La misericordia es el camino

“Que Dios te conceda el perdón y la paz”. Con ese deseo en forma de bendición los sacerdotes católicos concluimos el rito del sacramento de la reconciliación, más conocido como “confesión”. El sentido de tal sacramento está ilustrado en esa expresión, ya que la Iglesia cree que ha recibido de Cristo el poder de trasmitir el perdón de Dios. La confesión existe en la Iglesia para que las personas encuentren ese don de Dios que es la paz.

Ciertamente hay muchas imágenes de la Iglesia, y entre esas imágenes no pocas miradas negativas sobre ella, que lamentablemente pueden ser a veces consecuencia del mal testimonio de vida de los cristianos. Hace ya dos años que el papa Francisco usa una hermosa imagen que ayuda a explicar lo que él entiende que debe ser la Iglesia en estos tiempos. En julio de 2013 les decía a los obispos latinoamericanos presentes entonces en Río de Janeiro: “Estoy convencido que este es el tiempo de la misericordia de Dios para su Iglesia. Marcaría como prioridad la dimensión misericordiosa de la Santa Madre Iglesia, la maternidad de la Iglesia, que cura heridas. Este cambio de época está lleno de heridos, gente que dejó la Iglesia a mitad. Y uno puede comentar: ‘Vamos a hacer cursos, esto, aquello’. Después de una batalla, lo primero que hay que hacer en un hospital de campaña es curar las heridas. Yo creo que hoy día la pastoral tiene que plantearse eso seriamente. La pastoral de la Madre Iglesia: curar tantas heridas de gente que se fue, que se quedó a mitad de camino, que se confundió, que se desilusionó: pastoral de la misericordia.” Continuar leyendo

Monseñor Romero, profeta y mártir

Monseñor Romero, que hoy es beatificado en El Salvador, no fue un activista social revolucionario. Fue un sacerdote católico que vivió hasta las últimas consecuencias su compromiso con las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Por eso la Iglesia lo beatifica.

La fe es una hermenéutica, una interpretación trascendente (escatológica) de la historia. Es decir, el creyente entiende la historia con un sentido de global de “estar yendo hacia un fin” que constituye su culmen y su plenitud. La fe cristiana específicamente, se funda en la revelación tal como está contenida en la Biblia que es para nosotros, los creyentes, la “palabra de Dios”.

La profecía es el acto de confrontar el propio presente histórico con esa fe creída y leída en la Sagrada Escritura. El presente histórico se confronta con la fe para que la historia se encamine más claramente hacia el fin escatológico al que Dios la llama. Ese confrontar es la profecía. Continuar leyendo

El histórico advenimiento de un Papa argentino

El ejercicio de pensar la historia ayuda a vivir. El mero transcurrir del tiempo no configura historia sino que es la reflexión, ese cierto volverse espejadamente sobre sí, lo que transforma el tiempo en historia.

La crisis del mundo es global. Abarca todos los rincones de la tierra.

La crisis del mundo es integral. Abarca todos los temas que incumben a la sociedad.

La crisis del mundo es humana. Una crisis que afecta a todo el hombre y de alguna manera a todos los hombres.

En una de las crisis más profundas de la historia de la Iglesia Católica (o al menos la más conocida globalmente en tiempo real por la inmediatez de la comunicación) irrumpe el acontecimiento histórico del papado de Jorge Bergoglio. 

Francisco y Francisco

Hasta hace dos años en la Iglesia hablar de Francisco era inequívocamente pensar en el Santo de Asís. El hombre que desde la pobreza, el amor y la fe, sintió el impulso de transformar la Iglesia para hacerla menos poderosa y más fiel al mensaje del Evangelio. No lo logró.

Su figura fue y es un gigantesco llamado al origen del cristianismo; su mensaje fue y es admirado y comprendido por todos como genuinamente cristiano –de lo más cristiano que se haya conocido-; su legado fue y es abrazado por millones de creyentes que encuentran en ese modo simple y pobre de vivir el mejor camino para seguir los pasos de Jesús de Nazareth. Pero la Iglesia como institución siguió siendo más una estructura de poder que una comunidad mística movida por la espontaneidad del Evangelio. A los fines prácticos una mirada cínica podría decir que Francisco de Asís fracasó. Quizás la Sevilla del Gran Inquisidor de Dostoievsky haya sido en realidad Asís. O Roma. Pero la semilla quedó impregnada para siempre en el deseo de la Iglesia. La semilla de una iglesia pobre para los pobres, de una Iglesia más genuinamente cristiana.

Ocho siglos después (¡ocho!) un Papa elige ese nombre. La reforma de Francisco de Asís quiere pasar de la mística a la estructura institucional. 

Hay muchas razones que podrían explicar el impacto profundo que produce el Papa Bergoglio en la Iglesia y en el mundo, pero creo que el factor determinante que hace que todo sea posible es un anciano intelectual llamado Joseph Ratzinger.

Ratiznger proclamó la necesidad de una “hermenéutica de la reforma” en la Iglesia ya desde su primer discurso a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005. Bergoglio asume ese mensaje y lo traduce a comunicación gráfica, gestual y hasta incluso en gestión de gobierno de la Iglesia. Pero el gesto disruptivo de la renuncia al papado es la primera gran reforma en la estructura eclesial.

A los dos años del inicio del pontificado de Bergoglio se intuyen en sus palabras y gestos el deseo de una Iglesia más lúcida en sus estructuras y en sus formas. Un deseo que vive desde los inicios en el corazón de la Iglesia: anunciar al mundo el mensaje de amor universal de Jesús de Nazareth. En sus gestos y enseñanzas, el Papa Francisco le dice al mundo que Dios es bueno y quiere abrazar a todos. Y le enseña a la Iglesia que esa “impostergable renovación eclesial”  tiene un fin: volverse una Iglesia en salida, es decir llena de amor hacia todos los hombres y con una mejor capacidad de comunicarles su mensaje de fe. La iglesia no debe estar enemistada con el mundo sino que debe amarlo y anunciarle el amor de Dios manifestado en Jesús. No se puede hablar de amor sin amor. 

Dos años de Francisco. Dos años de viajes, gestos, fotos, palabras, metáforas, mensajes que interpelan y desinstalan. Dos años de admiración y de resistencias. Creo que hoy el desafío es mirar el norte que él nos indica más que la mano papal cuyo dedo señala el rumbo. El horizonte al que Francisco nos invita es en definitiva la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazareth, que vivió pobre entre los pobres con la vida siempre abierta a los otros y al Padre del cielo.

El fracaso real sería sólo admirar al Papa y aplaudirlo. El desafío de la Iglesia sigue siendo animarse más aún a renunciar a toda forma de poder y de autoritarismo que nos aleje del mundo y del Evangelio de Jesús.

Todavía hay mucho por hacer en este sentido.

Una vida entregada a Dios y a su pueblo

Carlos Mugica siempre fue un hombre apasionado. Una vez, siendo ya cura y estando en París por estudios, “se escapó” y viajó hasta Glasgow en Escocia sólo para ver al equipo del que era fanático -Racing Club- que jugaba por la Copa Intercontinental contra el Celtic. También se cuenta otra anécdota que refleja ese espíritu apasionado. Siendo joven sacerdote enseñaba teología en la Universidad del Salvador, y cierta vez se enteró que un colega profesor en la misma casa de estudios criticaba duramente al Papa de aquel momento, Pablo VI, de quien Mugica era un ferviente admirador. Así que un día decidió enfrentarlo y recriminarle duramente a la salida de las clases la actitud hostil al Papa. Aquel colega al que increpó fue luego ministro de Economía de la Nación durante la dictadura. Se trataba de José Alfredo Martínez de Hoz.

En el Padre Carlos Mugica convergen las realidades más fuertes de la reciente y compleja historia nacional: la clase poderosa (a la que pertenecía por nacimiento), la Iglesia Católica (por su fe cristiana y su condición de sacerdote), los más pobres de la sociedad (su trabajo pastoral se desempeñó fundamentalmente en las villas) y las convulsiones políticas e ideológicas de cuyos desencuentros finalmente fue víctima fatal. Reivindicar su figura hoy, cuarenta años después de su muerte, parece ser lo políticamente correcto. Sin embargo creo que se cometería un trágico error metodológico si se interpretara al Padre Mugica al margen de su condición de sacerdote católico, y fuera del momento concreto que le tocó vivir.

Es necesario aclarar las veces que haga falta que él no fue montonero, y menos en el sentido que adquiere en la actualidad esa expresión: él nunca quiso ni la violencia ni la lucha armada. Son famosas sus expresiones: “Como cristiano, y más aún como sacerdote, repudio todo crimen, sea contra quien fuere”, o aquella otra: “Estoy dispuesto a que me maten pero no estoy dispuesto a matar”. También se hace necesario tratar de entender su pertenencia al peronismo en aquel momento de la historia. Más que una opción partidaria, para él era una concreción histórica del mensaje cristiano de inclusión de los más pobres. Decía el Padre Mugica: “Yo sé por el Evangelio, por la actitud de Cristo, que tengo que mirar la historia humana desde los pobres. Y en nuestro país, la mayoría de los pobres son peronistas.” En su idealismo, identificarse con el peronismo fue principalmente ponerse del lado del más débil.

No se puede entender la muerte de Mugica sin conocer y entender su vida, y no se puede entender su vida sin conocer el mensaje cristiano y la situación social y eclesial de la circunstancia histórica que le tocó vivir. Sólo se puede comprender acabadamente al Padre Mugica desde sus convicciones religiosas de sacerdote católico, ya que trató de vivir –equivocadamente o no- pero hasta las últimas consecuencias, el Evangelio tal como entendió que lo enseña el magisterio eclesial, cuya doctrina social marcó profundamente su vida y su pensamiento. No se puede entender la Doctrina Social de la Iglesia si no se entiende que la opción por los pobres es ante todo una cuestión religiosa y teologal: Dios está de parte de los pobres y es defensor del excluido. Jesucristo no se entiende si no es desde la Pascua, y la Pascua no se entiende si no es desde la opresión y la esclavitud del mal, de la que quiere liberarnos Dios. “Los únicos que han cambiado el mundo son los idealistas; el más grande de todos los idealistas ha sido Jesucristo que soñó que un día todos los hombres íbamos a dejar de ser pecadores, y dio la vida por ello” decía el Padre Mugica en un programa de televisión. El enemigo es el pecado y no el que piensa distinto.

El Padre Mugica no fue un hombre perfecto ni un sacerdote sin errores, pero sí fue alguien que se dejó interpelar a fondo por Cristo y el Evangelio, y prefirió perder la vida antes que traicionar a los pobres, porque entendió que traicionarlos sería traicionar al mismo Jesús.

Los mártires son los que mueren como testigos de sus creencias a causa del odio a esa fe de quienes le causan la muerte. Muchos piensan que el Padre Mugica no fue simplemente un líder político o un revolucionario, sino que sobre todo fue un mártir de la fe cristiana. Un sacerdote que asumió hasta las últimas consecuencias su compromiso de vida según lo que en conciencia entendió que le pedía Cristo y la Iglesia a través del magisterio: estar con las más débiles y trabajar incansablemente por la dignidad de sus hermanos.

El 11 de mayo de 1974 el Padre Carlos Mugica fue acribillado a balazos a la salida de misa en el barrio de Mataderos. Pocas horas después murió. “Ahora más que nunca hay que estar cerca del pueblo”, le escuchó decir su amigo y sacerdote Jorge Vernazza en los momentos finales de su agonía. Allí se entiende el deseo más profundo de Mugica: hay que estar siempre cerca del pueblo, porque Dios se hizo hombre para poder abrazarnos, para poder estar cerca de todos y trasmitirnos su misma vida divina. Carlos Mugica vivió y murió como sacerdote, absolutamente convencido de que la opción por los pobres lejos de cualquier cuestión ideológica, respondía a la maravillosa realidad del amor de Dios por su pueblo.

Una Iglesia que busca tender puentes con el mundo actual

Esta  jornada es sin dudas un día histórico para la Iglesia. Se trata del día en que en un mismo acontecimiento “convergen” quizás los tres Papas más influyentes de los tiempos modernos. Francisco, el Papa actual, declarará santos a Juan XXIII, Papa entre 1958 y 1963, y a Juan Pablo II, Papa entre 1978 y 2005.

En la canonización de estos dos Papas se les reconoce antes que nada su santidad de vida, es decir, que han vivido el mensaje de Cristo en grado heroico y la Iglesia puede afirmar que ya gozan de la gloria del cielo. Pero también hay en estas canonizaciones otros aspectos que podemos destacar.

Los tres Papas de los que hablamos son modelo de una Iglesia “en salida”, es decir con un estilo misionero y evangelizador que se propone salir al encuentro del mundo y busca tender puentes especialmente hacia los que están más lejos, en las “periferias” tanto geográficas como existenciales.

Juan XXIII, elegido Papa en 1958, hombre de fe sencilla y profunda, se ganó rápidamente el sobrenombre de “el Papa bueno” por sus gestos de cercanía y sencillez. Sin lugar a dudas el acontecimiento central de su pontificado fue la convocatoria al Concilio Vaticano II, una reunión de todos los obispos de la tierra para estudiar el modo de ser Iglesia en el cambiante y vertiginoso mundo moderno. El Concilio duró tres años y elaboró documentos que marcaron una profunda renovación en el modo de la Iglesia de vincularse con el mundo.

Juan Pablo II, un hombre de extraordinarias capacidades que había sido un joven obispo católico en una Polonia bajo el régimen comunista, asumió el papado en 1978, apenas trece años después de haber finalizado el Concilio Vaticano II. A él le tocó llevar a la práctica sus conclusiones. Curiosamente, él mismo había sido protagonista central de algunos de sus debates y documentos. Como Papa su misión de ser “mensajero de la paz” se extendió a lo largo de todo el mundo. Visitó ciento veintinueve países en veintiséis años viajó hasta todos los rincones del mundo, siendo el primer Papa en visitar muchos países. Encarnó de modo existencial la tarea de acercarse al mundo, de salir al encuentro del hombre de hoy.

El 13 de marzo de 2013 Francisco apareció por primera vez en el balcón de San Pedro y pidió la oración del pueblo, asegurando desde el principio que quería “una Iglesia pobre para los pobres”. Ya a los pocos días de asumido, los medios lo pusieron en el centro de la escena y ese cotidiano protagonismo mediático sigue en crecida hoy, un año después. Francisco, en la actualidad, también encarna ese mismo espíritu de una Iglesia que busca acercarse al mundo, ir a las periferias y ponerse junto a los más débiles y los más pobres.

Al Papa se lo llama “Pontífice” que significa “constructor de puentes”. Un puente es una estrategia inteligente para superar un obstáculo que impide el encuentro y la comunicación. El Papa tiene como misión construir puentes en la relación del hombre con Dios en el tiempo concreto que le toca desempeñar ese rol. Pero también está llamado a ser principio de unidad, es decir, a superar las barreras que nos impiden a los hombres encontrarse y dialogar.

Este domingo tres Papas protagonizan la historia en la Plaza San Pedro. La historia del mundo y de una Iglesia que busca ser cercana, ya que tiene una certeza que quiere comunicar: Dios está cerca de cada ser humano, no hace excepción de personas y quiere la felicidad de todos. Dos santos nuevos y un Papa todavía reciente nos lo recuerdan.