del Juzgado Electoral de Jujuy, la persona muerta… ‘Certificación. Poder Judicial de la Nación. El que suscribe, secretario electoral de la nación, distrito Jujuy, Juan Chañi, certifica en cuanto hubiese derecho que el ciudadano Jorge Ariel Velázquez -el chico, pobrecito, que mataron de un tiro- se encuentra afiliado al Partido por la Soberanía Popular’. Este es el certificado. ¿Saben de quién es el Partido por la Soberanía Popular? Es el que lidera Milagro Sala y que pertenece a Unidos y Organizados. Este chico iba además al colegio que pertenece a esta organización. […] Acá tienen, el pibe, el pobre compañerito, iba a la escuela que fundó Milagro Sala, la Tupac. Acá la solicitud, acá está el emblema de la organización del partido, acá están las notas del chico, pobrecito”. Continuar leyendo

La mentira como método kirchnerista

En el cuento “La salud de los enfermos”, de Julio Cortázar, se narra una historia en la que la mentira y la ocultación se transforman en el eje de la intervención de sus protagonistas. El hijo de una mujer débil y enferma muere y su familia decide preservarla de esa información simulando una correspondencia del hijo fallecido en un accidente automovilístico en Montevideo. La mentira se vuelve rutina. Sus propiciadores llegan a creer que sus mentiras son verdad. Sin embargo, todos -incluso la madre enferma- saben de la falsedad del procedimiento. Se ha dicho que el cuento “Casa tomada”, del mismo autor, es una metáfora del primer peronismo. El sistema de desinformación, falsedad y mentira que desarrolló el Gobierno -a la vez que las recientes declaraciones sobre la pobreza en la Argentina por parte de la presidenta Cristina Fernández y su jefe de gabinete Aníbal Fernández- quizás propicien que el cuento “La salud de los enfermos” exprese cortazarianamente el declive del kirchnerismo.

“Hoy el índice de pobreza se ubica por debajo del 5 por ciento, y el índice de indigencia en 1,27 por ciento, lo que ha convertido a la Argentina en uno de los países más igualitarios”, se despachó la presidenta Fernández frente al auditorio de la trigésimo novena conferencia de la Oficina de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Con una frase, la primera mandataria borraba de un plumazo la situación crítica de vastos sectores sociales del país y, por el contrario, anunciaba ante un foro internacional que los índices argentinos superaban por mucho a los estándares de las naciones más ricas del planeta.

Las cifras en las que se basó la presidenta provienen del INDEC, el instituto estadístico nacional que fue arrasado durante la “década ganada”, según señalan trabajadores del instituto así como especialistas externos -y la percepción cotidiana de cualquier ciudadano. El INDEC miente no sólo en cuanto a las cifras de la inflación, sino en cuanto a los índices más generales de existencia de la sociedad argentina. La UCA y su observatorio estadístico plantean que la pobreza en el país se encuentra en el 27,5%. Si la fatalidad de todos estos años hiciera que un miembro del oficialismo desdeñara esas cifras debido a que no salen de usinas del “campo nacional y popular”, habría que señalar que el instituto CIFRA, de la CTA hiperkirchnerista dirigida por Saúl Yasky, estima que la pobreza en el país se ubica en el 17,8%. Incluso las cifras del Censo nacional de 2010 -realizado por el mismo Indec de la mentira- señalaban que el 12,5% de la población tenía las necesidades básicas insatisfechas.

La muerte por desnutrición de niños en Chaco y Salta -como el caso del niño qom Néstor Fermenia, de 7 años, o los casos que conmovieron a Salta y que fueron conocidos por la circulación mediática que tuvieron- sumada a los crecientes índices de hambre en las provincias del noroeste y del noreste del país deberían bastar como muestra del creciente déficit en los índices sociales. También habría que plantear que las cifras oficiales del Estado revelan que más de la mitad de la población laboral activa gana menos de cinco mil pesos al mes, cuando la canasta familiar se estima en alrededor de 14 mil pesos. Este fue el objetivo que se pusieron los obreros aceiteros que, con el paro activo de 25 días, no sólo lograron cumplir su objetivo de que el salario sea igual al costo de la canasta familiar, sino que perforaron el techo salarial que quería imponer el gobierno antiobrero de Cristina Fernández y su ministro Axel Kicillof, de malsanas pretensiones progresistas.

Aníbal Fernández profundizó la mentira y aseveró que la Argentina tenía menores índices que pobreza que Alemania. “¿Alguien levantó la mano para decirle que no era cierto el dato? ¿Alguien levantó la mano para decir que no está de acuerdo con la presidenta?”, dijo el jefe de gabinete refiriéndose a la conferencia de la FAO, en la expectativa de que alguno de sus miembros se hubiera levantado para interrumpir el discurso de una jefa de gobierno extranjera para señalarle la impostura. “Países como Alemania no la están pasando bien, aunque no lo quieran creer”, dijo Fernández, el ministro. “¿Pero vos decís que tenemos menos pobreza que Alemania?”, preguntó, sorprendido, el periodista. “Y sí, aunque no te guste”. Una exacerbación de irrealidad, un caldo en el que se cuecen solos los kirchneristas.

El cuento de Cortázar es trágico y se limita al ámbito íntimo de una familia en una situación tremenda. El Gobierno nacional lo amplía a una gestión estatal y sus adláteres creen ese festival de las mentiras. Alguien dijo alguna vez que “ser kirchnerista no te mata, pero te deja pelotudo para siempre”. Es hora otra vez de recordarlo. También es pertinente recordar que en 1789 los reyes franceses vivían en otro mundo de irrealidad impulsado por ellos mismos, a tal punto que María Antonieta, ante las manifestaciones de las masas hambrientas, sugería: “Si no hay pan, que les den pasteles”. La irrealidad y la mentira en la historia. Con los riesgos que ella implica.

Corriendo el velo de la inequidad kirchnerista

La geografía social de la nación experimentó este martes un formidable paro general: se trató de la más potente medida de fuerza realizada durante todo el ciclo kirchnerista. El centro reivindicativo de la protesta estuvo enfocado en el rechazo a la aplicación del impuesto a las ganancias sobre los salarios de trabajadores, eje que dio lugar a una falaz polémica que intentó enlodar al paro por parte de los voceros del oficialismo. Todo paro implica una disputa. Se trata de una de las expresiones de la lucha de clases más intensas, allí donde un sector social subalterno invierte el orden cotidiano y, para eso, se enfrenta a sus salvaguardadores: el Estado y sus patrones. Se trata de una disputa física y, también, discursiva.

El paro corre ciertos velos y pone al descubierto las desigualdades que encubre el concepto de la democracia. No es cierto que todos los ciudadanos tengamos el mismo rango ya que la base íntima del orden actual es la desigualdad. El Estado y sus leyes responden a los intereses del grupo social dominante y contra esa perversión sistémica es que el paro actúa como resguardo de derechos y como promotor de avances en las condiciones de existencia de los sectores subordinados. El paro es la decisión colectiva de esa defensa y de ese avance. Los trabajadores organizan el uso de la fuerza en una así llamada medida de fuerza para que su decisión se cumpla en medio de condiciones sistémicas desfavorables.

Aluar, Acindar, Fate, las grandes fábricas gráficas, seccionales enteras de la UOM, el cordón industrial de San Lorenzo en Santa Fe, los trabajadores aceiteros, los trabajadores del subte, papeleros, los profesores universitarios, los obreros de la alimentación se sumaron a la proposición inicial de los trabajadores del transporte que propusieron paralizar el país en defensa de sus salarios y derechos, a los camioneros, conductores de colectivos, aeronavegantes y portuarios. Más de diez millones de trabajadores en la Argentina realizaron la medida de fuerza y un sector de estos trabajadores construyó los piquetes del paro general.

La convocatoria del paro fue realizada por burócratas sindicales como Hugo Moyano, Luis Barrionuevo e incluso el Momo Venegas. Sin embargo, el paro fue de toda la clase obrera. Sólo así se puede caracterizar la gran adhesión concitada, sobre todo en sectores no pertenecientes a los gremios que convocaban a la huelga. No se trata solamente de la lucha contra el impuesto a las ganancias, sino del impulso multitudinario a la reversión de un estado de precarización, trabajo en negro, tercerización y salarios de hambre que forman la actualidad de la clase trabajadora argentina. Cifras oficiales del dudoso INDEC señalan que el 34 por ciento de la población laboral trabaja en negro -y si se le suman tercerizados y monotributistas se llega al 50 por ciento-. La misma mitad de la Argentina que gana menos de cinco mil pesos de salario. Un estado de cosas imposible de soportar.

La argucia falaz de los kirchneristas consistía en decir: “Paran por los sectores privilegiados, por los que más ganan y no por los que ganan cinco mil pesos, por los que no tienen trabajo, por los receptores de planes sociales, por el pueblo pobre”. Su discurso ponía al descubierto el fracaso de la década kirchnerista y, en su cinismo, querían usar ese fracaso para atacar el justo reclamo de que no se graven los salarios de los trabajadores, a la vez que encubrían la inacción del sindicalismo kirchnerista, convertido en un vergonzoso felpudo del poder. El “impuesto a las ganancias” fue impuesto para evitar el fraude impositivo de empresarios que se hacían pasar por trabajadores con salarios descomunales. Hoy, kirchnerismo mediante, lo pagan incluso los docentes, los colectiveros, un obrero gráfico que hace horas extras. Que estos sectores lo paguen es consecuencia de una inequidad que caracteriza como ganancia al salario. Una injusticia propia de los conservadores históricos.

Igual de conservadores fueron los dichos de la presidenta Cristina Fernández en respuesta de este escenario. “Hacen un paro porque tal vez tengan que dar un poquito de su sueldo para otros compañeros, jubilados, para hacer redes cloacales. Como dijo Evita, le tengo más miedo al frío de los corazones de los compañeros que se olvidan de dónde vinieron, que al de los oligarcas”. De un plumazo, los docentes, colectiveros y gráficos que pagan el impuesto a las ganancias no sólo debían contribuir con sus salarios a compensar las falencias del Estado -en lugar de arrancárselas al capital financiero o a Chevron- sino que además esos trabajadores se convertían por hacer paro en seres peores que los oligarcas. Frente al descomunal éxito del paro general, la presidenta Fernández ofrecíó una muestra sideral de cinismo.

La senilidad del kirchnerismo

La senilidad es el proceso de deterioro de las capacidades físicas y psíquicas que sobreviene, a veces, en la vejez. Es el síntoma previo al colapso. Muchas veces el deterioro es tal que es acompañado por la demencia. La crisis en la que se encuentra sumida la economía argentina muestra a las claras el agotamiento de las capacidades del gobierno K: señala su senilidad.

Una senilidad tumultuosa. Se expresó en el discurso de la presidenta Cristina Fernández en la última cadena nacional, en el que denunció planes para “voltear” a su Gobierno a la vez que amenazas contra su propia estabilidad que tendrían origen en los Estados Unidos: “Si me llega a pasar algo, miren hacia el norte”, expresó, a pocos días de haber manifestado que había recibido amenazas por parte del grupo terrorista islámico ISIS. El rapto de la primera mandataria preanunciaba un nuevo escalón de una crisis en ascenso. Al día siguiente de la cadena nacional se produjo la salida de Juan Carlos Fábrega de la conducción del Banco Central. Fábrega tuvo que dar un paso al costado luego de que fuera acusado públicamente por la presidenta por filtrar a los bancos que deberían desprenderse de gran parte de sus reservas en dólares al precio oficial. El supuesto accionar de Fábrega no distaría en nada del método usado por el oficialismo para beneficiar a la banca. Al denunciar esas operaciones, la Presidente autoinculpaba a su Gobierno, pero al señalar a un culpable lo obligaba al alejamiento. Una disputa interna que muestra la desorientación que rige en las esferas del poder.

No es para menos. Todos los pronósticos sobre la evolución de la economía conducen a una caracterización de cercanía al abismo. La progresiva pérdida de las reservas nacionales permite prever serias dificultades para el pago de las obligaciones de la deuda -que este Gobierno ha decidido pagar, a pesar de su ilegitimidad- y la necesidad de nuevos endeudamientos. Un camino hacia la entrega que está negociándose ahora mismo en sus términos con el especulador internacional George Soros y que incluye un nuevo eslabón de la entrega petrolera a multinacionales extranjeras, regenteada por el titular de YPF, Miguel Galuccio. La reorientación de esa entrega, que ya tuvo precedentes en los pactos con Chevron, permite inferir que la salida ideada por el “izquierdista” Axel Kicillof está marcada por una profundización de la enajenación del patrimonio nacional. Y que tendrá como correlato necesario una nueva devaluación que, previsiblemente, socavará las condiciones de existencia de los sectores populares. Una devaluación, por otro lado, promovida no sólo por el oficialismo sino que también es azuzada por opositores de toda laya. La “unidad nacional” se expresa en que la crisis deberá ser pagada por los trabajadores.

Este marco de agotamiento del régimen económico está acompañado por rasgos de demencia senil política. Que no sólo se expresan en el delirante discurso presidencial, sino en las elucubraciones fantasiosas de sus acólitos de Carta Abierta, en la reivindicación de las villas miseria por parte de locutores oficialistas, en la búsqueda de culpables de la crisis ajenos al Gobierno y sus políticas, en la entrega de derechos a la Iglesia, en la preparación de salidas represivas frente a las probables reacciones populares al estado de las cosas. Jacobo Fijman comenzaba su poema “Canto del cisne” con los siguientes versos: “Demencia, / el camino más alto y más desierto”. La soledad autista del poder en crisis sólo puede ser enfrentada por los sectores laboriosos si deciden no ser el pato de la boda de la devaluación. El fortalecimiento de esta perspectiva es la única salida productiva para atravesar la catástrofe que se avecina y nos amenaza.

Los kirchneristas que leyeron mal a Borges

Uno de los más célebres poemas de Borges es El golem. Allí, unos versos explican con precisión la posibilidad de que en las palabras vivan lo que ellas significan. Así comienza el poema:

Si (como afirma el griego en el Cratilo)

el nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de ‘rosa’ está la rosa

y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Una posibilidad que remite a lo divino y sus cualidades ya que, como dice el texto bíblico, “En el principio fue el Verbo”. Nombrar la cosa y que la cosa sea es una prerrogativa de los dioses.

Tal parece ser la actitud política de los kirchneristas a la hora de construir esa entelequia que se ha dado a conocer como “el relato”.

Continuar leyendo

Renovada centralidad de los trabajadores en el ocaso K

Diversos sectores laboriosos protagonizaron durante el último período acontecimientos que ganaron las tapas de la prensa y generaron una discusión social generalizada sobre ellos, no sólo porque estos sectores conforman la mayoría de la población, sino debido a que su salto hacia la acción directa implica el cuestionamiento de la legitimidad de ciertas bases sociales naturalizadas. Sólo basta repasar los hechos de los últimos días.

El paro docente por salario -de particular interés social, ya que afecta la cotidianidad familiar- cobra dimensiones dramáticas debido a la implacable decisión de sostenerlo por parte de los maestros para no permitir un brutal ataque a sus condiciones de vida. Las mínimas ofertas gubernamentales, en medio de la devaluación y de la inflación, implican de hecho una rebaja salarial. Contra esa perspectiva se desarrollan paros en todo el país y, a diferencia de otros años, las direcciones sindicales yaskistas de CTERA no pueden decidir levantamientos de paros o acuerdos con el gobierno a espaldas de sus bases. Esas direcciones -atravesadas por el hiperoficialismo de Hugo Yasky, ex jefe gremial docente y actual secretario general de la CTA (además de aplaudidor en cuanto acto de  la presidenta Cristina Fernández se lo invite)- no podrían hacerlo debido a los fuertes reclamos de los maestros, a la vez que debido a la irrupción de la izquierda en numerosas seccionales y provincias en las que se convirtió en una dirección radicalizada del conflicto.

Continuar leyendo

El ocaso derechista del kirchnerismo

La senectud, en los peores casos, tiende a transformar a quienes la ostentan en el triste recuerdo de quienes alguna vez fueron, o en el marasmo de lo que alguna vez quisieron ser. Esta última opción es la que corresponde al kirchnerismo que, en su ocaso, se ha lanzado a un vertiginoso avance hacia la derecha -tendencia política que, al menos en el discurso, alguna vez repudió-. El discurso de la presidenta Cristina Fernández en ocasión de la apertura de las sesiones legislativas lo demuestra. El oficialismo una vez – allá lejos, en sus orígenes, quizás- quiso ser, y así se mostró ante la sociedad, como “progresista”. Y desarrolló el discurso acerca de la no represión de los movimientos sociales -algo falso, ya que tal represión se efectivizó en muchísimas ocasiones y llegó a costar 18 vidas bajo los gobiernos kirchneristas, ya sea a través de la represión policial o de la paraestatal-. Sin embargo, dijeron ser “progres”. Ya no. La presidenta Fernández, este último sábado, lo desmintió. “Vamos a tener que sacar alguna normativa de respeto a la convivencia ciudadana, porque no puede ser -dijo-. No puede ser que diez personas te corten una calle, por más razones atendibles que tengan. No puede ser. Y que no pase nada”. La versión taquigráfica de la sesión indica “aplausos” luego de esta frase. No sólo aplaudía la claque habitual del Frente para la Victoria, sino que los diputados del derechista PRO hacían sonar sus palmas. El delirio llegó con la siguiente frase presidencial: “Creo que además todo el mundo tiene el derecho a protestar, pero no cortando las calles e impidiendo que la gente vaya a trabajar; y no complicándole la vida al otro. Creo que vamos a tener que legislar sobre una norma de respeto y convivencia urbana, donde todo el mundo proteste”. El éxtasis se había apoderado hasta de la derechista diputada Laura Alonso, del PRO, que se puso de pie y que, desde su curul, gritaba: “¡Bien, presidenta, así se habla!”. Repito: Laura Alonso, del derechista PRO aplaudía la postura represiva (“y no puede ser que no pase nada”) de la presidenta Fernández. El ocaso.

La alianza represiva del kirchnerismo y el PRO se dejó traslucir en un debate organizado en el programa Otro tema, conducido por Santo Biasati, que emite el canal TN. La mesa estaba integrada por los diputados Federico Sturzenegger (PRO), Victoria Donda (Libres del Sur), Miguel Bazze (UCR) y el dirigente Jorge Altamira (Partido Obrero-Frente de Izquierda). El principal defensor de la propuesta de limitar la protesta social presidencial fue Sturzenegger, que la apoyó con ahínco. El radical Bazze -que cada vez que fue gobierno reprimió, la última vez en 2001, cuando Fernando de la Rua se despidió dejando tras de sí un tendal de 35 muertos- dijo que había que permitir la protesta y ser razonable, pero la historia de su partido invalidaba cada uno de sus dichos. Victoria Donda se opuso al proyecto presidencial, pero Sturzenegger le recordó que UNEN, la alianza que ella integra, había presentado un proyecto en la legislatura porteña para limitar la protesta social. ¡Alcoyana, alcoyana! Altamira señaló que se revelaba el pacto K-PRO con estas ideas, defendió la posibilidad de la protesta como un derecho primigenio y llamó a movilizarse por las paritarias docentes. Hace poco más de una década, así había definido Altamira al piquete: “El piquete es una forma suprema de la solidaridad social, que va más allá de la camaradería y el apoyo recíproco entre los piqueteros, pues convoca a todos los explotados a tomar el destino en su propias manos”. 

Continuar leyendo

CFK: el discurso isabelino de la devaluación

Cada partícula de la lengua tiene la virtud de la polisemia, de la variedad de significaciones, de poner en juego cada palabra en un rumor –que no cesa- de los sentidos. Valga la aclaración debido al uso del adjetivo: “isabelino”. Podría referirse a aquella época en la que Inglaterra se consolidó como una nación pujante en los inicios del capitalismo, aquel Reino Unido del siglo XVI bajo la monarquía de Isabel, que también dio un impulso feroz a las artes y la cultura. Esa era, por ejemplo, legó el “teatro isabelino”, encabezado por el genial William Shakespeare, pero también albergó a otros de talla gigantesca, como Christopher Marlowe o Ben Johnson. Sin embargo, “isabelino” también podría aplicarse al modo de existencia del kirchnerismo en esta, su fase final. En este caso, el adjetivo no remitiría de ninguna manera a la pujanza de aquella época británica, sino al gobierno que, por ciertas características, podría considerarse como precursor de las medidas del ocaso K: el de María Estela Martínez de Perón. Le decían Isabelita.

Una digresión. Frente a la reivindicación setentista que realizan los dirigentes y militantes kirchneristas, una vez Jorge Altamira, el dirigente trotskista, me dijo que él se consideraba “sesentista” y no “setentista”. Que los sesenta habían marcado la maduración de una generación que había logrado desarrollarse de manera autónoma de los poderes, que había producido la mayor insurrección obrera independiente de la Argentina -el Cordobazo-, que buscaba tomar en sus manos un destino histórico, estratégico. Incluso a nivel internacional, ya que esa generación había sido testigo y actora de que se había producido el levantamiento contra la Unión Soviética en Checoslovaquia conocido como “La primavera de Praga”; o esa huelga general de masas obreras y estudiantiles conocida como el “Mayo francés”, entre otros hitos. El “setentismo”, según Altamira, planteaba un desvío de ese momento promisorio. Expresaba la subordinación a Perón -que regresaba para abortar el alza revolucionaria sesentista-, el auge militarista de las organizaciones foquistas, el furor del vanguardismo esclarecido y armado y la máscara con que la burguesía nacional se disfrazaba de “popular” y conquistaba para la derrota a los jóvenes de esa época. Coincido con ese planteo. Creo que el “setentismo” del que hace gala el kirchnerismo hoy no es sino una forma de expresar un montonerismo senil. No es una cuestión de edad: tal senilidad es compartida tanto por Orlando Barone, hombre en la edad provecta que cree que este gobierno es transformador, como por los jóvenes que acuden a los patios de la Casa Rosada a aplaudir la devaluación, mientras se consideran a sí mismos los “pibes para la liberación”. Una explosión del sinsentido.

Continuar leyendo

Cómo combatir la catástrofe que nos amenaza

La sabiduría popular, a veces, está sobrevalorada. Los dichos y refranes tienen una validez relativa, ya que sólo podrían ser refrendados en el marco de la experiencia real, de los hechos concretos de la historia, que los convalidarían -cuando tal experiencia no refrenda el refrán, pasa al olvido entonces-. Sin embargo, a veces sucede que estas sentencias tiene un correlato verdadero con la realidad. Existe uno, de extendida difusión, que señala: “Crisis es oportunidad”.

¿Qué podría ser oportuno frente a la devaluación del peso, esa instancia de depreciación salarial y de promoción de la inflación, de hundimiento de los salarios, de carestía? Nada. El gobierno kirchnerista, a través de su ministro de economía Axel Kicillof, asestó un duro golpe a los trabajadores en los últimos días. Fue una decisión premeditada, tal como reveló a través de sus declaraciones Débora Giorgi, quien dijo que habían estudiado la medida durante semanas. O a través de la admisión final del ministro de Economía, ídolo de algunos economistas que habían querido ver en la figura de Kicillof la del ascenso de un marxista o un keynesiano al Estado -ilusoriamente-: “El Gobierno entiende que la cotización que alcanzó el dólar es una cotización de convergencia, razonable para la economía argentina”. Esas fueron sus palabras admitiendo que la devaluación era toda suya, toda kirchnerista, toda del Estado dirigido por la presidenta Cristina Fernández, hoy devaluadora serial. (Debería recordarse que en cierto momento la presidenta Fernández señaló que una devaluación sólo se realizaría bajo otro gobierno que no fuera el suyo. La historia desmintió su pronóstico, benévolo para consigo misma). Esta caracterización no desmiente que haya impulsos de sectores financieros que apunten a una mayor devaluación en pos de sus intereses, ya que -como el escorpión atravesando el río sobre la espalda del sapo- así es su naturaleza. Sin embargo, no se debería eximir -de ningún modo- la decisión del gobierno de devaluar. El ataque contra los trabajadores es suyo, suyo, suyo -como decía Menem, antecesor ilustre del kirchnerismo, acerca de su Ferrari Testarosa-.

Continuar leyendo